El camino hacia la prosperidad
- 19/02/2025 00:00
- 18/02/2025 17:25
En un artículo exclusivo para ‘La Estrella de Panamá’, el canciller de Polonia hace un balance del desarrollo de su país. Según los datos del FMI, el PIB de Polonia en 1990 era de apenas 6.690 dólares corrientes. En 2024, este valor se ha multiplicado casi por 8 hasta alcanzar los 51.630 dólares Navegando por las redes sociales me he topado recientemente con un mapa que muestra todos los países con un PIB per cápita superior al de Polonia en 1990 y en 2018. La diferencia era sorprendente. Mientras que hace 35 años había bastantes países de este tipo no solo en Europa, sino también en Sudamérica, Asia y África, con el tiempo su número ha disminuido significativamente. En 2018 ya no había ningún Estado sudamericano o africano destacado en el mapa.
Para 2025, el grupo se habrá reducido aún más. Según los datos del FMI, el PIB de Polonia en 1990 era de apenas 6.690 dólares corrientes. En 2024, este valor se ha multiplicado casi por 8 hasta alcanzar los 51.630 dólares. Todo eso en sólo tres décadas -una generación-. Y esta tendencia continúa. Según las previsiones de la Comisión Europea, en los años 2024-2025 la economía polaca será todavía más grande y de más rápido crecimiento de la Unión Europea.
¿Cómo lo hemos conseguido? Aparte del duro trabajo de nuestros ciudadanos, dos factores principales -o, para ser más precisos, dos instituciones- han contribuido al éxito económico: la OTAN y la Unión Europea.
La primera, a la que Polonia se incorporó en 1999, proporcionó garantías de seguridad y ayudó a superar décadas de división entre Europa Oriental y Occidental. La segunda, a la que nos incorporamos cinco años más tarde, llevó un paso más allá el proceso de reducir las antiguas disparidades. Concedió a los nuevos Estados miembros acceso a los llamados “fondos de cohesión”, pero sobre todo al mercado común europeo.
Fuentes del éxito Tras la caída del comunismo en Polonia en 1989 y el regreso de una política democrática desorganizada, pese a todas las disputas políticas cotidianas, una cosa se mantuvo constante, independientemente de quién estuviera en el poder: la determinación de Polonia de unirse a las dos organizaciones mencionadas. ¿Por qué?
Somos una gran nación, pero un país de tamaño medio. Apreciamos mucho nuestra larga historia -este año se cumple un milenio de la coronación de nuestro primer rey-, pero nuestra población es mucho menor que la de Pekín y Shanghái juntas. Polonia necesita aliados para impulsar su potencial en la escena internacional.
Lo que funcionó en el caso de Polonia -que en 1990 era un país pobre que salía de cuatro décadas de dominación rusa y mala gestión económica- bien podría funcionar en muchas de las llamadas “potencias medias” de Asia, África y Sudamérica que buscan espacio para crecer.
Estos países a menudo necesitan lo que Polonia necesitaba desesperadamente hace 35 años y de lo que aún se beneficia: gestión eficiente, inversiones extranjeras sin condiciones, pero sobre todo, estabilidad política, Estado de derecho y un entorno internacional predecible con vecinos ansiosos de no hacer guerras, sino dispuestos a trabajar juntos en beneficio común. De hecho, estos factores pueden beneficiar a todos los países, independientemente de su nivel de PIB.
Hoy en día, el orden internacional está siendo cuestionado en múltiples frentes. En ocasiones, por buenas razones. Las instituciones fundadas hace décadas -incluidas la ONU y su Consejo de Seguridad- no son representativas de la comunidad mundial y son incapaces de abordar los retos a los que nos enfrentamos. Lo que necesitan, sin embargo, es una reforma profunda, no su rechazo completo.
Ilusiones imperialistas Para los desesperados por el cambio, la fuerza puede parecer atractiva. Esto sería un error. Abandonar los foros de diálogo internacional y recurrir a la violencia no nos llevará muy lejos.
Tomemos como ejemplo la agresión no provocada de Rusia contra Ucrania. Según la propaganda del Kremlin, es una reacción justificada al imperialismo occidental que supuestamente amenaza la seguridad de Rusia. Pero, en realidad, se trata de una guerra colonial moderna contra el pueblo ucraniano que -al igual que nosotros los polacos hace 30 años- quiere una vida mejor y se da cuenta de que nunca podrá alcanzar este objetivo volviendo a estar sometido a Rusia. Este es el motivo por el que se les castiga: un esfuerzo por liberarse del control de una antigua metrópoli. La agresión del Kremlin es la lucha desesperada de un imperio en decadencia por restaurar su esfera de influencia.
Una victoria rusa -que ojalá nunca llegue- no crearía un orden mundial más justo. No beneficiaría a los países descontentos con la situación actual. Ni siquiera crearía una Rusia más justa y próspera. Basta con decir que ahora hay más presos políticos en Rusia que en la década de 1980, cuando la Unión Soviética invadió Afganistán. También hay muchas más víctimas.
La guerra casi nunca es un atajo hacia la prosperidad. A lo largo del último milenio, Polonia ha sufrido invasiones y levantamientos contra las fuerzas de ocupación. Y lo que finalmente nos trajo la prosperidad fueron tres décadas de paz, previsibilidad, cooperación internacional y estabilidad política.
Por eso, al asumir la Presidencia del Consejo de la Unión Europea, Polonia dejó clara su prioridad: la seguridad en sus múltiples dimensiones, desde la militar hasta la digital, pasando por la económica. Una Europa segura, próspera y abierta a los negocios puede beneficiar no sólo a los europeos, sino a toda la gran comunidad global. Igual que ha beneficiado a Polonia durante las tres últimas décadas.
Puede parecer aburrido, pero funcionó. Basta con mirar las cifras.
Radosław Sikorski es ministro de Asuntos Exteriores de Polonia.
Navegando por las redes sociales me he topado recientemente con un mapa que muestra todos los países con un PIB per cápita superior al de Polonia en 1990 y en 2018. La diferencia era sorprendente. Mientras que hace 35 años había bastantes países de este tipo no solo en Europa, sino también en Sudamérica, Asia y África, con el tiempo su número ha disminuido significativamente. En 2018 ya no había ningún Estado sudamericano o africano destacado en el mapa.
Para 2025, el grupo se habrá reducido aún más. Según los datos del FMI, el PIB de Polonia en 1990 era de apenas 6.690 dólares corrientes. En 2024, este valor se ha multiplicado casi por 8 hasta alcanzar los 51.630 dólares. Todo eso en sólo tres décadas -una generación-. Y esta tendencia continúa. Según las previsiones de la Comisión Europea, en los años 2024-2025 la economía polaca será todavía más grande y de más rápido crecimiento de la Unión Europea.
¿Cómo lo hemos conseguido? Aparte del duro trabajo de nuestros ciudadanos, dos factores principales -o, para ser más precisos, dos instituciones- han contribuido al éxito económico: la OTAN y la Unión Europea.
La primera, a la que Polonia se incorporó en 1999, proporcionó garantías de seguridad y ayudó a superar décadas de división entre Europa Oriental y Occidental. La segunda, a la que nos incorporamos cinco años más tarde, llevó un paso más allá el proceso de reducir las antiguas disparidades. Concedió a los nuevos Estados miembros acceso a los llamados “fondos de cohesión”, pero sobre todo al mercado común europeo.
Tras la caída del comunismo en Polonia en 1989 y el regreso de una política democrática desorganizada, pese a todas las disputas políticas cotidianas, una cosa se mantuvo constante, independientemente de quién estuviera en el poder: la determinación de Polonia de unirse a las dos organizaciones mencionadas. ¿Por qué?
Somos una gran nación, pero un país de tamaño medio. Apreciamos mucho nuestra larga historia -este año se cumple un milenio de la coronación de nuestro primer rey-, pero nuestra población es mucho menor que la de Pekín y Shanghái juntas. Polonia necesita aliados para impulsar su potencial en la escena internacional.
Lo que funcionó en el caso de Polonia -que en 1990 era un país pobre que salía de cuatro décadas de dominación rusa y mala gestión económica- bien podría funcionar en muchas de las llamadas “potencias medias” de Asia, África y Sudamérica que buscan espacio para crecer.
Estos países a menudo necesitan lo que Polonia necesitaba desesperadamente hace 35 años y de lo que aún se beneficia: gestión eficiente, inversiones extranjeras sin condiciones, pero sobre todo, estabilidad política, Estado de derecho y un entorno internacional predecible con vecinos ansiosos de no hacer guerras, sino dispuestos a trabajar juntos en beneficio común. De hecho, estos factores pueden beneficiar a todos los países, independientemente de su nivel de PIB.
Hoy en día, el orden internacional está siendo cuestionado en múltiples frentes. En ocasiones, por buenas razones. Las instituciones fundadas hace décadas -incluidas la ONU y su Consejo de Seguridad- no son representativas de la comunidad mundial y son incapaces de abordar los retos a los que nos enfrentamos. Lo que necesitan, sin embargo, es una reforma profunda, no su rechazo completo.
Para los desesperados por el cambio, la fuerza puede parecer atractiva. Esto sería un error. Abandonar los foros de diálogo internacional y recurrir a la violencia no nos llevará muy lejos.
Tomemos como ejemplo la agresión no provocada de Rusia contra Ucrania. Según la propaganda del Kremlin, es una reacción justificada al imperialismo occidental que supuestamente amenaza la seguridad de Rusia. Pero, en realidad, se trata de una guerra colonial moderna contra el pueblo ucraniano que -al igual que nosotros los polacos hace 30 años- quiere una vida mejor y se da cuenta de que nunca podrá alcanzar este objetivo volviendo a estar sometido a Rusia. Este es el motivo por el que se les castiga: un esfuerzo por liberarse del control de una antigua metrópoli. La agresión del Kremlin es la lucha desesperada de un imperio en decadencia por restaurar su esfera de influencia.
Una victoria rusa -que ojalá nunca llegue- no crearía un orden mundial más justo. No beneficiaría a los países descontentos con la situación actual. Ni siquiera crearía una Rusia más justa y próspera. Basta con decir que ahora hay más presos políticos en Rusia que en la década de 1980, cuando la Unión Soviética invadió Afganistán. También hay muchas más víctimas.
La guerra casi nunca es un atajo hacia la prosperidad. A lo largo del último milenio, Polonia ha sufrido invasiones y levantamientos contra las fuerzas de ocupación. Y lo que finalmente nos trajo la prosperidad fueron tres décadas de paz, previsibilidad, cooperación internacional y estabilidad política.
Por eso, al asumir la Presidencia del Consejo de la Unión Europea, Polonia dejó clara su prioridad: la seguridad en sus múltiples dimensiones, desde la militar hasta la digital, pasando por la económica. Una Europa segura, próspera y abierta a los negocios puede beneficiar no sólo a los europeos, sino a toda la gran comunidad global. Igual que ha beneficiado a Polonia durante las tres últimas décadas.
Puede parecer aburrido, pero funcionó. Basta con mirar las cifras.
Radosław Sikorski es ministro de Asuntos Exteriores de Polonia.