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Recuerdos del México de Juan Rulfo

Actualizado
  • 31/05/2024 00:00
Creado
  • 30/05/2024 12:29

Rulfo era un gran fotógrafo de tomas en blanco y negro, algunas de las cuales publicó como libro. Y póstumamente, en 1980, apareció una recopilación de varios de sus guiones cinematográficos, en un libro que se llamó ‘El gallo de oro’

No es la primera vez que escribo acerca de mi relación con el gran escritor mexicano Juan Rulfo (1917-1986). He dado conferencias y escrito ensayos al respecto en otras ocasiones. La conferencia más extensa la ofrecí cuando se celebró en Panamá el “Festival Ñ”, en diciembre de 2014, organizada por la embajada de España.

A Rulfo lo conocí en el “Centro Mexicano de Escritores” la primera semana de enero de 1971, con motivo de haberme ganado, en competencia con jóvenes escritores de toda Centroamérica, la llamada “Beca Centroamericana de Literatura” como cuentista ese único año que la convocaron. El compromiso era asistir a un taller semanal multigénero durante once meses, bajo la mirada crítica de dos grandes escritores mexicanos: Juan Rulfo y Salvador Elizondo. Aunque muy respetuoso cada quien de la labor del otro, no podían ser más distintos: introvertido Rulfo; exuberante Elizondo.

En noviembre de 1971 ya había creado 40 cuentos, a los que llamé “Duplicaciones”, que dos años más tarde habría de publicarme como libro una de las editoriales más prestigiosas del México de esa época: Joaquín Mortiz. Lleva cinco ediciones y sigue siendo mi obra más reconocida internacionalmente.

A Rulfo, lento en el hablar, siempre sencillo, pero increíblemente agudo, le preocupaba sobre todo el estilo, la forma en que se maneja el lenguaje para lograr ciertos efectos. Nos señalaba repeticiones de palabras y de ideas ya expresadas; cacofonías, puntuación mal usada; nos decía que debíamos evitar el abuso de adverbios, sobre todo los terminados en “mente”. Nos hacía ver que un personaje no debe pensar de un modo y comportarse de otro. Además, insistía en que un buen cuento debe ser leído de una sola sentada, preferiblemente sin poder anticipar el desenlace.

Después supe que Rulfo había sido tallerista muchos años antes en ese mismo Centro (hoy inexistente), y que ahí escribió casi todos los cuentos de El llano en llamas (1953), así como parte de su novela Pedro Páramo (1955), bajo el ojo crítico de Juan José Arreola, otro ícono mexicano.

Rulfo era un hombre de una gran timidez e inseguridad. No podía estar mucho tiempo en un evento público en donde se le honrara; en la sala principal del Palacio de las Bellas Artes me tocó presenciar cómo se iba enconchando, retirándose hacia la parte más oscura del escenario a medida que se le elogiaba durante un homenaje.

Era un gran fotógrafo de tomas en blanco y negro, algunas de las cuales publicó como libro. Y póstumamente, en 1980, apareció una recopilación de varios de sus guiones cinematográficos, en un libro que se llamó El gallo de oro. Por muchísimos años laboró en el Instituto Nacional Indigenista de su país, en donde se dice que era la persona mejor informada.

Con el tiempo me fui quedando en México hasta 1983, cuando regresé a Panamá, casado con mexicana y con tres hijas... ¿Por qué me quedé tanto tiempo? Porque encontré como escritor incipiente todos los incentivos del mundo. Nunca me sentí extranjero. Me las ingeniaba para publicar en los suplementos culturales dominicales de cuatro periódicos mexicanos al mismo tiempo, que modestamente pagaban las colaboraciones culturales. Sin duda eran otros tiempos.

De esas pequeñas entradas habría de vivir poco más de tres años, hasta que en 1975 se abrió la estatal Universidad Autónoma Metropolitana. Ahí laboré como profesor titular y fue donde habría de conocer a la poeta panameña Diana Morán (en el exilio del primer régimen militar de Torrijos). Además, ahí habría de conocer como alumno, en su último semestre, al hoy admirado escritor mexicano Juan Villoro.

Un día me encontré a Rulfo en plena Avenida Insurgentes. Me dijo: “¡Panameño, he visto que sigues muy activo, publicando en los suplementos dominicales y dirigiendo talleres con jóvenes mexicanos...! ¡También veo que te inicias como editor! ¡Te felicito! Pero todo eso es pan comido. ¿Por qué no lo aplicas mejor en tu pequeña Panamá, tan necesitada de un mayor activismo literario?” Nunca supe si era una crítica o un buen consejo. Opté por lo segundo. Regresé a Panamá en 1983 y aquí fui aplicando todo lo aprendido en México. Desde entonces, los que me conocen saben que no he parado.

El autor es escritor, promotor cultural