Minería y turismo ecológico no son lo mismo
- 12/08/2024 00:00
- 10/08/2024 12:11
El turismo es una actividad que se maneja fundamentalmente con recursos renovables [...] Los recursos no renovables, como lo mineros metálicos, son distintos, su uso lleva al agotamiento de los mismos, por lo que no son capaces de mantener la actividad productiva más allá de cierto tiempo En la columna Entrelíneas del 2 de agosto de 2024, publicada en La Estrella de Panamá con el título “Turismo y Minería”, el autor busca equiparar el impacto ambiental y social de la minería a cielo abierto y el del turismo. Concretamente afirma que “Barcelona ya no quiere más turistas y Venecia tampoco. Quieren que se regule la cantidad de personas que los visita”. De esto saca la siguiente conclusión: “... el turismo, al igual que la minería se convierten en un problema para cualquier país si no se regula como debe ser”.
A nuestro juicio este razonamiento contiene lo que se conoce como una falacia de generalización apresurada, en el sentido que parte de premisas insuficientes. Esto se debe a que en el mismo no se toman en cuenta con claridad la naturaleza de las actividades que se comparan, así como el significado que tendría la acción de regulación en ambos casos.
El turismo es una actividad que se maneja fundamentalmente con recursos renovables. Esto, de acuerdo al The MIT Dictionary of Modern Economics (1992), se refiere a aquellos recursos que pueden reabastecerse por la acción de la naturaleza. Por su parte, David W. Pearce y R. Kerry Turner, en su libro Economics of Natural Resources and the Environment (1990), destacan que la característica esencial de los recursos renovables es que sus existencias no son fijas y pueden incrementar o decrecer, de manera que aumentan si se les permite regenerarse.
A diferencia de los renovables, los no renovables, de acuerdo al diccionario antes citado, son aquellos que existen en una forma finita, esto es en una cantidad dada que no se puede renovar por medio de la acción de la naturaleza, en el mejor de los casos solo pueden ser reciclados con métodos que implican consumo de energía y medios de producción. Existe, entonces, una diferencia fundamental entre los recursos renovables y no renovables que, lastimosamente, no se tomó en cuenta en el artículo que comentamos.
El turismo, vinculado a la existencia de elementos de la naturaleza, así como de la presencia de realidades históricas, tiene la capacidad de generar una serie de valores de usos, los cuales pueden dar como resultado una corriente de ingresos, sin que los mismos necesariamente tengan que ser agotados.
El turismo ecológico, que, siguiendo la clasificación de la UICN, contenida en su publicación titulada: How Much is an Ecosistem Worth? (2005), pueden generar valores de uso que son no consuntivos, tales como lo es el valor de la observación de la naturaleza y sus especies y el uso recreativo sostenible de la misma. Más aún, la simple existencia de la naturaleza es capaz de proveer lo que se conoce valor de existencia, es decir la satisfacción que genera el conocer la simple presencia de la misma, a lo que se debe agregar el valor de opción, que se refiere a la posibilidad de importantes usos medicinales en el futuro y el valor de herencia, que se refiere a la satisfacción de legar un ambiente prístino a las futuras generaciones. Aquí hasta los servicios no monetizados generan efectos positivos.
Lo importante es que se trata de servicios del ecosistema que, tratados adecuadamente, pueden mantener un nivel de actividad económica específica a través del tiempo. El único requisito es que el uso del recurso, es decir la carga sobre el ecosistema, no sobrepase la capacidad de carga del mismo, es decir permita que el mismo se regenere por lo menos al mismo nivel. Algo semejante ocurre con el turismo histórico, que puede continuar mientras no se afecten la estabilidad ambiental y social de los lugares que lo reciben.
Los recursos no renovables, como lo mineros metálicos, son distintos, su uso lleva al agotamiento de los mismos, por lo que no son capaces de mantener la actividad productiva más allá de cierto tiempo. Sin embargo, esto quizás no es lo más importante ya que se podrían inventar mecanismos para remplazar con nuevas inversiones la actividad económica perdida. Esta es la idea de la aplicación de la conocida fórmula de El Serafy.
El problema básico de la minería a cielo abierto es que, necesariamente, impacta de manera fundamental los ecosistemas sobre los cuales se monta la misma, de manera que resulta prácticamente imposible recuperarlos. Esto crea graves costos, los cuales como afirman Ackerman y Heinzerling en su obra Priceless (2004), son imposibles de medir en términos de valores monetarios. Estos están relacionados, como es conocido, a problemas de morbilidad, mortalidad, pérdida de biodiversidad y posibilidades de usos futuros.
En conclusión, equiparar el turismo con la minería a cielo abierto no constituye una forma adecuada de analizar la problemática.
El autor es economista
En la columna Entrelíneas del 2 de agosto de 2024, publicada en La Estrella de Panamá con el título “Turismo y Minería”, el autor busca equiparar el impacto ambiental y social de la minería a cielo abierto y el del turismo. Concretamente afirma que “Barcelona ya no quiere más turistas y Venecia tampoco. Quieren que se regule la cantidad de personas que los visita”. De esto saca la siguiente conclusión: “... el turismo, al igual que la minería se convierten en un problema para cualquier país si no se regula como debe ser”.
A nuestro juicio este razonamiento contiene lo que se conoce como una falacia de generalización apresurada, en el sentido que parte de premisas insuficientes. Esto se debe a que en el mismo no se toman en cuenta con claridad la naturaleza de las actividades que se comparan, así como el significado que tendría la acción de regulación en ambos casos.
El turismo es una actividad que se maneja fundamentalmente con recursos renovables. Esto, de acuerdo al The MIT Dictionary of Modern Economics (1992), se refiere a aquellos recursos que pueden reabastecerse por la acción de la naturaleza. Por su parte, David W. Pearce y R. Kerry Turner, en su libro Economics of Natural Resources and the Environment (1990), destacan que la característica esencial de los recursos renovables es que sus existencias no son fijas y pueden incrementar o decrecer, de manera que aumentan si se les permite regenerarse.
A diferencia de los renovables, los no renovables, de acuerdo al diccionario antes citado, son aquellos que existen en una forma finita, esto es en una cantidad dada que no se puede renovar por medio de la acción de la naturaleza, en el mejor de los casos solo pueden ser reciclados con métodos que implican consumo de energía y medios de producción. Existe, entonces, una diferencia fundamental entre los recursos renovables y no renovables que, lastimosamente, no se tomó en cuenta en el artículo que comentamos.
El turismo, vinculado a la existencia de elementos de la naturaleza, así como de la presencia de realidades históricas, tiene la capacidad de generar una serie de valores de usos, los cuales pueden dar como resultado una corriente de ingresos, sin que los mismos necesariamente tengan que ser agotados.
El turismo ecológico, que, siguiendo la clasificación de la UICN, contenida en su publicación titulada: How Much is an Ecosistem Worth? (2005), pueden generar valores de uso que son no consuntivos, tales como lo es el valor de la observación de la naturaleza y sus especies y el uso recreativo sostenible de la misma. Más aún, la simple existencia de la naturaleza es capaz de proveer lo que se conoce valor de existencia, es decir la satisfacción que genera el conocer la simple presencia de la misma, a lo que se debe agregar el valor de opción, que se refiere a la posibilidad de importantes usos medicinales en el futuro y el valor de herencia, que se refiere a la satisfacción de legar un ambiente prístino a las futuras generaciones. Aquí hasta los servicios no monetizados generan efectos positivos.
Lo importante es que se trata de servicios del ecosistema que, tratados adecuadamente, pueden mantener un nivel de actividad económica específica a través del tiempo. El único requisito es que el uso del recurso, es decir la carga sobre el ecosistema, no sobrepase la capacidad de carga del mismo, es decir permita que el mismo se regenere por lo menos al mismo nivel. Algo semejante ocurre con el turismo histórico, que puede continuar mientras no se afecten la estabilidad ambiental y social de los lugares que lo reciben.
Los recursos no renovables, como lo mineros metálicos, son distintos, su uso lleva al agotamiento de los mismos, por lo que no son capaces de mantener la actividad productiva más allá de cierto tiempo. Sin embargo, esto quizás no es lo más importante ya que se podrían inventar mecanismos para remplazar con nuevas inversiones la actividad económica perdida. Esta es la idea de la aplicación de la conocida fórmula de El Serafy.
El problema básico de la minería a cielo abierto es que, necesariamente, impacta de manera fundamental los ecosistemas sobre los cuales se monta la misma, de manera que resulta prácticamente imposible recuperarlos. Esto crea graves costos, los cuales como afirman Ackerman y Heinzerling en su obra Priceless (2004), son imposibles de medir en términos de valores monetarios. Estos están relacionados, como es conocido, a problemas de morbilidad, mortalidad, pérdida de biodiversidad y posibilidades de usos futuros.
En conclusión, equiparar el turismo con la minería a cielo abierto no constituye una forma adecuada de analizar la problemática.