Cien años de historia
- 07/12/2024 00:00
- 06/12/2024 19:13
En este siglo de ‘independización’, el pueblo panameño y la Patria se convirtieron en una República y en una Nación que aspira a ser una democracia auténtica, por su civilidad y desarrollo humano Aristóteles afirmaba que la política es un saber arquitectónico y, por ello, el político es una especie de arquitecto. Lo pensaba en la medida en que construir, con base en un plano, abarca una pluralidad muy grande de factores.
El arquitecto mira su plano, unifica esos factores en términos del edificio por construir para el uso que se le vaya a dar. En consecuencia, al abordar un país desde el punto de vista de su gobierno se hace en función más abarcadora, pero al mismo tiempo más unitiva y dando importancia al gobernante, pues es, por comisión u omisión, la clave de sus gobiernos, ya que le corresponde conducir las diferentes expresiones del poder público de manera que se pueda realizar el mayor bien común posible en determinado territorio y tiempo, es decir, en su geografía e historia.
En resumen, trataré de responder a tres preocupaciones para evaluar nuestros primeros años del siglo XX en política y gobernantes.
Las primeras preguntas Primero, intentaré caracterizar el proyecto histórico concreto al que ha respondido la política panameña, puesto que el bien común se le plantea a un pueblo como un proyecto.
Segundo, ya que en política democrática panameña los partidos, bien que mal, son instrumentos indispensables, buscaré a propósito de cada proyecto, caracterizar a los partidos correspondientes y destacar el comportamiento de los mismos con respecto al proyecto vigente. El bien común no se persigue ni se logra individualmente, sino a través de agrupaciones que conjugan las aspiraciones y las capacidades de múltiples personas.
Y en tercer lugar, junto a los partidos, me referiré a los diferentes gobernantes, cómo han actuado con respecto a dicho proyecto, si han contribuido o no a la madurez del pueblo que el proyecto requería o, por el contrario, han implicado una pérdida de valores por parte de la población.
He incluido en estas entregas una buena dosis de datos biográficos sobre algunos de los actores de las tres primeras décadas del siglo XX, muchos de los cuales han sido olvidados por las presentes generaciones debido al paso del tiempo, que solo recuerdan de primera mano los principales hechos y nombres.
Esto hizo que viéramos un 3 de noviembre fantasma al igual que sus lustros siguientes y no en drama de carne y hueso con sus pasiones, esperanzas y dificultades diarias, vividas por hombres comunes que construían una patria nueva, desde la administración de sus vidas, familias, trabajos y negocios. Este desconocimiento ha contribuido a la fácil propagación de las dos leyendas del 3 de noviembre, la dorada y la negra, y ha disminuido el enfoque ecléctico que puede darnos la verdad.
Historia y política No soy historiador. En materia de historia me reconozco deudor, en especial de los valiosos trabajos de los historiadores panameños que he citado a lo largo de estas reflexiones. Los errores históricos que he podido evitar han sido sorteados gracias a ellos, aunque puede haber alguno que otro en el que he incurrido, por seguir los pasos del historiador que me servía de guía. Lo que sí es de mi responsabilidad son los juicios de valor sobre actuaciones y eventos políticos que los historiadores se esfuerzan por evitar y yo, como ciudadano y político, he necesitado formular.
La política no es una actividad superficial ni el político un ser supernumerario.
La política refleja la realidad propia de la sociedad, tanto a nivel superficial como a nivel profundo. El gobernante no es, necesariamente, quien responde a las necesidades objetivas del pueblo, puede ser también quien el pueblo merece positiva o negativamente como su representante.
Incluso puede ser quien solo se le parece en algunos de sus principales rasgos y de manera general, tal como decía el exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia, Dr. Eligio Salas: “Al abordar un país, desde el punto de vista de su política y de su gobierno, se revelan rasgos de su personalidad, pues lo estamos abordando desde su función más amplia pero al mismo tiempo más integradora”.
Todo panorama político ofrece la visión de montañas y de valles, es decir, de gobernantes y políticas sobresalientes y de políticas y gobernantes que se sitúan por debajo de este nivel. Aunque no puedo evitar indicar cuáles son los valles de la política panameña, le prestaré relativamente más atención a sus montañas, es decir, a las figuras y las medidas que a mi juicio han sido especialmente decisivas y/o benéficas para el país y su población.
Gobierno y política Los gobernantes de un país son consecuencia de su política, actúan a través de ella y los resultados de su gestión gubernamental se inscriben en ese proceso y los van moldeando. Pensar que los gobernantes la “inventan” por cuenta propia, como una Minerva que brota de la cabeza de un Júpiter, fuera de las circunstancias históricas que le corresponden y constituyen su contexto y, fuera también de las influencias entrecruzadas que conforman su dinámica, es absurdo. Y más ilógico todavía es considerar que el gobernante ideal ni hace política ni debe hacerla. Los pueblos pagan caro cuando algunas de estas dos posibilidades le ocurren.
Entendida como el arte de hacer posible lo necesario para un pueblo o para una nación y, en última instancia, para la humanidad en su conjunto, la política no es un mal necesario, es un bien. Cuando se ejerce correctamente es de inestimable valor para la comunidad y ennoblece a quien así la practica. Por otra parte, puede ser una realidad funesta cuando se practica mal o, peor aún, con mala intención, y son responsables quienes así la ejecutan.
Todos los pensadores que han enfocado la política seriamente no solo describen los posibles regímenes positivos del poder público, sino también las perversiones de los mismos y, a la vez, tienden a identificar el buen político diferenciándolo claramente del demagogo y de las otras versiones del mal político.
Aristóteles afirmaba que la política es un saber arquitectónico y, por ello, el político es una especie de arquitecto. Lo pensaba en la medida en que construir, con base en un plano, abarca una pluralidad muy grande de factores.
El arquitecto mira su plano, unifica esos factores en términos del edificio por construir para el uso que se le vaya a dar. En consecuencia, al abordar un país desde el punto de vista de su gobierno se hace en función más abarcadora, pero al mismo tiempo más unitiva y dando importancia al gobernante, pues es, por comisión u omisión, la clave de sus gobiernos, ya que le corresponde conducir las diferentes expresiones del poder público de manera que se pueda realizar el mayor bien común posible en determinado territorio y tiempo, es decir, en su geografía e historia.
En resumen, trataré de responder a tres preocupaciones para evaluar nuestros primeros años del siglo XX en política y gobernantes.
Primero, intentaré caracterizar el proyecto histórico concreto al que ha respondido la política panameña, puesto que el bien común se le plantea a un pueblo como un proyecto.
Segundo, ya que en política democrática panameña los partidos, bien que mal, son instrumentos indispensables, buscaré a propósito de cada proyecto, caracterizar a los partidos correspondientes y destacar el comportamiento de los mismos con respecto al proyecto vigente. El bien común no se persigue ni se logra individualmente, sino a través de agrupaciones que conjugan las aspiraciones y las capacidades de múltiples personas.
Y en tercer lugar, junto a los partidos, me referiré a los diferentes gobernantes, cómo han actuado con respecto a dicho proyecto, si han contribuido o no a la madurez del pueblo que el proyecto requería o, por el contrario, han implicado una pérdida de valores por parte de la población.
He incluido en estas entregas una buena dosis de datos biográficos sobre algunos de los actores de las tres primeras décadas del siglo XX, muchos de los cuales han sido olvidados por las presentes generaciones debido al paso del tiempo, que solo recuerdan de primera mano los principales hechos y nombres.
Esto hizo que viéramos un 3 de noviembre fantasma al igual que sus lustros siguientes y no en drama de carne y hueso con sus pasiones, esperanzas y dificultades diarias, vividas por hombres comunes que construían una patria nueva, desde la administración de sus vidas, familias, trabajos y negocios. Este desconocimiento ha contribuido a la fácil propagación de las dos leyendas del 3 de noviembre, la dorada y la negra, y ha disminuido el enfoque ecléctico que puede darnos la verdad.
No soy historiador. En materia de historia me reconozco deudor, en especial de los valiosos trabajos de los historiadores panameños que he citado a lo largo de estas reflexiones. Los errores históricos que he podido evitar han sido sorteados gracias a ellos, aunque puede haber alguno que otro en el que he incurrido, por seguir los pasos del historiador que me servía de guía. Lo que sí es de mi responsabilidad son los juicios de valor sobre actuaciones y eventos políticos que los historiadores se esfuerzan por evitar y yo, como ciudadano y político, he necesitado formular.
La política no es una actividad superficial ni el político un ser supernumerario.
La política refleja la realidad propia de la sociedad, tanto a nivel superficial como a nivel profundo. El gobernante no es, necesariamente, quien responde a las necesidades objetivas del pueblo, puede ser también quien el pueblo merece positiva o negativamente como su representante.
Incluso puede ser quien solo se le parece en algunos de sus principales rasgos y de manera general, tal como decía el exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia, Dr. Eligio Salas: “Al abordar un país, desde el punto de vista de su política y de su gobierno, se revelan rasgos de su personalidad, pues lo estamos abordando desde su función más amplia pero al mismo tiempo más integradora”.
Todo panorama político ofrece la visión de montañas y de valles, es decir, de gobernantes y políticas sobresalientes y de políticas y gobernantes que se sitúan por debajo de este nivel. Aunque no puedo evitar indicar cuáles son los valles de la política panameña, le prestaré relativamente más atención a sus montañas, es decir, a las figuras y las medidas que a mi juicio han sido especialmente decisivas y/o benéficas para el país y su población.
Los gobernantes de un país son consecuencia de su política, actúan a través de ella y los resultados de su gestión gubernamental se inscriben en ese proceso y los van moldeando. Pensar que los gobernantes la “inventan” por cuenta propia, como una Minerva que brota de la cabeza de un Júpiter, fuera de las circunstancias históricas que le corresponden y constituyen su contexto y, fuera también de las influencias entrecruzadas que conforman su dinámica, es absurdo. Y más ilógico todavía es considerar que el gobernante ideal ni hace política ni debe hacerla. Los pueblos pagan caro cuando algunas de estas dos posibilidades le ocurren.
Entendida como el arte de hacer posible lo necesario para un pueblo o para una nación y, en última instancia, para la humanidad en su conjunto, la política no es un mal necesario, es un bien. Cuando se ejerce correctamente es de inestimable valor para la comunidad y ennoblece a quien así la practica. Por otra parte, puede ser una realidad funesta cuando se practica mal o, peor aún, con mala intención, y son responsables quienes así la ejecutan.
Todos los pensadores que han enfocado la política seriamente no solo describen los posibles regímenes positivos del poder público, sino también las perversiones de los mismos y, a la vez, tienden a identificar el buen político diferenciándolo claramente del demagogo y de las otras versiones del mal político.