No se lo cuentes a nadie
- 11/06/2024 23:00
- 11/06/2024 10:26
Se ha demostrado que tanto hombres como mujeres dedican entre el 50% al 60% de sus conversaciones del día a contenidos “chismosos”, según estudios de David Sloan Wilson, profesor de antropología y ciencias biológicas de la Universidad Estatal de Nueva York Un lunes temprano tres mujeres desmugraban la ropa en las riberas del río Pocrí, en la sabana coclesana. Tanto era el bochinche que no se escuchaban unas a otras. El tema ‘obligado’ era las aventuras de las hijas ajenas en el último baile típico de Adonio Sandoval, en el patio de la Unidad Sanitaria de Aguadulce.
Las conventilleras (Jacinta, Francisca y Delfina) no dejaron títere con cabeza. Hasta la “Niña Silvina”, hija del corregidor, pagó caro su fugaz romance en la penumbra de unos naranjales. “Y tan puro el Rosendo”, comentó Francisca, afanada en despercudir una camisa blanca dominguera.
Después de enroscar las sábanas en un descascarillado balde, Delfina anunció: “Buena la conversa, pero me voy a planchar unas camisas al Adolfo; se va pa´ Chitré a verse los dientes”. En tono burlón, las comadres corearon: “Vaya con Dios y no olvide el almidón para la ropa del don”.
Pero Delfina, conocedora de sus ovejas, no mordió el anzuelo: “Diablo ... cada una se va por su lado, no las voy a dejar juntas para que me hagan picadillo”.
Estos pasajes son comunes entre vecinos campiranos, pequeñas colonias familiares y en pueblos chicos de infierno grande. También se dan con la realeza, gabinetes de Estado, bingos, logias, almuerzos dominicales, clubes sociales y en concilios religiosos. Pero si hablamos de redes sociales, ya ese es otro chivo con otra campana.
Entretenida cicuta verbal Según el portal WebMD: “Por sí solos los chismes parecen inofensivos, casi un pasatiempo divertido, pero pueden volverse perjudiciales para la salud y generar problemas como agotamiento, ansiedad, depresión, trastorno de estrés postraumático, ataques de pánico, culpa e incluso el suicidio”.
Se ha demostrado que tanto hombres como mujeres dedican entre el 50% al 60% de sus conversaciones del día a contenidos “chismosos”, según estudios de David Sloan Wilson, profesor de antropología y ciencias biológicas de la Universidad Estatal de Nueva York.
George Bernard Shaw, dramaturgo irlandés, decía: “Un chisme es como una avispa; si no puedes matarla al primer golpe, mejor no te metas con ella”.
Desde tiempos inmemoriales los “bochinches” han formado parte de la vida cotidiana, con diferencias de intensidad en una sociedad u otra, situación que hoy encuentra terreno abonado en las redes sociales.
El papa Francisco habla del tema: “¡Qué fácil es criticar a otros! Hay gente que parece tener una licenciatura en chismorreo. Todos los días critican a los demás... ¡Pero mírate a ti mismo!”.
El bochinchoso es creativo. Cuando trafica con chismes suele decir: “No se lo cuentes a nadie”, a sabiendas de que es un intento vano por guardar el secreto. Otros afirman: “descuida, soy una tumba”. Pero al final el pícaro interlocutor es una tumba, pero del Tabou Combo.
Havelock Ellis, médico y activista social británico, decía: “Las tres cosas más difíciles de este mundo son: guardar un secreto, perdonar un agravio y aprovechar el tiempo”.
El bombardero digital El chisme se vuelve un erizo bajo la silla de un caballo cuando es una mentira. Joseph Goebbels, ministro de Propaganda nazi decía en la década de 1930 que: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”.
Si eso decía el monaguillo de Adolfo Hitler hace más de 90 años, ¿cuántos miles de millones de veces se puede repetir una mentira por el infinito océano de las redes sociales? ¿Has pensado a cuántos inocentes puede golpear la falsedad? ¿Cuántos envían datos sensitivos sin confirmar su veracidad? Reenviar mentiras te convierte en complicidad.
Debemos usar el celular como un utilitario canal de comunicación y no como un mortífero bombardero. Cuando se inventa y se propagan mentiras, estamos destruyendo vidas: nunca se sabrá la magnitud del daño.
Recuerdo el triste comentario de un editor digital en una mesa de redacción: “¿A quién vamos a desbaratar hoy? Nos miramos unos a otros y respondimos: “No hagas a otro lo que no quisieras que te hicieran a ti”. Se pueden debatir ideas, sin destruir reputaciones con mentiras morbosas.
Con el internet y las redes sociales ya no hay que ir a lavar a los ríos para intercambiar rumores. Igual queda demostrado, en una palpable muestra de equidad, que el chisme no tiene género.
El autor es escritor y periodista
Un lunes temprano tres mujeres desmugraban la ropa en las riberas del río Pocrí, en la sabana coclesana. Tanto era el bochinche que no se escuchaban unas a otras. El tema ‘obligado’ era las aventuras de las hijas ajenas en el último baile típico de Adonio Sandoval, en el patio de la Unidad Sanitaria de Aguadulce.
Las conventilleras (Jacinta, Francisca y Delfina) no dejaron títere con cabeza. Hasta la “Niña Silvina”, hija del corregidor, pagó caro su fugaz romance en la penumbra de unos naranjales. “Y tan puro el Rosendo”, comentó Francisca, afanada en despercudir una camisa blanca dominguera.
Después de enroscar las sábanas en un descascarillado balde, Delfina anunció: “Buena la conversa, pero me voy a planchar unas camisas al Adolfo; se va pa´ Chitré a verse los dientes”. En tono burlón, las comadres corearon: “Vaya con Dios y no olvide el almidón para la ropa del don”.
Pero Delfina, conocedora de sus ovejas, no mordió el anzuelo: “Diablo ... cada una se va por su lado, no las voy a dejar juntas para que me hagan picadillo”.
Estos pasajes son comunes entre vecinos campiranos, pequeñas colonias familiares y en pueblos chicos de infierno grande. También se dan con la realeza, gabinetes de Estado, bingos, logias, almuerzos dominicales, clubes sociales y en concilios religiosos. Pero si hablamos de redes sociales, ya ese es otro chivo con otra campana.
Según el portal WebMD: “Por sí solos los chismes parecen inofensivos, casi un pasatiempo divertido, pero pueden volverse perjudiciales para la salud y generar problemas como agotamiento, ansiedad, depresión, trastorno de estrés postraumático, ataques de pánico, culpa e incluso el suicidio”.
Se ha demostrado que tanto hombres como mujeres dedican entre el 50% al 60% de sus conversaciones del día a contenidos “chismosos”, según estudios de David Sloan Wilson, profesor de antropología y ciencias biológicas de la Universidad Estatal de Nueva York.
George Bernard Shaw, dramaturgo irlandés, decía: “Un chisme es como una avispa; si no puedes matarla al primer golpe, mejor no te metas con ella”.
Desde tiempos inmemoriales los “bochinches” han formado parte de la vida cotidiana, con diferencias de intensidad en una sociedad u otra, situación que hoy encuentra terreno abonado en las redes sociales.
El papa Francisco habla del tema: “¡Qué fácil es criticar a otros! Hay gente que parece tener una licenciatura en chismorreo. Todos los días critican a los demás... ¡Pero mírate a ti mismo!”.
El bochinchoso es creativo. Cuando trafica con chismes suele decir: “No se lo cuentes a nadie”, a sabiendas de que es un intento vano por guardar el secreto. Otros afirman: “descuida, soy una tumba”. Pero al final el pícaro interlocutor es una tumba, pero del Tabou Combo.
Havelock Ellis, médico y activista social británico, decía: “Las tres cosas más difíciles de este mundo son: guardar un secreto, perdonar un agravio y aprovechar el tiempo”.
El chisme se vuelve un erizo bajo la silla de un caballo cuando es una mentira. Joseph Goebbels, ministro de Propaganda nazi decía en la década de 1930 que: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”.
Si eso decía el monaguillo de Adolfo Hitler hace más de 90 años, ¿cuántos miles de millones de veces se puede repetir una mentira por el infinito océano de las redes sociales? ¿Has pensado a cuántos inocentes puede golpear la falsedad? ¿Cuántos envían datos sensitivos sin confirmar su veracidad? Reenviar mentiras te convierte en complicidad.
Debemos usar el celular como un utilitario canal de comunicación y no como un mortífero bombardero. Cuando se inventa y se propagan mentiras, estamos destruyendo vidas: nunca se sabrá la magnitud del daño.
Recuerdo el triste comentario de un editor digital en una mesa de redacción: “¿A quién vamos a desbaratar hoy? Nos miramos unos a otros y respondimos: “No hagas a otro lo que no quisieras que te hicieran a ti”. Se pueden debatir ideas, sin destruir reputaciones con mentiras morbosas.
Con el internet y las redes sociales ya no hay que ir a lavar a los ríos para intercambiar rumores. Igual queda demostrado, en una palpable muestra de equidad, que el chisme no tiene género.