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PolitiqueArte. El soñador

Actualizado
  • 18/04/2024 23:00
Creado
  • 18/04/2024 10:21

Todos hemos visto el cambio pasar sobre nosotros como una ola, superando cualquier refugio en el que nos escondamos, su omnipotencia puede ante todo. Algunos lo odian, otros lo aceptan y otros lo adoran

El ayer se esfumó en el rocío del amanecer, el mañana sigue escondido en la bruma de la incertidumbre y el presente está sobre nosotros hasta que muera en una implosión de segundos. Todos son partes de una misma imagen, tiempo, vida, muerte y cambio. Ese es el hilo conductor de todas las eras del hombre, el cambio. Cambia el clima, cambia la opinión, cambian nuestras ideas y cambiamos nosotros. Nuestra vida, según Heráclito, era cambio perpetuo, un mar de paradojas y contradicciones manifestándose frente a nosotros. El cambio persiste en la imagen de lo que está vivo, te lleva hasta lo más alto solo para dejarte caer de cabeza ante la intensa llama de la realidad. Esa incertidumbre es a lo que le llamamos “vida”, ese estado entre lo que es, lo que fue y lo que será, esa transmutación elemental de las cosas que nos rodean y con las que interactuamos. Porque cada roce es un cambio, cada suspiro una modificación y cada pensamiento una variación.

Ese cambio puede doler, escocer con la quemadura de su imprevisibilidad y herir con la fría navaja de la inevitabilidad. Todos hemos visto el cambio pasar sobre nosotros como una ola, superando cualquier refugio en el que nos escondamos, su omnipotencia puede ante todo. Algunos lo odian, otros lo aceptan y otros lo adoran. ¿Entonces nos encontramos sumergidos en un océano de impotencia con un revólver apuntando a nuestras cabezas? Tal vez. Todos los imperios caen, todas las personas mueren, todas las ideas se olvidan. La piedra se erosiona, el oro se funde, el papel se pudre y la memoria siempre falla. Nos encontramos alzados sobre las calaveras de millones de historias que cambiaron, para bien o para mal, pero que nos han hecho estar donde estamos.

En este balanceo delicado, en este suave penduleo de la vida, nos hallamos reflexionando sobre lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. En 1835, David Caspar Friedrich se preguntaba acerca de esto mismo. La filosofía se manifestaba en los últimos años de su vida, se preguntaba qué sería lo que hallaría más allá, qué sería por lo que lo recordarán, cuándo lo olvidarán. Friedrich, como todo mortal, era consciente de su mortalidad, del cambio por el que pasaría su cuerpo. Pero no solo le quedaba aceptar este destino tan fatal. Por ello decidió pintar, dejar su vida y sus ideas plasmadas encima del lienzo, evitar el cambio, huir del olvido.

“El soñador” es una de las últimas pinturas que realizó antes de fallecer. Un hombre, tal vez el mismo personaje de “caminante sobre un mar de nubes”, se encuentra sentado en las ruinas de lo que parece una iglesia gótica, la naturaleza ha tumbado el techo. Los hierbajos y los matojos han invadido el espacio, los árboles se alzan sobre el horizonte y enmarcado por las ramas y la piedra e iluminado por los destellos del alba, o del crepúsculo, se encuentra nuestro protagonista reflexionando. En el centro de una obra que bien puede convertirse en una oda al cambio mismo. El pasado, representado por las ruinas; sujeta al presente, el hombre solitario, que conversa con el futuro, el más allá, representado por el horizonte, el Sol y los árboles.

David Caspar Friedrich falleció cinco años después de terminar esta obra, su cuerpo y su presencia se esfumó de este terreno, su cascarón mortal cambió y se transformó, viviendo para siempre en los recuerdos de las obras enmarcadas. Pero sus ideas, aquellas perlas que se dejan regadas allá por donde pasemos, permanecieron imperturbables sobre los trazos de óleo y tinta.

Pero el choque con la realidad es obvio, no se puede negar que las ideas de Heráclito dejan algunos cabos sueltos. Tal vez el cambio no sea tan severo, tan obvio. Tal vez nos hemos acostumbrado a señalar la imperturbabilidad de “lo que es” con la palabra “cambio”. Tal vez nos hemos equivocado, tal vez. Porque no todo cambia, no todo es alterado por elementos perpetuos, como el tiempo, un ejemplo son las mismas ideas de las que hablamos. El miedo a la mortalidad, el terror de la muerte, la fobia al mismo cambio son elementos imperecederos e invariables, que parecen nacer de algún sitio del universo neuronal que tenemos en la cabeza. Quizás lo hemos visto todo al revés, quizás.

El autor es escritor