Invertir en la salud mental, un imperativo para la oferta electoral
- 06/02/2024 00:00
- 05/02/2024 13:56
En la última década, la conciencia sobre la importancia de la salud mental ha crecido exponencialmente, impulsada por investigaciones que demuestran su impacto en la productividad laboral, el rendimiento académico y la cohesión social. La pandemia global de COVID-19 ha amplificado aún más esta conciencia, subrayando la vulnerabilidad de la salud mental en situaciones de crisis y evidenciando la necesidad urgente de políticas públicas robustas.
En Panamá, para poner un contexto, según datos de la Dirección de Planificación del Departamento de Registros y Estadísticas de Salud del Ministerio de Salud (Minsa), en 2018 se registraron 6.538 casos de trastorno de ansiedad no especificado y 2.038 episodios depresivos no especificados. Mientras que para 2019, las cifras no variaron en atenciones. Para el primer semestre de 2021, el Programa Nacional de Salud Mental de la CSS registró 140.869 consultas de psicología, psiquiatría y salud mental en todas las unidades ejecutoras a nivel nacional. De las consultas realizadas, 69.892 pertenecían a psicología, mientras que unas 63.343 consultas eran de psiquiatría, cifras que evidencian la necesidad de atención profesional inmediata.
Como pueden observar, esta problemática no la sacamos de la noche a la mañana. Es el resultado de diversas investigaciones que durante años, científicos e investigadores han estudiado los trastornos de la salud mental y sus implicaciones con la pandemia de 2020. Muchos estudios han demostrado que existen cada vez más pruebas que respaldan la idea de que el aumento crónico de las hormonas del estrés tiene efectos derivados sobre la arquitectura neuronal de los circuitos cognitivos y emocionales del cerebro. Esto no quiere decir que el “estrés” cause todos los síntomas psiquiátricos, pero si la certeza de que causa mucho de ellos.
A nivel individual, considero que las preocupaciones en torno a la salud mental, que en realidad son sustitutivos de las preocupaciones sobre el sufrimiento, forman parte integral de lo que hacemos como personas que intentamos construir una sociedad más justa. Así es que, por ello, primero que todo, debemos empujarnos a desarrollar un conjunto diferente de conceptos para pensar sobre la cuestión del sufrimiento, la enfermedad psiquiátrica, el afecto y así sucesivamente.
Uno de los desafíos fundamentales son desterrar los estigmas asociados con los trastornos psicológicos. La discriminación y la falta de comprensión en torno a las enfermedades mentales han persistido durante mucho tiempo, contribuyendo a la invisibilidad y la falta de recursos destinados a este sector de la salud
Además, la integración de servicios de salud mental en el sistema de atención médica general es esencial para abordar las necesidades holísticas de los individuos. Las políticas públicas deben garantizar un acceso equitativo a servicios de calidad, independientemente de la ubicación geográfica o el estatus socioeconómico. La inversión en la capacitación de profesionales de la salud mental y la creación de infraestructuras adecuadas son pasos fundamentales para construir un sistema de salud mental resiliente.
La prevención y la detección temprana son también áreas críticas. Programas educativos que promuevan la gestión del estrés desde la infancia, pueden tener un impacto a largo plazo en la reducción de los trastornos mentales en la edad adulta. Además, la implementación de políticas que faciliten la detección temprana y el tratamiento oportuno puede prevenir complicaciones futuras y reducir la carga económica asociada con el tratamiento de enfermedades mentales avanzadas.
En el ámbito laboral, es necesario promover entornos de trabajo saludables y programas de bienestar mental. Un hecho cierto es que la productividad del trabajador está estrechamente ligada, más allá de sus condiciones concretas materiales, a su salud mental; y las empresas que reconocen y abordan este hecho, tienen equipos más comprometidos y eficientes.
Para resolver la crisis de salud mental, por tanto, será necesario luchar para garantizar a las personas el acceso a una infraestructura que amortigüe su estrés crónico: vivienda, alimentación, educación, cuidados infantiles, estabilidad laboral, el derecho a organizarse para humanizar más los lugares de trabajo y acciones determinantes frente al inminente apocalipsis climático.
Si solo se lucha por la salud mental en el plano del acceso a la atención psiquiátrica, no solo se corre el riesgo de reforzar las justificaciones esgrimidas por las nuevas empresas para lucrar, ansiosas por capitalizar los extendidos efectos del dolor, la ansiedad y la desesperación. Con ello también se corre el riesgo de patologizar precisamente las emociones cuyo poder político vamos a necesitar si queremos conseguir soluciones.