El mito del cobre altruista
- 26/08/2024 00:00
- 24/08/2024 12:57
[...] se alega que la empresa minera cumple con la noble función de extraer el cobre que permitirá la producción de automóviles eléctricos [...] Se trata, en realidad, de un mito destinado a enmascarar los verdaderos intereses de la minera: la generación de ganancias y acumulación de capital Entre las diversas falsas narrativas que han venido levantado los defensores de la minería a cielo abierto, los que han llegado hasta el vergonzoso hecho de intentar influir sobre los inocentes niños que asistieron a la Feria del Libro, está una que pretende vender la idea de que la producción de cobre tiene un sentido altruista.
Concretamente se alega que la empresa minera cumple con la noble función de extraer el cobre que permitirá la producción de automóviles eléctricos, que eliminarán la generación de gases invernaderos, dando lugar a la añorada transición energética. La devastación ambiental y los costos humanos que debe sufrir Panamá, serían una especie de costos necesarios que debemos aceptar pasivamente. Se trata, en realidad, de un mito destinado a enmascarar los verdaderos intereses de la minera: la generación de ganancias y acumulación de capital.
El mito de la minera se cae en cuanto se tiene en cuenta el interesante estudio Volvo C40 Carbon Foot Print Report, que muestra, para comenzar, que en la fabricación de un automóvil eléctrico Volvo C40 se generan 25 toneladas métricas de bióxido de carbono. Claro está que una vez construido el mismo no producirá más CO2 directamente. Sin embargo, sí lo va a generar indirectamente, dependiendo de la estructura de la generación de electricidad que lo abastecerá de energía.
El estudio realizado para este tipo de automóvil señala que con la estructura de generación de electricidad de la Unión Europea esta generación indirecta sería de 42 toneladas métricas por vehículo durante su vida activa. En el caso de la estructura promedio mundial, esta cifra se eleva a 50 toneladas métricas.
En el mundo circulan aproximadamente 1,400 millones de automóviles. Esto significa que, si se intentara cambiar todo el parque automotriz por el modelo de vehículo antes mencionado, se estarían, usando como referencia la estructura energética mundial, generando 105,000 millones de toneladas métricas de bióxido de carbono. Este problema, obviamente continuaría creciendo si se piensa que la economía global seguiría creciendo.
También, siguiendo la argumentación de Salvador López Arnar en su artículo titulado El coche eléctrico no será la solución (2023), se puede señalar que es prácticamente imposible que el movimiento terrestre de carga a larga distancia sea realizado por vehículos eléctricos. No solo se trata de que los camiones eléctricos tienen un costo cinco veces superior a los no eléctricos. Se trata que estos últimos tendrían que realizar muchas paradas para reabastecerse de energía eléctrica.
Un elemento poco señalado en la literatura es que, aun cuando los vehículos eléctricos, redujeran la demanda de gasolina, aparecerían nuevos problemas ambientales. Es cierto, tal como lo señala López Arnar, que necesariamente se seguiría extrayendo petróleo para otros usos, como lo es la producción de plásticos. En este caso, la producción de gasolina que necesariamente se obtiene en el proceso de refinado, se convertiría en un subproducto, el cual sería un desecho que se vertería al medio ambiente, generando contaminación. Alternativamente aparecería como una oferta de gasolina que presionaría los precios de esta a la baja, estimulado, al menos en los países menos desarrollados, una creciente demanda por vehículos que funcionan con este combustible fósil.
Un elemento central en el debate lo aporta Kohei Saito en su reciente libro Slow Down (2024), el que llama la atención sobre “el verdadero costo del automóvil eléctrico”. Este autor, a diferencia del enfoque del estudio de Indesa sobre la producción de cobre en Panamá, se centra sobre los costos ecológicos de la producción de automóviles eléctricos.
En este caso, por ejemplo, se incluyen los costos ambientales de la producción de litio, generados por la extracción de agua necesaria para acceder al mismo. Estos provocan problemas para varias especies de animales, así como escasez de agua fresca para los habitantes de las áreas cercanas a los sitios de producción. La extracción de Cobalto, otro elemento necesario para la construcción de las baterías de los automóviles eléctricos, no solo genera fuertes impactos ambientales, sino que en gran medida se extrae en la República Democrática del Congo, en un esquema de relaciones laborales de explotación, que incluyen la presencia de niños esclavos. Según Amnistía Internacional en este país existen cerca de 40,000 niños trabajadores esclavos.
Si bien es cierto que la tecnología eléctrica es necesaria para la transición energética, la misma solo será efectiva, si no se utiliza, como pretende la minera, para profundizar la cultura del automóvil individual. Se necesita una nueva visión guiada al transporte público eficiente. Esta sería parte de una sociedad que conscientemente planificara su relación con la naturaleza a fin de conservarla.
El autor es economista
Entre las diversas falsas narrativas que han venido levantado los defensores de la minería a cielo abierto, los que han llegado hasta el vergonzoso hecho de intentar influir sobre los inocentes niños que asistieron a la Feria del Libro, está una que pretende vender la idea de que la producción de cobre tiene un sentido altruista.
Concretamente se alega que la empresa minera cumple con la noble función de extraer el cobre que permitirá la producción de automóviles eléctricos, que eliminarán la generación de gases invernaderos, dando lugar a la añorada transición energética. La devastación ambiental y los costos humanos que debe sufrir Panamá, serían una especie de costos necesarios que debemos aceptar pasivamente. Se trata, en realidad, de un mito destinado a enmascarar los verdaderos intereses de la minera: la generación de ganancias y acumulación de capital.
El mito de la minera se cae en cuanto se tiene en cuenta el interesante estudio Volvo C40 Carbon Foot Print Report, que muestra, para comenzar, que en la fabricación de un automóvil eléctrico Volvo C40 se generan 25 toneladas métricas de bióxido de carbono. Claro está que una vez construido el mismo no producirá más CO2 directamente. Sin embargo, sí lo va a generar indirectamente, dependiendo de la estructura de la generación de electricidad que lo abastecerá de energía.
El estudio realizado para este tipo de automóvil señala que con la estructura de generación de electricidad de la Unión Europea esta generación indirecta sería de 42 toneladas métricas por vehículo durante su vida activa. En el caso de la estructura promedio mundial, esta cifra se eleva a 50 toneladas métricas.
En el mundo circulan aproximadamente 1,400 millones de automóviles. Esto significa que, si se intentara cambiar todo el parque automotriz por el modelo de vehículo antes mencionado, se estarían, usando como referencia la estructura energética mundial, generando 105,000 millones de toneladas métricas de bióxido de carbono. Este problema, obviamente continuaría creciendo si se piensa que la economía global seguiría creciendo.
También, siguiendo la argumentación de Salvador López Arnar en su artículo titulado El coche eléctrico no será la solución (2023), se puede señalar que es prácticamente imposible que el movimiento terrestre de carga a larga distancia sea realizado por vehículos eléctricos. No solo se trata de que los camiones eléctricos tienen un costo cinco veces superior a los no eléctricos. Se trata que estos últimos tendrían que realizar muchas paradas para reabastecerse de energía eléctrica.
Un elemento poco señalado en la literatura es que, aun cuando los vehículos eléctricos, redujeran la demanda de gasolina, aparecerían nuevos problemas ambientales. Es cierto, tal como lo señala López Arnar, que necesariamente se seguiría extrayendo petróleo para otros usos, como lo es la producción de plásticos. En este caso, la producción de gasolina que necesariamente se obtiene en el proceso de refinado, se convertiría en un subproducto, el cual sería un desecho que se vertería al medio ambiente, generando contaminación. Alternativamente aparecería como una oferta de gasolina que presionaría los precios de esta a la baja, estimulado, al menos en los países menos desarrollados, una creciente demanda por vehículos que funcionan con este combustible fósil.
Un elemento central en el debate lo aporta Kohei Saito en su reciente libro Slow Down (2024), el que llama la atención sobre “el verdadero costo del automóvil eléctrico”. Este autor, a diferencia del enfoque del estudio de Indesa sobre la producción de cobre en Panamá, se centra sobre los costos ecológicos de la producción de automóviles eléctricos.
En este caso, por ejemplo, se incluyen los costos ambientales de la producción de litio, generados por la extracción de agua necesaria para acceder al mismo. Estos provocan problemas para varias especies de animales, así como escasez de agua fresca para los habitantes de las áreas cercanas a los sitios de producción. La extracción de Cobalto, otro elemento necesario para la construcción de las baterías de los automóviles eléctricos, no solo genera fuertes impactos ambientales, sino que en gran medida se extrae en la República Democrática del Congo, en un esquema de relaciones laborales de explotación, que incluyen la presencia de niños esclavos. Según Amnistía Internacional en este país existen cerca de 40,000 niños trabajadores esclavos.
Si bien es cierto que la tecnología eléctrica es necesaria para la transición energética, la misma solo será efectiva, si no se utiliza, como pretende la minera, para profundizar la cultura del automóvil individual. Se necesita una nueva visión guiada al transporte público eficiente. Esta sería parte de una sociedad que conscientemente planificara su relación con la naturaleza a fin de conservarla.