Con Trump todo es peligro, mucho peligro
- 18/01/2025 00:00
- 17/01/2025 18:33
La cultura del miedo suele emerger en sociedades muy desarrolladas, cuando los niveles de bienestar son muy altos Enero de 2025 nos trae una alineación de seis planetas, un fenómeno astrológico no tan inusual como se cree, ni necesariamente beneficioso como aseguran algunos esotéricos, a quienes desmiente el nefasto hecho de que el lunes 20, en el clímax de la conjunción de Venus, Saturno, Júpiter, Marte, Urano y Neptuno, asume la presidencia de Estados Unidos Donald Trump gracias a la pésima actuación de su antecesor Joe Biden y no a un don divino.
Al margen de las creencias taróticas, el escenario mundial político, económico, comercial, financiero, militar, jurídico, de salud, migratorio y climatológico, semeja un torbellino, y para cualquier lugar que se mire todo es peligro, mucho peligro, porque el nuevo mandatario comenzó de inmediato a su victoria electoral, a aplicar la misma teoría del miedo que en su primer gobierno -a pesar de que no le dio resultado- como punta de lanza de su estrategia expansionista para un cambio de época.
Trump insiste en su idea enfermiza de convertir al mundo en un campamento revuelto, con las lonas de los tabernáculos rodando y los relinchos de los caballos mezclándose con el ulular de un viento de tempestad, con la falsa creencia de que con el miedo puede hacer de Estados Unidos la capital del universo. Eso es muy peligroso.
Como un contra del pensamiento racional, considera que este tiene una base de sustentación muy rígida en su interpretación lógica del mundo que nos rodea, y ello limita el acceso del racionalismo al campo de las emociones y las percepciones, pero ese es uno de sus fraudes o del equipo que lo asesora.
Es todo lo contrario, pues la interpretación del mundo y los fenómenos que lo hacen ser tal, es primero una sensación, luego una percepción y finalmente una materialización, y es importante tenerlo en cuenta, y Trump no cree en eso o lo relativiza.
Precisamente por esas características es tan difícil asaltar el pensamiento racional desde la cotidianidad de la persona humana como hace el nuevo mandatario estadounidense al influjo de la cultura del miedo, y ello hace que su prepotencia e ideas supremacistas sean “fuente de todo lo que es malo en el desarrollo de nuestra especie”, como diría el analista panameño Guillermo Castro.
La cultura del miedo suele emerger en sociedades muy desarrolladas cuando los niveles de bienestar son muy altos y hace desconfiar a las clases encumbradas hasta de su propia sombra. Es posible que ese sea uno de los factores a tomar en cuenta al analizar las causas del alto porcentaje de votos que recibió frente a la anodina Kamala Harris. Nadie quiere perder lo que posee, sea mucho o poco, y allí “golpea” Donald Trump, al mejor estilo goebbeliano.
Con ello, Trump en su primer gobierno abrió las puertas a Tel Aviv para justificar los bombardeos a Irán bajo la presunción de que, después de la firma de la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear, Israel sería blanco de ataques con cohetes y que Teherán tomaría represalias. Mucha gente lo creyó o puso en dudas las propuestas de paz de los persas.
Lo cierto es que en la recurva a la Casa Blanca su ego viene más inflamado, y esa prepotencia -con el valor agregado de que virtualmente no hubo oposición del establishment bipartidista como en la anterior-, está convirtiendo al mundo en ese campamento revuelto que añora para obtener ganancias. Por eso, para donde quiera que se mire, hay tempestad y peligro. Es un proceso muy semejante al inaugurado por Adolf Hitler y su Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, que terminó en una guerra total.
Trump ni siquiera esperó a sentarse en la poltrona de la oficina oval para meter un miedo profundo hacia los cuatro puntos cardinales. Irán volvió al centro de su diana en el golfo arábigo-persa, los palestinos a la agonía de la amenaza de que serán exterminados como especie con un Netanyahu peor que Reinhard Heydrich, el carnicero de Praga o la bestia rubia, y ya hizo suyos los crímenes de guerra israelíes en territorio palestino al amenazar –no a Hamás, al que toma como justificación- sino a la sociedad palestina –como Hitler a la judía- de que convertirá la región en un infierno si no liberan a los prisioneros de guerra del sionismo. Si ya Gaza y Rafah son la caldera del diablo, ¿qué cosa más horrible será lo que pretende hacer alguien que ya metió en “celdas de tigres” a niños centroamericanos y los separó de sus padres, tal cual hicieron los nazis con los judíos? Sus dichos son una expresión muy maligna de la doctrina del miedo.
En Siria, él será quien corte la torta a repartir con Israel y otros aliados; a Panamá lo despojará de su canal, así tenga que comprarlo o conquistarlo militarmente, según su pretensión; Canadá será tratado como un estado propio al igual que Groenlandia, y a México intentará arrebatarle su soberanía fronteriza remilitarizando su largo linde. Esas son sus ideas expuestas al público. ¿Cómo serán las ocultas tras bambalinas?
El resto de América será nuevamente su campo de experimentación para el reimplante de una Doctrina Monroe sin anestesia ni política de “fruta madura” porque intentará tumbar gobiernos molestos para él, estén las condiciones verdes o sazonas, y sus puntos focales son Venezuela, Cuba, Nicaragua y México, e incluso Panamá, pues ya se siente dueño del resto de la región. Tiene fuertes aliados al sur del río Bravo, mientras a otros se les están aflojando las piernas.
El Ártico, cuyo territorio lo comparten Rusia, EE.UU., Canadá y Dinamarca, vuelve a ser escenario de potencial conflicto militar por los esfuerzos que hará Trump para apropiarse de Groenlandia –la isla más grande del mundo- y mediatizar la soberanía canadiense en la fría y desértica región, la cual tiene una gran importancia estratégica para EE.UU, tanto política, económica y militar, e incluso medioambiental, por el golpe negativo que significaría para los ambientalistas que su administración pasara a manos del nuevo mandatario.
La idea de Trump es disuadir a todos aquellos que tienen puestas sus miradas en el Ártico en el que, actualmente, decenas de gobiernos han expresado reivindicaciones sobre ese territorio, y no solamente los cinco mencionados, sino también Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia que poseen flotas allí y están aumentando su presencia militar, por ello Washington se propone la difícil tarea de definir los límites exteriores de la plataforma continental en ese océano y delinear los espacios marítimos en sus zonas de contacto. ¡Ni el Polo Norte escapa a los peligros que efluyen desde la oquedad de la Casa Blanca!
Con Trump, Europa vuelve a pasar bajo las horcas caudinas estadounidenses de postguerra, pero sin un plan Marshall; la OTAN, a la cual seguirá chantajeando, será su propiedad privada como antes, mientras busca desaparecer a la Unión Europea, pues es más fácil dominarla desmembrada, y con ella el euro para restarles fuerza a sus aliados.
El cambio climatológico vuelve a invisibilizarlo y negarlo, los factores de equilibro mundial se acabarán de hacer polvo para no dar posibilidad a una paz duradera y estable que disminuiría o eliminaría su cacicazgo, y darle más cuerda a su intención de aislar a China para frenar su desarrollo científico y tecnológico, e intentará neutralizar a Rusia hasta lograr su sueño de romper la alianza Moscú-Beijing y enrolar a Putin en su conglomerado de sometidos, algo bien difícil en un escenario como el actual.
Buscará una imagen negociadora dúctil como hacía antaño en su rol de presentador de TV para encubrir su gravísima amenaza de iniciar una nueva guerra arancelaria, que no se sabe hacia dónde llevará al comercio mundial, y pondrá de cabeza a los mercados que se nutren de la mercadería china con su política contra el coloso asiático.
Tratará de acabar con la guerra de Ucrania para ganar aplausos, dando mínimas concesiones a Moscú, incluido intervenir en la restauración del servicio de gas a Europa para obtener ganancias políticas y erosionar la alianza ruso-china. Será parte de su reconquista de la Europa otanista.
El propio Zelensky está jugando una carta extraña que, de cierta manera, favorece la estrategia de Trump, con la suspensión del servicio de gas a Europa por el gasoducto de Gazprom que pasa por Ucrania, a sabiendas de que es una sentencia de muerte al apoyo europeo y a su pretensión cada vez más lejana de ingresar a la OTAN, a la cual supuestamente se opone el nuevo mandatario estadounidense, aunque eso está por ver. Al igual que se retiró de los acuerdos de París en su primer gobierno y del nuclear con Irán, Trump lo hará de nuevo con todos aquellos que no le sirvan para un engrandecimiento maligno del imperio, sin abandonar la concentración del capital y la expansión territorial, con el apoyo del poder económico-financiero encabezado por sus socios megamillonarios como Elon Musk.
Ambos dan por seguro que la próxima canciller de Alemania será la ultraconservadora y aliada de EE.UU. Alice Weidel, candidata del partido Alternativa para Alemania (AfD), quien ya actúa en consonancia con las ideas del equipo republicano sobre reactivar el gasoducto Nord Stream, que es como tocar campanitas de cristal en los oídos europeos y de empresarios germanos que la guerra con Ucrania los ha llevado a una gran crisis de insolvencia y quiebras en cadena, según las Cámaras de Industria y Comercio Alemanas, citada por Bloomberg.
Los magnates Trump y Musk están equivocados en cuanto a la aplicación de esa cultura del miedo, porque esa teoría no puede embargar al mundo ni sepultar al pensamiento racional. Si buscan revivir la grandeza de Estados Unidos, esta no puede tener la connotación de la amenaza y menos de la guerra, ni la manera que el presidente electo la enfoca como un elemento de confrontación militar, financiera, comercial y territorial.
El canto de sirena de recuperar ese mito no puede engañar, porque los dos períodos de postguerra que le sirvieron de ámbito al expansionismo de Estados Unidos desembocaron en el caos. Pero, aunque rodeado de peligros, el mundo no se puede tratar como ese campamento revuelto y relinchos de caballos asustados en medio de vientos huracanados y ríos fuera de su cauce, sino en la tranquilidad y serenidad que da el pensamiento racional y fertiliza lo mejor de la naturaleza humana.
Parodiando a Guillermo Castro, aquellos caos pretéritos tan similares a los de hoy, parieron la Gran Depresión de 1929, y las crisis sistémicas después de agotado el Plan Marshal, con hitos históricos en los peores momentos de la Guerra Fría y la carrera armamentista en las crisis de 1968 y 1973 (energética), y las posteriores hasta el fracaso del neoliberalismo en medio de guerras calientes mal llamadas de baja intensidad.
Tales caos están en la génesis del período histórico en el que vivimos y, en buena medida, en la cultura del miedo que expone a la intemperie la fragilidad capilar aparentemente prematura de un modo de producción que acaba de cumplir apenas poco más de dos siglos de existencia y que, en la misma medida que facilitó el crecimiento de la opulencia en un pequeño grupo de ricos, baja inversamente proporcional las posibilidades de sobrevivencia y de bienestar de los más pobres.
Tal situación aumentará el éxodo, que no se detendrá expulsando migrantes como él se propone hacer, sino creando condiciones más humanas en los países emisores periféricos.
Quizás cuatro años no le sean suficientes para materializar tanta destrucción imaginada ni provocar incendios sociales que harían del de California una insignificante fogata, pero con sus antecedentes y anuncios, con Trump todo es peligro, mucho peligro.
Enero de 2025 nos trae una alineación de seis planetas, un fenómeno astrológico no tan inusual como se cree, ni necesariamente beneficioso como aseguran algunos esotéricos, a quienes desmiente el nefasto hecho de que el lunes 20, en el clímax de la conjunción de Venus, Saturno, Júpiter, Marte, Urano y Neptuno, asume la presidencia de Estados Unidos Donald Trump gracias a la pésima actuación de su antecesor Joe Biden y no a un don divino.
Al margen de las creencias taróticas, el escenario mundial político, económico, comercial, financiero, militar, jurídico, de salud, migratorio y climatológico, semeja un torbellino, y para cualquier lugar que se mire todo es peligro, mucho peligro, porque el nuevo mandatario comenzó de inmediato a su victoria electoral, a aplicar la misma teoría del miedo que en su primer gobierno -a pesar de que no le dio resultado- como punta de lanza de su estrategia expansionista para un cambio de época.
Trump insiste en su idea enfermiza de convertir al mundo en un campamento revuelto, con las lonas de los tabernáculos rodando y los relinchos de los caballos mezclándose con el ulular de un viento de tempestad, con la falsa creencia de que con el miedo puede hacer de Estados Unidos la capital del universo. Eso es muy peligroso.
Como un contra del pensamiento racional, considera que este tiene una base de sustentación muy rígida en su interpretación lógica del mundo que nos rodea, y ello limita el acceso del racionalismo al campo de las emociones y las percepciones, pero ese es uno de sus fraudes o del equipo que lo asesora.
Es todo lo contrario, pues la interpretación del mundo y los fenómenos que lo hacen ser tal, es primero una sensación, luego una percepción y finalmente una materialización, y es importante tenerlo en cuenta, y Trump no cree en eso o lo relativiza.
Precisamente por esas características es tan difícil asaltar el pensamiento racional desde la cotidianidad de la persona humana como hace el nuevo mandatario estadounidense al influjo de la cultura del miedo, y ello hace que su prepotencia e ideas supremacistas sean “fuente de todo lo que es malo en el desarrollo de nuestra especie”, como diría el analista panameño Guillermo Castro.
La cultura del miedo suele emerger en sociedades muy desarrolladas cuando los niveles de bienestar son muy altos y hace desconfiar a las clases encumbradas hasta de su propia sombra. Es posible que ese sea uno de los factores a tomar en cuenta al analizar las causas del alto porcentaje de votos que recibió frente a la anodina Kamala Harris. Nadie quiere perder lo que posee, sea mucho o poco, y allí “golpea” Donald Trump, al mejor estilo goebbeliano.
Con ello, Trump en su primer gobierno abrió las puertas a Tel Aviv para justificar los bombardeos a Irán bajo la presunción de que, después de la firma de la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear, Israel sería blanco de ataques con cohetes y que Teherán tomaría represalias. Mucha gente lo creyó o puso en dudas las propuestas de paz de los persas.
Lo cierto es que en la recurva a la Casa Blanca su ego viene más inflamado, y esa prepotencia -con el valor agregado de que virtualmente no hubo oposición del establishment bipartidista como en la anterior-, está convirtiendo al mundo en ese campamento revuelto que añora para obtener ganancias. Por eso, para donde quiera que se mire, hay tempestad y peligro. Es un proceso muy semejante al inaugurado por Adolf Hitler y su Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, que terminó en una guerra total.
Trump ni siquiera esperó a sentarse en la poltrona de la oficina oval para meter un miedo profundo hacia los cuatro puntos cardinales. Irán volvió al centro de su diana en el golfo arábigo-persa, los palestinos a la agonía de la amenaza de que serán exterminados como especie con un Netanyahu peor que Reinhard Heydrich, el carnicero de Praga o la bestia rubia, y ya hizo suyos los crímenes de guerra israelíes en territorio palestino al amenazar –no a Hamás, al que toma como justificación- sino a la sociedad palestina –como Hitler a la judía- de que convertirá la región en un infierno si no liberan a los prisioneros de guerra del sionismo. Si ya Gaza y Rafah son la caldera del diablo, ¿qué cosa más horrible será lo que pretende hacer alguien que ya metió en “celdas de tigres” a niños centroamericanos y los separó de sus padres, tal cual hicieron los nazis con los judíos? Sus dichos son una expresión muy maligna de la doctrina del miedo.
En Siria, él será quien corte la torta a repartir con Israel y otros aliados; a Panamá lo despojará de su canal, así tenga que comprarlo o conquistarlo militarmente, según su pretensión; Canadá será tratado como un estado propio al igual que Groenlandia, y a México intentará arrebatarle su soberanía fronteriza remilitarizando su largo linde. Esas son sus ideas expuestas al público. ¿Cómo serán las ocultas tras bambalinas?
El resto de América será nuevamente su campo de experimentación para el reimplante de una Doctrina Monroe sin anestesia ni política de “fruta madura” porque intentará tumbar gobiernos molestos para él, estén las condiciones verdes o sazonas, y sus puntos focales son Venezuela, Cuba, Nicaragua y México, e incluso Panamá, pues ya se siente dueño del resto de la región. Tiene fuertes aliados al sur del río Bravo, mientras a otros se les están aflojando las piernas.
El Ártico, cuyo territorio lo comparten Rusia, EE.UU., Canadá y Dinamarca, vuelve a ser escenario de potencial conflicto militar por los esfuerzos que hará Trump para apropiarse de Groenlandia –la isla más grande del mundo- y mediatizar la soberanía canadiense en la fría y desértica región, la cual tiene una gran importancia estratégica para EE.UU, tanto política, económica y militar, e incluso medioambiental, por el golpe negativo que significaría para los ambientalistas que su administración pasara a manos del nuevo mandatario.
La idea de Trump es disuadir a todos aquellos que tienen puestas sus miradas en el Ártico en el que, actualmente, decenas de gobiernos han expresado reivindicaciones sobre ese territorio, y no solamente los cinco mencionados, sino también Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia que poseen flotas allí y están aumentando su presencia militar, por ello Washington se propone la difícil tarea de definir los límites exteriores de la plataforma continental en ese océano y delinear los espacios marítimos en sus zonas de contacto. ¡Ni el Polo Norte escapa a los peligros que efluyen desde la oquedad de la Casa Blanca!
Con Trump, Europa vuelve a pasar bajo las horcas caudinas estadounidenses de postguerra, pero sin un plan Marshall; la OTAN, a la cual seguirá chantajeando, será su propiedad privada como antes, mientras busca desaparecer a la Unión Europea, pues es más fácil dominarla desmembrada, y con ella el euro para restarles fuerza a sus aliados.
El cambio climatológico vuelve a invisibilizarlo y negarlo, los factores de equilibro mundial se acabarán de hacer polvo para no dar posibilidad a una paz duradera y estable que disminuiría o eliminaría su cacicazgo, y darle más cuerda a su intención de aislar a China para frenar su desarrollo científico y tecnológico, e intentará neutralizar a Rusia hasta lograr su sueño de romper la alianza Moscú-Beijing y enrolar a Putin en su conglomerado de sometidos, algo bien difícil en un escenario como el actual.
Buscará una imagen negociadora dúctil como hacía antaño en su rol de presentador de TV para encubrir su gravísima amenaza de iniciar una nueva guerra arancelaria, que no se sabe hacia dónde llevará al comercio mundial, y pondrá de cabeza a los mercados que se nutren de la mercadería china con su política contra el coloso asiático.
Tratará de acabar con la guerra de Ucrania para ganar aplausos, dando mínimas concesiones a Moscú, incluido intervenir en la restauración del servicio de gas a Europa para obtener ganancias políticas y erosionar la alianza ruso-china. Será parte de su reconquista de la Europa otanista.
El propio Zelensky está jugando una carta extraña que, de cierta manera, favorece la estrategia de Trump, con la suspensión del servicio de gas a Europa por el gasoducto de Gazprom que pasa por Ucrania, a sabiendas de que es una sentencia de muerte al apoyo europeo y a su pretensión cada vez más lejana de ingresar a la OTAN, a la cual supuestamente se opone el nuevo mandatario estadounidense, aunque eso está por ver. Al igual que se retiró de los acuerdos de París en su primer gobierno y del nuclear con Irán, Trump lo hará de nuevo con todos aquellos que no le sirvan para un engrandecimiento maligno del imperio, sin abandonar la concentración del capital y la expansión territorial, con el apoyo del poder económico-financiero encabezado por sus socios megamillonarios como Elon Musk.
Ambos dan por seguro que la próxima canciller de Alemania será la ultraconservadora y aliada de EE.UU. Alice Weidel, candidata del partido Alternativa para Alemania (AfD), quien ya actúa en consonancia con las ideas del equipo republicano sobre reactivar el gasoducto Nord Stream, que es como tocar campanitas de cristal en los oídos europeos y de empresarios germanos que la guerra con Ucrania los ha llevado a una gran crisis de insolvencia y quiebras en cadena, según las Cámaras de Industria y Comercio Alemanas, citada por Bloomberg.
Los magnates Trump y Musk están equivocados en cuanto a la aplicación de esa cultura del miedo, porque esa teoría no puede embargar al mundo ni sepultar al pensamiento racional. Si buscan revivir la grandeza de Estados Unidos, esta no puede tener la connotación de la amenaza y menos de la guerra, ni la manera que el presidente electo la enfoca como un elemento de confrontación militar, financiera, comercial y territorial.
El canto de sirena de recuperar ese mito no puede engañar, porque los dos períodos de postguerra que le sirvieron de ámbito al expansionismo de Estados Unidos desembocaron en el caos. Pero, aunque rodeado de peligros, el mundo no se puede tratar como ese campamento revuelto y relinchos de caballos asustados en medio de vientos huracanados y ríos fuera de su cauce, sino en la tranquilidad y serenidad que da el pensamiento racional y fertiliza lo mejor de la naturaleza humana.
Parodiando a Guillermo Castro, aquellos caos pretéritos tan similares a los de hoy, parieron la Gran Depresión de 1929, y las crisis sistémicas después de agotado el Plan Marshal, con hitos históricos en los peores momentos de la Guerra Fría y la carrera armamentista en las crisis de 1968 y 1973 (energética), y las posteriores hasta el fracaso del neoliberalismo en medio de guerras calientes mal llamadas de baja intensidad.
Tales caos están en la génesis del período histórico en el que vivimos y, en buena medida, en la cultura del miedo que expone a la intemperie la fragilidad capilar aparentemente prematura de un modo de producción que acaba de cumplir apenas poco más de dos siglos de existencia y que, en la misma medida que facilitó el crecimiento de la opulencia en un pequeño grupo de ricos, baja inversamente proporcional las posibilidades de sobrevivencia y de bienestar de los más pobres.
Tal situación aumentará el éxodo, que no se detendrá expulsando migrantes como él se propone hacer, sino creando condiciones más humanas en los países emisores periféricos.
Quizás cuatro años no le sean suficientes para materializar tanta destrucción imaginada ni provocar incendios sociales que harían del de California una insignificante fogata, pero con sus antecedentes y anuncios, con Trump todo es peligro, mucho peligro.