El reinado de la nota y la muerte del aprendizaje
- 15/11/2024 00:00
- 14/11/2024 19:18
¿En el proceso enseñanza-aprendizaje la nota es el centro de todo? ¿Tiene responsabilidad el docente, toda vez que, para justificar su hacer, pone muchas actividades memorísticas sin fomentar el pensamiento crítico creativo que ayude a los chicos a enfrentar problemas complejos reales? Meditando sobre las múltiples cosas que ocurren en nuestro laboratorio (salón de clases), nos preocupa un viejo problema que se agrava dada la poca atención dispensada al mismo. Desde hace meses me he sentido tentado a escribir sobre el enfoque, excesivamente memorístico, de la educación panameña, en el que se otorga una corona a la nota mientras el aprendizaje es condenado al cadalso.
En este oficio, la experiencia real muestra aulas de clases llenas de chicos que no entienden por qué tienen que ir a la escuela, solo saben que sus padres se lo imponen y, sobre todo, con la exigencia de las mejores notas que, al parecer, se ha constituido en detonante del cacareado estrés escolar. En consecuencia, la escuela es percibida como un escenario fatídico por gran cantidad de niños y jóvenes.
¿Acaso en el proceso enseñanza-aprendizaje la nota es el centro de todo? ¿Tiene responsabilidad el docente, toda vez que, para justificar su hacer, pone muchas actividades memorísticas sin fomentar el pensamiento crítico creativo que ayude a los chicos a enfrentar problemas complejos reales? Lamentablemente, en nuestro sistema educativo la nota es el rasgo que enaltece o estigmatiza al individuo. Como si es lo único necesario para alcanzar el éxito a futuro.
Con frecuencia suelo escuchar el desahogo de chicos que por sus notas son tipificados por sus propios padres como mediocres, fracasados e inservibles. En efecto, desde el hogar se inculca la idea de ir a la escuela a ganar nota, no aprendizaje. A la mayoría de los padres de familia no les inmuta saber cómo aprenden sus hijos o a través de qué tipo de aprendizaje se hacen del conocimiento. Al parecer, solo les importa el reporte de buenas notas para presumirlas en redes sociales entre familiares y amigos.
Los límites de este espacio editorial no me permiten señalar las experiencias reales de chicos “sobresalientes” que he visto terminar en el fracaso, y supuestos “mediocres” alcanzar el éxito. Es que la tónica para la mayoría de los chicos ha consistido, únicamente, en memorizar toda información –sin procesarla ni comprenderla– para luego realizar una prueba y obtener la calificación que le permitirá aprobar la asignatura, el nivel o constituirse en “alumno distinguido”.
Es más, cualquier atisbo docente de implementar experiencias de aprendizaje reflexivo para fomentar el pensamiento crítico creativo habrá de tropezar con la negación tanto de padres como de alumnos. Peor aún si ello representa un leve bajón en las calificaciones, pues somos parte de una sociedad a la que solo importa el fin, no el proceso. Percibo que, así como el amor de muchos se enfría, el amor por el aprendizaje en las escuelas yace en lecho de muerte.
Pareciese que la idea de estudiar y aprender para ser mejor persona o ciudadano ha quedado expulsada de los centros educativos. De hecho, en la experiencia vivida por más de dos décadas en casi una decena de colegios, jamás he visto un directivo preocupado por saber cómo aprenden o a través de qué tipo de aprendizaje se hacen del conocimiento sus alumnos. Solo se conforman con tener un voluminoso cuadro de honor que sirva para la vanagloria de su administración.
Ahora, tampoco podemos sustraer el rol del docente en esta problemática, pues la exigencia de tener que trabajar con 20, 30 o 40 estudiantes por grupo, cada uno con sus complejidades, vivencias difíciles en casa y cultura de barrios, empuja al docente, la mayoría de las veces, a recurrir a actividades de aprendizajes memorísticas que simplifiquen su trabajo. Pues, las experiencias de aprendizajes reflexivo suelen ser más complejas de pensar, estructurar y calificar para luego evaluar sus resultados.
En suma, el número de los reprobados, año tras año, hace ruido. Pero es que nos estamos quedando en medir la calidad de la educación con base en las notas que se adquieren mediante un aprendizaje memorístico, muy propio del siglo XVIII. De ese alto porcentaje de reprobados que anualmente cacareamos, sin dudas se encuentra una multitud de chicos con destrezas, habilidades, valores y competencias en distintas áreas que nunca vamos a ser capaces de detectar si nos quedamos solo en medir a través de la nota. Es evidente que la nota no mide todo el conocimiento. De hecho, es un factor bastante limitado para valorar el aprendizaje adquirido por un chico.
Meditando sobre las múltiples cosas que ocurren en nuestro laboratorio (salón de clases), nos preocupa un viejo problema que se agrava dada la poca atención dispensada al mismo. Desde hace meses me he sentido tentado a escribir sobre el enfoque, excesivamente memorístico, de la educación panameña, en el que se otorga una corona a la nota mientras el aprendizaje es condenado al cadalso.
En este oficio, la experiencia real muestra aulas de clases llenas de chicos que no entienden por qué tienen que ir a la escuela, solo saben que sus padres se lo imponen y, sobre todo, con la exigencia de las mejores notas que, al parecer, se ha constituido en detonante del cacareado estrés escolar. En consecuencia, la escuela es percibida como un escenario fatídico por gran cantidad de niños y jóvenes.
¿Acaso en el proceso enseñanza-aprendizaje la nota es el centro de todo? ¿Tiene responsabilidad el docente, toda vez que, para justificar su hacer, pone muchas actividades memorísticas sin fomentar el pensamiento crítico creativo que ayude a los chicos a enfrentar problemas complejos reales? Lamentablemente, en nuestro sistema educativo la nota es el rasgo que enaltece o estigmatiza al individuo. Como si es lo único necesario para alcanzar el éxito a futuro.
Con frecuencia suelo escuchar el desahogo de chicos que por sus notas son tipificados por sus propios padres como mediocres, fracasados e inservibles. En efecto, desde el hogar se inculca la idea de ir a la escuela a ganar nota, no aprendizaje. A la mayoría de los padres de familia no les inmuta saber cómo aprenden sus hijos o a través de qué tipo de aprendizaje se hacen del conocimiento. Al parecer, solo les importa el reporte de buenas notas para presumirlas en redes sociales entre familiares y amigos.
Los límites de este espacio editorial no me permiten señalar las experiencias reales de chicos “sobresalientes” que he visto terminar en el fracaso, y supuestos “mediocres” alcanzar el éxito. Es que la tónica para la mayoría de los chicos ha consistido, únicamente, en memorizar toda información –sin procesarla ni comprenderla– para luego realizar una prueba y obtener la calificación que le permitirá aprobar la asignatura, el nivel o constituirse en “alumno distinguido”.
Es más, cualquier atisbo docente de implementar experiencias de aprendizaje reflexivo para fomentar el pensamiento crítico creativo habrá de tropezar con la negación tanto de padres como de alumnos. Peor aún si ello representa un leve bajón en las calificaciones, pues somos parte de una sociedad a la que solo importa el fin, no el proceso. Percibo que, así como el amor de muchos se enfría, el amor por el aprendizaje en las escuelas yace en lecho de muerte.
Pareciese que la idea de estudiar y aprender para ser mejor persona o ciudadano ha quedado expulsada de los centros educativos. De hecho, en la experiencia vivida por más de dos décadas en casi una decena de colegios, jamás he visto un directivo preocupado por saber cómo aprenden o a través de qué tipo de aprendizaje se hacen del conocimiento sus alumnos. Solo se conforman con tener un voluminoso cuadro de honor que sirva para la vanagloria de su administración.
Ahora, tampoco podemos sustraer el rol del docente en esta problemática, pues la exigencia de tener que trabajar con 20, 30 o 40 estudiantes por grupo, cada uno con sus complejidades, vivencias difíciles en casa y cultura de barrios, empuja al docente, la mayoría de las veces, a recurrir a actividades de aprendizajes memorísticas que simplifiquen su trabajo. Pues, las experiencias de aprendizajes reflexivo suelen ser más complejas de pensar, estructurar y calificar para luego evaluar sus resultados.
En suma, el número de los reprobados, año tras año, hace ruido. Pero es que nos estamos quedando en medir la calidad de la educación con base en las notas que se adquieren mediante un aprendizaje memorístico, muy propio del siglo XVIII. De ese alto porcentaje de reprobados que anualmente cacareamos, sin dudas se encuentra una multitud de chicos con destrezas, habilidades, valores y competencias en distintas áreas que nunca vamos a ser capaces de detectar si nos quedamos solo en medir a través de la nota. Es evidente que la nota no mide todo el conocimiento. De hecho, es un factor bastante limitado para valorar el aprendizaje adquirido por un chico.