An dulemarbi, 100 años de la revolución Tule
- 05/03/2025 09:20
- 04/03/2025 17:33
La identidad guna se forjó a sangre viva con la lucha de sus antepasados por el derecho a mantener sus costumbres y autonomía. La revolución inició un lunes de carnaval, 100 años atrás La bandera panameña es pisoteada en el suelo de tierra. Hombres vestidos con camisa roja gritan eufóricos alrededor. Frente a la escuela local, yacen los cuerpos sucios de la policía colonial. Niños con rifles de madera gritan “¡Epepé! ¡Que viva Gunayala!” por las calles.
Decenas de voces les hacen eco en la comunidad de Gardí Sugdub, ubicada en una de las 360 islas que componen la comarca indígena de Gunayala.
“¡Que viva la revolución Tule! ¡Que viva Olonibiginya! ¡Que viva la revolución!”.
Es la última semana de febrero. El sol de verano se imprime contra la piel tostada de hombres, mujeres y niños. La brisa trae olor a mar con dejo de diésel de las lanchas estacionadas en pequeños muelles de madera.
Gardí Sugdub, una isla evacuada en 2023 por el cambio climático, vuelve a la vida. Cientos de personas son espectadores y actores en una de las obras de teatro comunitario más ambiciosas y espectaculares del mundo. Se cumplen 100 años de la Revolución.
La puesta en escena es sin igual. Dura semanas y es interpretada en numerosas comunidades del Archipiélago de Las Perlas. Recrea una historia de conflicto entre dos pueblos. Violaciones, saqueos, diplomacia, engaños y hasta batallas navales cobran vida.
Niños gunas corretean alrededor de las escenas de acción y miran curiosos a los actores cubiertos de sangre falsa. Una familia de japoneses vestidos en spandex de buceo se abraza entre fascinada y asustada, una mujer blanca de rasgos europeos se toma una Coca-Cola mientras se protege del sol con lentes Ray-Ban. Un abuelo guna, piel tostada, camisa roja, sombrero con bandera revolucionaria, pasa su brazo sobre los hombros de su nieto y se dirige a un pequeño grupo de jóvenes.
“Esta es su historia. Mi nieto será líder, un sagladammud en el futuro”, me contaría sonriendo más tarde.
Los actores hablan dulegaya, la lengua del pueblo guna. El espectáculo no es para los turistas o visitantes, es para preservar su historia. Inmortalizan con tradición oral, teatro, canciones, la Revolución Tule de 1925, cuando redactaron una Declaración de Independencia, tomaron las armas y ocuparon los cuarteles de la policía. El resultado fueron 22 policías coloniales y 1 urrigan (guerrero guna) muertos, y un acuerdo de paz firmado sobre un acorazado estadounidense en el que el gobierno panameño se comprometió a respetar la libertad y autonomía del pueblo guna.
El clímax es la destrucción de la bandera panameña en la escena de la victoria final.
Un patriota panameño waga (no guna) podría ofenderse ante la imagen de la tricolor desgarrada y arrastrada por el polvo. Por humillar la bandera, Panamá rompió relaciones con Estados Unidos en 1964, y se derramó la sangre de los mártires del 9 de enero. Ese patriota panameño sentiría entonces una fracción de la humillación e impotencia a la que fue sometido el pueblo guna desde antes que Panamá fuera república.
Es una historia de robo, violación, choque de culturas, diplomacia internacional y policías borrachos en Carnaval. Homero y Shakespeare podrían tomar notas.
Choque de culturas “La revolución de los gunas nace ligada íntimamente a sus valores culturales. No es un remiendo histórico en el proceso de desarrollo integral del pueblo guna. Es un hecho que emerge natural de su mismo sistema de defensa cultural e histórica. La historia panameña no la ha podido comprender. La única forma de entender, con cierta justicia, esta rebelión, es el camino de sus valores, de su sistema de defensa original”, escribiría el poeta Aiban Wagua, en la introducción de “Así fue, Así me lo contaron”, una recopilación de la historia contada por las voces del pueblo guna.
Gunayala es una comarca indígena famosa como sitio turístico paradisíaco y cuna de la mola, un tejido tradicional cuyo diseño es apreciado internacionalmente (incluso Nike intentó plagiarlo en unas zapatillas pero tuvo que desistir ante presiones legales).
“Cuando surge la independencia, surge la Constitución de Panamá. En uno de sus artículos hablaba de civilización a los pueblos indígenas, evangelizar a los pueblos indígenas. A raíz de eso llega la Iglesia Católica, patrocinada por el gobierno de turno, que empieza a implementar estos objetivos del gobierno”, cuenta el cacique Rengifo Navas. .
La Constitución y las leyes no fueron hechas para el beneficio de los pueblos originarios. La discriminación era institucional. “El Poder Ejecutivo procurará, por todos los medios pacíficos posibles, la reducción a la vida civilizada de las tribus bárbaras, semibárbaras y salvajes que existan en el país”, reza el Artículo 1, de la Ley 56 del 2 de diciembre de 1912.Los gunas, y todos los grupos indígenas del istmo, eran tratados por el gobierno nacional como seres incivilizados, retrógrados, no merecedores de los mismos derechos.
La ley 56 autorizaba concesiones de tierras a “colonos”, disponiendo el apoyo de la fuerza pública para garantizar “el orden y la soberanía nacional”. Específicamente establecía que se auxiliara “tanto a los colonos como a las familias indígenas que se reduzcan a la vida civilizada, con herramientas, animales, semillas y demás objetos indispensables para su establecimiento”.
Panamá en 1912 se encontraba en las últimas etapas de la construcción del Canal de Panamá. Miles de trabajadores, muchos de ellos traídos de las Antillas, se habían quedado o estaban por quedarse sin trabajo. Esto ocasionó una migración en busca de tierras y fortuna. El territorio guna siempre ha sido rico en recursos. Era considerado un botín atractivo para los caucheros, así como bandidos que robaban plátanos, cocos, y tiraban redes para cazar tortugas carey. Los muertos también eran víctimas del saqueo, las familias guna enterraban los cuerpos con pendientes, sortijas y pecheras de oro.
“Obligaban a los gunas a pagar impuestos al intendente, impuestos a los policías coloniales, prohibían la pesca de tortuga y luego entraban los misioneros, y entraba la escuela, las maestras”, detalla Atilio Martínez, profesor de Historia y coordinador cultural del centenario de la revolución.
La policía asignada a la zona era conocida como “policía colonial”. Lo que supervisaron fue un efecto un proceso de colonización. Se llevó al territorio guna “civilización” en la forma de escuelas y religión. La Ley 19 de 1906 ya establecía que “las escuelas serán dirigidas por misioneros apostólicos y podrán ser mixtas o alternadas”.
“Empezaron a inculcar a nuestros niños que esto era sucio, que era del diablo. Que lo que estaban aprendiendo era lo mejor, era la civilización, era con lo que iban a prosperar”, cuenta el sagladammud Navas. “La escuela, la religión y los policías empezaron a maltratar, a quitar violentamente la vestimenta, la argolla, los winis (pulsera tradicional). Todo empezaron a quitar y ponen la vestimenta de los wagas, del occidentalizado. Por oponernos, nos encarcelaban, nos torturaban. Empieza entonces la lucha interna, los gunas oponiéndose a la amenaza de los policías y los maestros”.
La mujer guna viste su cultura. La mola en su vestido, las pulseras en los brazos, en los pies, la argolla de oro en la nariz. Son símbolos y tradición. Precisamente lo que la “civilización” buscaba erradicar.
Imaginen que hoy en día un policía entrara a la casa de una señora cristiana en Panamá, le arrancara el crucifijo del pecho y el rosario de las manos, le cambiara la ropa y la llevara a la fuerza a una discoteca a bailar con policías borrachos.
Los gunas no tienen que imaginarlo. La policía entraba en sus casas, les arrancaban los winis de sus brazos y las argollas de sus narices a las mujeres, desgarraban sus molas, les cambiaban la ropa y remataban la humillación forzándolas a bailar en público.
Violencia contra la mujer, saqueo de tumbas, robo de cultivos, apropiamiento de tierras. El territorio guna era una intendencia con nombre de santo católico gobernada por un waga. Fueron décadas de enfrentamientos y conflictos. Violencia hubo por ambas partes, pero las armas las tenía la policía.
Líderes como Olonigibinya, Nele Kantule y Silman Colman dirigían a sus comunidades y planeaban la mejor forma de oponerse. Una confrontación directa sería fatal, cualquier victoria temporal sería en vano si Panamá enviaba más tropas, o peor, traía el apoyo del ejército de Estados Unidos.
Diplomacia y revolución Es en esta coyuntura que entra el estadounidense Robert Oglesby Marsh. Formaba parte del Instituto Smithsonian, y estaba fascinado con estudiar a los albinos comúnmente encontrados en la población guna. Fue amigo de Belisario Porras y de empresarios y políticos influyentes en Estados Unidos. Viajó a Darién contratado por Henry Ford y Harvey Firestone con la misión de encontrar un área explotable con la que Estados Unidos pudiera competir en la industria del caucho con Reino Unido y sus fábricas en Brasil.
Marsh jugaría un rol crucial en la Revolución Tule, que documentó en su libro “Los indios blancos del Darién”. “El pueblo Tule es una nación genuina, aunque pequeña. Son homogéneos en sangre y en cultura. Ellos han mantenido su suelo inviolado por muchos siglos. Ahora están siendo oprimidos y acorralados por un manojo de panameños negroides cuyo poder principal viene del hecho que aseguran que Estados Unidos los apoya”, escribió Marsh.
Marsh no fue el artífice de la Revolución, fue el enlace que utilizaron los gunas para obtener el apoyo de la nación más poderosa del mundo. Muchos libros de historia lo señalan como un incitador, o la mente maestra que manipuló a los gunas. Pero el pueblo guna, y el testimonio del propio Marsh desmienten esta afirmación.
“Los sentimientos, los golpes, violaciones... ese gringo no sintió en carne propia lo que sintió nuestra gente, nuestros padres, nuestras hermanas, nuestros abuelos. No se puede concebir que un gringo sin haber sentido esos golpes, esos males, esos tratamientos, venga a decir ‘usted tiene que luchar porque es así’. Es una mentira grande para nosotros”, sentenció el sagladummad Navas.
“Les dije que esta era su lucha, no la mía. Si querían pelear por su libertad, yo había hecho un juramento para ayudarlos todo lo que pudiera. Si no querían pelear, y estaban conformes con permanecer bajo el gobierno panameño, solo tenían que decírmelo y me iría. Me dijeron que estaban preparados para pelear por su libertad. Ellos preferían morir antes que rendirse a los negros panameños”, escribió Marsh en “Los Indios Blancos del Darién”.
Los gunas vieron una oportunidad. Formaron una delegación para viajar a Norteamérica junto a Marsh en 1924. El pretexto del viaje sería una expedición científica.
Marsh viajó con tres jóvenes gunas de piel blanca, Margarita de 16 años, Olonipigina un muchacho de 14 y Chepu, un niño de 10 años. Juntos, estuvieron en Canadá y Estados Unidos, participando de reuniones con científicos que documentaron su idioma, almuerzos sociales y tardes de té. El momento clave vendría en Washington, durante una reunión en el club Cosmos en la que participaron representantes del Departamento de Estado, Interior, Comercio, Agricultura y Defensa de Estados Unidos.
Marsh declaró, con el apoyo de científicos del Smithsonian, que el pueblo guna debía luchar para recibir justicia. Al culminar la reunión, Marsh estaba convencido que contaba con el apoyo de Estados Unidos en caso de que estallar un conflicto armado entre los gunas y el gobierno panameño.
En Panamá, el movimiento estuvo organizado por líderes gunas de distintas comunidades, entre ellos Olonibiginya, Nele Kantule y Simral Colman. Colman, era un saila de avanzada edad, respetado por el pueblo guna. Había viajado por Europa y Estados Unidos, hablaba perfectamente inglés y español. Era cacique de Ailigandí, desde dónde se trazaron muchos de los planes estratégicos para la revolución.
Convencidos que habían logrado un acercamiento importante con los Estados Unidos, y luego de conversaciones continuas con Marsh, se escogió la fecha del ataque: lunes de carnaval, el momento en que los policías iban a estar borrachos.
La lucha sería llevada a cabo por urrigans, guerreros bravos del pueblo guna. Moviéndose de noche en canoas, se trasladaron de isla en isla, matando a los policías coloniales que se encontraban en cada comunidad.
El enemigo se identificaba con una frase clave. Al encontrarse a alguien le preguntaban en dulegaya “¿be dulemarbi?” (¿eres guna?). Si respondían “an dulembarbi” (soy guna) eran aliados, si no respondían o respondían en español, la orden era matar.
El presidente de Panamá, Rodolfo Chiari, empezó la movilización de policías armados al sitio. Pero fue en este punto que los esfuerzos diplomáticos de los gunas con Estados Unidos rindieron fruto, con Marsh de intermediario, el país norteamericano hizo un llamado al gobierno panameño al diálogo y a no tomar represalias violentas.
El 4 de marzo de 1925, en la misma isla de Gardí Sugdub, se firmó un acuerdo de paz entre los panameños y 25 representantes gunas.
“Se acordó la devolución total de armamentos de parte de los gunas, y de parte del gobierno panameño respetar las costumbres, la dignidad del pueblo guna”, relata el profesor Martínez. “No se obligaría la instalación de escuelas, ni religiones. Todo tendría que se con la autorización del pueblo guna. Vamos a tener paz y libertad”. Este acuerdo sentó las bases para la creación de la comarca de San Blas que finalmente se oficializó el 16 de septiembre de 1938 y adquirió su nombre actual en 1998: Gunayala.
Identidad En 2025, Gunayala mantiene viva su historia a través de su pueblo. Las banderas de la revolución y de la comarca ondean orgullosas bajo el sol del caribe, el humo del cacao medicinal traza caminos de aire entre las casas, el olor del dule masi (un plato a base de coco, plátano, ñuca, ñame y pescado) invita al olfato a almorzar, los niños corren sonriendo, los visitantes se preparan para el festejo con chicha, un licor fermentado tradicional.
“Cómo celebramos el 3 de noviembre, nosotros estamos celebrando hoy nuestros 100 años de la revolución, que es la lucha de nuestros abuelos, la lucha por todas estas tierras, que hoy podemos decir que somos libres en nuestra tierra”, concluye Flor Pérez, maestra de grado, oriunda de Gunayala, vistiendo su atuendo tradicional. “A las nuevas generaciones, no olviden que nuestros abuelos lucharon por esto, por nuestros vestidos, por nuestra cultura. Espero que esto no termine y que no muera nunca, porque si no, somos personas sin identidad”.
La bandera panameña es pisoteada en el suelo de tierra. Hombres vestidos con camisa roja gritan eufóricos alrededor. Frente a la escuela local, yacen los cuerpos sucios de la policía colonial. Niños con rifles de madera gritan “¡Epepé! ¡Que viva Gunayala!” por las calles.
Decenas de voces les hacen eco en la comunidad de Gardí Sugdub, ubicada en una de las 360 islas que componen la comarca indígena de Gunayala.
“¡Que viva la revolución Tule! ¡Que viva Olonibiginya! ¡Que viva la revolución!”.
Es la última semana de febrero. El sol de verano se imprime contra la piel tostada de hombres, mujeres y niños. La brisa trae olor a mar con dejo de diésel de las lanchas estacionadas en pequeños muelles de madera.
Gardí Sugdub, una isla evacuada en 2023 por el cambio climático, vuelve a la vida. Cientos de personas son espectadores y actores en una de las obras de teatro comunitario más ambiciosas y espectaculares del mundo. Se cumplen 100 años de la Revolución.
La puesta en escena es sin igual. Dura semanas y es interpretada en numerosas comunidades del Archipiélago de Las Perlas. Recrea una historia de conflicto entre dos pueblos. Violaciones, saqueos, diplomacia, engaños y hasta batallas navales cobran vida.
Niños gunas corretean alrededor de las escenas de acción y miran curiosos a los actores cubiertos de sangre falsa. Una familia de japoneses vestidos en spandex de buceo se abraza entre fascinada y asustada, una mujer blanca de rasgos europeos se toma una Coca-Cola mientras se protege del sol con lentes Ray-Ban. Un abuelo guna, piel tostada, camisa roja, sombrero con bandera revolucionaria, pasa su brazo sobre los hombros de su nieto y se dirige a un pequeño grupo de jóvenes.
“Esta es su historia. Mi nieto será líder, un sagladammud en el futuro”, me contaría sonriendo más tarde.
Los actores hablan dulegaya, la lengua del pueblo guna. El espectáculo no es para los turistas o visitantes, es para preservar su historia. Inmortalizan con tradición oral, teatro, canciones, la Revolución Tule de 1925, cuando redactaron una Declaración de Independencia, tomaron las armas y ocuparon los cuarteles de la policía. El resultado fueron 22 policías coloniales y 1 urrigan (guerrero guna) muertos, y un acuerdo de paz firmado sobre un acorazado estadounidense en el que el gobierno panameño se comprometió a respetar la libertad y autonomía del pueblo guna.
El clímax es la destrucción de la bandera panameña en la escena de la victoria final.
Un patriota panameño waga (no guna) podría ofenderse ante la imagen de la tricolor desgarrada y arrastrada por el polvo. Por humillar la bandera, Panamá rompió relaciones con Estados Unidos en 1964, y se derramó la sangre de los mártires del 9 de enero. Ese patriota panameño sentiría entonces una fracción de la humillación e impotencia a la que fue sometido el pueblo guna desde antes que Panamá fuera república.
Es una historia de robo, violación, choque de culturas, diplomacia internacional y policías borrachos en Carnaval. Homero y Shakespeare podrían tomar notas.
“La revolución de los gunas nace ligada íntimamente a sus valores culturales. No es un remiendo histórico en el proceso de desarrollo integral del pueblo guna. Es un hecho que emerge natural de su mismo sistema de defensa cultural e histórica. La historia panameña no la ha podido comprender. La única forma de entender, con cierta justicia, esta rebelión, es el camino de sus valores, de su sistema de defensa original”, escribiría el poeta Aiban Wagua, en la introducción de “Así fue, Así me lo contaron”, una recopilación de la historia contada por las voces del pueblo guna.
Gunayala es una comarca indígena famosa como sitio turístico paradisíaco y cuna de la mola, un tejido tradicional cuyo diseño es apreciado internacionalmente (incluso Nike intentó plagiarlo en unas zapatillas pero tuvo que desistir ante presiones legales).
“Cuando surge la independencia, surge la Constitución de Panamá. En uno de sus artículos hablaba de civilización a los pueblos indígenas, evangelizar a los pueblos indígenas. A raíz de eso llega la Iglesia Católica, patrocinada por el gobierno de turno, que empieza a implementar estos objetivos del gobierno”, cuenta el cacique Rengifo Navas. .
La Constitución y las leyes no fueron hechas para el beneficio de los pueblos originarios. La discriminación era institucional. “El Poder Ejecutivo procurará, por todos los medios pacíficos posibles, la reducción a la vida civilizada de las tribus bárbaras, semibárbaras y salvajes que existan en el país”, reza el Artículo 1, de la Ley 56 del 2 de diciembre de 1912.Los gunas, y todos los grupos indígenas del istmo, eran tratados por el gobierno nacional como seres incivilizados, retrógrados, no merecedores de los mismos derechos.
La ley 56 autorizaba concesiones de tierras a “colonos”, disponiendo el apoyo de la fuerza pública para garantizar “el orden y la soberanía nacional”. Específicamente establecía que se auxiliara “tanto a los colonos como a las familias indígenas que se reduzcan a la vida civilizada, con herramientas, animales, semillas y demás objetos indispensables para su establecimiento”.
Panamá en 1912 se encontraba en las últimas etapas de la construcción del Canal de Panamá. Miles de trabajadores, muchos de ellos traídos de las Antillas, se habían quedado o estaban por quedarse sin trabajo. Esto ocasionó una migración en busca de tierras y fortuna. El territorio guna siempre ha sido rico en recursos. Era considerado un botín atractivo para los caucheros, así como bandidos que robaban plátanos, cocos, y tiraban redes para cazar tortugas carey. Los muertos también eran víctimas del saqueo, las familias guna enterraban los cuerpos con pendientes, sortijas y pecheras de oro.
“Obligaban a los gunas a pagar impuestos al intendente, impuestos a los policías coloniales, prohibían la pesca de tortuga y luego entraban los misioneros, y entraba la escuela, las maestras”, detalla Atilio Martínez, profesor de Historia y coordinador cultural del centenario de la revolución.
La policía asignada a la zona era conocida como “policía colonial”. Lo que supervisaron fue un efecto un proceso de colonización. Se llevó al territorio guna “civilización” en la forma de escuelas y religión. La Ley 19 de 1906 ya establecía que “las escuelas serán dirigidas por misioneros apostólicos y podrán ser mixtas o alternadas”.
“Empezaron a inculcar a nuestros niños que esto era sucio, que era del diablo. Que lo que estaban aprendiendo era lo mejor, era la civilización, era con lo que iban a prosperar”, cuenta el sagladammud Navas. “La escuela, la religión y los policías empezaron a maltratar, a quitar violentamente la vestimenta, la argolla, los winis (pulsera tradicional). Todo empezaron a quitar y ponen la vestimenta de los wagas, del occidentalizado. Por oponernos, nos encarcelaban, nos torturaban. Empieza entonces la lucha interna, los gunas oponiéndose a la amenaza de los policías y los maestros”.
La mujer guna viste su cultura. La mola en su vestido, las pulseras en los brazos, en los pies, la argolla de oro en la nariz. Son símbolos y tradición. Precisamente lo que la “civilización” buscaba erradicar.
Imaginen que hoy en día un policía entrara a la casa de una señora cristiana en Panamá, le arrancara el crucifijo del pecho y el rosario de las manos, le cambiara la ropa y la llevara a la fuerza a una discoteca a bailar con policías borrachos.
Los gunas no tienen que imaginarlo. La policía entraba en sus casas, les arrancaban los winis de sus brazos y las argollas de sus narices a las mujeres, desgarraban sus molas, les cambiaban la ropa y remataban la humillación forzándolas a bailar en público.
Violencia contra la mujer, saqueo de tumbas, robo de cultivos, apropiamiento de tierras. El territorio guna era una intendencia con nombre de santo católico gobernada por un waga. Fueron décadas de enfrentamientos y conflictos. Violencia hubo por ambas partes, pero las armas las tenía la policía.
Líderes como Olonigibinya, Nele Kantule y Silman Colman dirigían a sus comunidades y planeaban la mejor forma de oponerse. Una confrontación directa sería fatal, cualquier victoria temporal sería en vano si Panamá enviaba más tropas, o peor, traía el apoyo del ejército de Estados Unidos.
Es en esta coyuntura que entra el estadounidense Robert Oglesby Marsh. Formaba parte del Instituto Smithsonian, y estaba fascinado con estudiar a los albinos comúnmente encontrados en la población guna. Fue amigo de Belisario Porras y de empresarios y políticos influyentes en Estados Unidos. Viajó a Darién contratado por Henry Ford y Harvey Firestone con la misión de encontrar un área explotable con la que Estados Unidos pudiera competir en la industria del caucho con Reino Unido y sus fábricas en Brasil.
Marsh jugaría un rol crucial en la Revolución Tule, que documentó en su libro “Los indios blancos del Darién”. “El pueblo Tule es una nación genuina, aunque pequeña. Son homogéneos en sangre y en cultura. Ellos han mantenido su suelo inviolado por muchos siglos. Ahora están siendo oprimidos y acorralados por un manojo de panameños negroides cuyo poder principal viene del hecho que aseguran que Estados Unidos los apoya”, escribió Marsh.
Marsh no fue el artífice de la Revolución, fue el enlace que utilizaron los gunas para obtener el apoyo de la nación más poderosa del mundo. Muchos libros de historia lo señalan como un incitador, o la mente maestra que manipuló a los gunas. Pero el pueblo guna, y el testimonio del propio Marsh desmienten esta afirmación.
“Los sentimientos, los golpes, violaciones... ese gringo no sintió en carne propia lo que sintió nuestra gente, nuestros padres, nuestras hermanas, nuestros abuelos. No se puede concebir que un gringo sin haber sentido esos golpes, esos males, esos tratamientos, venga a decir ‘usted tiene que luchar porque es así’. Es una mentira grande para nosotros”, sentenció el sagladummad Navas.
“Les dije que esta era su lucha, no la mía. Si querían pelear por su libertad, yo había hecho un juramento para ayudarlos todo lo que pudiera. Si no querían pelear, y estaban conformes con permanecer bajo el gobierno panameño, solo tenían que decírmelo y me iría. Me dijeron que estaban preparados para pelear por su libertad. Ellos preferían morir antes que rendirse a los negros panameños”, escribió Marsh en “Los Indios Blancos del Darién”.
Los gunas vieron una oportunidad. Formaron una delegación para viajar a Norteamérica junto a Marsh en 1924. El pretexto del viaje sería una expedición científica.
Marsh viajó con tres jóvenes gunas de piel blanca, Margarita de 16 años, Olonipigina un muchacho de 14 y Chepu, un niño de 10 años. Juntos, estuvieron en Canadá y Estados Unidos, participando de reuniones con científicos que documentaron su idioma, almuerzos sociales y tardes de té. El momento clave vendría en Washington, durante una reunión en el club Cosmos en la que participaron representantes del Departamento de Estado, Interior, Comercio, Agricultura y Defensa de Estados Unidos.
Marsh declaró, con el apoyo de científicos del Smithsonian, que el pueblo guna debía luchar para recibir justicia. Al culminar la reunión, Marsh estaba convencido que contaba con el apoyo de Estados Unidos en caso de que estallar un conflicto armado entre los gunas y el gobierno panameño.
En Panamá, el movimiento estuvo organizado por líderes gunas de distintas comunidades, entre ellos Olonibiginya, Nele Kantule y Simral Colman. Colman, era un saila de avanzada edad, respetado por el pueblo guna. Había viajado por Europa y Estados Unidos, hablaba perfectamente inglés y español. Era cacique de Ailigandí, desde dónde se trazaron muchos de los planes estratégicos para la revolución.
Convencidos que habían logrado un acercamiento importante con los Estados Unidos, y luego de conversaciones continuas con Marsh, se escogió la fecha del ataque: lunes de carnaval, el momento en que los policías iban a estar borrachos.
La lucha sería llevada a cabo por urrigans, guerreros bravos del pueblo guna. Moviéndose de noche en canoas, se trasladaron de isla en isla, matando a los policías coloniales que se encontraban en cada comunidad.
El enemigo se identificaba con una frase clave. Al encontrarse a alguien le preguntaban en dulegaya “¿be dulemarbi?” (¿eres guna?). Si respondían “an dulembarbi” (soy guna) eran aliados, si no respondían o respondían en español, la orden era matar.
El presidente de Panamá, Rodolfo Chiari, empezó la movilización de policías armados al sitio. Pero fue en este punto que los esfuerzos diplomáticos de los gunas con Estados Unidos rindieron fruto, con Marsh de intermediario, el país norteamericano hizo un llamado al gobierno panameño al diálogo y a no tomar represalias violentas.
El 4 de marzo de 1925, en la misma isla de Gardí Sugdub, se firmó un acuerdo de paz entre los panameños y 25 representantes gunas.
“Se acordó la devolución total de armamentos de parte de los gunas, y de parte del gobierno panameño respetar las costumbres, la dignidad del pueblo guna”, relata el profesor Martínez. “No se obligaría la instalación de escuelas, ni religiones. Todo tendría que se con la autorización del pueblo guna. Vamos a tener paz y libertad”. Este acuerdo sentó las bases para la creación de la comarca de San Blas que finalmente se oficializó el 16 de septiembre de 1938 y adquirió su nombre actual en 1998: Gunayala.
En 2025, Gunayala mantiene viva su historia a través de su pueblo. Las banderas de la revolución y de la comarca ondean orgullosas bajo el sol del caribe, el humo del cacao medicinal traza caminos de aire entre las casas, el olor del dule masi (un plato a base de coco, plátano, ñuca, ñame y pescado) invita al olfato a almorzar, los niños corren sonriendo, los visitantes se preparan para el festejo con chicha, un licor fermentado tradicional.
“Cómo celebramos el 3 de noviembre, nosotros estamos celebrando hoy nuestros 100 años de la revolución, que es la lucha de nuestros abuelos, la lucha por todas estas tierras, que hoy podemos decir que somos libres en nuestra tierra”, concluye Flor Pérez, maestra de grado, oriunda de Gunayala, vistiendo su atuendo tradicional. “A las nuevas generaciones, no olviden que nuestros abuelos lucharon por esto, por nuestros vestidos, por nuestra cultura. Espero que esto no termine y que no muera nunca, porque si no, somos personas sin identidad”.