Debemos acercarnos más los países de la gran Colombia bolivariana
- 04/06/2024 00:00
- 01/06/2024 14:15
Ante la conformación de la Unión Europea, federación de 27 Estados bajo la bandera de la próspera democracia liberal, amenazada por el ogro ruso, autocrático y belicoso, podemos pensar en lo que hubiera sido la Gran Colombia de Simón Bolívar, hoy fragmentada y diversa, con migraciones desordenadas que intentan desestabilizar nuestro istmo.
Un territorio de más de 2,3 millones de kilómetros cuadrados ocupados por más de 110 millones de habitantes en cuatro Estados soberanos es el espacio ahora de la antigua Gran Colombia, con pueblos que aspiran a la estabilidad, la prosperidad y el desarrollo social.
Heredera del virreinato de la Nueva Granada, creación del siglo XVIII, la Gran Colombia nació en 1819 formada por cuatro naciones bajo la dirección del Libertador. Simón Bolívar fue el primer presidente republicano de Panamá, Colombia y Ecuador, y se convirtió en presidente de Venezuela ese mismo año. Desde 1830 comienza a disolverse la Gran Colombia al separarse Venezuela y Ecuador. Solo quedaron Colombia, y Panamá hasta 1903.
Recrear la Gran Colombia tal como la concibió Bolívar sería una utopía porque las situaciones han cambiado radicalmente en la región y, por supuesto, en el mundo. La tendencia es ahora crear asociaciones vigorosas de Estados para conformar grupos regionales con un peso geopolítico mayor. El más importante y más avanzado es la Unión Europea que comenzó por una integración económica, aduanera, monetaria, para continuar hacia la integración política, con el grave problema hoy de la inmigración ilegal, de la amenaza militar rusa y de la rivalidad comercial china.
Debemos comenzar por un diagnóstico de la situación actual de los cuatro Estados originalmente grancolombianos. Sus semejanzas y sus diferencias, sus fortalezas y sus debilidades, la complementaridad entre países y regiones. Luego, estimar la forma de acercarlos con respeto de sus singularidades nacionales y de sus identidades propias.
Las diferencias económicas y sociales saltan a la vista, pero aún más, sus situaciones políticas. Entre países más prósperos, democracias liberales imperfectas, todavía con graves problemas estructurales heredados de malos gobiernos, como Panamá, el más pequeño, está Venezuela, en las antípodas, el antiguo país más rico arruinado por décadas de una autocracia dictatorial dominada por la extrema izquierda y la inmensa corrupción pública que deben cesar. Luego, tenemos a Colombia, el núcleo de la región, hoy con la mitad del territorio y la población de la vieja Gran Colombia, y sus intensas tensiones internas, con una población pujante y mucho mejor educada. Después está Ecuador, igualmente atacado por el crimen organizado y la mala herencia política, con un gobierno al fin responsable y esperanzador.
¿En esas condiciones cómo comenzar a integrarnos? Primero, físicamente. Tendríamos que comunicarnos, por vía terrestre, con Colombia, con el centro andino y con su costa caribe. Planificar y lograr una mayor unión por carreteras y ferrocarriles entre sus ciudades. Hacerlo, por ejemplo, desde Panamá con Medellín, Cali, Bogotá, Cartagena y Barranquilla; luego, con Maracaibo, Valencia y Caracas; Quito y Guayaquil. Los panameños tenemos el mayor pasivo con la terca renuencia a unir Panamá con Colombia a través del “tapón del Darién”, mantenido así artificialmente por un liderazgo deficiente.
Segundo, debemos convencer a los principales líderes, presidente y diputados, a las autoridades municipales y locales, especialmente a los responsables por la política exterior, de las bondades del proyecto de acercarnos más los vecinos Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela, los herederos de la Gran Colombia bolivariana. Hacerlo para enfrentar, con mejores armas políticas, los retos que nos plantean los otros Estados y grupos de la comunidad internacional y contribuir a forjar un futuro de prosperidad y de paz en un mundo muy convulsionado, con guerras localizadas que pueden evolucionar hacia un terrible conflicto más universal.
Tercero, debemos integrar mucho más nuestras economías, las empresas y los trabajadores, en proyectos complementarios, estratégicos, respetuosos del ambiente natural. Por ejemplo, los puertos ribereños del Canal de Panamá, con mayor conectividad global, deberían servir al centro productivo de Colombia unido por carretera y/o ferrocarril, entre Panamá y Medellín, asunto de mutuo beneficio que podemos considerar con prioridad bajo el esquema público-privado. Debemos, igualmente, aprovechar la vecindad de Colombia para, entre otras cosas, mejorar nuestra educación, porque sus universidades están entre las primeras de Latinoamérica, mientras que las nuestras quedan aún muy lejos atrás.
Cuarto, Panamá, por su historia (Congreso Anfictiónico de 1826) y su real capacidad geopolítica, puede tomar la iniciativa solidaria de impulsar este proyecto de acercamiento y fraternidad. Esa solidaridad se manifestó, por ejemplo, ya hace medio siglo cuando los presidentes de Colombia y de Venezuela, Alfonso López Michelsen y Carlos Andrés Pérez, fueron los principales apoyos extranjeros al general Omar Torrijos en las negociaciones que concluyeron exitosamente con los Tratados Torrijos-Carter de 1977. Ahora recibimos a centenares de miles de venezolanos que huyen de la miseria y de la tiranía y de colombianos y de ecuatorianos que buscan mejores oportunidades de vida. Debemos regular esta migración con verdadero respeto entre países vecinos y construir vías seguras de transporte terrestre en el Darién, controladas, según su localización, por cada Estado, tal como existen en las fronteras de Europa.
Si lo están haciendo los europeos, con historias de sangrientos desencuentros, guerras y exterminios, idiomas distintos y singularidades de pueblos que tienen siglos y hasta milenios de relaciones, ¿por qué no podemos hacerlo nosotros con una historia común más corta, aunque ya de cinco siglos, que hablamos la misma lengua y compartimos sueños parecidos? Podemos, si lo decidimos, ¡comenzar a cumplir el formidable objetivo de Bolívar!