‘Once relatos que parecen cuentos’, de Octavio Del Moral
- 03/12/2024 00:00
- 02/12/2024 18:08
No podemos olvidar la nueva misión de Octavio Del Moral al presidir la Asociación de Vecinos y Amigos del Casco Antiguo, que trata de mejorar esa vieja ciudad adonde se mudaron en 1673 los sobrevivientes de la vieja Panamá atacada por piratas... Los Once relatos que parecen cuentos, de Octavio Del Moral, son en realidad verdaderos ejemplos de la literatura más practicada hoy por los escritores panameños, “difícil género narrativo de ficción breve que ha llegado a dominar la actividad escritural en nuestro país desde la década de los noventa en el siglo XX”, nos recuerda Enrique Jaramillo Levi, nuestro principal estudioso ahora de la literatura de Panamá. Octavio ingresa así a la última y rica oleada de cuentistas panameños.
Abogado de formación y de acción, de los mejores del foro nacional, hay que reconocerlo, que brilla triunfante en el difícil asunto del arbitraje internacional, Octavio Del Moral se inscribe en la larga tradición del cuento en Panamá que nace hace cinco siglos, según Rodrigo Miró, de la pluma de uno de los grandes cronistas de Indias de principios del siglo XVI que vivió en nuestro istmo, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1478-1557). Género que inaugura Darío Herrera (1870-1914), ya como el primer panameño raizal, el mismo año 1903, que nace el Estado nacional panameño.
Rodrigo Miró Grimaldo publica en 1950 El cuento en Panamá, obra pionera que ofrece un amplio panorama sobre este género literario tan apreciado en nuestro suelo. Desde entonces, han aparecido otros estudios que alumbran nuestro camino de la narrativa de ficción del cuento, además del ensayo literario, la poesía, la novela y el teatro.
En ese libro aparecen otros cultores coclesanos del cuento, a comenzar por Salomón Ponce Aguilera (1868-1945) abogado y docente de Antón, pero educado en Bogotá, seguido de gente como Gil Blas Tejeira (1901-1975), periodista e ingenio de Penonomé, cuna mayor en el interior del país de pensadores, políticos y escritores panameños.
Octavio Del Moral Prados, por sus raíces familiares en Natá de los Caballeros, se inscribe en ese linaje de coclesanos ilustres que han iluminado nuestro país desde el siglo XIX. No es casual, pues, que comience su libro de cuentos por uno que tiene como escenario natural la hermosa geografía coclesana alrededor de la ciudad primada de América sobre el Mar del Sur después de la capital panameña, y cerca de su vecina Penonomé en el corazón también de mi tierra ancestral.
La extraordinaria experiencia personal, nacional e internacional de Octavio Del Moral, es el material primario con el que se fabrican sus sueños, a saber, sus cuentos. Esa realidad onírica invade su mente y la expone al lector de esos relatos empapados de una fascinante vida humana. La sensualidad, rasgo tropical por excelencia, se insinúa a menudo en esos cuentos que parecen casi biográficos, tanto de situaciones personales como surgidas al calor de su actividad profesional.
En los primeros relatos hay referencias literarias a Neruda, Rubén Darío y Octavio Paz, grandes escritores latinoamericanos de cuyas obras se nutre también Octavio Del Moral. El peso del territorio está siempre presente en este abogado cuentista, ya sea del interior sabanero con sus amplias y bellísimas llanadas, así como de varios barrios populares y también más burgueses de la capital panameña. Barrios igualmente de ciudades extranjeras, de Santiago de Chile como de Bogotá y de Cartagena de Indias que frecuenta el autor.
Siento en esta obra la presencia de un hombre apasionado por la pintura, por un género más moderno, actual. La descripción del paisaje geográfico, de las calles y de las residencias es siempre precisa como si fueran cuadros de un pintor contemporáneo hiperrealista.
Pero, también están las temáticas tan diversas que trata en once relatos, el juego de las situaciones y de los desenlaces de cada cuento. Está presente su nueva morada en la vieja ciudad, tierra también de felinos y fantasmas, el barrio de San Felipe. Abundan las alusiones a la historia política panameña de las últimas décadas y no faltan los juegos de la imaginación que incluyen situaciones que parecen paranormales, milagrosas, con esos finales truncados, de mala suerte, sometidos al azar, a las ausencias definitivas e irrevocables.
No podemos olvidar la nueva misión de Octavio Del Moral al presidir la Asociación de Vecinos y Amigos del Casco Antiguo, que trata de mejorar esa vieja ciudad adonde se mudaron en 1673 los sobrevivientes de la vieja Panamá atacada por piratas y quemada, se dice, por su propio gobernador. Deambular por sus estrechas calles diseñadas como un plano de ajedrez, urbe colorida y atiborrada de gentes de todas partes, la diminuta y verdadera ciudad del istmo con prosapia desde hace siglos, le abre nuevos horizontes a su imaginación que acaba de ofrecernos un primer libro de cuentos que consideramos como el prólogo de otras creaciones del nuevo literato panameño.
Invito a los lectores a penetrar en el universo mental que nos revela Octavio Del Moral en su primer libro con once relatos tan reales que efectivamente parecen cuentos.
Los Once relatos que parecen cuentos, de Octavio Del Moral, son en realidad verdaderos ejemplos de la literatura más practicada hoy por los escritores panameños, “difícil género narrativo de ficción breve que ha llegado a dominar la actividad escritural en nuestro país desde la década de los noventa en el siglo XX”, nos recuerda Enrique Jaramillo Levi, nuestro principal estudioso ahora de la literatura de Panamá. Octavio ingresa así a la última y rica oleada de cuentistas panameños.
Abogado de formación y de acción, de los mejores del foro nacional, hay que reconocerlo, que brilla triunfante en el difícil asunto del arbitraje internacional, Octavio Del Moral se inscribe en la larga tradición del cuento en Panamá que nace hace cinco siglos, según Rodrigo Miró, de la pluma de uno de los grandes cronistas de Indias de principios del siglo XVI que vivió en nuestro istmo, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1478-1557). Género que inaugura Darío Herrera (1870-1914), ya como el primer panameño raizal, el mismo año 1903, que nace el Estado nacional panameño.
Rodrigo Miró Grimaldo publica en 1950 El cuento en Panamá, obra pionera que ofrece un amplio panorama sobre este género literario tan apreciado en nuestro suelo. Desde entonces, han aparecido otros estudios que alumbran nuestro camino de la narrativa de ficción del cuento, además del ensayo literario, la poesía, la novela y el teatro.
En ese libro aparecen otros cultores coclesanos del cuento, a comenzar por Salomón Ponce Aguilera (1868-1945) abogado y docente de Antón, pero educado en Bogotá, seguido de gente como Gil Blas Tejeira (1901-1975), periodista e ingenio de Penonomé, cuna mayor en el interior del país de pensadores, políticos y escritores panameños.
Octavio Del Moral Prados, por sus raíces familiares en Natá de los Caballeros, se inscribe en ese linaje de coclesanos ilustres que han iluminado nuestro país desde el siglo XIX. No es casual, pues, que comience su libro de cuentos por uno que tiene como escenario natural la hermosa geografía coclesana alrededor de la ciudad primada de América sobre el Mar del Sur después de la capital panameña, y cerca de su vecina Penonomé en el corazón también de mi tierra ancestral.
La extraordinaria experiencia personal, nacional e internacional de Octavio Del Moral, es el material primario con el que se fabrican sus sueños, a saber, sus cuentos. Esa realidad onírica invade su mente y la expone al lector de esos relatos empapados de una fascinante vida humana. La sensualidad, rasgo tropical por excelencia, se insinúa a menudo en esos cuentos que parecen casi biográficos, tanto de situaciones personales como surgidas al calor de su actividad profesional.
En los primeros relatos hay referencias literarias a Neruda, Rubén Darío y Octavio Paz, grandes escritores latinoamericanos de cuyas obras se nutre también Octavio Del Moral. El peso del territorio está siempre presente en este abogado cuentista, ya sea del interior sabanero con sus amplias y bellísimas llanadas, así como de varios barrios populares y también más burgueses de la capital panameña. Barrios igualmente de ciudades extranjeras, de Santiago de Chile como de Bogotá y de Cartagena de Indias que frecuenta el autor.
Siento en esta obra la presencia de un hombre apasionado por la pintura, por un género más moderno, actual. La descripción del paisaje geográfico, de las calles y de las residencias es siempre precisa como si fueran cuadros de un pintor contemporáneo hiperrealista.
Pero, también están las temáticas tan diversas que trata en once relatos, el juego de las situaciones y de los desenlaces de cada cuento. Está presente su nueva morada en la vieja ciudad, tierra también de felinos y fantasmas, el barrio de San Felipe. Abundan las alusiones a la historia política panameña de las últimas décadas y no faltan los juegos de la imaginación que incluyen situaciones que parecen paranormales, milagrosas, con esos finales truncados, de mala suerte, sometidos al azar, a las ausencias definitivas e irrevocables.
No podemos olvidar la nueva misión de Octavio Del Moral al presidir la Asociación de Vecinos y Amigos del Casco Antiguo, que trata de mejorar esa vieja ciudad adonde se mudaron en 1673 los sobrevivientes de la vieja Panamá atacada por piratas y quemada, se dice, por su propio gobernador. Deambular por sus estrechas calles diseñadas como un plano de ajedrez, urbe colorida y atiborrada de gentes de todas partes, la diminuta y verdadera ciudad del istmo con prosapia desde hace siglos, le abre nuevos horizontes a su imaginación que acaba de ofrecernos un primer libro de cuentos que consideramos como el prólogo de otras creaciones del nuevo literato panameño.
Invito a los lectores a penetrar en el universo mental que nos revela Octavio Del Moral en su primer libro con once relatos tan reales que efectivamente parecen cuentos.