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Un viaje en el tiempo

Actualizado
  • 08/06/2024 00:00
Creado
  • 07/06/2024 08:27

Anduve caminando por el centro hace poco. Me encontré con los elementos tácitos de nuestro ordenamiento urbano, o más bien, nuestro caos citadino. No digo esto como una crítica. Me llamó la atención todo el colorido espectáculo que pude observar, muchas veces opacado, o hasta ignorado detrás del cristal de un vehículo en movimiento.

Sonidos, imágenes y olores de todo tipo me recuerdan que la sociedad moderna es consumista, y en una manera proporcional a lo que consume, genera desechos. Nos encanta tener. Pero, no es un tener permanente lo que buscamos. Mediatizados hasta el tuétano, hemos normalizado que nos adoctrinen con propagandas, que salen hasta del inodoro, recordándonos que necesitamos tener tal, o cual banalidad, sin la cual no estaremos a la altura del resto de nuestra insustancial comunidad virtual.

Las cosas no duran. Absolutamente todo ha bajado de calidad, en aras de seguir girando la rueda de una productividad tan improductiva como absurda. Piezas de vehículos que antes se podían reparar con un “punto de soldadura”, ahora son plásticas, promoviendo que se rompan con mayor facilidad y haciendo la compra de una pieza nueva algo obligatorio.

Habiendo normalizado la falta de calidad de los productos que utilizamos, y que nos venden tras el falso “OK” del inspector número X, las buenas personas del país siguen esforzándose por salir adelante, a pesar de todo.

Viendo lo material, generamos muchos desperdicios como resultado de nuestro ímpetu de poseer. El producto número uno de tener cosas inservibles, son los desechos. Nos gusta adquirir artículos que nos entregan envueltos en diecisiete paquetes diferentes, con los que las grandes empresas apelan al placer que obtenemos de escuchar ese romper de bolsas para mantenernos motivados a seguir queriendo más.

De la misma manera, se nos ofrecen productos menos tangibles, pero no menos reales. A través del continuo repetir, nos convencen de que tal, o cual persona o manera de pensar son correctas y adecuadas, sin la menor prueba que la repetición. Radio, televisión y redes sociales alaban a determinados personajes, o razonamientos específicos siendo muy efectivos, a la hora de generar credibilidad en un público apático a la investigación, y en sus peores instancias, al ejercicio de pensar.

Así, ha resultado fácil crear ídolos y corrientes de pensamiento tan falsas como un billete de tres dólares, pero que muchos dan por reales. Antes, para ser cantante tenías que poder cantar. Para ser escritor, tenías que poder escribir. Para ser líder, tenías que poder guiar. Nada de eso aplica al distorsionado hoy, cuando supuestos analistas y opinólogos promulgan tener la capacidad de predecir el futuro, disputando audiencias ávidas de creer cualquier cosa.

Así, como para poder paladear la realidad cotidiana debemos salir a la calle, de la misma manera para poder saber qué es verdad tenemos que investigar y analizar los hechos. Si apenas el cristal de un vehículo es suficiente para apartarnos de todo aquello que sucede en nuestro entorno, tanto más una pantalla de un aparato inteligente nos puede apartar de los hechos. Los hechos. Suena a ficción. Hoy nadie corrobora nada antes de tomarlo por cierto. Los hechos han sido relegados a eventos opcionales, según cómo beneficien o perjudiquen aquello que nos inyectan en los ojos, directo al cerebro, como actualidad.

En una sociedad con cada vez menor comprensión del idioma, los tiempos desaparecen. No hay futuro, ni hubo pasado. Solo existe el “ya”. Y actuamos en consecuencia a esa carencia, a la incomprensión de la magnitud absoluta que es el tiempo.

Como resultado, entendemos que el presente es todo lo que hay. Eso explica porqué tantas personas actúan como lo hacen, pues al no entender que hay un futuro, ignoran la Tercera Ley de Newton: “Para cada acción, hay una reacción de fuerza igual y opuesta”. Alejándonos de la física, eso quiere decir que por cada decisión que tomemos, habrá consecuencias.

El presente es la imagen instantánea del tiempo. Recién acabo de escribir eso, pero ya es pasado, y el pensamiento que le siguió, si bien fue el futuro de esta frase por una fracción de segundo, ya no lo es. Quedó plasmado y ahora es pasado. Pasado, presente y futuro. Por más que le digan otra cosa, amigo lector, no se deje engañar. Es así y no se puede cambiar ese orden.

Pensemos en nuestro país como un vehículo. Tiene un parabrisas, y retrovisores. Tiene también una cabina, en donde podemos estar, y desde la cual tomamos el control del vehículo. Lo que vemos por el parabrisas es el futuro. Lo que vemos por los retrovisores, es el pasado. Si bien la mayoría de la información que obtendríamos en este ejemplo sería visual, lo único que podemos palpar es lo que hay dentro de la cabina. Todo lo demás es apenas información óptica, que puede ser alterada por el vidrio a través del cual miramos. Lo real es lo que hay. Lo que fue y lo que será dependen de las decisiones que hayamos tomado, y que tomaremos dentro de la cabina. Un viaje en el tiempo.

El autor es ingeniero