Abandonemos el pánico y celebremos los avances medioambientales
- 28/04/2025 13:47
El mes de abril marcó el 55 aniversario del Día de la Tierra. En 1970, cuando se celebró por primera vez, el mundo afrontaba algunos desafíos medioambientales sombríos Resulta tentador creer que el mundo está al borde del colapso medioambiental. Constantemente nos inundan predicciones nefastas sobre una catástrofe climática y advertencias sobre la destrucción inminente del planeta. Pero esto es engañoso. En lugar de caer en una espiral de pánico, deberíamos tomarnos un momento para apreciar los notables avances que hemos logrado en la mejora del medio ambiente y reconocer que un factor clave es la prosperidad.
El mes de abril marcó el 55 aniversario del Día de la Tierra. En 1970, cuando se celebró por primera vez, el mundo afrontaba algunos desafíos medioambientales sombríos. Los ríos se incendiaban y las ciudades estaban asfixiadas por el smog. La contaminación del aire y del agua era desenfrenada, sobre todo en el Occidente industrializado. Hoy en día, la contaminación atmosférica ha disminuido drásticamente en los países ricos. En las últimas tres décadas, el riesgo de muerte por contaminación atmosférica ha disminuido espectacularmente en más de un 70%, mientras que las vías fluviales se han vuelto más limpias y las naciones se han reforestado.
Sin embargo, en los países más pobres, el panorama es más complicado. Esto se debe a que, a medida que las naciones salen de la pobreza, la industrialización aumenta al principio la contaminación, antes de que las naciones se vuelvan lo suficientemente ricas como para combatirla. Pero incluso en el mundo en desarrollo se están haciendo progresos. Veamos el caso de China, antes famosa por su grave contaminación, pero que ahora está limpiando activamente su aire y su agua.
Para los siete mil millones de personas que no viven en el mundo rico, la contaminación del aire exterior empeoró entre 1990 y 2015. Pero como las emisiones de azufre han alcanzado su punto máximo y han empezado a disminuir, las muertes por contaminación atmosférica exterior en los países pobres se han reducido ligeramente.
Además, al centrarnos en las imágenes de las megaciudades asiáticas cubiertas de niebla tóxica, pasamos por alto la contaminación atmosférica mucho más mortífera que se produce en el interior de las viviendas de los más pobres del mundo. Este problema tan desatendido se deriva de la pobreza energética, que obliga a la gente a depender de la biomasa tradicional (leña, cartón y estiércol) para cocinar y calentarse. La Organización Mundial de la Salud calcula que 2100 millones de personas viven en hogares que están muchas veces más contaminados que incluso los peores días al aire libre en Delhi o Pekín, lo que equivale a que cada persona fume dos paquetes de cigarrillos al día. Aún hoy, la contaminación del aire interior mata a más de tres millones de personas al año.
Sin embargo, un dato espectacular del Día de la Tierra que casi nadie celebra es que la contaminación del aire interior en el mundo menos rico se ha reducido en más de la mitad desde 1990. Esto significa que cada año se salvan más de cuatro millones de vidas.
¿Cómo se ha conseguido este progreso? A través de la prosperidad, lo que significa que menos personas pobres dependen del estiércol y el cartón para cocinar y calentarse; en su lugar, utilizan fuentes de energía mucho más limpias y mejores, como el gas natural y la electricidad.
De hecho, en muchos sentidos el mayor contaminante es la pobreza. Cuando la gente lucha por sobrevivir, las preocupaciones medioambientales pasan a un segundo plano. Pero a medida que los países se hacen más ricos, pueden invertir en tecnologías más limpias, regular las industrias y centrarse en mejorar la salud pública. La prosperidad no se limita a mejorar el nivel de vida y la nutrición y a hacer a la gente más resistente a los retos medioambientales, sino que también hace que las sociedades mejoren activamente su medio ambiente.
Existe una clara conexión entre los ingresos de una nación y su rendimiento medioambiental. Cuanto más rico es un país, mejor gestiona su medio ambiente, como demuestra el Índice de Rendimiento Medioambiental de la Universidad de Yale. Una sociedad centrada en el desarrollo económico no sólo puede sacar a la gente de la pobreza, sino que también abordará la contaminación e invertirá en prácticas sostenibles.
Por desgracia, el movimiento del Día de la Tierra y el ecologista en general, suelen ignorar las soluciones prácticas y prefieren el sensacionalismo. Muchas de las predicciones medioambientales que acapararon la atención en los años setenta resultaron alarmistas y erróneas. Se nos dijo que nos quedaríamos sin la mayoría de los recursos, que la superpoblación provocaría una catástrofe mundial y que en 1985 tendríamos que usar máscaras de gas en el exterior. Ninguna de estas predicciones se materializó, pero alimentaron una cultura del miedo y una mala asignación de los recursos.
Hoy vemos cómo se repite este patrón, sobre todo en lo que se refiere al cambio climático. Sí, el cambio climático es un desafío real, pero debemos mantenerlo en perspectiva. No es la amenaza existencial que algunos nos quieren hacer creer. De hecho, en el último siglo las muertes por desastres relacionados con el clima, como tormentas, inundaciones, sequías e incendios forestales, han disminuido en un notable 98%. Esto no se debe a que el medio ambiente haya permanecido estático, sino a que la innovación y la adaptación humanas nos han hecho más resilientes.
La realidad es que no estamos al borde del abismo. En lugar de asustarnos con una retórica sensacionalista para gastar billones de dólares en políticas climáticas deficientes, deberíamos centrarnos en soluciones prácticas e inteligentes que puedan marcar una diferencia real. En el caso del cambio climático, esto significa invertir en innovación en energía verde. Cuando se trata de uno de los mayores retos medioambientales del mundo, deberíamos acabar con la contaminación del aire interior y salvar 3 millones de vidas cada año, sobre todo gracias a la prosperidad y al acceso a una energía limpia, barata y confiable.
Entonces, en 2025 no debemos alarmarnos, sino celebrar los inmensos avances medioambientales que hemos alcanzado y aquellos que lograremos mientras continúe la prosperidad.
*El autor es presidente del Copenhagen Consensus Center y visiting fellow en Hoover Institution de la Universidad de Stanford
Resulta tentador creer que el mundo está al borde del colapso medioambiental. Constantemente nos inundan predicciones nefastas sobre una catástrofe climática y advertencias sobre la destrucción inminente del planeta. Pero esto es engañoso. En lugar de caer en una espiral de pánico, deberíamos tomarnos un momento para apreciar los notables avances que hemos logrado en la mejora del medio ambiente y reconocer que un factor clave es la prosperidad.
El mes de abril marcó el 55 aniversario del Día de la Tierra. En 1970, cuando se celebró por primera vez, el mundo afrontaba algunos desafíos medioambientales sombríos. Los ríos se incendiaban y las ciudades estaban asfixiadas por el smog. La contaminación del aire y del agua era desenfrenada, sobre todo en el Occidente industrializado. Hoy en día, la contaminación atmosférica ha disminuido drásticamente en los países ricos. En las últimas tres décadas, el riesgo de muerte por contaminación atmosférica ha disminuido espectacularmente en más de un 70%, mientras que las vías fluviales se han vuelto más limpias y las naciones se han reforestado.
Sin embargo, en los países más pobres, el panorama es más complicado. Esto se debe a que, a medida que las naciones salen de la pobreza, la industrialización aumenta al principio la contaminación, antes de que las naciones se vuelvan lo suficientemente ricas como para combatirla. Pero incluso en el mundo en desarrollo se están haciendo progresos. Veamos el caso de China, antes famosa por su grave contaminación, pero que ahora está limpiando activamente su aire y su agua.
Para los siete mil millones de personas que no viven en el mundo rico, la contaminación del aire exterior empeoró entre 1990 y 2015. Pero como las emisiones de azufre han alcanzado su punto máximo y han empezado a disminuir, las muertes por contaminación atmosférica exterior en los países pobres se han reducido ligeramente.
Además, al centrarnos en las imágenes de las megaciudades asiáticas cubiertas de niebla tóxica, pasamos por alto la contaminación atmosférica mucho más mortífera que se produce en el interior de las viviendas de los más pobres del mundo. Este problema tan desatendido se deriva de la pobreza energética, que obliga a la gente a depender de la biomasa tradicional (leña, cartón y estiércol) para cocinar y calentarse. La Organización Mundial de la Salud calcula que 2100 millones de personas viven en hogares que están muchas veces más contaminados que incluso los peores días al aire libre en Delhi o Pekín, lo que equivale a que cada persona fume dos paquetes de cigarrillos al día. Aún hoy, la contaminación del aire interior mata a más de tres millones de personas al año.
Sin embargo, un dato espectacular del Día de la Tierra que casi nadie celebra es que la contaminación del aire interior en el mundo menos rico se ha reducido en más de la mitad desde 1990. Esto significa que cada año se salvan más de cuatro millones de vidas.
¿Cómo se ha conseguido este progreso? A través de la prosperidad, lo que significa que menos personas pobres dependen del estiércol y el cartón para cocinar y calentarse; en su lugar, utilizan fuentes de energía mucho más limpias y mejores, como el gas natural y la electricidad.
De hecho, en muchos sentidos el mayor contaminante es la pobreza. Cuando la gente lucha por sobrevivir, las preocupaciones medioambientales pasan a un segundo plano. Pero a medida que los países se hacen más ricos, pueden invertir en tecnologías más limpias, regular las industrias y centrarse en mejorar la salud pública. La prosperidad no se limita a mejorar el nivel de vida y la nutrición y a hacer a la gente más resistente a los retos medioambientales, sino que también hace que las sociedades mejoren activamente su medio ambiente.
Existe una clara conexión entre los ingresos de una nación y su rendimiento medioambiental. Cuanto más rico es un país, mejor gestiona su medio ambiente, como demuestra el Índice de Rendimiento Medioambiental de la Universidad de Yale. Una sociedad centrada en el desarrollo económico no sólo puede sacar a la gente de la pobreza, sino que también abordará la contaminación e invertirá en prácticas sostenibles.
Por desgracia, el movimiento del Día de la Tierra y el ecologista en general, suelen ignorar las soluciones prácticas y prefieren el sensacionalismo. Muchas de las predicciones medioambientales que acapararon la atención en los años setenta resultaron alarmistas y erróneas. Se nos dijo que nos quedaríamos sin la mayoría de los recursos, que la superpoblación provocaría una catástrofe mundial y que en 1985 tendríamos que usar máscaras de gas en el exterior. Ninguna de estas predicciones se materializó, pero alimentaron una cultura del miedo y una mala asignación de los recursos.
Hoy vemos cómo se repite este patrón, sobre todo en lo que se refiere al cambio climático. Sí, el cambio climático es un desafío real, pero debemos mantenerlo en perspectiva. No es la amenaza existencial que algunos nos quieren hacer creer. De hecho, en el último siglo las muertes por desastres relacionados con el clima, como tormentas, inundaciones, sequías e incendios forestales, han disminuido en un notable 98%. Esto no se debe a que el medio ambiente haya permanecido estático, sino a que la innovación y la adaptación humanas nos han hecho más resilientes.
La realidad es que no estamos al borde del abismo. En lugar de asustarnos con una retórica sensacionalista para gastar billones de dólares en políticas climáticas deficientes, deberíamos centrarnos en soluciones prácticas e inteligentes que puedan marcar una diferencia real. En el caso del cambio climático, esto significa invertir en innovación en energía verde. Cuando se trata de uno de los mayores retos medioambientales del mundo, deberíamos acabar con la contaminación del aire interior y salvar 3 millones de vidas cada año, sobre todo gracias a la prosperidad y al acceso a una energía limpia, barata y confiable.
Entonces, en 2025 no debemos alarmarnos, sino celebrar los inmensos avances medioambientales que hemos alcanzado y aquellos que lograremos mientras continúe la prosperidad.