El taller de la risa y la mueca
- 28/07/2024 23:00
- 27/07/2024 12:09
¡[...] esta nave híbrida funciona gracias al cobre utilizado en sus piezas! Debió costar casi tanto como 5% del Producto Interno Bruto panameño, ahora reducido por culpa del cierre de la mina. Escuché la cifra en una entrevista de René Quevedo [...] Un llantero en el barrio de La Siesta de Tocumen, está muy bien informado sobre las consecuencias del cierre de la mina. Así lo comprobó una cliente inesperada, que lo necesitó porque los cráteres que el exministro de Obras Públicas dejó en las calles, la hicieron una víctima. Era Doña Chenchita de la Torre, que cayó en un hueco con su carrito eléctrico, último modelo.
Ella sintió el crac y soltó una maldición que ninguna de sus amigas de su club social jamás oyeron salir de sus labios. Por motivos que es indiscreto revelar, la doña obedecía las indicaciones del Waze y charcoteando, la voz robótica le dirigió para esquivar el tranque, mientras que en cada giro de la llanta, el carro traqueteaba horriblemente.
Se detuvo en el “Taller Don Tuercas”, a unos metros del socavón. El local se anunciaba con un letrero pintado a mano y brochazos gruesos. Incrédula, la señora miró a Don Tuercas mientras él se limpiaba manos y uñas mugrosas en un suéter estampado con la cara de una excandidata a presidenta. Aunque descolorido, aun el slogan se podía leer: “Con Balbina de corazón”.
—¡Buena tarde, doña! ¿Qué le pasó?
—Buenas tardes, para usted también ... —respondió la mujer tratando de no lucir antipática, mientras se cuidaba de que ninguna parte de su anatomía rozase el entorno grasiento.
—¡Vaya, esta nave híbrida funciona gracias al cobre utilizado en sus piezas! Debió costar casi tanto como 5% del Producto Interno Bruto panameño, ahora reducido por culpa del cierre de la mina. Escuché la cifra en una entrevista de René Quevedo, en KW Continente .... si seguimos así, nos quedaremos sin ruedas y sin país, bromeó Don Tuercas.
—¡Ay, caballero! ¡Qué manera de comparar las cosas! Pero, ¿usted podrá arreglarme esto? Mire que tengo un poquito de prisa.
La mujer sentía el maquillaje derretirse inmisericorde sobre su piel. —¿No tendrá un lugar con aire acondicionado donde yo pueda esperar?
Mientras se agachaba para revisar el neumático, Don Tuercas respondió.
—¿Aire acondicionado? Póngase en la esquina, allí sopla la brisa ... aire no hay ya .... sepa usted que no tengo para pagar ni a un ayudante ... Y, por favor, no hable de empleos, doñita. Mi hijo vio en TikTok que ya se han perdido 31 mil por el cierre de la mina. Pobre gente, sobre todo en Coclé y Colón. Si esto sigue así, les tocará trabajar como bailarines, contoneándose al ritmo de un pindín o un congo.
Indecisa y nerviosa, ella lo escuchaba disimulando su malhumor, mientras tecleaba afanosa en un celular tan ‘yeyé’ como su carro.
—¡Ábrame el baúl! ¿Tiene gato?, le preguntó Don Tuercas.
—Oh, sí, pero no es gato sino gata, de raza British Shorthair, divina. Se llama Artemisa y es de modales impecables ... —su voz se diluía al ver la mueca de disgusto del Tuercas.
Igualado, Don Tuercas la tuteó —Mire, Chenchita, yo me refiero a un gato hidráulico para poder levantar su auto. Seguramente me tocará seguir arreglando llantas hasta mi muerte o hasta que usted me contrate para bailarle a su gata —rezongó el mecánico, mientras seguía machacón con las cifras escuchadas en su radioemisora favorita—. Me amarga pensar que mis amigos bailarines no tendrán pensión, si el país no vuelve a recibir los más de 100 millones de dólares anuales que la mina aportaba en pagos a la Caja de Seguro Social.
Ella separó sus preciosos ojos celestes de la gran pantalla de su teléfono solo cuando el delineador se hizo una sopa. Sometida al calor y la humedad, se lamentaba al pensar que llegaría tardísimo al bridal shower ... seguro que las solteras cotorras que ya estaban allá no ahorraban ningún chisme contra ella.
—Doña, ¿sabía que también se han perdido más de 900 millones de dólares de los pagos que recibían las empresas proveedoras de bienes y servicios a la mina? Me dicen que muchísimas están jodidas en La Pintada y Penonomé.
Chenchita asintió distraída. En pleno tecleo, replicó: —No todo está perdido, mientras pongamos de nuestra parte y saquemos pronto la pata que metimos con la Corte Suprema al final de año pasado.
Ella se percató que la llanta de repuesto ya estaba colocada, sacó su billetera Gucci y preguntó: —¿Cuánto le debo?
—Por ser usted, ochenta ... —respondió el llantero.
—¿¡Ochenta!?, pero, qué carísimo.
—Estos carros eléctricos son muy complicados. Trabajé el rin y el sensor. Yo comprendo que de esto usted no sabe y, antes de que pregunte, quiero explicarle que el rin es una pieza metálica central de la rueda, sobre la que va montado el neumático, dijo con desdén el mecánico barrigón.
—Claro, claro, yo sé. Todo sea por el medioambiente. Tiene usted razón, todos tenemos que hacer sacrificios. Aquí tiene. Gracias.
—¡Recuerde que aquí no solo arreglamos neumáticos, ¡también arreglamos el país, un hueco a la vez!
Mientras la mujer cruzaba la esquina, Don Tuercas, el más caradura de los sinvergüenzas, rogaba para que este mes el MOP tampoco viniera a arreglar el hueco que le producía tantos clientes. Si no, él mismo tendría que volver a picarlo.
El autor es consultor
Un llantero en el barrio de La Siesta de Tocumen, está muy bien informado sobre las consecuencias del cierre de la mina. Así lo comprobó una cliente inesperada, que lo necesitó porque los cráteres que el exministro de Obras Públicas dejó en las calles, la hicieron una víctima. Era Doña Chenchita de la Torre, que cayó en un hueco con su carrito eléctrico, último modelo.
Ella sintió el crac y soltó una maldición que ninguna de sus amigas de su club social jamás oyeron salir de sus labios. Por motivos que es indiscreto revelar, la doña obedecía las indicaciones del Waze y charcoteando, la voz robótica le dirigió para esquivar el tranque, mientras que en cada giro de la llanta, el carro traqueteaba horriblemente.
Se detuvo en el “Taller Don Tuercas”, a unos metros del socavón. El local se anunciaba con un letrero pintado a mano y brochazos gruesos. Incrédula, la señora miró a Don Tuercas mientras él se limpiaba manos y uñas mugrosas en un suéter estampado con la cara de una excandidata a presidenta. Aunque descolorido, aun el slogan se podía leer: “Con Balbina de corazón”.
—¡Buena tarde, doña! ¿Qué le pasó?
—Buenas tardes, para usted también ... —respondió la mujer tratando de no lucir antipática, mientras se cuidaba de que ninguna parte de su anatomía rozase el entorno grasiento.
—¡Vaya, esta nave híbrida funciona gracias al cobre utilizado en sus piezas! Debió costar casi tanto como 5% del Producto Interno Bruto panameño, ahora reducido por culpa del cierre de la mina. Escuché la cifra en una entrevista de René Quevedo, en KW Continente .... si seguimos así, nos quedaremos sin ruedas y sin país, bromeó Don Tuercas.
—¡Ay, caballero! ¡Qué manera de comparar las cosas! Pero, ¿usted podrá arreglarme esto? Mire que tengo un poquito de prisa.
La mujer sentía el maquillaje derretirse inmisericorde sobre su piel. —¿No tendrá un lugar con aire acondicionado donde yo pueda esperar?
Mientras se agachaba para revisar el neumático, Don Tuercas respondió.
—¿Aire acondicionado? Póngase en la esquina, allí sopla la brisa ... aire no hay ya .... sepa usted que no tengo para pagar ni a un ayudante ... Y, por favor, no hable de empleos, doñita. Mi hijo vio en TikTok que ya se han perdido 31 mil por el cierre de la mina. Pobre gente, sobre todo en Coclé y Colón. Si esto sigue así, les tocará trabajar como bailarines, contoneándose al ritmo de un pindín o un congo.
Indecisa y nerviosa, ella lo escuchaba disimulando su malhumor, mientras tecleaba afanosa en un celular tan ‘yeyé’ como su carro.
—¡Ábrame el baúl! ¿Tiene gato?, le preguntó Don Tuercas.
—Oh, sí, pero no es gato sino gata, de raza British Shorthair, divina. Se llama Artemisa y es de modales impecables ... —su voz se diluía al ver la mueca de disgusto del Tuercas.
Igualado, Don Tuercas la tuteó —Mire, Chenchita, yo me refiero a un gato hidráulico para poder levantar su auto. Seguramente me tocará seguir arreglando llantas hasta mi muerte o hasta que usted me contrate para bailarle a su gata —rezongó el mecánico, mientras seguía machacón con las cifras escuchadas en su radioemisora favorita—. Me amarga pensar que mis amigos bailarines no tendrán pensión, si el país no vuelve a recibir los más de 100 millones de dólares anuales que la mina aportaba en pagos a la Caja de Seguro Social.
Ella separó sus preciosos ojos celestes de la gran pantalla de su teléfono solo cuando el delineador se hizo una sopa. Sometida al calor y la humedad, se lamentaba al pensar que llegaría tardísimo al bridal shower ... seguro que las solteras cotorras que ya estaban allá no ahorraban ningún chisme contra ella.
—Doña, ¿sabía que también se han perdido más de 900 millones de dólares de los pagos que recibían las empresas proveedoras de bienes y servicios a la mina? Me dicen que muchísimas están jodidas en La Pintada y Penonomé.
Chenchita asintió distraída. En pleno tecleo, replicó: —No todo está perdido, mientras pongamos de nuestra parte y saquemos pronto la pata que metimos con la Corte Suprema al final de año pasado.
Ella se percató que la llanta de repuesto ya estaba colocada, sacó su billetera Gucci y preguntó: —¿Cuánto le debo?
—Por ser usted, ochenta ... —respondió el llantero.
—¿¡Ochenta!?, pero, qué carísimo.
—Estos carros eléctricos son muy complicados. Trabajé el rin y el sensor. Yo comprendo que de esto usted no sabe y, antes de que pregunte, quiero explicarle que el rin es una pieza metálica central de la rueda, sobre la que va montado el neumático, dijo con desdén el mecánico barrigón.
—Claro, claro, yo sé. Todo sea por el medioambiente. Tiene usted razón, todos tenemos que hacer sacrificios. Aquí tiene. Gracias.
—¡Recuerde que aquí no solo arreglamos neumáticos, ¡también arreglamos el país, un hueco a la vez!
Mientras la mujer cruzaba la esquina, Don Tuercas, el más caradura de los sinvergüenzas, rogaba para que este mes el MOP tampoco viniera a arreglar el hueco que le producía tantos clientes. Si no, él mismo tendría que volver a picarlo.