El semejante americano (III parte)
- 12/12/2024 00:00
- 11/12/2024 18:40
Aun con todas sus controversias, Estados Unidos sigue siendo un objetivo de inmigración internacional, independientemente del político que duerme en la Casa Blanca... ¿Cómo tantos estadounidenses se identifican con Trump? ¿Es él la epifanía del “sueño americano” o un carismático y manipulable bufón de la élite estadounidense, reflejo de su decadente cultura? Opino que más votaron al final por Trump por seis diversas razones, menos relacionadas con su política.
Primero. No por casualidad desconocemos al sueño chino o europeo. Trump representa a ese sueño americano a que Jim, el típico estadounidense, aspira. No por casualidad Jim prefiere en las altas posiciones públicas a condecorados soldados, actores o millonarios, personalidades conocidas y exitosas, no necesariamente políticos de carrera o con valores morales, menos importando a qué partido pertenezca.
Segundo. Trump es una figura conocida ya desde los ochenta con su relativo éxito en los negocios, presentándolo como alternativa a los relativamente decepcionantes políticos de carrera. Él representa al antiestablecimiento, popular en esta época “antitodo”. Harris trajo consigo una impresionante carrera, pero falló en promoverla en sus cuatro años de vicepresidencia. También la culpa cae sobre los mismos demócratas que consideraron continuar con la declinante presidencia de Biden (parecido a Walter, el muñeco del comediante Jeff Dunham) hasta que ya fue muy tarde.
Tercero. Si los demócratas desde el principio hubieran postulado a alguien más parecido a Trump, hubieran ganado. Los demócratas, concentrados en las megápolis del país, incluyendo a la misma capital, se encajonaron en Jim el liberal y menos en Jim el conservador, que basa su elección en lo más conocido y en quien más lo emociona, y menos en su política, capacidad o posición. Este Jim no está listo a ser presidido por una mujer, poco entiende o le interesan los detalles políticos, prefiriendo a alguien con experiencia. Jim anhela la estabilidad encontrándola en Trump (y en Biden), ambos los presidentes más viejos de su historia. En estos tiempos turbulentos postpandemia, Jim busca al viejo (pero no senil) hombre blanco a que le sirva de guía moral por más que se considerare un liberal que considere votar por una mujer.
Cuarto. Como parte de la élite estadounidense, Trump representa a “nuestro tipo adentro”. Ya en su cadencia anterior, Trump benefició a los más ricos, quienes fácilmente contribuyen a su campaña y a su reelección. Al final, aunque nos guste o no, la plata invertida en mercadeo y publicidad sí compra votos.
Quinto. En los últimos años se ha radicalizado la retórica en general, con Trump desplegando un innato talento provocativo. Jim está prefiriendo y alabando a personajes menos ortodoxos, más extremos, que a su vez son los más incompetentes. Estos, para justificar su liderazgo, se expresan en términos más de en contra que en pro, al estilo “el otro es peor”. Esta polarización, no solo en la política, no sorprende, pues ha incrementado con la cada vez mayor influencia negativa de internet, sus algoritmos y las redes sociales, las cuales se alimentan más de lo radical que de lo informativo, más de lo negativo que de lo positivo. La mentalidad estadounidense, la común raíz filosófica y moral de sus ciudadanos en ambos extremos del mapa político, se está enraizando cada vez más en la emoción que en la razón, en la superficialidad que en la esencia, a pesar de su compleja fundación liberal como conservadora.
Sexto. La política estadounidense funciona como un péndulo, una vez a un lado y luego al otro. Todos sus presidentes desde 1900 se han alternado entre partidos e incluyen pocas familias. Además, su mayoría, o ejercieron previamente como vicepresidentes o proceden de familias ricas o conocidas. Ya en 1901 ganó el millonario vicepresidente Theodore Roosevelt con su sobrino Franklin Roosevelt, ejerciendo como presidente desde 1933 y por 12 años (solo después de él se limitó la cadencia presidencial a 8 años). Otros ejemplos son las familias Kennedy y Bush. Los dos hermanos Kennedy fueron postulados a la presidencia (uno ganó en 1960), ambos trágicamente asesinados al oponerse a la misma mentalidad estadounidense liberal que los postuló. Bush, el hijo, fue presidente por 8 años luego de la presidencia de su padre, quien también ejerció por 8 años previos como vicepresidente (de Reagan). La esposa Clinton fue postulada luego de que el esposo Clinton presidiera por 8 años. Así, luego de 8 años de su presidente más liberal, los motivaron a regresar a una base conservadora en 2016, luego a la liberal en 2020 y ahora es el turno del conservador patriota.
Aun con todas sus controversias, Estados Unidos sigue siendo un objetivo de inmigración internacional, independientemente del político que duerme en la Casa Blanca. Esto no quiere decir que no pueda cambiar en el futuro y que la segunda administración de Trump se desarrolle negligentemente, fracasando como una secuela cinematográfica. Trump esta vez viene más reasegurado, senil y vengativo que antes. Es posible que a partir del mismo 20 de enero comience con sus estragos, considerando que está siendo culpado en las cortes y sin preocuparse por una reelección.
¿Cómo tantos estadounidenses se identifican con Trump? ¿Es él la epifanía del “sueño americano” o un carismático y manipulable bufón de la élite estadounidense, reflejo de su decadente cultura? Opino que más votaron al final por Trump por seis diversas razones, menos relacionadas con su política.
Primero. No por casualidad desconocemos al sueño chino o europeo. Trump representa a ese sueño americano a que Jim, el típico estadounidense, aspira. No por casualidad Jim prefiere en las altas posiciones públicas a condecorados soldados, actores o millonarios, personalidades conocidas y exitosas, no necesariamente políticos de carrera o con valores morales, menos importando a qué partido pertenezca.
Segundo. Trump es una figura conocida ya desde los ochenta con su relativo éxito en los negocios, presentándolo como alternativa a los relativamente decepcionantes políticos de carrera. Él representa al antiestablecimiento, popular en esta época “antitodo”. Harris trajo consigo una impresionante carrera, pero falló en promoverla en sus cuatro años de vicepresidencia. También la culpa cae sobre los mismos demócratas que consideraron continuar con la declinante presidencia de Biden (parecido a Walter, el muñeco del comediante Jeff Dunham) hasta que ya fue muy tarde.
Tercero. Si los demócratas desde el principio hubieran postulado a alguien más parecido a Trump, hubieran ganado. Los demócratas, concentrados en las megápolis del país, incluyendo a la misma capital, se encajonaron en Jim el liberal y menos en Jim el conservador, que basa su elección en lo más conocido y en quien más lo emociona, y menos en su política, capacidad o posición. Este Jim no está listo a ser presidido por una mujer, poco entiende o le interesan los detalles políticos, prefiriendo a alguien con experiencia. Jim anhela la estabilidad encontrándola en Trump (y en Biden), ambos los presidentes más viejos de su historia. En estos tiempos turbulentos postpandemia, Jim busca al viejo (pero no senil) hombre blanco a que le sirva de guía moral por más que se considerare un liberal que considere votar por una mujer.
Cuarto. Como parte de la élite estadounidense, Trump representa a “nuestro tipo adentro”. Ya en su cadencia anterior, Trump benefició a los más ricos, quienes fácilmente contribuyen a su campaña y a su reelección. Al final, aunque nos guste o no, la plata invertida en mercadeo y publicidad sí compra votos.
Quinto. En los últimos años se ha radicalizado la retórica en general, con Trump desplegando un innato talento provocativo. Jim está prefiriendo y alabando a personajes menos ortodoxos, más extremos, que a su vez son los más incompetentes. Estos, para justificar su liderazgo, se expresan en términos más de en contra que en pro, al estilo “el otro es peor”. Esta polarización, no solo en la política, no sorprende, pues ha incrementado con la cada vez mayor influencia negativa de internet, sus algoritmos y las redes sociales, las cuales se alimentan más de lo radical que de lo informativo, más de lo negativo que de lo positivo. La mentalidad estadounidense, la común raíz filosófica y moral de sus ciudadanos en ambos extremos del mapa político, se está enraizando cada vez más en la emoción que en la razón, en la superficialidad que en la esencia, a pesar de su compleja fundación liberal como conservadora.
Sexto. La política estadounidense funciona como un péndulo, una vez a un lado y luego al otro. Todos sus presidentes desde 1900 se han alternado entre partidos e incluyen pocas familias. Además, su mayoría, o ejercieron previamente como vicepresidentes o proceden de familias ricas o conocidas. Ya en 1901 ganó el millonario vicepresidente Theodore Roosevelt con su sobrino Franklin Roosevelt, ejerciendo como presidente desde 1933 y por 12 años (solo después de él se limitó la cadencia presidencial a 8 años). Otros ejemplos son las familias Kennedy y Bush. Los dos hermanos Kennedy fueron postulados a la presidencia (uno ganó en 1960), ambos trágicamente asesinados al oponerse a la misma mentalidad estadounidense liberal que los postuló. Bush, el hijo, fue presidente por 8 años luego de la presidencia de su padre, quien también ejerció por 8 años previos como vicepresidente (de Reagan). La esposa Clinton fue postulada luego de que el esposo Clinton presidiera por 8 años. Así, luego de 8 años de su presidente más liberal, los motivaron a regresar a una base conservadora en 2016, luego a la liberal en 2020 y ahora es el turno del conservador patriota.
Aun con todas sus controversias, Estados Unidos sigue siendo un objetivo de inmigración internacional, independientemente del político que duerme en la Casa Blanca. Esto no quiere decir que no pueda cambiar en el futuro y que la segunda administración de Trump se desarrolle negligentemente, fracasando como una secuela cinematográfica. Trump esta vez viene más reasegurado, senil y vengativo que antes. Es posible que a partir del mismo 20 de enero comience con sus estragos, considerando que está siendo culpado en las cortes y sin preocuparse por una reelección.