Risas de los verdugos y humillación: el relato brutal de una secuestrada el 7 de octubre
- 13/10/2024 00:00
- 12/10/2024 17:00
Un ataque de Hamás capturó a más de 240 israelíes, entre ellos Aviva, que vivió días de horror y humillación. Los terroristas celebraron su sufrimiento mientras su país luchaba por retomar el control, en una operación que duró varios días Aviva Siegel, de 62 años, lleva en su rostro las marcas imborrables de una experiencia que pocos podrían siquiera imaginar.
Sus ojos, profundos y cansados, parecen buscar respuestas en el silencio, mientras su cuerpo lleva la memoria viva del horror que atravesó.
Cuando habla, su voz se rompe con el peso del dolor, pero, al mismo tiempo, transmite una firmeza que surge de lo más profundo de su ser. “Lo que ocurrió es imperdonable”, dice con una fuerza que desafía cualquier lágrima.
“No puede pasar en ningún lugar del planeta”. La amargura en sus palabras apenas se oculta tras los lentes gruesos que usa, mientras el dolor parece haber grabado surcos profundos en su rostro.
Su cabello, rizado y canoso, enmarca la expresión de una mujer que ha sufrido más allá de lo imaginable. En su pecho, una camiseta negra muestra la fotografía de su esposo Keith, de 64 años, secuestrado por Hamás y aún retenido en Gaza. Su mirada es un constante recordatorio de la tragedia que la envuelve, una tristeza que perfora el alma.
El comienzo del horror
La tragedia que cambió para siempre la vida de Aviva comenzó la mañana del 7 de octubre de 2023. El kibutz Kfar Aza, una tranquila comunidad agrícola al sur de Israel, fue devastado por una violencia que parecía sacada de las pesadillas más oscuras.
El ataque fue brutal y despiadado, liderado por un grupo de 15 terroristas de Hamás que, armados hasta los dientes, irrumpió en el lugar sembrando destrucción. La masacre fue implacable: disparos indiscriminados, casas incendiadas, vidas arrebatadas en cuestión de minutos.
“Nos sacaron de la casa en medio del caos”, recuerda Aviva, con su voz temblorosa al revivir ese día. “Veíamos proyectiles caer, escuchábamos disparos, todo estaba en llamas”.
El kibutz se transformó en un campo de muerte, con 64 personas asesinadas y otras 19, incluidas Aviva y su esposo Keith, secuestradas. Lo que alguna vez fue un lugar de paz y comunidad se convirtió en un escenario de horror absoluto. “Fueron los días más largos de mi vida”, afirma. “Nunca pensé que volvería a ver la luz del día”.
El asalto duró horas. El Ejército israelí demoró cuatro días en tomar el control total de la situación. “No había señales de que alguien fuera a salvarnos”, confiesa Aviva, aún incrédula por la magnitud del asedio.
El viaje hacia la desesperación
Luego de ser capturados, Aviva y Keith fueron arrojados en un vehículo, un viaje que pronto se convertiría en un descenso hacia el infierno. “Nos metieron en un auto y nos llevaron por caminos que no conocíamos. El vehículo tambaleaba mientras nos arrastraban hacia lo desconocido”, narra Aviva. Su voz se quiebra mientras describe el miedo que sintió durante esas horas. El trayecto hacia Gaza estuvo marcado por una sensación de terror, la incertidumbre de no saber si sobrevivirían.
Al llegar a Gaza, la realidad fue incluso peor de lo que Aviva imaginaba. “Nos metieron en un túnel”, recuerda. “La cara del terrorista que nos recibió estaba retorcida en una mueca de triunfo. Para él éramos trofeos, piezas en su juego de terror”.
Keith, gravemente herido, fue separado de Aviva en ese momento.
“Llegó con las costillas rotas y el brazo herido”, dice con tristeza, mientras recuerda la brutalidad con la que su esposo fue tratado. En el túnel subterráneo, Aviva se encontró con otros rehenes, muchos de ellos heridos, física y emocionalmente. Una de las mujeres con las que compartió ese espacio había perdido a su hija mayor en el ataque.
“Intenté consolarla”, dice Aviva. “Le dije que quizás su hija había sido llevada a un hospital, pero ella me miró con los ojos llenos de dolor y me dijo: ‘No. Vi cómo le dispararon en la cabeza”. Esa conversación, como muchas otras vividas en cautiverio, dejó una cicatriz en el alma de Aviva que nunca desaparecerá.
El dolor insoportable
Durante los 51 días que Aviva estuvo secuestrada, la violencia fue una constante. Los terroristas los movieron de un lugar a otro, 13 veces en total, en un intento desesperado por evitar ser detectados o rescatados. Cada traslado era una nueva prueba de resistencia física y emocional.
“Estábamos en un túnel sin aire, sin espacio para movernos. Pensábamos en sobrevivir, nada más. Mi único deseo era morir antes que mi esposo, no podía soportar la idea de verlo sufrir”, confiesa con la voz cargada de desesperación.
Las condiciones en las que vivían eran inhumanas. Apenas les daban comida y el agua era escasa. “Nos obligaban a permanecer acostados desde las 5 de la mañana sin movernos”, relata.
Los terroristas comían frente a ellos, se burlaban, los humillaban en cada oportunidad. Las mujeres rehenes, en particular, eran sometidas a vejaciones terribles. “Las chicas se bañaban con la puerta abierta, y les daban ropa ajustada para su entretenimiento”, cuenta Aviva, con el dolor en su voz evidente al recordar esas escenas de abuso. “Una joven fue golpeada brutalmente. No pude hacer nada, solo sentí el dolor y el miedo”.
La deshumanización total
Los abusos físicos y psicológicos eran parte de la rutina diaria en el cautiverio. Keith, al igual que otros rehenes, fue objeto de constantes humillaciones. “Le afeitaron todo el cuerpo, incluso las partes íntimas, y se rieron de él”, dice con voz llena de indignación y tristeza.
Ver a su esposo humillado de esa manera fue una de las experiencias más dolorosas de su vida. Pero eso no fue lo peor. “La violencia era constante. Golpeaban a los más débiles, se ensañaban con las chicas jóvenes. En una ocasión vi cómo golpeaban a una joven hasta dejarla inconsciente”, recuerda. “Fue uno de los momentos más oscuros. Solo podía observar, impotente”.
A medida que pasaban los días, Aviva comenzó a perder peso de manera alarmante. “Perdí 10 kilos en el tiempo que estuve secuestrada”, dice. “Cuando finalmente regresé a Israel, no podía caminar. Me tomó meses recuperar mi salud física, pero mi mente sigue atrapada en Gaza. No puedo dejar de pensar en mi esposo, en las chicas que quedaron allí“. Aunque fue liberada, el trauma del cautiverio sigue presente en cada aspecto de su vida. “Mi cuerpo está aquí, pero mi mente sigue atrapada en ese túnel”, afirma.
El último adiós
La liberación de Aviva fue agridulce. Aunque logró volver a Israel, no lo hizo con su esposo. “Cuando me dijeron que me iban a liberar, intenté negarme”, confiesa.
“Quería quedarme con Keith. La última vez que lo vi, estaba acostado en una colchoneta sucia. Le dije: ‘Sé fuerte por mí’. Fue nuestra última conversación”.
Las lágrimas llenan sus ojos mientras recuerda ese momento desgarrador. Aunque ha regresado a su hogar, su corazón sigue roto por la ausencia de Keith. “Soy como una persona muerta”, dice con una franqueza devastadora. “Pero tengo hijos y nietos. Debo ser fuerte por ellos”.
Aviva fue parte del primer componente de rehenes liberados en noviembre de 2023, como parte de la única negociación entre Israel y Hamás que permitió su retorno. La liberación no trajo la paz que tanto anhelaba, pues dejó atrás a Keith y a muchas otras personas que aún continúan en cautiverio.
“Mi mente sigue en Gaza”, dice, con una tristeza que perfora el alma, al recordar a los demás rehenes que no han tenido la misma suerte.
Resistencia y memoria
El testimonio de Aviva Siegel, compartido con La Estrella de Panamá, es un recordatorio brutal de la capacidad humana de infligir dolor, pero también de la resistencia que nace del sufrimiento.
Ella ha sobrevivido a un infierno, pero sus heridas, tanto físicas como emocionales, siguen abiertas. Su historia no es solo la de una víctima, sino la de una mujer que, a pesar de todo, sigue luchando por aquellos que aún no han sido liberados.
“Mi esposo sigue en Gaza. Las chicas siguen allí. Mi vida, y la de muchos otros, jamás volverá a ser la misma”, dice con voz cargada de una tristeza profunda pero también de una fortaleza implacable. Su testimonio es un recordatorio de la urgencia de luchar contra la deshumanización y el mal en todas sus formas.
Aviva SiegeSecuestrada y LiberadaNos metieron en un túnel. La cara del terrorista que nos recibió estaba retorcida en una mueca de triunfo. Para él éramos trofeos, piezas en su juego de terror”.
Aviva Siegel, de 62 años, lleva en su rostro las marcas imborrables de una experiencia que pocos podrían siquiera imaginar.
Sus ojos, profundos y cansados, parecen buscar respuestas en el silencio, mientras su cuerpo lleva la memoria viva del horror que atravesó.
Cuando habla, su voz se rompe con el peso del dolor, pero, al mismo tiempo, transmite una firmeza que surge de lo más profundo de su ser. “Lo que ocurrió es imperdonable”, dice con una fuerza que desafía cualquier lágrima.
“No puede pasar en ningún lugar del planeta”. La amargura en sus palabras apenas se oculta tras los lentes gruesos que usa, mientras el dolor parece haber grabado surcos profundos en su rostro.
Su cabello, rizado y canoso, enmarca la expresión de una mujer que ha sufrido más allá de lo imaginable. En su pecho, una camiseta negra muestra la fotografía de su esposo Keith, de 64 años, secuestrado por Hamás y aún retenido en Gaza. Su mirada es un constante recordatorio de la tragedia que la envuelve, una tristeza que perfora el alma.
El comienzo del horror
La tragedia que cambió para siempre la vida de Aviva comenzó la mañana del 7 de octubre de 2023. El kibutz Kfar Aza, una tranquila comunidad agrícola al sur de Israel, fue devastado por una violencia que parecía sacada de las pesadillas más oscuras.
El ataque fue brutal y despiadado, liderado por un grupo de 15 terroristas de Hamás que, armados hasta los dientes, irrumpió en el lugar sembrando destrucción. La masacre fue implacable: disparos indiscriminados, casas incendiadas, vidas arrebatadas en cuestión de minutos.
“Nos sacaron de la casa en medio del caos”, recuerda Aviva, con su voz temblorosa al revivir ese día. “Veíamos proyectiles caer, escuchábamos disparos, todo estaba en llamas”.
El kibutz se transformó en un campo de muerte, con 64 personas asesinadas y otras 19, incluidas Aviva y su esposo Keith, secuestradas. Lo que alguna vez fue un lugar de paz y comunidad se convirtió en un escenario de horror absoluto. “Fueron los días más largos de mi vida”, afirma. “Nunca pensé que volvería a ver la luz del día”.
El asalto duró horas. El Ejército israelí demoró cuatro días en tomar el control total de la situación. “No había señales de que alguien fuera a salvarnos”, confiesa Aviva, aún incrédula por la magnitud del asedio.
El viaje hacia la desesperación
Luego de ser capturados, Aviva y Keith fueron arrojados en un vehículo, un viaje que pronto se convertiría en un descenso hacia el infierno. “Nos metieron en un auto y nos llevaron por caminos que no conocíamos. El vehículo tambaleaba mientras nos arrastraban hacia lo desconocido”, narra Aviva. Su voz se quiebra mientras describe el miedo que sintió durante esas horas. El trayecto hacia Gaza estuvo marcado por una sensación de terror, la incertidumbre de no saber si sobrevivirían.
Al llegar a Gaza, la realidad fue incluso peor de lo que Aviva imaginaba. “Nos metieron en un túnel”, recuerda. “La cara del terrorista que nos recibió estaba retorcida en una mueca de triunfo. Para él éramos trofeos, piezas en su juego de terror”.
Keith, gravemente herido, fue separado de Aviva en ese momento.
“Llegó con las costillas rotas y el brazo herido”, dice con tristeza, mientras recuerda la brutalidad con la que su esposo fue tratado. En el túnel subterráneo, Aviva se encontró con otros rehenes, muchos de ellos heridos, física y emocionalmente. Una de las mujeres con las que compartió ese espacio había perdido a su hija mayor en el ataque.
“Intenté consolarla”, dice Aviva. “Le dije que quizás su hija había sido llevada a un hospital, pero ella me miró con los ojos llenos de dolor y me dijo: ‘No. Vi cómo le dispararon en la cabeza”. Esa conversación, como muchas otras vividas en cautiverio, dejó una cicatriz en el alma de Aviva que nunca desaparecerá.
El dolor insoportable
Durante los 51 días que Aviva estuvo secuestrada, la violencia fue una constante. Los terroristas los movieron de un lugar a otro, 13 veces en total, en un intento desesperado por evitar ser detectados o rescatados. Cada traslado era una nueva prueba de resistencia física y emocional.
“Estábamos en un túnel sin aire, sin espacio para movernos. Pensábamos en sobrevivir, nada más. Mi único deseo era morir antes que mi esposo, no podía soportar la idea de verlo sufrir”, confiesa con la voz cargada de desesperación.
Las condiciones en las que vivían eran inhumanas. Apenas les daban comida y el agua era escasa. “Nos obligaban a permanecer acostados desde las 5 de la mañana sin movernos”, relata.
Los terroristas comían frente a ellos, se burlaban, los humillaban en cada oportunidad. Las mujeres rehenes, en particular, eran sometidas a vejaciones terribles. “Las chicas se bañaban con la puerta abierta, y les daban ropa ajustada para su entretenimiento”, cuenta Aviva, con el dolor en su voz evidente al recordar esas escenas de abuso. “Una joven fue golpeada brutalmente. No pude hacer nada, solo sentí el dolor y el miedo”.
La deshumanización total
Los abusos físicos y psicológicos eran parte de la rutina diaria en el cautiverio. Keith, al igual que otros rehenes, fue objeto de constantes humillaciones. “Le afeitaron todo el cuerpo, incluso las partes íntimas, y se rieron de él”, dice con voz llena de indignación y tristeza.
Ver a su esposo humillado de esa manera fue una de las experiencias más dolorosas de su vida. Pero eso no fue lo peor. “La violencia era constante. Golpeaban a los más débiles, se ensañaban con las chicas jóvenes. En una ocasión vi cómo golpeaban a una joven hasta dejarla inconsciente”, recuerda. “Fue uno de los momentos más oscuros. Solo podía observar, impotente”.
A medida que pasaban los días, Aviva comenzó a perder peso de manera alarmante. “Perdí 10 kilos en el tiempo que estuve secuestrada”, dice. “Cuando finalmente regresé a Israel, no podía caminar. Me tomó meses recuperar mi salud física, pero mi mente sigue atrapada en Gaza. No puedo dejar de pensar en mi esposo, en las chicas que quedaron allí“. Aunque fue liberada, el trauma del cautiverio sigue presente en cada aspecto de su vida. “Mi cuerpo está aquí, pero mi mente sigue atrapada en ese túnel”, afirma.
El último adiós
La liberación de Aviva fue agridulce. Aunque logró volver a Israel, no lo hizo con su esposo. “Cuando me dijeron que me iban a liberar, intenté negarme”, confiesa.
“Quería quedarme con Keith. La última vez que lo vi, estaba acostado en una colchoneta sucia. Le dije: ‘Sé fuerte por mí’. Fue nuestra última conversación”.
Las lágrimas llenan sus ojos mientras recuerda ese momento desgarrador. Aunque ha regresado a su hogar, su corazón sigue roto por la ausencia de Keith. “Soy como una persona muerta”, dice con una franqueza devastadora. “Pero tengo hijos y nietos. Debo ser fuerte por ellos”.
Aviva fue parte del primer componente de rehenes liberados en noviembre de 2023, como parte de la única negociación entre Israel y Hamás que permitió su retorno. La liberación no trajo la paz que tanto anhelaba, pues dejó atrás a Keith y a muchas otras personas que aún continúan en cautiverio.
“Mi mente sigue en Gaza”, dice, con una tristeza que perfora el alma, al recordar a los demás rehenes que no han tenido la misma suerte.
Resistencia y memoria
El testimonio de Aviva Siegel, compartido con La Estrella de Panamá, es un recordatorio brutal de la capacidad humana de infligir dolor, pero también de la resistencia que nace del sufrimiento.
Ella ha sobrevivido a un infierno, pero sus heridas, tanto físicas como emocionales, siguen abiertas. Su historia no es solo la de una víctima, sino la de una mujer que, a pesar de todo, sigue luchando por aquellos que aún no han sido liberados.
“Mi esposo sigue en Gaza. Las chicas siguen allí. Mi vida, y la de muchos otros, jamás volverá a ser la misma”, dice con voz cargada de una tristeza profunda pero también de una fortaleza implacable. Su testimonio es un recordatorio de la urgencia de luchar contra la deshumanización y el mal en todas sus formas.