Panamá

La crisis de los partidos políticos

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Actualizado
  • 10/02/2024 00:00
Creado
  • 09/02/2024 17:33

El prestigio de la fuerza pública por sus intervenciones políticas era igual al desprestigio exhibido por los partidos políticos

Una primera conclusión sobre todo lo que viene dicho sobre la crisis de los partidos políticos, podría indicar que la crisis del sistema político panameño se debió en gran medida a las acciones arbitrarias de los mandos militares. Valdría apuntar como la más vistosa prueba al respecto que desde la década del comandante Rogelio Fábrega, 1941, hasta diciembre de 1989 no hubo jefe de policía que no ejecutara un golpe de Estado, salvo el periodo en que estuvo al frente de la comandancia el coronel Bolívar Vallarino, quien fuera segundo comandante durante toda la era de Remón.

La crisis del sistema originado por la conducta antidemocrática de los militares provocó la crisis de la mayoría de los partidos políticos, pues éstos siempre propiciaban las políticas sediciosas o convalidaban con su respaldo las acciones y omisiones de los militares, contrarias a sus juramentos de respetar los poderes constituidos. Se podría externar una apreciación más objetiva.

Entre las fuerzas económicas que dominaban a la mayoría de los partidos y la Guardia Nacional existió un contubernio destinado a mantener en el poder a las camarillas de turno y a mancillar cuando fuere necesario la estructura del Estado de Derecho. El prestigio de la fuerza pública por sus intervenciones políticas era igual al desprestigio exhibido por los partidos políticos. A partir del recobro de la normalidad institucional y democrática, iniciado en diciembre de 1989, han transcurridos tres periodos presidenciales completos sin golpes de Estado.

Además, las medidas legales tendientes a desmilitarizar las fuerzas públicas y de tener una jefatura civil, han servido para frenar las incursiones históricas de los cuarteles en la vida política de la Nación. Esta reforma constituye una conquista extraordinaria del gobierno del presidente Endara. Igualmente, la nueva realidad jurídica de la fuerza pública aparta a los partidos políticos de la tentación de buscar su apoyo en los procesos electorales sin importar la voluntad política del pueblo, lo que constituía un vicio del pasado como queda expuesto. A lo largo de los gobiernos democráticos, a partir de 1989 otros factores han incidido en la crisis de los partidos.

El desprestigio acumulado por la prédica totalitaria anti-partido hábilmente manipulada, continuó durante la democracia. No debe sorprender a nadie que los totalitarios combatan siempre a los partidos políticos. Es cuestión de lógica. Si los totalitarios no resisten la convivencia democrática y los partidos políticos son los protagonistas de esa convivencia, hoy los nostálgicos de la dictadura están en guerra sin cuartel contra los partidos políticos. Es del caso apuntar que la sociedad civil, por otras causas y fines, también tiene una política de censura férrea a los políticos.

Es urgente diferenciar como lo he expresado anteriormente, la línea táctica de los totalitarios que conduce a la abolición de los partidos políticos de la política anti-partido, por ejemplo, de la sociedad civil. Se debe afinar esta política porque la democracia no existe sin partidos políticos, tampoco existe con partidos corruptos, porque los partidos ideológicos, de masas con probidad son el soporte más vigoroso de la democracia.

Lo que invita a llamar la atención para no confundir los fines del totalitarismo con los fines de la sociedad civil y se desmarcaría toda duda si se advierte como necesario, repito, y como divisa civilista y democrática el logro de la urgente depuración de los partidos políticos. De modo paralelo a estos comentarios debe fomentarse la participación directa de la sociedad civil en la vida partidista, bien inscribiendo un partido o bien incorporándose en los existentes.

Ese paso constituiría la consagración de la democracia participativa. Desde luego se hace imperativo que la Ley electoral haga más flexible y democrática la inscripción de nuevos partidos políticos. Existen algunos factores adicionales que han contribuido al desprestigio de los partidos políticos. Un factor está representado en los privilegios hasta hoy intocables que se logran por razón de la existencia de la vida partidista. Los privilegios adjudicados a algunos funcionarios públicos son el fruto de la exigencia o complacencia de los partidos. El financiamiento de los partidos políticos por parte del Estado no se justifica en una sociedad llena de privaciones.

Las actividades sociales y la cotización de las membresías es la fuente tradicional del financiamiento de los partidos. Si se examinara en que gasta cada partido la suma de dinero que eventualmente entrega el Tribunal Electoral quedaría al descubierto el despilfarro burocrático de esos fondos. El pueblo no ve con simpatía esas erogaciones porque son fuentes de corrupción.

Se ha alegado que el financiamiento oficial procura que los partidos no respondan al poder económico de unos pocos, pero si se analiza objetivamente la realidad interna de la mayoría de los partidos políticos, su financiamiento oficial no ha eliminado esa desventura “patronal”. Una de las causas más sensitivas en materia de desprestigio de los partidos la encontramos en la deslealtad de la membresía. No es posible que quienes abandonan las toldas de un partido para participar en torneos electorales en otras capillas partidaristas, luego retornan a las filas abandonadas ejerciendo el papel de catones o de fiscales del partido. Ese relajamiento interior ha producido mucho desconcierto y censura. En otros países el transfuguismo es sancionado electoralmente y en nuestro medio es motivo de aplausos y reconocimientos.

No existe norma legal que sancione la deslealtad y debe existir alguna que prohíba al tránsfuga ser candidato en las elecciones más cercanas a la fecha de su separación en el nuevo partido adoptado. Los partidos políticos han sido parcos en su docencia sobre el alcance de la democracia económica. El discurso se ha estacionado en la exaltación de la democracia política. Los problemas acumulados, crecientes y sin solución demandan una visión adicional de la democracia. Como decía Jorge Eliecer Gaitán nos estacionamos a la sombra de los inmortales principios de la revolución francesa sobre la libertad, la igualdad y la fraternidad, y nos olvidamos de las estructuras socioeconómicas que mantienen a la mayoría en la miseria.

Se impone un golpe de timón en la conducción de los partidos para encarar y resolver los problemas crónicos y profundos del pueblo. El negligente comportamiento crea distancia entre el pueblo y los partidos políticos. Esta situación genera crisis de credibilidad con relación a la importancia y necesidad de los partidos políticos. Asimismo, la Ley electoral debe ordenar una campaña educativa, auspiciada en el hogar, en la escuela, en los partidos políticos, en los medios de comunicación y toda organización social, destinada a educar electoral y políticamente a la población.

Dos objetivos esenciales deben tener esa campaña. Uno, lograr una conciencia humana y social que condene la corrupción en todas sus formas. El otro objetivo es fomentar una actitud mental contra el fraude. Que se tenga el fraude como un delito. Además, porque jurídicamente lo es. Nada tan criminal como envenenar las fuentes de sufragio. La tremenda duda que crecientemente alimenta al escrutinio electrónico merece la atención de la sociedad. Las experiencias de Florida, Venezuela y Costa Rica invitan a recomendar el conteo denominado “Voto en mano”.

El escrutinio debe revestirse de tal transparencia que luego de cada proceso electoral no sea la duda un factor de perturbación social, como solía ocurrir antaño en nuestro país. En lo personal el escrutinio electrónico no me despierta ninguna confianza. Si bien es cierto que los partidos políticos son más conocidos por su nombre y que se ha superado la práctica de otras décadas cuando el mote de cada partido era el apellido de su jefe, no es menos cierto que los partidos deben esforzarse por definirse impersonal o ideológicamente. Sobre todo, ideológicamente.

Se evitaría las inscripciones en los partidos por puro arribismo en busca de una pitanza burocrática, como ocurre en la actualidad. Nunca se ha rechazado tanto a los partidos políticos y nunca tales partidos han tenido tantos adherentes inscritos. Paradoja que solo la explica la creencia de que un carnet es el objeto para ingresar al mundo de las maravillas y no para luchar por los programas y por los principios adoptados. Entre los lugares comunes de los desafíos se encuentra el cese de la impunidad de los delincuentes que usaron el poder para lucrar.

No existe desprestigio mayor en el campo político que el provocado por la corrupción de los mandatarios. Para que la impunidad no sienta los reales la única política eficaz es lograr que los medios de comunicación adopten como su objetivo esencial denunciar la comisión de los delitos de los funcionarios públicos como también denunciar las omisiones, contrariedades o encubrimientos de la justicia.

No deseo terminar sin dejar constancia de la desazón que causaba las reuniones en el país, durante la dictadura, de los partidos democráticos pertenecientes a la Social Democracia Internacional. Esa presencia, a más de espaldarazo a la dictadura, creaba la triste percepción de que la corrupción política estaba globalizada. Esos cónclaves internacionales donde actuaban revueltos demócratas y totalitarios causaban una depresión enorme en los partidos y lideres realmente democráticos del Istmo.

Y como reflexión final debo expresar que nada contribuye más al desprestigio de los partidos que proclamar durante la campaña un programa de gobierno para resolver los problemas sociales y olvidarlo a la hora de gobernar. Si un gobernante ha captado el voto porque ha seducido al pueblo con sus promesas, se deslegitima en cuanto echa al olvido el discurso que lo llevó al solio presidencial.

Estas omisiones son concausas del desprestigio, de la crisis de los partidos políticos y de la frustración crónica de los pueblos. La crisis de los partidos políticos tiene una larga historia. La crisis no surgió, como queda establecido, durante los tres gobiernos democráticos que hemos tenido en los últimos años. Si la crisis se supera no se repetirán las ignominias y bochornos que hemos padecido.

El desafío de los Partidos solo tiene un desiderátum que funciona como advertencia: sin democracia es difícil la vida de los Partidos y la democracia solo perdurará con partidos políticos honestos. En consecuencia, por la salud de la democracia este magno evento debe esculpir en los frontispicios de los locales de los Partidos una consigna de insólita premonición: ¡depuración o muerte! Las urnas darán su veredicto, de ordinario justos, y al final nada ni nadie podrá evitarlo.

Extracto de la conferencia dictada por el Dr. Carlos Iván Zúñiga, en la Asociación Panameña de Ejecutivos de Empresas (APEDE) el 7 de abril de 2006.