Comer soberanía
- 01/03/2025 00:00
- 28/02/2025 16:28
Alimentar con soberanía a los panameños en estos momentos, no solo es una salida exitosa, sino la mejor fórmula para intentar la soñada ‘unidad nacional’ y acercarnos al consenso requerido... Muchos decían: “la soberanía no se come”; eran quienes miraban el rescate del ejercicio pleno de nuestra autonomía estatal como una “brusca en el ojo”. Aun hoy, después de los enormes beneficios generados por un Canal en manos panameñas y unas áreas revertidas al servicio del desarrollo nacional, existen compatriotas mareados por esa falacia. Después de la II Guerra Mundial, al amparo del germen de la ONU, el mundo conoció una vertiginosa propensión de descolonización que permitió, por un lado, el fortalecimiento de la dignidad de las naciones y, por el otro, la consolidación del concepto de soberanía. Recordemos que en esa época dos terceras partes del planeta eran colonias o dependencias de un puñado de países.
La evolución que siguió se cobró muchas vidas, sudor y lágrimas para alcanzar la realidad opuesta y convertir el mapamundi en un conjunto de países autónomos y soberanos que entendieron que, para sobrevivir, es necesario cooperar y resolver civilizadamente las controversias.
Hay excepciones; se confirma la regla. Excepciones de hecho. 193 países son signatarios de la Convención de Viena de 1961 sobre relaciones diplomáticas, instrumento ícono del respeto a la soberanía de las naciones. EE.UU. la firmó, pero el presidente Trump la pisotea en Palestina o cada vez que se recuerda de nuestro exitoso Canal. Después de ver a Trump pateándole el trasero a la UE y arrastrando a Zelensky, no es recomendable tomar sus amenazas y mentiras a la ligera. Basar la respuesta de un país tan pequeño como Panamá, en el marco de una política evidente de “la zanahoria y el garrote”, en impresiones personales y bajarle la guardia a sus representantes internacionales y a su equipo de trabajo, es contraproducente y acarreará consecuencias lamentables. Parafraseando a Kissinger, “peor que ser enemigo de EE.UU., es ser amigo”.
La soberanía sí es parte del cuadro nutritivo del ser humano. Nadie puede negar que este istmo tiene una larga lista de prioridades que claman la inmediata y contundente acción gubernamental, pero negar que el tema de la soberanía es urgente e importante para el éxito de una gestión democrática, ante la embestida de Trump, nos dejará con una “pata menos” en la construcción de un Estado independiente y que hace tiempo demostró al mundo entero, inobjetablemente, que es soberano, que entiende muy bien el significado de dicho concepto y que tiene suficiente inteligencia, capacidad y voluntad para defenderla con las herramientas propias que el mundo civilizado ha puesto al servicio de la autodeterminación de las naciones.
Alimentar con soberanía a los panameños en estos momentos no solo es una salida exitosa, sino la mejor fórmula para intentar la soñada “unidad nacional” y acercarnos al consenso requerido a fin de alcanzar algunas metas comunes que ocupan el primer puesto de las pretensiones gubernamentales. “El Canal es y seguirá siendo panameño” se queda corto en términos de soberanía. Es válido dudar que Trump entre en razón con esta frase, la cual parece desprenderse del “poder de mando” del Estado con que León Duguit resumía la soberanía, cuya dinámica practica con excelencia el presidente estadounidense. La concepción de Fichte de soberanía popular es la que se recoge en nuestra Constitución al señalar su fundamento. De ahí que defenderla con efectividad conlleva la adopción de una estrategia multicolor y sólida, jurídica y políticamente.
Muchos decían: “la soberanía no se come”; eran quienes miraban el rescate del ejercicio pleno de nuestra autonomía estatal como una “brusca en el ojo”. Aun hoy, después de los enormes beneficios generados por un Canal en manos panameñas y unas áreas revertidas al servicio del desarrollo nacional, existen compatriotas mareados por esa falacia. Después de la II Guerra Mundial, al amparo del germen de la ONU, el mundo conoció una vertiginosa propensión de descolonización que permitió, por un lado, el fortalecimiento de la dignidad de las naciones y, por el otro, la consolidación del concepto de soberanía. Recordemos que en esa época dos terceras partes del planeta eran colonias o dependencias de un puñado de países.
La evolución que siguió se cobró muchas vidas, sudor y lágrimas para alcanzar la realidad opuesta y convertir el mapamundi en un conjunto de países autónomos y soberanos que entendieron que, para sobrevivir, es necesario cooperar y resolver civilizadamente las controversias.
Hay excepciones; se confirma la regla. Excepciones de hecho. 193 países son signatarios de la Convención de Viena de 1961 sobre relaciones diplomáticas, instrumento ícono del respeto a la soberanía de las naciones. EE.UU. la firmó, pero el presidente Trump la pisotea en Palestina o cada vez que se recuerda de nuestro exitoso Canal. Después de ver a Trump pateándole el trasero a la UE y arrastrando a Zelensky, no es recomendable tomar sus amenazas y mentiras a la ligera. Basar la respuesta de un país tan pequeño como Panamá, en el marco de una política evidente de “la zanahoria y el garrote”, en impresiones personales y bajarle la guardia a sus representantes internacionales y a su equipo de trabajo, es contraproducente y acarreará consecuencias lamentables. Parafraseando a Kissinger, “peor que ser enemigo de EE.UU., es ser amigo”.
La soberanía sí es parte del cuadro nutritivo del ser humano. Nadie puede negar que este istmo tiene una larga lista de prioridades que claman la inmediata y contundente acción gubernamental, pero negar que el tema de la soberanía es urgente e importante para el éxito de una gestión democrática, ante la embestida de Trump, nos dejará con una “pata menos” en la construcción de un Estado independiente y que hace tiempo demostró al mundo entero, inobjetablemente, que es soberano, que entiende muy bien el significado de dicho concepto y que tiene suficiente inteligencia, capacidad y voluntad para defenderla con las herramientas propias que el mundo civilizado ha puesto al servicio de la autodeterminación de las naciones.
Alimentar con soberanía a los panameños en estos momentos no solo es una salida exitosa, sino la mejor fórmula para intentar la soñada “unidad nacional” y acercarnos al consenso requerido a fin de alcanzar algunas metas comunes que ocupan el primer puesto de las pretensiones gubernamentales. “El Canal es y seguirá siendo panameño” se queda corto en términos de soberanía. Es válido dudar que Trump entre en razón con esta frase, la cual parece desprenderse del “poder de mando” del Estado con que León Duguit resumía la soberanía, cuya dinámica practica con excelencia el presidente estadounidense. La concepción de Fichte de soberanía popular es la que se recoge en nuestra Constitución al señalar su fundamento. De ahí que defenderla con efectividad conlleva la adopción de una estrategia multicolor y sólida, jurídica y políticamente.