Omara Portuondo en la inmortalidad
- 27/10/2024 00:00
- 26/10/2024 19:14
A lo largo de su carrera compartió escenarios con grandes estrellas: Edith Piaf, Elena Burke, Moraima Secada, Bola de Nieve, Celia Cruz, Juan Formell, Benny Moré, Diego El Cigala, Chucho Valdés, Ibrahim Ferrer, entre otras Es común entre los estudiosos de la música, esa expresión física que se manifiesta a través de la perturbación de los sonidos en el tiempo y en el espacio, incluir en sus valoraciones la capacidad de generar sensaciones y emociones en los seres humanos.
En el proceso de evaluar esta expresión del arte, los entendidos asocian el concepto de inmortalidad aplicado a aquellas composiciones cuya mezcla de melodía, ritmo y armonía tienen una duración indefinida en la memoria de las personas. Los ejemplos de inmortalidad en la música abundan e incluyen a muchos artistas que con sus instrumentos, voces y estilos han tenido un efecto mágico en los oídos y en los corazones de quienes las escuchan. Omara Portuondo es una de ellas.
A los 93 años, en el concierto de apertura del Festival Cruïlla Tardor en el bello Palau de la Música de Barcelona, la diva cubana quedó totalmente desorientada y en silencio, lo que evitó que siguiera cantando una de sus canciones favoritas, “Lágrimas Negras”, y tuviera que ser asistida para abandonar la tarima y su carrera de más de 75 años en los escenarios.
Omara Portuondo demostró siempre una habilidad única para interpretar canciones de diferentes géneros melodiosos, una capacidad para ajustar su voz al paso de los años, una disposición para adoptar nuevos modos de expresión musical con el rigor de la excelencia, y sobre todo, una virtud de escuchar y conectar con la audiencia para transmitir y generar esas vibraciones que llevan al espíritu a encontrarse con el alma.
Conocí a Omara Portuondo de manera casual y atrevida. En mi primer viaje a La Habana asistí a una de sus presentaciones. Entré al salón con unos minutos de atraso y, sin darme cuenta, la interrumpí en su primera canción. Ella, con la personalidad que la caracterizaba, paró de cantar y me guió hasta la mesa que tenía reservada en primera fila. No hace falta decir que el color de mi rostro se confundía con el rojo intenso de las cortinas del auditorio. En el transcurso de su show preguntó de dónde veníamos y al contestar: Panamá, quedó cantando “El tambor de la alegría” y yo acompañándola en el piano.
A lo largo de su carrera compartió escenarios con muchas estrellas, Edith Piaf, Elena Burke, Moraima Secada, Bola de Nieve, Celia Cruz, Juan Formell, Benny Moré, Diego El Cigala, Chucho Valdés, Ibrahim Ferrer, Compay Segundo, Eliades Ochoa, María Bethania, entre otras, y es que ella pertenecía por derecho propio a ese firmamento.
Omara tenía programado realizar su gira final, “The Farewell Tour”, para terminar de cumplir aquella petición que le hiciera su madre, antes de morir, de llevar la música al mundo. Esta intención, truncada de manera inesperada, deja en todos sus seguidores la admiración y el agradecimiento a una mujer que nos ha regalado su amor y nos ha conectado con la vida.
En su presentación de Barcelona las últimas palabras de Omara fueron “contigo me voy mi santa, aunque me cueste morir”. Para ella no hay Lágrimas Negras porque todavía vive y porque en vida ha logrado la inmortalidad en la mente y en el corazón de todos los que la hemos escuchado.
Es común entre los estudiosos de la música, esa expresión física que se manifiesta a través de la perturbación de los sonidos en el tiempo y en el espacio, incluir en sus valoraciones la capacidad de generar sensaciones y emociones en los seres humanos.
En el proceso de evaluar esta expresión del arte, los entendidos asocian el concepto de inmortalidad aplicado a aquellas composiciones cuya mezcla de melodía, ritmo y armonía tienen una duración indefinida en la memoria de las personas. Los ejemplos de inmortalidad en la música abundan e incluyen a muchos artistas que con sus instrumentos, voces y estilos han tenido un efecto mágico en los oídos y en los corazones de quienes las escuchan. Omara Portuondo es una de ellas.
A los 93 años, en el concierto de apertura del Festival Cruïlla Tardor en el bello Palau de la Música de Barcelona, la diva cubana quedó totalmente desorientada y en silencio, lo que evitó que siguiera cantando una de sus canciones favoritas, “Lágrimas Negras”, y tuviera que ser asistida para abandonar la tarima y su carrera de más de 75 años en los escenarios.
Omara Portuondo demostró siempre una habilidad única para interpretar canciones de diferentes géneros melodiosos, una capacidad para ajustar su voz al paso de los años, una disposición para adoptar nuevos modos de expresión musical con el rigor de la excelencia, y sobre todo, una virtud de escuchar y conectar con la audiencia para transmitir y generar esas vibraciones que llevan al espíritu a encontrarse con el alma.
Conocí a Omara Portuondo de manera casual y atrevida. En mi primer viaje a La Habana asistí a una de sus presentaciones. Entré al salón con unos minutos de atraso y, sin darme cuenta, la interrumpí en su primera canción. Ella, con la personalidad que la caracterizaba, paró de cantar y me guió hasta la mesa que tenía reservada en primera fila. No hace falta decir que el color de mi rostro se confundía con el rojo intenso de las cortinas del auditorio. En el transcurso de su show preguntó de dónde veníamos y al contestar: Panamá, quedó cantando “El tambor de la alegría” y yo acompañándola en el piano.
A lo largo de su carrera compartió escenarios con muchas estrellas, Edith Piaf, Elena Burke, Moraima Secada, Bola de Nieve, Celia Cruz, Juan Formell, Benny Moré, Diego El Cigala, Chucho Valdés, Ibrahim Ferrer, Compay Segundo, Eliades Ochoa, María Bethania, entre otras, y es que ella pertenecía por derecho propio a ese firmamento.
Omara tenía programado realizar su gira final, “The Farewell Tour”, para terminar de cumplir aquella petición que le hiciera su madre, antes de morir, de llevar la música al mundo. Esta intención, truncada de manera inesperada, deja en todos sus seguidores la admiración y el agradecimiento a una mujer que nos ha regalado su amor y nos ha conectado con la vida.
En su presentación de Barcelona las últimas palabras de Omara fueron “contigo me voy mi santa, aunque me cueste morir”. Para ella no hay Lágrimas Negras porque todavía vive y porque en vida ha logrado la inmortalidad en la mente y en el corazón de todos los que la hemos escuchado.