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En la Asamblea: los buenos, los malos y los feos

Actualizado
  • 08/09/2024 23:00
Creado
  • 08/09/2024 11:39

Enfrentamos un momento crítico en que, sometidos a escándalos de toda índole, una crisis económica de proporciones desconocidas, un colapso de los partidos políticos -que ha sobrepasado a sus dirigencias y se ha extendido a otros ámbitos de la sociedad- y se manifiesta en desconfianza individual y colectiva. Nadie escapa a este ambiente donde todos estamos bajo sospecha y aunque algunos ilusos puedan creer que ellos no están incluidos en este estado cuasi paranoico, la verdad es que no escapa nadie.

Si en algún lugar se hace realidad este diagnóstico es en la Asamblea Nacional, que ha llegado a niveles de descrédito lamentables nunca vistos. No olvidemos que en la Asamblea reside la verdadera representación popular.

La Constitución establece que el poder público emana del pueblo y lo ejerce el Estado por medio de los Órganos Legislativo, Ejecutivo y Judicial, y añade que los tres funcionarán independientes el uno del otro, pero en armónica colaboración. Sin embargo, queda claro en este texto (el artículo II) que el Legislativo es el primer órgano del Estado y es la expresión política de la voluntad popular.

Esa representatividad de la voluntad popular se legitima, aún más, cuando el voto se ha emitido de manera libre, informada y democrática, y en algún momento entendamos que no solo hay que votar sino votar bien.

Con lo antes señalado es hora de entender que la Asamblea es un órgano colegiado, donde todos los que la integran son iguales, aunque diferentes. Es decir, allí conviven los buenos, los malos y los feos. El voto del más honesto y preparado vale lo mismo que el del más corrupto y cínico al momento de aprobar una ley.

Para los que se jactan con arrogancia de constituir la mayoría dispuesta a imponer su voluntad, deben recordar que las alianzas políticas no son siempre duraderas y que esas sonrisas despectivas pueden volverse muecas si creen que no habrá consecuencias o no comprenden el nivel de indignación de los ciudadanos. Se necesitará de consensos en temas como la crisis del CSS, la deuda pública, la precariedad de los servicios de salud y del sistema educativo, el incremento escandaloso del precio de los alimentos y el aumento de la delincuencia.

Por otro lado, los diputados independientes no han comprendido que en política no se suma igual que en aritmética y, tarde o temprano, tendrán que buscar puntos de acuerdos, necesarios y legítimos, sin sentir que se han rendido o vueltos cómplices de hechos reñidos con la ética.

Ser diputado no es un trabajo de medio tiempo. Además de arduo implica una responsabilidad porque las decisiones que allí se toman, convertidas en leyes, afectan a los más de 4 millones de habitantes para bien o para mal. Las tareas de un diputado no comienzan ni terminan con estar sentados en el pleno y, de vez en cuando, levantar la mano, decir cualquier cosa para que el secretario registre su presencia. Además, debe pertenecer a dos o tres comisiones de trabajo, que tienen una duración de 3 a 4 horas y de estar al tanto de todos los proyectos prohijados para segundo y tercer debate en sesiones de no menos de 4 horas; en aquellos casos que lo amerite por ser proyectos de ley complejos o polémicos se puede solicitar declarar la sesión extraordinaria y prolongar la misma por muchas horas.

Claro que se ha abusado de este recurso, esperando que la ciudadanía no esté atenta a lo que sucede, aunque a veces por la naturaleza del tema es inevitable prolongar el debate hasta altas horas de la noche. Para quienes no conocen las técnicas parlamentarias, es posible que en un momento determinado diputados abandonen la sesión y solo basta que alguien pida la verificación del quorum para que la sesión no pueda continuar o como se dice en lenguaje coloquial, “la sesión se caiga”, con lo cual termina la discusión o aprobación de un proyecto que no cuenta con la mayoría de votos.

Haber leído cuidadosamente la Constitución y el Reglamento Interno de la Asamblea, son requisitos indispensables para un político que se respete para cumplir a cabalidad la tarea parlamentaria sin hacer el ridículo de que alguien deba señalar que lo que está proponiendo es inconstitucional o no cumple con las facultades asignadas en la Constitución.

Las propuestas de ley de todos los diputados deben dirigirse a temas medulares y alejarse de las triviales, las que no necesitan más que un decreto para ser aprobadas, como aquellos de la creación del Festival Torito Guapo, el día del huevo o del almojábano.

El trato respetuoso entre colegas exige el respeto personal al adversario y exigir reciprocidad. La chabacanería, el insulto soez o la descalificación solo conduce al irrespeto mutuo y las ofensas, en algunos casos no habrá vuelta atrás y contribuyen al desprestigio de todos.

“He vivido en el monstruo y le conozco las entrañas”, dijo José Martí hace un siglo y puedo asegurar que, para sobrevivir con dignidad en ciertos ambientes políticos, muchos tendrán que demostrar valentía y dignidad en su conducta pública y privada, de la que puedan sentir orgullo quienes con su voto los eligieron.