Trump, las pretensiones sobre Panamá y la antorcha de Nerón
- 28/12/2024 00:00
- 27/12/2024 19:03
Trump parece querer adelantarse al tiempo y desde ahora garantizar el liderazgo de un porvenir todavía muy incierto [...] Ese pensamiento convierte a Trump en un presidente muy peligroso para Panamá y sus vecinos La megalomanía crónica de Donald Trump y su fértil imaginación se juntan en tal extremo, que de su mente se borran los límites de lo posible y de lo imposible en su sueño de grandeza, cuya expresión es su incendiario eslogan Estados Unidos Primero.
Así ocurrió con Adolfo Hitler y su creencia de que la Alemania nazi era el ombligo del mundo y desde Berlín podía administrar a toda Europa y el Oriente Medio. En Trump convergen los elementos más negativos para un holocausto como el hitleriano, o un arranque de furia como el de Nerón a quien se le atribuye el incendio de Roma.
A solo unos días de ser investido nuevamente presidente de Estados Unidos, Trump anda con la antorcha en la mano amenazando con incendiar la pradera, incluida la más cercana a su territorio como Panamá. México, Canadá y Groenlandia, lo cual es interpretado por analistas como parte de una geoestrategia de control territorial, económico y militar, que sirva de barrera a una expansión comercial china.
Deutsche Welle asegura que la lista de similitudes entre Donald Trump y Adolfo Hitler es cada vez más larga, igual que la de personalidades, como un expresidente mexicano, la hermanastra de Ana Frank, el famoso programa cómico estadounidense Saturday Night Live y hasta un conductor ultraconservador de radio de ese país.
Pero el profesor Thomas Weber, de la Universidad de Aberdeen, Escocia, alerta que esas comparaciones aunque sean valederas, distraen del verdadero peligro que podría surgir, más allá de cualquier similitud con Hitler.
Si bien Trump acepta que estamos en una época de cambios que inicia el camino hacia un cambio de época, aun cuando no se sepa nada de su naturaleza ni de su dimensión temporal, no actúa como si el sistema socioeconómico que se está armando en el mundo provoque una nueva repartición territorial del planeta no basado en el poder militar, sino comercial y financiero.
Trump parece querer adelantarse al tiempo –algo imposible- y desde ahora garantizar el liderazgo de un porvenir todavía muy incierto. En su estrategia, los cuatro territorios con sus nuevas pretensiones de posesión, son claves tanto por las riquezas de sus recursos naturales como por su posición geográfica, y todos forman un mascarón de proa para su país.
Ese pensamiento convierte a Trump en un presidente muy peligroso para Panamá y sus vecinos, y el mandatario istmeño José Raúl Mulino hizo lo correcto al advertir que el Canal es y será panameño, aun a riesgo de otra locura militar como la de 1989 protagonizada por George Bush padre.
Las ideas que Trump adelanta antes de volver a entrar a la Casa Blanca, no son espontáneas y constituyen un gran peligro porque esas amenazas destruyen las reglas formales e informales de la política exterior estadounidense, e incluso de las normas de convivencia social dentro y fuera de su país, aunque están por ver las consecuencias de esa forma de actuar.
Pero lo pronosticable es que, al romper los factores de equilibrio -como ya hizo en su gobierno anterior-, hará que el mundo sea menos seguro incluso que en estos momentos de guerra en Ucrania y caída del Gobierno de Siria.
En su maquiavélico juego hay una contradicción, y es que de los lances que está anunciando Estados Unidos no saldrá más fortalecido, sino debilitado en su proyección exterior y con más enemigos, como ya le ocurrió en su primer gobierno con sus aliados europeos. En cambio, China será mejor mirada y apreciada como una potencia comercial cada vez más importante.
Hay una realidad que le sirve de base a Trump para tales exabruptos y que nadie en Estados Unidos salga a las calles a expresar sus miedos sobre las potenciales consecuencias de sus graves amenazas, y es que, en esta ocasión, ganó las elecciones por amplio margen y con el apoyo de la cúpula militar, política y empresarial de uno y otro partido, y eso significa un plus para su proyecto de “Estados Unidos Primero”.
Aunque no lo parezca, todo es resultado de la crisis del espíritu que hay en el mundo y en cuyo epicentro está la sociedad estadounidense, con una clase social media y baja agobiada y colmada de ansiedades insatisfechas, para colmo profundizada por el mal gobierno de Joe Biden que él no administraba debido a una combinación de incapacidad mental y formación ideológica conservadora y guerrerista.
Esa gran masa de estadounidenses vio que con un continuismo demócrata el futuro no iba a ser mejor que el presente, mientras que Trump, con su experiencia histriónica y manejo de público, supo decir todo lo que deseaban oír los diversos y antagónicos sectores sociales, sin temor a mentir porque la mentira es parte de su formación, y pronunciaba discursos a la carta.
En Estados Unidos esa retórica sí se abre paso por tres razones fundamentales: el país es funcional institucionalmente y se piensa que es inmune a la mentira; es una nación surgida de la migración y conserva una de las culturas políticas más bajas del universo; es, también, una sociedad altamente segmentada sin alternativas de escogencia más allá del bipartidismo.
En el caso de Canadá, Trump podría aprovechar para sus planes la crisis política por la que atraviesa el gobierno del primer ministro Justin Trudeau, provocado por la renuncia de su ministra de Finanzas, Chrystia Freeland, que ha llegado al extremo de propiciar una dimisión forzada del mandatario. Lo cierto es que la reacción de Ottawa ha sido la más débil de los cuatro gobiernos amenazados.
Hasta donde ha trascendido, Trump está inconforme con el Tratado México, EE.UU., Canadá (TMEC) y busca eliminarlo o transformarlo a su imagen y semejanza. Esa podría ser otra de las razones de sus dichos y amenazas a esos dos vecinos.
En cambio, Copenhague tiene previsto destinar una cantidad cercana a los 1.500 millones de dólares para reforzar la defensa de Groenlandia (la isla más grande del mundo) según el ministro danés de Defensa, Troels Lund Poulsen. Pero el problema radica en que Dinamarca carece de la capacidad y el apoyo indispensable de Europa para impedir que Trump viole su derecho internacional.
El mandatario electo dijo sin cortapisas que “para los objetivos en seguridad nacional y libertad en todo el mundo, Washington considera que la posesión y el control de Groenlandia es una necesidad absoluta”. Dichas declaraciones fueron rechazadas por las autoridades de la isla, que respondieron de manera tajante: “No estamos a la venta y nunca lo estaremos”.
Los países que más se identifican y reaccionan de forma muy parecida a las amenazas de Trump son Panamá y México, y no es casualidad, pues ambos conocen muy bien la metralla del ejército de ese país: Panamá en 1989 como se ha visto en este 35 aniversario de la invasión, y México en 1847/48 contra otra invasión mucho más poderosa y brutal, en la cual Estados Unidos le arrebató la mitad de su territorio, 2 millones de kilómetros cuadrados.
Sin ese territorio, el de mayores riquezas naturales, incluido el petróleo, numerosos minerales y agua en abundancia para la agricultura y la ganadería e industrias de alimentos, además de bahías comerciales en ambas costas, ese país no fuera la potencia mundial que es hoy y, por supuesto, jamás lo devolverá ni se excusará con México del robo territorial más grande de la historia.
De la única forma que esa enorme extensión tendría otro destino sería con una balcanización pronosticada por años, pero de extremadamente difícil concreción, como todavía plantean grupos de interés que buscan la independencia de siete estados de los 50 de la Unión, entre ellos Texas, California y Nuevo México, todos antiguas regiones mexicanas.
El presidente electo expresó su deseo de declarar como “organizaciones terroristas” a los carteles mexicanos de la droga que provocan, según ellos, “una crisis de salud pública” en el territorio estadounidense. Pero en ninguna declaración asume su obligación acabar con el consumo interno de estupefacientes, el mayor del mundo, ni el tráfico de armas, verdaderos motivos de la existencia de los carteles y la violencia criminal.
Esa categorización del crimen organizado le serviría también de pretexto para repatriar a millones de mexicanos radicados en Estados Unidos a quienes Trump desprecia y ofende constantemente, como hace con los demás inmigrantes de otros países.
La presidenta Claudia Sheinbaum respondió a sus insinuaciones de militarizar la política antinarcóticos como si México fuese su territorio, que “no aceptamos injerencismos de ninguna clase porque esta es una nación soberana”. “Por supuesto que no estamos de acuerdo en una invasión, una presencia de este tipo”, respondió a la prensa cuando fue inquirida sobre el supuesto interés de Trump de enviar a México funcionarios encubiertos para enfrentar a los carteles.
El peligro con Trump radica en que no es capaz de reprimir su fiero afán de sensaciones demoledoras, de impresiones fuertes, de rabia contenida, de pensamiento degradado, todo dentro de un sistema antihéroe que se experimentó desde sus primeros cuatro años de gobierno con una brújula moral propia y valores emocionales opuestos a aquellos reconocidos por la sociedad, pero cambiantes según el momento y el escenario.
Los antihéroes tienen un grave problema, y es que a lo largo de sus vidas no logran entender que carecen de esencia, como fue el caso de su admirado Adolfo Hitler, y al final son como un saco vacío, estrujado, sin forma ni contenido, porque no son héroes ni pensadores, no tienen existencia histórica, y en el flujo y reflujo de ese agotador trabajo de ser visibles, hacen barbaridades sin cargo de conciencia porque para ellos todo se vale.
Ojalá que estas amenazas a Panamá y México principalmente, no terminen con Trump tocando la lira y cantando Iliou Persis (Saqueo de Troya) desde la Casa Blanca, como Nerón en el Domus Aurea mientras ardía Roma.
Hay una realidad que le sirve de base a Trump para tales exabruptos y que nadie en Estados Unidos salga a las calles a expresar sus miedos sobre las potenciales consecuencias de sus graves amenazas, y es que, en esta ocasión, ganó las elecciones por amplio margen y con el apoyo de la cúpula militar”.
La megalomanía crónica de Donald Trump y su fértil imaginación se juntan en tal extremo, que de su mente se borran los límites de lo posible y de lo imposible en su sueño de grandeza, cuya expresión es su incendiario eslogan Estados Unidos Primero.
Así ocurrió con Adolfo Hitler y su creencia de que la Alemania nazi era el ombligo del mundo y desde Berlín podía administrar a toda Europa y el Oriente Medio. En Trump convergen los elementos más negativos para un holocausto como el hitleriano, o un arranque de furia como el de Nerón a quien se le atribuye el incendio de Roma.
A solo unos días de ser investido nuevamente presidente de Estados Unidos, Trump anda con la antorcha en la mano amenazando con incendiar la pradera, incluida la más cercana a su territorio como Panamá. México, Canadá y Groenlandia, lo cual es interpretado por analistas como parte de una geoestrategia de control territorial, económico y militar, que sirva de barrera a una expansión comercial china.
Deutsche Welle asegura que la lista de similitudes entre Donald Trump y Adolfo Hitler es cada vez más larga, igual que la de personalidades, como un expresidente mexicano, la hermanastra de Ana Frank, el famoso programa cómico estadounidense Saturday Night Live y hasta un conductor ultraconservador de radio de ese país.
Pero el profesor Thomas Weber, de la Universidad de Aberdeen, Escocia, alerta que esas comparaciones aunque sean valederas, distraen del verdadero peligro que podría surgir, más allá de cualquier similitud con Hitler.
Si bien Trump acepta que estamos en una época de cambios que inicia el camino hacia un cambio de época, aun cuando no se sepa nada de su naturaleza ni de su dimensión temporal, no actúa como si el sistema socioeconómico que se está armando en el mundo provoque una nueva repartición territorial del planeta no basado en el poder militar, sino comercial y financiero.
Trump parece querer adelantarse al tiempo –algo imposible- y desde ahora garantizar el liderazgo de un porvenir todavía muy incierto. En su estrategia, los cuatro territorios con sus nuevas pretensiones de posesión, son claves tanto por las riquezas de sus recursos naturales como por su posición geográfica, y todos forman un mascarón de proa para su país.
Ese pensamiento convierte a Trump en un presidente muy peligroso para Panamá y sus vecinos, y el mandatario istmeño José Raúl Mulino hizo lo correcto al advertir que el Canal es y será panameño, aun a riesgo de otra locura militar como la de 1989 protagonizada por George Bush padre.
Las ideas que Trump adelanta antes de volver a entrar a la Casa Blanca, no son espontáneas y constituyen un gran peligro porque esas amenazas destruyen las reglas formales e informales de la política exterior estadounidense, e incluso de las normas de convivencia social dentro y fuera de su país, aunque están por ver las consecuencias de esa forma de actuar.
Pero lo pronosticable es que, al romper los factores de equilibrio -como ya hizo en su gobierno anterior-, hará que el mundo sea menos seguro incluso que en estos momentos de guerra en Ucrania y caída del Gobierno de Siria.
En su maquiavélico juego hay una contradicción, y es que de los lances que está anunciando Estados Unidos no saldrá más fortalecido, sino debilitado en su proyección exterior y con más enemigos, como ya le ocurrió en su primer gobierno con sus aliados europeos. En cambio, China será mejor mirada y apreciada como una potencia comercial cada vez más importante.
Hay una realidad que le sirve de base a Trump para tales exabruptos y que nadie en Estados Unidos salga a las calles a expresar sus miedos sobre las potenciales consecuencias de sus graves amenazas, y es que, en esta ocasión, ganó las elecciones por amplio margen y con el apoyo de la cúpula militar, política y empresarial de uno y otro partido, y eso significa un plus para su proyecto de “Estados Unidos Primero”.
Aunque no lo parezca, todo es resultado de la crisis del espíritu que hay en el mundo y en cuyo epicentro está la sociedad estadounidense, con una clase social media y baja agobiada y colmada de ansiedades insatisfechas, para colmo profundizada por el mal gobierno de Joe Biden que él no administraba debido a una combinación de incapacidad mental y formación ideológica conservadora y guerrerista.
Esa gran masa de estadounidenses vio que con un continuismo demócrata el futuro no iba a ser mejor que el presente, mientras que Trump, con su experiencia histriónica y manejo de público, supo decir todo lo que deseaban oír los diversos y antagónicos sectores sociales, sin temor a mentir porque la mentira es parte de su formación, y pronunciaba discursos a la carta.
En Estados Unidos esa retórica sí se abre paso por tres razones fundamentales: el país es funcional institucionalmente y se piensa que es inmune a la mentira; es una nación surgida de la migración y conserva una de las culturas políticas más bajas del universo; es, también, una sociedad altamente segmentada sin alternativas de escogencia más allá del bipartidismo.
En el caso de Canadá, Trump podría aprovechar para sus planes la crisis política por la que atraviesa el gobierno del primer ministro Justin Trudeau, provocado por la renuncia de su ministra de Finanzas, Chrystia Freeland, que ha llegado al extremo de propiciar una dimisión forzada del mandatario. Lo cierto es que la reacción de Ottawa ha sido la más débil de los cuatro gobiernos amenazados.
Hasta donde ha trascendido, Trump está inconforme con el Tratado México, EE.UU., Canadá (TMEC) y busca eliminarlo o transformarlo a su imagen y semejanza. Esa podría ser otra de las razones de sus dichos y amenazas a esos dos vecinos.
En cambio, Copenhague tiene previsto destinar una cantidad cercana a los 1.500 millones de dólares para reforzar la defensa de Groenlandia (la isla más grande del mundo) según el ministro danés de Defensa, Troels Lund Poulsen. Pero el problema radica en que Dinamarca carece de la capacidad y el apoyo indispensable de Europa para impedir que Trump viole su derecho internacional.
El mandatario electo dijo sin cortapisas que “para los objetivos en seguridad nacional y libertad en todo el mundo, Washington considera que la posesión y el control de Groenlandia es una necesidad absoluta”. Dichas declaraciones fueron rechazadas por las autoridades de la isla, que respondieron de manera tajante: “No estamos a la venta y nunca lo estaremos”.
Los países que más se identifican y reaccionan de forma muy parecida a las amenazas de Trump son Panamá y México, y no es casualidad, pues ambos conocen muy bien la metralla del ejército de ese país: Panamá en 1989 como se ha visto en este 35 aniversario de la invasión, y México en 1847/48 contra otra invasión mucho más poderosa y brutal, en la cual Estados Unidos le arrebató la mitad de su territorio, 2 millones de kilómetros cuadrados.
Sin ese territorio, el de mayores riquezas naturales, incluido el petróleo, numerosos minerales y agua en abundancia para la agricultura y la ganadería e industrias de alimentos, además de bahías comerciales en ambas costas, ese país no fuera la potencia mundial que es hoy y, por supuesto, jamás lo devolverá ni se excusará con México del robo territorial más grande de la historia.
De la única forma que esa enorme extensión tendría otro destino sería con una balcanización pronosticada por años, pero de extremadamente difícil concreción, como todavía plantean grupos de interés que buscan la independencia de siete estados de los 50 de la Unión, entre ellos Texas, California y Nuevo México, todos antiguas regiones mexicanas.
El presidente electo expresó su deseo de declarar como “organizaciones terroristas” a los carteles mexicanos de la droga que provocan, según ellos, “una crisis de salud pública” en el territorio estadounidense. Pero en ninguna declaración asume su obligación acabar con el consumo interno de estupefacientes, el mayor del mundo, ni el tráfico de armas, verdaderos motivos de la existencia de los carteles y la violencia criminal.
Esa categorización del crimen organizado le serviría también de pretexto para repatriar a millones de mexicanos radicados en Estados Unidos a quienes Trump desprecia y ofende constantemente, como hace con los demás inmigrantes de otros países.
La presidenta Claudia Sheinbaum respondió a sus insinuaciones de militarizar la política antinarcóticos como si México fuese su territorio, que “no aceptamos injerencismos de ninguna clase porque esta es una nación soberana”. “Por supuesto que no estamos de acuerdo en una invasión, una presencia de este tipo”, respondió a la prensa cuando fue inquirida sobre el supuesto interés de Trump de enviar a México funcionarios encubiertos para enfrentar a los carteles.
El peligro con Trump radica en que no es capaz de reprimir su fiero afán de sensaciones demoledoras, de impresiones fuertes, de rabia contenida, de pensamiento degradado, todo dentro de un sistema antihéroe que se experimentó desde sus primeros cuatro años de gobierno con una brújula moral propia y valores emocionales opuestos a aquellos reconocidos por la sociedad, pero cambiantes según el momento y el escenario.
Los antihéroes tienen un grave problema, y es que a lo largo de sus vidas no logran entender que carecen de esencia, como fue el caso de su admirado Adolfo Hitler, y al final son como un saco vacío, estrujado, sin forma ni contenido, porque no son héroes ni pensadores, no tienen existencia histórica, y en el flujo y reflujo de ese agotador trabajo de ser visibles, hacen barbaridades sin cargo de conciencia porque para ellos todo se vale.
Ojalá que estas amenazas a Panamá y México principalmente, no terminen con Trump tocando la lira y cantando Iliou Persis (Saqueo de Troya) desde la Casa Blanca, como Nerón en el Domus Aurea mientras ardía Roma.