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El pueblo cumplió, ahora nos toca a todos

Actualizado
  • 16/05/2024 00:00
Creado
  • 15/05/2024 10:19

La extraordinaria participación, superior a la que se registró en los comicios del 2019 [...] fue la primera prueba de que nuestra ciudadanía asumió con responsabilidad su derecho [...]

Cuando nos acercábamos al desenlace del proceso electoral y muchos vaticinaban una crisis nacional y algunos, para bien muy pocos, malsanamente daban por seguro un caos que les sirviera a sus desviaciones iconoclastas, en la columna que escribí el pasado 14 de marzo, bajo el título “Confiemos en el pueblo”, ratificaba que el panameño “siempre se ha elevado por encima de sus retos y, al igual que ha superado todos los anteriores, también superará el presente, con buen juicio y sentido patriótico”.

La extraordinaria participación, superior a la que se registró en los comicios del 2019, a niveles muy superiores a los que se repiten en nuestro continente, fue la primera prueba de que nuestra ciudadanía asumió con responsabilidad su derecho, y también obligación de decidir su futuro.

Otra nota distintiva de la pasada contienda electoral fue la cantidad de las ofertas presidenciales, cinco postuladas por los partidos políticos y tres de libre postulación, con la consecuencia previsible de que la votación se dividiría hasta el punto de que varias encuestas pronosticaran, certeramente, que la candidatura vencedora recibiría el porcentaje de votos que arrojaron las urnas.

Cada quien cuenta la fiesta, según como le fue en ella, dice un viejo refrán. Y en temas electorales, cada quien reacciona, según cómo se cumplieron o no se cumplieron, sus expectativas. Por consiguiente, una vez conocidos los resultados, cabía esperar que algunos candidatos y quienes les apoyaron reaccionaran, oscilando entre muestras de civismo y los extremos propios de los malos perdedores, especialmente aquellos que habían cifrado sus esperanzas en las campañas montadas para descalificar a la candidatura favorita, y que fueron aupados por la inconsistencia de quienes, por las dubitaciones y ambivalencias con las que ejercieron sus deberes constitucionales y legales, sembraron de incertidumbres su viabilidad hasta la misma víspera de las elecciones.

Proclamado el claro ganador de la carrera presidencial, por el veredicto incuestionable del pueblo, era de esperar que, aún los más recalcitrantes opositores del ganador, bajaran el tono de su agresividad verbal, especialmente cuando el presidente electo, en su primer mensaje a la nación, con talante amical y con altura cívica, invitó a todos los sectores de nuestra sociedad a sumarse a un gran esfuerzo nacional para que, entre todos, construyamos la nación que nos merecemos.

Por las reacciones que produjo el discurso del futuro presidente en el acto de su proclamación, puede concluirse que la mayoría del país lo recibió como una muestra de sinceras y buenas intenciones. Pero, por otro lado, y mezquinamente, tampoco han faltado los que insisten en prolongar las confrontaciones preelectorales, reincidiendo, una y otra vez, en argumentos que, a estas alturas de los hechos ya debieran reconocer que, por falsos y haberlos utilizados hasta los límites de la sinrazón, seguirlos repitiendo solo los retrata como pésimos perdedores.

¿A cuenta de qué, viene, por ejemplo, negarle legitimidad al presidente electo, cuando de acuerdo con las reglas electorales vigentes, ganó las elecciones en buena lid? Afirmar que quienes escogieron las otras opciones electorales, están en contra o rechazan al presidente electo raya en aberración. El pueblo votante, cada uno de los electores votó por el o la candidata que consideró que merecía ser presidente; pero concluir que el que no votó al ganador rechaza su elección tipifica una ignorancia supina de las reglas de la democracia.

Y si lo anterior es grave, peor lo es que, antes de que el nuevo presidente nombre a sus colaboradores, que presente los proyectos de nuevas leyes que anunció o de que exponga los parámetros de su gestión en el discurso inaugural que pronunciará el día de su toma de posesión, sin el más mínimo compás de espera, se le comiencen a pronosticar o a atribuir conductas inventadas para sobre ellas desatar críticas y condenas.

Ojalá que comprendiendo que lo que el país necesita es tranquilidad y paz social y dirigentes políticos, económicos y sociales a la altura de las circunstancias, que aporten a la solución de los problemas medulares que demandan soluciones, algunas perentorias, quienes han adoptado la insensata táctica de oponerse a todo lo que no venga de ellos, recapaciten y tengan en cuenta que ser demócrata no se acredita con declaraciones grandilocuentes sino respetando la voluntad del pueblo soberano y que en política se cosecha lo que se siembra.

Panamá necesita de todos, todos podemos servirle, siempre y cuando que, como predicara José Martí, hagamos de la patria ara y no pretendamos que sea pedestal.

El autor es abogado