Los derechos de la Tierra
- 04/11/2024 00:00
- 03/11/2024 12:39
El derecho de la naturaleza a existir, mantenerse, regenerarse y desarrollarse significa la obligación de que su uso humano sea ecológicamente sostenible La última evaluación de la situación de la Tierra, realizada en 2023 con la metodología del Stokholm Resilence Center, llama la atención sobre el hecho de que seis de las nueve fronteras de la naturaleza, que marcan los límites de su funcionamiento sostenible, han sido traspasadas. Estas son las siguientes: cambio climático; integridad de la biosfera (diversidad genética); cambio del sistema terrestre; flujos bioquímicos (potasio y nitrógeno); la presencia de entidades novedosas, que antes no existían en el ambiente; el espacio de funcionamiento seguro del agua (verde y azul).
En una dirección semejante un reciente trabajo realizado por investigadores de la Universidad de Oregon, publicado bajo el título de Informe Sobre el Estado del Clima en 2024: Tiempos Peligrosos en el Planeta Tierra, determinó que de los 35 de los signos vitales a los que se le da seguimiento 22 se encuentran en máximos extremos. La conclusión de los investigadores es clara: “Estamos al borde de un desastre climático irreversible. Esta es una emergencia global más allá de toda duda. Gran parte de la estructura misma de la vida en la Tierra está en peligro. Estamos entrando en una nueva fase crítica e impredecible de la crisis climática.”
Si nos preguntamos por la causa próxima de esta situación, la tenemos que encontrar en un modelo imperante que pretende un crecimiento sin límite, el cual basado en incrementar el transumo extrae recursos sobre la naturaleza y deposita desechos en la misma. Se trata, como ha señalado Herman Daly de “un crecimiento que ahora está amenazando la capacidad de la Tierra de soportar la vida”. La pregunta que surge es la siguiente: ¿cuál es la causa última que impulsa el crecimiento hacia el infinito, el cual choca con los límites del ambiente?
Para algunos autores, incluyendo a Daly, se trata de un fenómeno estrictamente ideológico. Se refiere, entonces, a la llamada ideología del industrialismo, la que genera la idea de que todo se soluciona con el crecimiento. Si bien, en la ideología dominante el crecimiento del PIB sin límites es sinónimo de bienestar y progreso, vale la pena preguntarse cuál es la base material que da lugar a esta forma ideológica, como un mecanismo básico de su reproducción.
Un problema, central, por cierto, que deja de lado el enfoque anterior, es que el modelo de economía que opera a nivel global, tiene como motivo básico de funcionamiento la generación de ganancias y su acumulación para generar nuevas ganancias. Se trata de una estructura social que impone a cada representante del capital el principio de la creciente acumulación, dado que el mecanismo de competencia implica que el capital que no se acumula o desaparece del mercado o, simplemente es absorbido por otro capital.
Entendiendo esto se devela la causa última del consumismo. En efecto, la necesidad de crecer impone al capital la urgencia de una ampliación del mercado. Tal como señala André Gorz esto “obliga a las empresas a inventar continuamente necesidades y deseos nuevos, a conferir a las mercancías un valor simbólico, social, erótico, a difundir una ‘cultura del consumo’.”
Es, entonces, evidente que es imprescindible edificar una nueva civilización, basada en la solidaridad, que sea capaz de sostener una relación armónica con la naturaleza, de la que somos partes. Esto implica respetar tres derechos fundamentales.
El primero es el derecho humano a vivir en un ambiente sano, que da lugar a la justicia ambiental. Más allá de esto, teniendo en cuenta el valor intrínseco de otros seres vivientes, el derecho a la existencia de los mismos, lo que no lleva a pasar del antropocentrismo a una visión biométrica. Ambos derechos cobran plena realidad cuando se entiende que la naturaleza, es decir esa rica trama que asegura las condiciones de la vida, constituye un verdadero sujeto de derecho, tal como lo señalan Alberto Acosta, Enrique Viale, Alberto Gudynas y la cultura de los pueblos originarios de nuestra América.
El derecho de la naturaleza a existir, mantenerse, regenerarse y desarrollarse significa la obligación de que su uso humano sea ecológicamente sostenible. “En la práctica legal –tal como lo señalan Acosta y Viale- esto significa que, apenas entran en vigencia los derechos de la naturaleza, ya no existe ningún derecho para explotar inmisericordemente a la Madre Naturaleza”, por eso es fundamental luchar por su reconocimiento y vigencia
Como lo plantea Beatriz Ensabela, el reconocimiento de la naturaleza como sujeto de derecho, implica el abandono del actual estilo de desarrollo depredador y la adopción de uno que sea compatible con el respeto a la Madre Naturaleza, como red de sostén de todas las formas de vida. Dadas las circunstancias construirlo es la más urgente de las tareas, sobre todo en Panamá.
La última evaluación de la situación de la Tierra, realizada en 2023 con la metodología del Stokholm Resilence Center, llama la atención sobre el hecho de que seis de las nueve fronteras de la naturaleza, que marcan los límites de su funcionamiento sostenible, han sido traspasadas. Estas son las siguientes: cambio climático; integridad de la biosfera (diversidad genética); cambio del sistema terrestre; flujos bioquímicos (potasio y nitrógeno); la presencia de entidades novedosas, que antes no existían en el ambiente; el espacio de funcionamiento seguro del agua (verde y azul).
En una dirección semejante un reciente trabajo realizado por investigadores de la Universidad de Oregon, publicado bajo el título de Informe Sobre el Estado del Clima en 2024: Tiempos Peligrosos en el Planeta Tierra, determinó que de los 35 de los signos vitales a los que se le da seguimiento 22 se encuentran en máximos extremos. La conclusión de los investigadores es clara: “Estamos al borde de un desastre climático irreversible. Esta es una emergencia global más allá de toda duda. Gran parte de la estructura misma de la vida en la Tierra está en peligro. Estamos entrando en una nueva fase crítica e impredecible de la crisis climática.”
Si nos preguntamos por la causa próxima de esta situación, la tenemos que encontrar en un modelo imperante que pretende un crecimiento sin límite, el cual basado en incrementar el transumo extrae recursos sobre la naturaleza y deposita desechos en la misma. Se trata, como ha señalado Herman Daly de “un crecimiento que ahora está amenazando la capacidad de la Tierra de soportar la vida”. La pregunta que surge es la siguiente: ¿cuál es la causa última que impulsa el crecimiento hacia el infinito, el cual choca con los límites del ambiente?
Para algunos autores, incluyendo a Daly, se trata de un fenómeno estrictamente ideológico. Se refiere, entonces, a la llamada ideología del industrialismo, la que genera la idea de que todo se soluciona con el crecimiento. Si bien, en la ideología dominante el crecimiento del PIB sin límites es sinónimo de bienestar y progreso, vale la pena preguntarse cuál es la base material que da lugar a esta forma ideológica, como un mecanismo básico de su reproducción.
Un problema, central, por cierto, que deja de lado el enfoque anterior, es que el modelo de economía que opera a nivel global, tiene como motivo básico de funcionamiento la generación de ganancias y su acumulación para generar nuevas ganancias. Se trata de una estructura social que impone a cada representante del capital el principio de la creciente acumulación, dado que el mecanismo de competencia implica que el capital que no se acumula o desaparece del mercado o, simplemente es absorbido por otro capital.
Entendiendo esto se devela la causa última del consumismo. En efecto, la necesidad de crecer impone al capital la urgencia de una ampliación del mercado. Tal como señala André Gorz esto “obliga a las empresas a inventar continuamente necesidades y deseos nuevos, a conferir a las mercancías un valor simbólico, social, erótico, a difundir una ‘cultura del consumo’.”
Es, entonces, evidente que es imprescindible edificar una nueva civilización, basada en la solidaridad, que sea capaz de sostener una relación armónica con la naturaleza, de la que somos partes. Esto implica respetar tres derechos fundamentales.
El primero es el derecho humano a vivir en un ambiente sano, que da lugar a la justicia ambiental. Más allá de esto, teniendo en cuenta el valor intrínseco de otros seres vivientes, el derecho a la existencia de los mismos, lo que no lleva a pasar del antropocentrismo a una visión biométrica. Ambos derechos cobran plena realidad cuando se entiende que la naturaleza, es decir esa rica trama que asegura las condiciones de la vida, constituye un verdadero sujeto de derecho, tal como lo señalan Alberto Acosta, Enrique Viale, Alberto Gudynas y la cultura de los pueblos originarios de nuestra América.
El derecho de la naturaleza a existir, mantenerse, regenerarse y desarrollarse significa la obligación de que su uso humano sea ecológicamente sostenible. “En la práctica legal –tal como lo señalan Acosta y Viale- esto significa que, apenas entran en vigencia los derechos de la naturaleza, ya no existe ningún derecho para explotar inmisericordemente a la Madre Naturaleza”, por eso es fundamental luchar por su reconocimiento y vigencia
Como lo plantea Beatriz Ensabela, el reconocimiento de la naturaleza como sujeto de derecho, implica el abandono del actual estilo de desarrollo depredador y la adopción de uno que sea compatible con el respeto a la Madre Naturaleza, como red de sostén de todas las formas de vida. Dadas las circunstancias construirlo es la más urgente de las tareas, sobre todo en Panamá.