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‘PolitiqueArte’. La campana de Huesca

Actualizado
  • 22/03/2024 00:00
Creado
  • 21/03/2024 13:38

Estamos frente a la coronación de un nuevo monarca, uno que puede darle el poder a esa aristocracia alzada en contra del gobierno, cediendo control, tierras y dinero para satisfacer el hambre atroz de la avaricia

Murió el Batallador, tras años de campaña. Dejó la corona vacía y a Aragón lamentando su partida.

Ramiro, su hermano, dejó los hábitos y la sotana.

Salió del monasterio y se dispuso en el puesto.

Lloran los que dudaron, ante una imagen tan grotesca.

Porque Ramiro, ahora, repica la campana de Huesca”.

La leyenda de la campana de Huesca es, a partes iguales, emocionante y aterradora. Es un cuento de decisión e iluminación divina que dieron lugar a uno de los personajes de la historia más alucinantes de los que se tiene registro. Ramiro II, el Monje o el rey campana, como también se le conoce, no es ese personaje al que todos los hechos condenaban, él no iba con los ojos clavados en el piso, sufriendo las malas jugadas de su existencia. Ramiro era una persona con fuerza de voluntad y un nivel de decisión que se ha visto replicado en muy pocos monarcas o regentes.

Ramiro siempre fue alguien entregado a su fe y era de ese tipo de personas que son felices adaptando su vida a una rutina. Desde muy pequeño estuvo siempre rodeado de religión. Primero en Francia, luego en España. Tal era su devoción que, como ya lo comenté previamente, se le conoce como el Monje. Ramiro nació en Huesca, Aragón, en el año 1086. Hijo de Sancho I Ramírez y Felicia de Roucy, a Ramiro le tocó la vida eclesiástica, en la que encontró paz entre los hilos de incienso que se elevaban hacia la inmensidad y el frío del monasterio. Vivió entre aquellos muros primero como monje, luego como abad y por fin como obispo. Vivía tranquilo, entre rezos y plegarias, hasta que, por desgracia, murió su hermano, Alfonso I. Entonces le tocó salir al mundo y ser rey, algo que nunca había buscado, pero que la sangre y el linaje le exigían. Ramiro reinó durante 23 años, hasta que abdicó para volver a la vida eclesiástica.

Sin experiencia previa gobernando, Ramiro fue coronado en Zaragoza el 29 de septiembre de 1134. Los cambios de regente siempre han sido oportunidades de oro para los aristócratas y la nobleza. Son ocasiones en las que se puede aprovechar el desconcierto de un nuevo monarca para ganar terrenos, fueros o dineros. Vamos, que con un rey nuevo, y más con un rey inexperto como Ramiro, se puede aprovechar para desfalcar las arcas públicas, cobrar más impuestos y aumentar el poder de marqueses, condes y duques que sepan utilizar la situación. Pero Ramiro era diferente, no era el típico neófito que lleva a un reino directo a la decadencia y se queda de brazos cruzados para ver arder la insignia de su padre. Ramiro, envuelto en disputas y a punto de perder el trono, se retiró a ese sitio en el que encontraba siempre paz, el monasterio. Ahí dentro, rezó, reflexionó, expió sus pecados y habló con su abad durante días. Este le explicó que las malas hierbas han de ser arrancadas para que las raíces del Reino pudieran crecer. Ramiro entonces le dijo que haría la campana más grande de Huesca para que fuera escuchada en todo el territorio. Campana que le mostraría a la nobleza alzada, el poder de la corona aragonesa. Aquí es donde la historia se torna carmesí. Ramiro, decidido a demostrar su carácter, mandó a llamar a un grupo de nobles que habían desobedecido la tregua con el invasor musulmán y habían atacado una caravana mahometana, para mostrarles la campana que había construido. La nobleza asistió para reírse del monarca, y el Monje fue invitándolos, uno a uno, a una habitación para que vieran la campana. Dentro de la habitación, fue degollando a los nobles que lo habían desobedecido al grito de “escuchad, escuchad, cómo suenan las campanadas”. Este acto hizo que todos los enemigos de la corona huyeran despavoridos y la estabilidad social retornara a Aragón. Ramiro murió en 1157 recluido en un monasterio, esos lugares en los que siempre encontró respuestas y paz.

La leyenda de la campana de Huesca, por sangrienta y cruda, puede llegar a atemorizar, pero la verdad es que se pueden llegar a sacar ciertas conclusiones de este relato. Y más ahora que estamos al borde de un cambio de regente. Estamos frente a la coronación de un nuevo monarca, uno que puede darle el poder a esa aristocracia alzada en contra del gobierno, cediendo control, tierras y dinero para satisfacer el hambre atroz de la avaricia. ¿Pero por qué no rogar que el cielo nos mande un Ramiro? No uno que degüelle gente, eso está claro, sino uno que defienda los intereses de su reino. Uno que demuestre valentía y decisión ante las acometidas de los toros de Wall Street.

Porque vivimos en democracia o eso es lo que repetimos, y somos nosotros los únicos capaces de exigir a un Ramiro que le pare los pies a los intereses foráneos, que nos debilitan, que nos esclavizan y que buscan someternos al yugo de las élites. Somos nosotros los que tenemos que hacer repicar la campana de Huesca.

El autor es escritor