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Programas electorales: oro por espejitos

Actualizado
  • 09/02/2024 00:00
Creado
  • 08/02/2024 14:49

Los mismos programas se convierten en documentos mayormente inútiles, pues después de ser usados como señuelo y para decir que se tiene un plan para gobernar el país, son abandonados en favor del verdadero plan del candidato (su agenda oculta, inconfesable)

Los programas electorales son, según la definición de la cientista social Luz Dary Ramírez Franco: “... documentos de campaña política que los partidos políticos presentan a sus potenciales votantes como una vía para satisfacer sus demandas. Las demandas de los votantes son peticiones que se relacionan con la maximización de su bienestar y el del conjunto de la sociedad en la cual se desenvuelven ...” (Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo, Caracas, Venezuela: Revista “Reforma y Democracia”, núm. 72, pp. 87-112, 2018,)

He participado en la confección de tres programas electorales, en tres contiendas diferentes. Lo que he visto suceder es que estos programas son hechos, mayormente por equipos de profesionales calificados y, en algunos casos, con mucha buena fe, y que luego son dejados fuera, ignorados a la hora de conformar equipos de gobierno, siendo sustituidos por políticos copartidarios cercanos, ineptos recomendados por donantes de campaña, parientes, socios comerciales y por toda una caterva de botellas.

Los mismos programas se convierten en documentos mayormente inútiles, pues después de ser usados como señuelo y para decir que se tiene un plan para gobernar el país, son abandonados en favor del verdadero plan del candidato (su agenda oculta, inconfesable), dirigido a acomodar espacios políticos e intereses y se gobierna improvisando o inventando negocios turbios, a costa de endeudar al país, más y más, sin norte alguno.

Ayer y hoy, fui testigo del inicio de campaña de varios candidatos. Escuché, otra vez, sus respectivas letanías de promesas, mayormente sin sustento ninguno. Todo un rally de ofrecimientos demagógicos o de simples buenas intenciones y más nada.

Esta vez, debemos leer muy bien estos programas electorales, pues son un indicador directo de la seriedad y de la honestidad del candidato. Lo decimos porque no basta con preparar y repartir un panfleto que terminará siendo letra muerta. Un programa electoral que valga la pena es reflejo de un candidato que vale la pena. Y para ello (a mi juicio), debe incluir elementos fundamentales tales como:

1) El análisis serio, realista y comprehensivo de los problemas fundamentales del país. Hay que ver qué es lo supuestamente importante para estos candidatos y cómo sus visiones se aproximan (o no) a las verdaderas urgencias del país, bien sentidas y conocidas por la población, que sufre estas falencias y ha sido víctima de tantos malos gobernantes.

2) El Programa debe decir detalladamente cómo el futuro presidente abordará esos problemas identificados como urgentes: qué pasos tomará para resolverlos, en cuánto tiempo prevé resolver estos problemas, cuánto costará cada cosa (sin tramposas adendas corruptas ni sobreprecios), cómo se financiarán estas acciones y, sobre todo, quiénes serán responsables directos de su ejecución y deberán rendir cuentas por ello.

3) Un presidente no es un simple apagafuegos coyuntural. Por eso, más allá de habladurías demagógicas, debe ubicar (sin mentiras) en dónde nos encontramos como país y para dónde quiere llevarnos, en forma realista y factible, a mediano plazo. Un presidente solo puede planificar a cinco años. Si su partido lo hace bien, quizás pudiera romper la costumbre y continuar con nuevos mandatos subsiguientes o sea, un rumbo a largo plazo. Hasta ahora, esto nunca ha sucedido porque nadie se lo ha merecido.

Finalmente, creo que dada nuestra experiencia tan frustrante en este tema, cada candidato debe ir a una notaría y dejar asentado por escrito, su compromiso, personal y público, respecto a cumplir con su programa electoral. Respecto a cumplir con su palabra empeñada y romper el ciclo de mentiras y engaños que hemos padecido los panameños todos, desde que recuperamos nuestra abusada y vilipendiada democracia formal.

El autor es bioquímico y profesor universitario