Periodismo y banalidad del mal
- 11/08/2024 00:00
- 10/08/2024 11:54
Susan Sontag, escritora y directora de cine estadounidense de origen judío, advierte que la saturación de imágenes de hechos violentos a través de los medios de comunicación provoca una “indolencia espeluznante” Febrero de 1964, en la calle Loma del Pájaro de Aguadulce, Coclé. Después de un reñido partido de béisbol callejero, Dídimo A. (nombre ficticio), de 13 años, fregaba en un lavamanos la jarra de culey del brindis a los jugadores invitados, cuando recibió un disparo en la cara.
Su hermano, de 11 años, soltó el arma y cubrió con una toalla el abundante sangrado; lo llevó en taxi al hospital Marco Robles. Fue un accidente: el rifle había sido prestado a un médico cazador que lo devolvió cargado. Entonces estaba de moda la teleserie “El hombre del rifle”, de Chuck Connors.
Al día siguiente, un periódico tabloide publicó: “Hermano tira a otro en una tina de baño”. El especulativo titular desató una tormenta: la policía detuvo al padre de los menores y lo maltrató. Los hermanos pasaron por intensos y repetidos interrogatorios, careos; ni hablar del infame estigma social.
Dídimo nunca perdió el conocimiento. La bala le entró por la mandíbula, le sacó dos muelas; el plomo se alojó en el cuello, sin tocar la lengua ni arterias vitales. Después de unos días, el médico que sacó la bala comentó: “¡Dios!, ¡Vaya milagro!”.
Como este se dan miles de casos de distorsión de la realidad. Movidos por la inmediatez, algunos reporteros no investigan ni contrastan fuentes, menos miden consecuencias. Es más fácil ponerle herraduras a un mosquito que recoger el daño de una noticia falsa.
Pócima mágica
Por los años 70 cubrí (ad honorem) la crónica roja de fines de semana para La Estrella de Panamá. El jefe de redacción, Juan Carlos Duque (q.d.e.p) , responsablemente no publicaba los nombres de las personas involucradas en los hechos.
Algunos medios saturan a las audiencias con noticias diarias de crímenes, vendettas, feminicidios, sicariato, violaciones, pederastia, pornografía infantil, robos, atropellos, colisiones, estafas, peleas vecinales, riñas callejeras, etcétera.
Este es un género periodístico antiguo y utilitario, que bien manejado, resulta de interés. Lo malo está en mercadear con el dolor humano.
Veamos parte de un estudio titulado “La crónica roja: su atractivo”, de Nelson Villagómez y Renata Ortiz Bahamonde, de la Universidad Internacional SEK de Ecuador:
“El aparecimiento del sensacionalismo es tan antiguo como la imprenta, y se mantuvo porque se demostró que las noticias eran mercancía valiosa si se las presentaba de forma atractiva. En los últimos años, la crónica roja se ha constituido en una poción mágica para incrementar audiencias, elevar sintonía y generar ventas. No es maléfica, lo atemorizante es la forma espectacular como los medios presentan los acontecimientos de la realidad ...”
‘La era del bufón’
En un artículo titulado “La era del bufón”, Mario Vargas Llosa, peruano, Premio Nobel de Literatura, sostiene que los medios han sido “colonizados de manera sistemática por la noticia - diversión, la noticia - chisme, la noticia - frivolidad, la noticia - escándalo”.
A su juicio, “la información no puede ser seria, porque, si se empeña en serlo, desaparece o, en el mejor de los casos, se condena a las catacumbas”.
Hanna Arent, filósofa alemana que acuñó el término “banalidad del mal”, precursora de la verificación de los hechos ante la proliferación de noticias falsas, considera que lo espantoso no es la mentira en sí, sino que esta sea creída: “Las mentiras resultan a veces más plausibles, mucho más atractivas que la realidad”.
Susan Sontag, escritora y directora de cine estadounidense de origen judío, advierte que la saturación de imágenes de hechos violentos a través de los medios de comunicación provoca una “indolencia espeluznante”.
Es necesario, agrega, tomar conciencia de lo que ocurre en el mundo, porque “todo bien es susceptible de convertirse en mal al banalizarse”.
El bombardeo de notas sobre violencia puede insensibilizar al periodista y a los receptores. El escritor italiano Donato Carrisi, autor del libro El Tribunal de las almas, afirma: “hay algo peor que la indiferencia por el dolor de los demás: la banalidad con lo que tratamos de mitigarlo”.
Escucho con frecuencia críticas y mordaces comentarios sobre los migrantes ilegales que cruzan por el Darién, al punto de hasta alegrarse de su tragedia.
Antes de ser dominicano, venezolano, haitianos o cubano ..., solo para mencionar algunas nacionalidades, los migrantes son seres humanos enfrentados a circunstancias dolorosas. Es inhumano no sentir compasión por el calvario de niños, adultos y mujeres en la canallesca selva.
La pregunta de rigor: ¿qué pasó con aquel aguadulceño, que escapó de la muerte cuando compartía un refrescante culey con la tropa beisbolera de la legendaria Loma del Pájaro?
Supongo que, en desagravio a las injusticias sociales que presenció a temprana edad, decidió ser periodista. Seguro de que se hace más dentro que fuera del baile.
El autor es periodista y escritor
Febrero de 1964, en la calle Loma del Pájaro de Aguadulce, Coclé. Después de un reñido partido de béisbol callejero, Dídimo A. (nombre ficticio), de 13 años, fregaba en un lavamanos la jarra de culey del brindis a los jugadores invitados, cuando recibió un disparo en la cara.
Su hermano, de 11 años, soltó el arma y cubrió con una toalla el abundante sangrado; lo llevó en taxi al hospital Marco Robles. Fue un accidente: el rifle había sido prestado a un médico cazador que lo devolvió cargado. Entonces estaba de moda la teleserie “El hombre del rifle”, de Chuck Connors.
Al día siguiente, un periódico tabloide publicó: “Hermano tira a otro en una tina de baño”. El especulativo titular desató una tormenta: la policía detuvo al padre de los menores y lo maltrató. Los hermanos pasaron por intensos y repetidos interrogatorios, careos; ni hablar del infame estigma social.
Dídimo nunca perdió el conocimiento. La bala le entró por la mandíbula, le sacó dos muelas; el plomo se alojó en el cuello, sin tocar la lengua ni arterias vitales. Después de unos días, el médico que sacó la bala comentó: “¡Dios!, ¡Vaya milagro!”.
Como este se dan miles de casos de distorsión de la realidad. Movidos por la inmediatez, algunos reporteros no investigan ni contrastan fuentes, menos miden consecuencias. Es más fácil ponerle herraduras a un mosquito que recoger el daño de una noticia falsa.
Pócima mágica
Por los años 70 cubrí (ad honorem) la crónica roja de fines de semana para La Estrella de Panamá. El jefe de redacción, Juan Carlos Duque (q.d.e.p) , responsablemente no publicaba los nombres de las personas involucradas en los hechos.
Algunos medios saturan a las audiencias con noticias diarias de crímenes, vendettas, feminicidios, sicariato, violaciones, pederastia, pornografía infantil, robos, atropellos, colisiones, estafas, peleas vecinales, riñas callejeras, etcétera.
Este es un género periodístico antiguo y utilitario, que bien manejado, resulta de interés. Lo malo está en mercadear con el dolor humano.
Veamos parte de un estudio titulado “La crónica roja: su atractivo”, de Nelson Villagómez y Renata Ortiz Bahamonde, de la Universidad Internacional SEK de Ecuador:
“El aparecimiento del sensacionalismo es tan antiguo como la imprenta, y se mantuvo porque se demostró que las noticias eran mercancía valiosa si se las presentaba de forma atractiva. En los últimos años, la crónica roja se ha constituido en una poción mágica para incrementar audiencias, elevar sintonía y generar ventas. No es maléfica, lo atemorizante es la forma espectacular como los medios presentan los acontecimientos de la realidad ...”
‘La era del bufón’
En un artículo titulado “La era del bufón”, Mario Vargas Llosa, peruano, Premio Nobel de Literatura, sostiene que los medios han sido “colonizados de manera sistemática por la noticia - diversión, la noticia - chisme, la noticia - frivolidad, la noticia - escándalo”.
A su juicio, “la información no puede ser seria, porque, si se empeña en serlo, desaparece o, en el mejor de los casos, se condena a las catacumbas”.
Hanna Arent, filósofa alemana que acuñó el término “banalidad del mal”, precursora de la verificación de los hechos ante la proliferación de noticias falsas, considera que lo espantoso no es la mentira en sí, sino que esta sea creída: “Las mentiras resultan a veces más plausibles, mucho más atractivas que la realidad”.
Susan Sontag, escritora y directora de cine estadounidense de origen judío, advierte que la saturación de imágenes de hechos violentos a través de los medios de comunicación provoca una “indolencia espeluznante”.
Es necesario, agrega, tomar conciencia de lo que ocurre en el mundo, porque “todo bien es susceptible de convertirse en mal al banalizarse”.
El bombardeo de notas sobre violencia puede insensibilizar al periodista y a los receptores. El escritor italiano Donato Carrisi, autor del libro El Tribunal de las almas, afirma: “hay algo peor que la indiferencia por el dolor de los demás: la banalidad con lo que tratamos de mitigarlo”.
Escucho con frecuencia críticas y mordaces comentarios sobre los migrantes ilegales que cruzan por el Darién, al punto de hasta alegrarse de su tragedia.
Antes de ser dominicano, venezolano, haitianos o cubano ..., solo para mencionar algunas nacionalidades, los migrantes son seres humanos enfrentados a circunstancias dolorosas. Es inhumano no sentir compasión por el calvario de niños, adultos y mujeres en la canallesca selva.
La pregunta de rigor: ¿qué pasó con aquel aguadulceño, que escapó de la muerte cuando compartía un refrescante culey con la tropa beisbolera de la legendaria Loma del Pájaro?
Supongo que, en desagravio a las injusticias sociales que presenció a temprana edad, decidió ser periodista. Seguro de que se hace más dentro que fuera del baile.