Regreso de Trump marca nueva etapa en las relaciones internacionales
- 30/11/2024 00:00
- 29/11/2024 19:55
Hay que esperar si las reacciones de los de “arriba” en la cúpula se avienen a los cambios en curso, y se podrá saber si Estados Unidos abandona su eterna ambición de ser la máxima voz en la gestión de los asuntos mundiales El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca no se puede tomar a la ligera, porque puede marcar el inicio de una probable nueva etapa en las relaciones internacionales, gracias a un reacomodo de intereses de la cúpula empresarial y financiera de Estados Unidos que responde a procesos del cambio de época, y una visión más pragmática al respecto del poder político y económico de Washington.
Un triunfo arrollador como el obtenido en esta ocasión por Trump, es un síntoma de la toma de conciencia del establishment de esos cambios a largo plazo, y su interés de liderarlos o ejercer una alta influencia en ellos, ante la imposibilidad de detenerlos.
Está por ver si la actuación errática de Joe Biden y la decisión del Partido Demócrata de sustituir tardíamente su candidatura perdedora por la de Kamala Harris, con tan poco margen y carisma para que el ciudadano común la viera como ganadora, forma o no parte de un deseo exprofeso, o de un acuerdo del bipartidismo de escoger a Trump.
Ganar en la forma que lo hizo sorprendió a muchos, pero no fue una sorpresa. El terreno estaba bien abonado para que Harris perdiera. Lo importante ahora no es culpar a los demócratas de lo ocurrido el 5 de noviembre de 2024, sino escudriñar en el futuro próximo que se abre a partir del 20 de enero de 2025, cuando comenzarán a verse los lineamientos reales de su gobierno y una nueva conexión entre los intereses de la política nacional y la internacional.
El asunto es que lo ya avanzado en las transformaciones de la casa común –como califico al planeta el papa Francisco- ni una guerra lo echa atrás, como lo demuestra la de Ucrania y el fallido intento del resurgimiento de la OTAN que deja a la Europa occidental en ascuas. La organización de bloques comerciales como la Franja y la Ruta liderada por China, y los Brics por Rusia, indican que la transformación mundial no puede transitar por el camino bélico, sino por el comercial, en el que Estados Unidos quedó atrás de Beijing.
Es muy probable que esa sea la nueva visión de la segunda etapa de Trump, y en ese sentido América Latina está obligada a abrir bien grandes los ojos, porque la intención es convertirla nuevamente en el patio trasero del vecino del norte.
Indudablemente, la victoria de Trump no es una buena noticia para México ni para otros países con rumbo progresista, como Venezuela.
En tal sentido, es importante admitir que Trump esta vez fue elegido conscientemente por la mayoría de los estadounidenses, independientemente de su origen, y ese es un plus en su favor que se añade al poder omnímodo que le da la mayoría congresional.
Es muy improbable que aquellas manifestaciones masivas en 2016 cuando derrotó a Hilary Clinton, no se repitan ahora, al menos con la estridencia de aquellas, porque aunque han pasado solamente ocho años, este mundo no es el mismo que el de entonces. El liberalismo de Trump tampoco va a ser igual, pues es lógico que las riendas que le ponga la cúspide para evitar la repetición de sus locuras e incoherencias sean más gruesas y su furia pueda ser más controlada. Abona a su favor que estos años le han servido para prepararse mejor y logró que el Partido Republicano esté mayoritariamente a su favor. De todas formas, sus genes negativos no cambian.
Hay que esperar si las reacciones de los de “arriba” en la cúpula se avienen a los cambios en curso, y se podrá saber si Estados Unidos abandona su eterna ambición de ser la máxima voz en la gestión de los asuntos mundiales y restablece los factores de equilibrio rotos de forma escandalosa por Trump, y se contentan con ser solamente el país más influyente en dichos cambios. Eso sería, en lo particular, un cambio de época en la proyección exterior estadounidense.
Eso significaría algo interesante a valorar en el transcurso de su mandato, y verificar si las intenciones del establishment y de Trump coinciden en priorizar los intereses mercantiles estrictos de EE.UU. y alejarse de lo que representó el fracasado Biden, tanto en lo que tiene que ver con el contexto internacional y el espíritu hegemónico que ha prevalecido, y su relación con la política interna cuyo cambio fue un punto focal en la campaña del magnate. La expectativa para el mundo, sobre todo para China y Rusia –y en otros aspectos para Europa que prefería la visión militarista de Biden- es la de ver si el destructor de los factores de equilibrio en el mundo los recompone ahora en su segundo inquilinato en la Casa Blanca, y que su objetivo de repotenciar el poderío perdido de Estados Unidos lo sea en términos lógicos y racionales, y no faraónicos.
Ojalá haya algo de eso y Trump cumpla su dudosa promesa de no promover más guerras, pero para ello debe eliminar todas las actuales y no solamente la de Ucrania, lo cual incluye obligar a su aliado Israel concluir su bandidaje en Gaza y otros vecinos de la región, y poner punto final al conflicto sirio.
Sería bueno que la cúpula se haya dado cuenta de que llegó el momento de pasar la hoja y lo haga a pesar del duro lenguaje de Trump, y que el reelecto mandatario cumpla su promesa electoral de que su gobierno no iniciará nuevas guerras en el exterior.
Pero, ya está diciendo que él puede romper la alianza chino-rusa, lo cual sigue siendo un lenguaje y un pensamiento apocalípticos, aunque también puede estar referido al interés de una nueva repartición territorial del mundo sin pólvora de por medio.
Lo que sea o lo que haga Trump al respecto no va a tomar de sorpresa a Moscú ni a Beijing, cuyos gobiernos se están adelantando a fin de tomar previsiones, y funcionarios de alto rango, como el secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Serguéi Shoigú, y el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, establecen contactos casi permanentes para tratar la nueva etapa que se abre con el presidente republicano.
Por supuesto que Estados Unidos, en especial el grupo de Trump, no pueden perder la perspectiva de un estrechamiento de relaciones de esos dos gigantes enfocadas en las insinuaciones del millonario.
En ese contexto, América Latina resurge en la política exterior estadounidense como parte importante en la estrategia territorial de la Casa Blanca, y su objetivo de que el continente no se les vaya de la mano, en particular con el fortalecimiento de los Brics, contra cuya consolidación invertirá todas sus fuerzas. El conflicto dentro de ese bloque provocado por Brasil al oponerse al ingreso de Venezuela, será usado al máximo por el Departamento de Estado y de comercio para frenarlo y debilitarlo.
Cuba, por su parte, no reblandecerá su posición de principios ni Trump constituirá un freno para su programa estratégico de desarrollo económico y social, que se ejecuta sobre bases políticas muy sólidas y relaciones comerciales y financieras bien diversificadas en las que los escasos vínculos con empresas estadounidenses son apenas una pequeña parte. Sin embargo, no deja de preocupar el hecho de que la retórica empleada por Trump es el relanzamiento de actitudes políticas y acciones anticubanas de su primer mandato, como la declaración injusta e ilegal de declarar al país promotor del terrorismo y no reconocerlo, por el contrario, víctima de este.
Finalmente, es importante aclarar que Trump nunca ha estado contra el sistema porque es parte de él, sino defensor de su renovación, así que nadie espere peras del olmo. Más bien, es factor y reflejo del ajuste mundial a la desglobalización, que seguramente será largo y doloroso.
¿Qué vendrá más allá de una confrontación entre el capitalismo de ayer y el de hoy. Lamentablemente, no encuentra uno ninguna expresión clara de disposición de ir más allá de ese capitalismo. Al menos por ahora.
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca no se puede tomar a la ligera, porque puede marcar el inicio de una probable nueva etapa en las relaciones internacionales, gracias a un reacomodo de intereses de la cúpula empresarial y financiera de Estados Unidos que responde a procesos del cambio de época, y una visión más pragmática al respecto del poder político y económico de Washington.
Un triunfo arrollador como el obtenido en esta ocasión por Trump, es un síntoma de la toma de conciencia del establishment de esos cambios a largo plazo, y su interés de liderarlos o ejercer una alta influencia en ellos, ante la imposibilidad de detenerlos.
Está por ver si la actuación errática de Joe Biden y la decisión del Partido Demócrata de sustituir tardíamente su candidatura perdedora por la de Kamala Harris, con tan poco margen y carisma para que el ciudadano común la viera como ganadora, forma o no parte de un deseo exprofeso, o de un acuerdo del bipartidismo de escoger a Trump.
Ganar en la forma que lo hizo sorprendió a muchos, pero no fue una sorpresa. El terreno estaba bien abonado para que Harris perdiera. Lo importante ahora no es culpar a los demócratas de lo ocurrido el 5 de noviembre de 2024, sino escudriñar en el futuro próximo que se abre a partir del 20 de enero de 2025, cuando comenzarán a verse los lineamientos reales de su gobierno y una nueva conexión entre los intereses de la política nacional y la internacional.
El asunto es que lo ya avanzado en las transformaciones de la casa común –como califico al planeta el papa Francisco- ni una guerra lo echa atrás, como lo demuestra la de Ucrania y el fallido intento del resurgimiento de la OTAN que deja a la Europa occidental en ascuas. La organización de bloques comerciales como la Franja y la Ruta liderada por China, y los Brics por Rusia, indican que la transformación mundial no puede transitar por el camino bélico, sino por el comercial, en el que Estados Unidos quedó atrás de Beijing.
Es muy probable que esa sea la nueva visión de la segunda etapa de Trump, y en ese sentido América Latina está obligada a abrir bien grandes los ojos, porque la intención es convertirla nuevamente en el patio trasero del vecino del norte.
Indudablemente, la victoria de Trump no es una buena noticia para México ni para otros países con rumbo progresista, como Venezuela.
En tal sentido, es importante admitir que Trump esta vez fue elegido conscientemente por la mayoría de los estadounidenses, independientemente de su origen, y ese es un plus en su favor que se añade al poder omnímodo que le da la mayoría congresional.
Es muy improbable que aquellas manifestaciones masivas en 2016 cuando derrotó a Hilary Clinton, no se repitan ahora, al menos con la estridencia de aquellas, porque aunque han pasado solamente ocho años, este mundo no es el mismo que el de entonces. El liberalismo de Trump tampoco va a ser igual, pues es lógico que las riendas que le ponga la cúspide para evitar la repetición de sus locuras e incoherencias sean más gruesas y su furia pueda ser más controlada. Abona a su favor que estos años le han servido para prepararse mejor y logró que el Partido Republicano esté mayoritariamente a su favor. De todas formas, sus genes negativos no cambian.
Hay que esperar si las reacciones de los de “arriba” en la cúpula se avienen a los cambios en curso, y se podrá saber si Estados Unidos abandona su eterna ambición de ser la máxima voz en la gestión de los asuntos mundiales y restablece los factores de equilibrio rotos de forma escandalosa por Trump, y se contentan con ser solamente el país más influyente en dichos cambios. Eso sería, en lo particular, un cambio de época en la proyección exterior estadounidense.
Eso significaría algo interesante a valorar en el transcurso de su mandato, y verificar si las intenciones del establishment y de Trump coinciden en priorizar los intereses mercantiles estrictos de EE.UU. y alejarse de lo que representó el fracasado Biden, tanto en lo que tiene que ver con el contexto internacional y el espíritu hegemónico que ha prevalecido, y su relación con la política interna cuyo cambio fue un punto focal en la campaña del magnate. La expectativa para el mundo, sobre todo para China y Rusia –y en otros aspectos para Europa que prefería la visión militarista de Biden- es la de ver si el destructor de los factores de equilibrio en el mundo los recompone ahora en su segundo inquilinato en la Casa Blanca, y que su objetivo de repotenciar el poderío perdido de Estados Unidos lo sea en términos lógicos y racionales, y no faraónicos.
Ojalá haya algo de eso y Trump cumpla su dudosa promesa de no promover más guerras, pero para ello debe eliminar todas las actuales y no solamente la de Ucrania, lo cual incluye obligar a su aliado Israel concluir su bandidaje en Gaza y otros vecinos de la región, y poner punto final al conflicto sirio.
Sería bueno que la cúpula se haya dado cuenta de que llegó el momento de pasar la hoja y lo haga a pesar del duro lenguaje de Trump, y que el reelecto mandatario cumpla su promesa electoral de que su gobierno no iniciará nuevas guerras en el exterior.
Pero, ya está diciendo que él puede romper la alianza chino-rusa, lo cual sigue siendo un lenguaje y un pensamiento apocalípticos, aunque también puede estar referido al interés de una nueva repartición territorial del mundo sin pólvora de por medio.
Lo que sea o lo que haga Trump al respecto no va a tomar de sorpresa a Moscú ni a Beijing, cuyos gobiernos se están adelantando a fin de tomar previsiones, y funcionarios de alto rango, como el secretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Serguéi Shoigú, y el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, establecen contactos casi permanentes para tratar la nueva etapa que se abre con el presidente republicano.
Por supuesto que Estados Unidos, en especial el grupo de Trump, no pueden perder la perspectiva de un estrechamiento de relaciones de esos dos gigantes enfocadas en las insinuaciones del millonario.
En ese contexto, América Latina resurge en la política exterior estadounidense como parte importante en la estrategia territorial de la Casa Blanca, y su objetivo de que el continente no se les vaya de la mano, en particular con el fortalecimiento de los Brics, contra cuya consolidación invertirá todas sus fuerzas. El conflicto dentro de ese bloque provocado por Brasil al oponerse al ingreso de Venezuela, será usado al máximo por el Departamento de Estado y de comercio para frenarlo y debilitarlo.
Cuba, por su parte, no reblandecerá su posición de principios ni Trump constituirá un freno para su programa estratégico de desarrollo económico y social, que se ejecuta sobre bases políticas muy sólidas y relaciones comerciales y financieras bien diversificadas en las que los escasos vínculos con empresas estadounidenses son apenas una pequeña parte. Sin embargo, no deja de preocupar el hecho de que la retórica empleada por Trump es el relanzamiento de actitudes políticas y acciones anticubanas de su primer mandato, como la declaración injusta e ilegal de declarar al país promotor del terrorismo y no reconocerlo, por el contrario, víctima de este.
Finalmente, es importante aclarar que Trump nunca ha estado contra el sistema porque es parte de él, sino defensor de su renovación, así que nadie espere peras del olmo. Más bien, es factor y reflejo del ajuste mundial a la desglobalización, que seguramente será largo y doloroso.
¿Qué vendrá más allá de una confrontación entre el capitalismo de ayer y el de hoy. Lamentablemente, no encuentra uno ninguna expresión clara de disposición de ir más allá de ese capitalismo. Al menos por ahora.