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El valor religioso en la educación superior actual

Actualizado
  • 26/10/2024 00:00
Creado
  • 25/10/2024 19:33

Adelantarnos a dar una enseñanza universitaria religiosamente laica y de calidad, puede prevenir, como vacuna social, que tengamos ciudadanos que puedan enseñar que la religión no implica jamás apagar vidas...

Hoy día no es de extrañar, como estudiante de universidad pública o privada, encontrarse a algún compañero que esté en un grupo de jóvenes con una perspectiva religiosa dentro de la institución. En muchos de nuestros países latinoamericanos, en el que hay mayor o menor medida una conciencia cristiana, desde las instituciones oficiales o particulares de educación superior, dígase laica, católica u otra confesión cristiana, tienen lo que se denomina comúnmente como “pastorales”, “grupos” o “células” para acompañar a todos los universitarios en su camino de fe dentro del recinto educativo.

Más allá de estos factores preestablecidos por entes religiosos, conviene preguntarse si aún tiene valor el sentido de la fe en el espacio universitario tan inclinado a preconizar la razón como único espíritu colectivo necesario en su claustro. Ante esto, conviene repasar algunas luces que siempre hacen bien recordar, por ejemplo, la Declaración “Gravissimum educationis”, que nos dice: “De esta forma, ha de hacerse como pública, estable y universal la presencia del pensamiento cristiano en el empeño de promover la cultura superior”.

En efecto, los padres conciliares entendieron que los valores cristianos están íntimamente concadenados al desarrollo humano más allá de un individualismo espiritual enconchado, si no más bien como un actuar de fe que estimula esa cultura racional superior que va avanzando gracias a los valores propios de la conciencia cristiana. Ante esto, el papa Benedicto XVI ya nos hablaba proféticamente de la necesidad de “ensanchar la razón” y la urgencia de “vivir y orientar la globalización de la humanidad en términos de relación, comunión y participación”. Hoy estas dos frases nos deben hacer eco a todas las universidades, puesto que son en estas donde la conciencia del futuro ciudadano se consolida y es por donde el devenir de nuestras sociedades pende inexorablemente.

Por ello, privar a las universidades del caudal humano que acarrea como torrente el conocimiento religioso, no solo como un apéndice extracurricular para el universitario, sino como un estudio formal y académico, alejado de todo fanatismo y dogmatismo, puede ayudar grandemente a construir nuestra necesaria “civilización del amor” donde no se repitan hechos atroces de terrorismo religioso en nuestras sociedades, que nacen al abrigo de menospreciar o minusvalorar el entendimiento religioso en la justa investigación que brinda el estudio de la educación superior.

Cerrar las puertas de nuestras universidades a la religión e impedir que se enseñe formalmente en estas es ser cómplice de los antivalores que atentan y apagan vidas inocentes cuando se ignora que también la religión y teología merecen ser estudiadas en las universidades; además de incentivar el fanatismo dentro de ella.

Adelantarnos a dar una enseñanza universitaria religiosamente laica y de calidad, puede prevenir, como vacuna social, a que tengamos ciudadanos que puedan enseñar que la religión no implica jamás apagar vidas, sino a encender conciencias, viendo al prójimo como hermano, sea de la condición que sea, o a investigar en su claustro cómo el fenómeno religioso, que siempre está enlazado íntimamente al hombre, puede contribuir de la mejor manera en su desarrollo racional.