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Los debates y los problemas nacionales

Actualizado
  • 20/03/2024 00:00
Creado
  • 19/03/2024 13:30

Con la campaña electoral a punto de alcanzar su cenit, hemos presenciado dos supuestos debates presidenciales, en dos diferentes formatos. Los resultados de estos ejercicios de mercadeo político han sido frustrantes. Más de lo mismo: un aturdimiento verbal y mental basado en mentiras malolientes, mediocres ejercicios de palabrería hueca, monólogos de auto-bombo intrascendentes, reiteradas bufonadas cantinflescas por parte de un candidato, en particular; en fin, una pérdida de tiempo en donde no se han abordado, con seriedad, ninguno de los verdaderos problemas fundamentales de este país.

Prácticamente todos los debatientes se han ido por el truco de marearle la perdiz al electorado, con una hemorragia de ofrecimientos ridículos, atiborrándolos con cifras falseadas y estrambóticas, a conveniencia; tergiversaciones acomodaticias de la verdad sobre la realidad del país y sobre ellos mismos, en donde impera la amnesia sobre sus propios rabos de paja.

Más que participar en estos espectáculos televisivos inútiles, el país necesita que, uno por uno, los candidatos expliquen pública y masivamente a la ciudadanía sus programas electorales. En cada caso, deben decir: a) qué problemas van a atacar; b) cómo lo harán, en detalle; c) en cuánto tiempo se comprometen a rendir resultados; d) cuánto costará cada cosa y en cifra final (sin adendas corruptas ni coimas); y e) concretamente quién o quiénes asumirán la responsabilidad por generar los resultados de cada acción, en tiempo y forma transparente y satisfactoria.

Y sobre los graves problemas que enfrenta Panamá, llama la atención que ningún concurrente a estos debates se ha atrevido a plantear verdaderas reformas, rectificaciones profundas al modelo económico del país. Un modelo que no ha sabido cumplir con los preceptos básicos de bienestar social e individual y que solo ha aumentado la desigualdad y la exclusión socioceconómica. Ninguno ha planteado recuperar una industria ligera desguazada a las malas o desarrollar nuestra enclenque agroindustria. Va en el mejor interés del país, el que alguien asuma la tarea de balancear el modelo de servicios con el desarrollo eficiente de otros sectores que aporten empleomanía así como mayores niveles de autonomía y resiliencia económica.

Nadie habla de qué va a hacer, como nuevo gobernante, con la enorme deuda externa que estamos heredando del gobierno saliente, hija de la corrupción y del despilfarro. Nadie habla sobre establecer mecanismos de control social efectivo, para que esta deuda no siga creciendo y no siga siendo robada. Nadie habla de incentivar el Ahorro Nacional. De establecer y hacer cumplir metas anuales de desarrollo (no de mero crecimiento artificial de cifras). Tampoco han tenido el valor de decir cómo piensan resolver definitivamente la situación financiera de la Caja de Seguro Social.

Ninguno ha hablado de intervenir en el agro para garantizar productividad real y establecer mínimos de soberanía alimentaria. Este país necesita un Instituto de Desarrollo Rural. Necesita salir de tratados abusivos, tramposos y leoninos en que nos han metido varios gobiernos vende patria. Nuestro agro demanda de grandes inversiones para abrir nuevos rubros exportables, tradicionales y no tradicionales. Necesita una instancia público-privada que, con inteligencia económica, busque, promocione y coloque esa producción en nuevos mercados extranjeros. Y sobre todo, que se atreva a intervenir y a tocar los intereses de ese cártel mafioso que conforman los grandes intermediarios agropecuarios nacionales, causantes de graves distorsiones en el costo de los alimentos.

Tampoco se han atrevido a decir cómo piensan refundar elementos del ordenamiento jurídico nacional. Hablan falsamente de Constituyentes que no van a convocar, porque le temen profundamente a un proceso que se les puede salir de las manos y puede patearles el tablero. Panamá necesita nuevas reglas del juego para la administración y la contratación pública. Necesita perseguir la corrupción y el clientelismo en forma efectiva e independiente. Necesitamos un nuevo código electoral, que elimine el voto plancha, el tramposo cociente y medio cociente, que quite prebendas y que obligue a los diputados a legislar, no a malvivir prevaricando ni andar negociando favores por dinero.

Ojalá estas ideas no caigan en saco roto. Todo parece indicar que, en el caso de la gran mayoría de los candidatos que participaron en estos debates, eso mismo es lo que sucederá, pues están demasiado enamorados de su propia voz y viven en su mitomanía fantástica y conveniente. Curiosamente, las encuestas apuntan cada vez más en otra dirección: en aquel que ha tenido la inteligencia de no participar en ninguno de estos shows. Ha dedicado su tiempo a mejorar su propuesta y a promover sus ideas directamente con los electores, dándoles la cara, con sentido común y centrado en ganar la elección el 5 de mayo y no en distraerse en tontos e insípidos debates.

El autor es bioquímico y profesor universitario