Panamá - EE.UU. en la nueva ‘era Trump’. Una breve reflexión
- 09/11/2024 00:00
- 09/11/2024 00:00
(...) Panamá debería renovar y reafirmar a la nueva administración Trump que, en el marco de su política exterior, los EE. UU. es su aliado y socio principal, estratégico e histórico, en el plano bilateral, regional, hemisférico y multilateral Con la aplastante victoria del presidente Donald Trump, el pasado 5 de noviembre, para servir, esta vez, como el 47º presidente de los Estados Unidos de América (EE. UU.), desde el próximo mes de enero de 2025, las relaciones entre los miembros de la comunidad internacional y el, todavía, líder mundial, van a sufrir cambios en todos los sentidos, tanto a nivel bilateral como multilateral. Panamá no escapa a esa realidad que precisará de mucha diplomacia, realista y pragmática.
En esta ocasión, quiero compartir una breve reflexión sobre algunos puntos de la agenda internacional de Panamá a tener en cuenta considerando que la nueva administración del Presidente Trump, y un Congreso americano que, todo indica, será controlado por el partido republicano, enfrentan un mundo cada vez más polarizado por fuerzas y regímenes autoritarios y totalitarios, en todos los continentes, que buscan destruir el orden mundial actual, aprovechando una agenda, mal llamada “progresista”, promovida e impuesta por las izquierdas internacionales, y grupos de interés afines, cuyo objetivo es cercenar las libertades individuales a expensas de Estados cada vez más grandes e intervencionistas.
Primeramente, creo que Panamá debería renovar y reafirmar a la nueva administración Trump que, en el marco de su política exterior, los EE. UU. es su aliado y socio principal, estratégico e histórico, en el plano bilateral, regional, hemisférico y multilateral. Ante la multiplicidad de retos, de todo tipo, que enfrenta los EE. UU., en todos los teatros internacionales, incluido el escenario regional y hemisférico, creo que el país debe volver a recordarle a los EE. UU. en quien puede confiar: Panamá.
Algo así debería suponer que, como parte de su política de seguridad fronteriza, los EE. UU. comprendiera que el grave problema que enfrenta en su frontera sur, con México, - a causa de las actividades criminales relacionadas con la migración ilegal, y la pasividad de las autoridades mexicanas-, empeora con el grave problema que enfrenta Panamá en su frontera con Colombia, - por las mismas causas y agravado también por la pasividad de las autoridades colombianas y una injusta presión por parte de organismos internacionales-, de forma tal que, las inversiones en estructuras, equipos, inteligencia y seguridad que la nueva administración americana considere ejecutar para reforzar su frontera con México, pudieran incluir también inversiones para reforzar la frontera de Panamá con Colombia.
Un control real, tangible y efectivo, a lo largo y ancho de la frontera entre Panamá y Colombia, puede darse si los EE. UU. hacen suyo dicho proyecto y apoyan más a Panamá. Otro tanto debería plantearse en materia económica y comercial a los EE. UU., sabiendo el valor geoestratégico que supone Panamá para el comercio internacional, sobre todo cuando es evidente como China ha desplegado y consolidado sus intereses económicos y comerciales en el continente.
La existencia de un área de libre comercio entre Panamá y los EE. UU., sumado a la que ya tiene también con el resto de Centroamérica, y el gran potencial del mercado común centroamericano del que, -no olvidemos-, Panamá es parte, debería presentarse a la administración americana como una valiosa herramienta para promover, -no restringir-, esa relación frente a la que busca materializar, en iguales términos, el régimen chino, máxime si se tiene en cuenta el inmenso valor que agrega la infraestructura logística panameña en torno a nuestra vía interoceánica uniendo el Atlántico y el Pacífico como ninguna otra, en ninguna otra parte del continente.
Por otro lado, Panamá debería prestar particular atención a la dinámica que vaya a desplegar el gobierno de los EE. UU., frente a aquellos Estados a los que considera aliados confiables y necesarios, así como frente a aquellos a los que no considera como tales. Creo que no sería de interés para Panamá generar situaciones, en la comunidad internacional, que entraran en conflicto con esas relaciones, particularmente cuando se trate de naciones, u organizaciones, que los EE. UU. considera un rival geopolítico y comercial o, incluso, una potencial amenaza a sus intereses en materia de seguridad y, por supuesto, económicos.
Esta reflexión me lleva a pensar, por ejemplo, en lo conveniente que fuera delimitar la relación política y, más importante aún, comercial con el régimen chino, o el ruso; o por el contrario, el fortalecimiento de las relaciones con socios estratégicos de los EE. UU. en Europa, África, Oriente Medio y Asia-Pacífico, con los que Panamá mantiene relaciones bilaterales, algunas de ellas históricas, como es el caso de Israel, y con los que puede desarrollar áreas de cooperación claves para su economía o seguridad, por ejemplo, en coordinación incluso con el propio EE.UU..
Otro tanto se debería tener presente en el contexto de la diplomacia multilateral. Soy un convencido que la agenda internacional de la próxima administración estadounidense será crítica con la agenda de la ONU, la OMC, la OCDE, o la OEA, -esta última en el hemisferio occidental-, por mencionar algunas. Ahí los EE. UU. buscará aliados frente a otros actores, que retan su liderazgo, como China, Rusia o Irán, - o como Venezuela, Nicaragua o Cuba en este hemisferio -, y que persiguen una reformulación del orden mundial acorde con sus intereses políticos y económicos.
Esa realidad se debería traducir en un alineamiento, claro, de Panamá con la agenda que la nueva administración Trump vaya a desplegar, por ejemplo, en el Consejo de Seguridad de la ONU a partir de enero próximo, coincidiendo con la presencia de Panamá, como miembro no permanente de dicho Consejo para el bienio 2025-2026, o bien, con las iniciativas que seguramente surjan para plantear una reforma al sistema multilateral de comercio en la OMC, que permita frenar la competencia desleal desplegada por China contra los EE. UU., o la UE, - esta última aliado y rival a la vez -, a expensas de países en vías de desarrollo que reciben, cada vez más, el capital, las inversiones y la cooperación de ese país a cambio de generar una dependencia económica y comercial que, a largo plazo, supondrá también una peligrosa dependencia política.
La nueva visión económica internacional que propondrá los EE. UU., bajo una nueva administración de Donald Trump, probablemente planteará algún tipo de revisión de los objetivos y agenda de la OCDE que la lleve a retomar su concepto original de defensa del capitalismo occidental, como base para el desarrollo económico y social de las naciones del mundo libre, frente a bloques económicos surgidos, en torno a China y Rusia o apoyados por ambos, como es el caso del grupo de los BRICS, o iniciativas desde las economías occidentales menos competitivas y con mayor gasto público y presión tributaria, para contener, o impedir, la sana competencia fiscal y de capitales internacionales, mediante barreras no arancelarias, de tipo tributario y regulatorio al comercio de servicios.
El alineamiento de Panamá con los EE. UU. en ese sentido, permitiría contar con un apoyo claro para un futuro proceso de adhesión de Panamá a la OCDE con el que potenciar el desarrollo económico del país. En la misma línea, pero en el contexto hemisférico, creo que la nueva visión internacional de los EE. UU. buscará relanzar y reformular la OEA, quizás en torno a la elección del próximo Secretario General de la organización -donde ojalá Panamá considerase presentar un candidato-, ya que la fortaleza y vigencia de la OEA es particularmente importante, frente al resurgimiento del foro de la CELAC, de la mano de regímenes y gobiernos populistas en el continente, cuyo único objetivo es desplazar a los EE. UU. y a Canadá del diálogo interamericano, algo que, evidentemente, no conviene a los intereses nacionales.
En definitiva, creo que una relación bilateral de Panamá con los EE.UU., bajo el mandato del Presidente Donald Trump, quien tendrá que enfrentar los delicados temas y crisis existentes en un mundo completamente polarizado, radicalizado y con un nivel de crispación nunca antes visto, se beneficiaría de una diplomacia panameña realista y pragmática, como dije al principio, que no se autolimite por ideas y recuerdos de valientes luchas de liberación felizmente alcanzadas, para hacer de ella una herramienta útil para el país en el marco de la diplomacia global actual, y así servir a los intereses nacionales que siempre son el objetivo final de cualquier acción internacional.
*El autor es excanciller de la república de Panamá
Con la aplastante victoria del presidente Donald Trump, el pasado 5 de noviembre, para servir, esta vez, como el 47º presidente de los Estados Unidos de América (EE. UU.), desde el próximo mes de enero de 2025, las relaciones entre los miembros de la comunidad internacional y el, todavía, líder mundial, van a sufrir cambios en todos los sentidos, tanto a nivel bilateral como multilateral. Panamá no escapa a esa realidad que precisará de mucha diplomacia, realista y pragmática.
En esta ocasión, quiero compartir una breve reflexión sobre algunos puntos de la agenda internacional de Panamá a tener en cuenta considerando que la nueva administración del Presidente Trump, y un Congreso americano que, todo indica, será controlado por el partido republicano, enfrentan un mundo cada vez más polarizado por fuerzas y regímenes autoritarios y totalitarios, en todos los continentes, que buscan destruir el orden mundial actual, aprovechando una agenda, mal llamada “progresista”, promovida e impuesta por las izquierdas internacionales, y grupos de interés afines, cuyo objetivo es cercenar las libertades individuales a expensas de Estados cada vez más grandes e intervencionistas.
Primeramente, creo que Panamá debería renovar y reafirmar a la nueva administración Trump que, en el marco de su política exterior, los EE. UU. es su aliado y socio principal, estratégico e histórico, en el plano bilateral, regional, hemisférico y multilateral. Ante la multiplicidad de retos, de todo tipo, que enfrenta los EE. UU., en todos los teatros internacionales, incluido el escenario regional y hemisférico, creo que el país debe volver a recordarle a los EE. UU. en quien puede confiar: Panamá.
Algo así debería suponer que, como parte de su política de seguridad fronteriza, los EE. UU. comprendiera que el grave problema que enfrenta en su frontera sur, con México, - a causa de las actividades criminales relacionadas con la migración ilegal, y la pasividad de las autoridades mexicanas-, empeora con el grave problema que enfrenta Panamá en su frontera con Colombia, - por las mismas causas y agravado también por la pasividad de las autoridades colombianas y una injusta presión por parte de organismos internacionales-, de forma tal que, las inversiones en estructuras, equipos, inteligencia y seguridad que la nueva administración americana considere ejecutar para reforzar su frontera con México, pudieran incluir también inversiones para reforzar la frontera de Panamá con Colombia.
Un control real, tangible y efectivo, a lo largo y ancho de la frontera entre Panamá y Colombia, puede darse si los EE. UU. hacen suyo dicho proyecto y apoyan más a Panamá. Otro tanto debería plantearse en materia económica y comercial a los EE. UU., sabiendo el valor geoestratégico que supone Panamá para el comercio internacional, sobre todo cuando es evidente como China ha desplegado y consolidado sus intereses económicos y comerciales en el continente.
La existencia de un área de libre comercio entre Panamá y los EE. UU., sumado a la que ya tiene también con el resto de Centroamérica, y el gran potencial del mercado común centroamericano del que, -no olvidemos-, Panamá es parte, debería presentarse a la administración americana como una valiosa herramienta para promover, -no restringir-, esa relación frente a la que busca materializar, en iguales términos, el régimen chino, máxime si se tiene en cuenta el inmenso valor que agrega la infraestructura logística panameña en torno a nuestra vía interoceánica uniendo el Atlántico y el Pacífico como ninguna otra, en ninguna otra parte del continente.
Por otro lado, Panamá debería prestar particular atención a la dinámica que vaya a desplegar el gobierno de los EE. UU., frente a aquellos Estados a los que considera aliados confiables y necesarios, así como frente a aquellos a los que no considera como tales. Creo que no sería de interés para Panamá generar situaciones, en la comunidad internacional, que entraran en conflicto con esas relaciones, particularmente cuando se trate de naciones, u organizaciones, que los EE. UU. considera un rival geopolítico y comercial o, incluso, una potencial amenaza a sus intereses en materia de seguridad y, por supuesto, económicos.
Esta reflexión me lleva a pensar, por ejemplo, en lo conveniente que fuera delimitar la relación política y, más importante aún, comercial con el régimen chino, o el ruso; o por el contrario, el fortalecimiento de las relaciones con socios estratégicos de los EE. UU. en Europa, África, Oriente Medio y Asia-Pacífico, con los que Panamá mantiene relaciones bilaterales, algunas de ellas históricas, como es el caso de Israel, y con los que puede desarrollar áreas de cooperación claves para su economía o seguridad, por ejemplo, en coordinación incluso con el propio EE.UU..
Otro tanto se debería tener presente en el contexto de la diplomacia multilateral. Soy un convencido que la agenda internacional de la próxima administración estadounidense será crítica con la agenda de la ONU, la OMC, la OCDE, o la OEA, -esta última en el hemisferio occidental-, por mencionar algunas. Ahí los EE. UU. buscará aliados frente a otros actores, que retan su liderazgo, como China, Rusia o Irán, - o como Venezuela, Nicaragua o Cuba en este hemisferio -, y que persiguen una reformulación del orden mundial acorde con sus intereses políticos y económicos.
Esa realidad se debería traducir en un alineamiento, claro, de Panamá con la agenda que la nueva administración Trump vaya a desplegar, por ejemplo, en el Consejo de Seguridad de la ONU a partir de enero próximo, coincidiendo con la presencia de Panamá, como miembro no permanente de dicho Consejo para el bienio 2025-2026, o bien, con las iniciativas que seguramente surjan para plantear una reforma al sistema multilateral de comercio en la OMC, que permita frenar la competencia desleal desplegada por China contra los EE. UU., o la UE, - esta última aliado y rival a la vez -, a expensas de países en vías de desarrollo que reciben, cada vez más, el capital, las inversiones y la cooperación de ese país a cambio de generar una dependencia económica y comercial que, a largo plazo, supondrá también una peligrosa dependencia política.
La nueva visión económica internacional que propondrá los EE. UU., bajo una nueva administración de Donald Trump, probablemente planteará algún tipo de revisión de los objetivos y agenda de la OCDE que la lleve a retomar su concepto original de defensa del capitalismo occidental, como base para el desarrollo económico y social de las naciones del mundo libre, frente a bloques económicos surgidos, en torno a China y Rusia o apoyados por ambos, como es el caso del grupo de los BRICS, o iniciativas desde las economías occidentales menos competitivas y con mayor gasto público y presión tributaria, para contener, o impedir, la sana competencia fiscal y de capitales internacionales, mediante barreras no arancelarias, de tipo tributario y regulatorio al comercio de servicios.
El alineamiento de Panamá con los EE. UU. en ese sentido, permitiría contar con un apoyo claro para un futuro proceso de adhesión de Panamá a la OCDE con el que potenciar el desarrollo económico del país. En la misma línea, pero en el contexto hemisférico, creo que la nueva visión internacional de los EE. UU. buscará relanzar y reformular la OEA, quizás en torno a la elección del próximo Secretario General de la organización -donde ojalá Panamá considerase presentar un candidato-, ya que la fortaleza y vigencia de la OEA es particularmente importante, frente al resurgimiento del foro de la CELAC, de la mano de regímenes y gobiernos populistas en el continente, cuyo único objetivo es desplazar a los EE. UU. y a Canadá del diálogo interamericano, algo que, evidentemente, no conviene a los intereses nacionales.
En definitiva, creo que una relación bilateral de Panamá con los EE.UU., bajo el mandato del Presidente Donald Trump, quien tendrá que enfrentar los delicados temas y crisis existentes en un mundo completamente polarizado, radicalizado y con un nivel de crispación nunca antes visto, se beneficiaría de una diplomacia panameña realista y pragmática, como dije al principio, que no se autolimite por ideas y recuerdos de valientes luchas de liberación felizmente alcanzadas, para hacer de ella una herramienta útil para el país en el marco de la diplomacia global actual, y así servir a los intereses nacionales que siempre son el objetivo final de cualquier acción internacional.
*El autor es excanciller de la república de Panamá