PolitiqueArte. ‘El borracho’
- 29/08/2024 23:00
- 29/08/2024 13:38
El alcohol, desde su aparición hasta nuestros días, se ha mostrado como juez, verdugo y jurado de los estómagos y las cabezas de millones de esclavos. Su encanto, la disociación momentánea de una realidad cruel y fría, se muestra demasiado barato, demasiado apetecible como para negarle un trago Euforia embotellada en candelabros de cristal, aluminio y plástico. Alegría bajo demanda servida a las masas. Adicciones y resentimientos, resacas y malos recuerdos. El alcohol, desde su aparición hasta nuestros días, se ha mostrado como juez, verdugo y jurado de los estómagos y las cabezas de millones de esclavos. Su encanto, la disociación momentánea de una realidad cruel y fría, se muestra demasiado barato, demasiado apetecible como para negarle un trago. Ese calor, esa brecha de magma que recorre el gaznate, quema el dolor desde dentro. Lo borra y lo asimila, lo magnifica y lo minimiza a partes iguales. Su control nace del adormecimiento de los sentidos, de la nostalgia, de la melancolía, de la felicidad, de la vida. El vino, aun siendo amargo, cual bilis, es más dulce que la pena. Usamos el alcohol como medicina, como remedio para una herida putrefacta e invisible. Porque nos duele, nos oxida el permanecer viviendo, las cadenas son muy pesadas y el camino muy largo. El alcohol nos levanta y nos tumba, nos limpia y nos ensucia. Nos consuela sin miramientos y nos juzga susurrándonos al oído.
Creo que es la mejor biografía que se le puede dar: “como buen romántico, Alenza murió de tuberculosis”. Leonardo Alenza, madrileño de nacimiento y muerte, fue el arquetipo del pintor romántico español. Así como muchos de sus contemporáneos, vivió los rápidos cambios de una capital que crecía, de una ciudad que se mantenía igual, las mismas calles, las mismas casas, la misma gente, pero, a la vez, una ciudad que no paraba de cambiar, de evolucionar, de crecer y de matar.
En una composición sencilla y sobria, no como el protagonista; usando pinceladas rápidas y desdibujadas, Alenza evoca a aquello por lo que la mayoría hemos pasado, el exceso de euforia, la borrachera de alegría. Esos momentos en los que nos cuesta decirle que no al siguiente trago, solo para descubrir que el anterior debió haber sido el último. El borracho, una obra con tintes goyescos, nos marca el tiempo de las pinturas de Alenza. La sátira, o la realidad cruda, se unen para mostrar al público una imagen tan típica como el propio cielo, un borracho.
El borracho encuentra cierta mística, cierto halo divino, en el balbuceo de un hombre tan ordinario como cualquiera de nosotros. Con los pantalones desabrochados, la capa a medio poner, la falta de un zapato y el sombrero en la mano, El borracho demuestra que cualquiera, con un buen enfoque, puede ser obras de arte. Hasta en las mañanas en las que la goma nos llama al suicidio.
Lo cierto es que Alenza nos deja un recordatorio de mesura en su cuadro, un aviso de moderación ante la amenaza de convertirnos en la imagen viva del cuadro. Transportarnos al paraíso onírico del vino y amanecer en la pesadilla enfermiza de la resaca. El borracho es maravillarse con la vida común; es encontrar en lo baladí cerros de emociones encarnadas. Es plasmar en el infinito una imagen tan patética como emocionante; es redescubrir la vida todos los días.
El autor es escritor
Euforia embotellada en candelabros de cristal, aluminio y plástico. Alegría bajo demanda servida a las masas. Adicciones y resentimientos, resacas y malos recuerdos. El alcohol, desde su aparición hasta nuestros días, se ha mostrado como juez, verdugo y jurado de los estómagos y las cabezas de millones de esclavos. Su encanto, la disociación momentánea de una realidad cruel y fría, se muestra demasiado barato, demasiado apetecible como para negarle un trago. Ese calor, esa brecha de magma que recorre el gaznate, quema el dolor desde dentro. Lo borra y lo asimila, lo magnifica y lo minimiza a partes iguales. Su control nace del adormecimiento de los sentidos, de la nostalgia, de la melancolía, de la felicidad, de la vida. El vino, aun siendo amargo, cual bilis, es más dulce que la pena. Usamos el alcohol como medicina, como remedio para una herida putrefacta e invisible. Porque nos duele, nos oxida el permanecer viviendo, las cadenas son muy pesadas y el camino muy largo. El alcohol nos levanta y nos tumba, nos limpia y nos ensucia. Nos consuela sin miramientos y nos juzga susurrándonos al oído.
Creo que es la mejor biografía que se le puede dar: “como buen romántico, Alenza murió de tuberculosis”. Leonardo Alenza, madrileño de nacimiento y muerte, fue el arquetipo del pintor romántico español. Así como muchos de sus contemporáneos, vivió los rápidos cambios de una capital que crecía, de una ciudad que se mantenía igual, las mismas calles, las mismas casas, la misma gente, pero, a la vez, una ciudad que no paraba de cambiar, de evolucionar, de crecer y de matar.
En una composición sencilla y sobria, no como el protagonista; usando pinceladas rápidas y desdibujadas, Alenza evoca a aquello por lo que la mayoría hemos pasado, el exceso de euforia, la borrachera de alegría. Esos momentos en los que nos cuesta decirle que no al siguiente trago, solo para descubrir que el anterior debió haber sido el último. El borracho, una obra con tintes goyescos, nos marca el tiempo de las pinturas de Alenza. La sátira, o la realidad cruda, se unen para mostrar al público una imagen tan típica como el propio cielo, un borracho.
El borracho encuentra cierta mística, cierto halo divino, en el balbuceo de un hombre tan ordinario como cualquiera de nosotros. Con los pantalones desabrochados, la capa a medio poner, la falta de un zapato y el sombrero en la mano, El borracho demuestra que cualquiera, con un buen enfoque, puede ser obras de arte. Hasta en las mañanas en las que la goma nos llama al suicidio.
Lo cierto es que Alenza nos deja un recordatorio de mesura en su cuadro, un aviso de moderación ante la amenaza de convertirnos en la imagen viva del cuadro. Transportarnos al paraíso onírico del vino y amanecer en la pesadilla enfermiza de la resaca. El borracho es maravillarse con la vida común; es encontrar en lo baladí cerros de emociones encarnadas. Es plasmar en el infinito una imagen tan patética como emocionante; es redescubrir la vida todos los días.