EE.UU., mundo viejo, mundo nuevo
- 21/04/2025 00:00
Entre autoritarismos emergentes, crisis del capitalismo y una posmodernidad en decadencia, el mundo enfrenta una transformación profunda aún difícil de definir Los últimos acontecimientos políticos y económicos tras el inopinado regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, con su fracasada guerra arancelaria y el asalto de los multimillonarios al establecimiento democrático, obligan a tomar conciencia de que este mundo se hizo viejo prematuramente y hay que construir uno nuevo, como alertó José Martí hace más de 140 años, si queremos una vida nueva.
No es aventurado para nada asegurar que en Estados Unidos se está librando la gran batalla por el cambio de época aunque no esté etiquetado así ni que incluso los propios gladiadores sepan a ciencia cierta por qué están en el ruedo de la transformación y creación de una nueva era social y política. El imperio romano occidental cayó en Roma, no en Gran Bretaña ni África. El estadounidense debe caer en EE.UU., y Trump lo puede acercar a ese final.
China –con quien justifica sus arrebatos- es la evidencia del cambio de época, no la causa. Beijing es el resultado de la negación imperialista, el contrario de lo negativo implícito en el capitalismo y al mismo tiempo la conexión con lo positivo de ese sistema de un postmodernismo ya caduco, aunque vivo no se sabe por cuánto tiempo más.
La crisis universal del sistema capitalista se manifiesta de manera lógica en Estados Unidos como un gravísimo problema de política interna porque ese país es el núcleo de ese modo de producción universal, pero tiende a confundir a muchos por su brutal connotación en el mundo externo, el cual se estremece por lo que pueda suceder en el coloso del norte.
El temor es que el asalto a la democracia en EE.UU. que estamos presenciando desde la barrera, precipite el advenimiento de un autoritarismo que disloque las relaciones internacionales, y eso suele ocurrir en épocas de cambio que marcan a su vez el cambio de época. Históricamente, el autoritarismo es la antesala del final, la última milla, dirían juristas e historiadores.
Adelantándose a su tiempo, dijo Martí sobre la necesidad de demoler el viejo mundo: “...es natural que se acumulen ahora, piedra a piedra, los materiales del que ha de reemplazarlo”, pero al mismo tiempo advirtió que “no alcanzan los hombres aún más que a presentar y bosquejar confusamente, en consecuencia de lo que tienen conocido, el resplandeciente mundo nuevo.” Es una expresión muy viva de la dialéctica martiana.
Estamos en esa encrucijada angustiosa avizorada por el Maestro porque no es posible definir lo que vendrá, aunque tengamos la convicción de que vendrá.
Tal vez haya sido ahora, después de dos guerras mundiales, crisis sistémicas cíclicas y circunstanciales, y numerosos repartos geográficos en medio de una gran expansión territorial de Estados Unidos, que nos damos cuenta que hace años acarreamos esas piedras que dice Martí mientras se desmorona una postmodernidad que también nació vieja, carcomida por vicios ancestrales que el desarrollismo no pudo sepultar, como son la ambición desmedida, la sed de poder y el expansionismo sometedor, antítesis de la necesidad de vivir y comunicarnos en sociedad.
Decía el académico e investigador español Juan Luis Nevado Encina en un artículo sobre el tema publicado el 21 de septiembre de 2019 en El Salto, de Extremadura, que “la posmodernidad debe ser entendida en su totalidad: posmodernidad es neoconservadurismo, es reacción, individualismo, sociedad de consumo, neoliberalismo, alt-right, pérdida de la conciencia histórica, formalismo y folclore, fetiche de las mercancías, es, por tanto, el fin de las alternativas cualitativas al orden actual con la hegemonía mundial del capitalismo”.
Pero es también, agregaba, “deconstrucción, ruptura del orden epistémico moderno: razón-sistema-domino, es el fin de la fe en el progreso y de la legitimación de las contradicciones del presente en pos de un futuro que necesariamente va a ser mejor. También posmodernidad son los nuevos horizontes de emancipación: del feminismo de la Segunda y Tercera ola al antiespecismo” (discriminación por especie).
Aunque los atisbos de una decadencia del postmodernismo se remontan a la época de Ronald Reagan y el neoliberalismo globalizado engendró en sí mismo su negación hasta convertirse en su sepulturero, los destellos del nuevo sistema de producción de postguerra con la concentración de capital en pocas manos y una distribución desigual del producto a nivel planetario, escondieron su temprana eclosión. Elon Musk –que es también resultado de la pudrición del sistema- no es un destello del sistema, sino un punto cardinal de esa eclosión.
Las sucesivas crisis económicas desde la energética en 1973 y la comercial-financiera de 2008, terminaron por despejar el camino hacia la tumba del neoliberalismo, y ahora con los gobiernos Trump-Biden-Trump por fin se hace visible el cisma del sistema, y con ello el esperanzador camino hacia el nuevo mundo percibido por Martí, aunque lleno de confusiones como alertó el Maestro, porque, repetimos, todavía es imposible definir los contornos de lo que estamos fabricando, eppur si muove.
La confusión de algunos viene de la forma y no del contenido, es decir, de que el mundo navega como el barco en alta mar, se balancea de izquierda a derecha como si fuesen cambios en la correlación de fuerzas en la puja por marcar la ruta, pero es solo una visión criptica que confunde el movimiento de babor y estribor con el rumbo, lo cual llena de incertidumbre al grumete, pero no al lobo de mar quien sabe que lo importante es hacia dónde apunta la proa por mucho que el buque se balancee.
Es lo que podría estar sucediendo en Estados Unidos con la llegada de un emperador nostálgico a la Casa Blanca a quien no le es posible ver que su país se mueve en sentido contrario a las manecillas del reloj en una dimensión espacial pretérita a la que desea regresar en busca de un Santo Grial que no existe ni en el Make America Great Again (MAGA) ni en ningún otro pensamiento cuartodimensionista. Mientras, las nuevas fuerzas emergentes avanzan hacia el tiempo real, como dicta la historia.
Estados Unidos es hoy el epicentro de la ley de negación de la negación de la cual ya casi ni se habla pero existe, y Trump, contradictoriamente, una expresión de la lucha entre lo naciente y lo caduco, entre lo nuevo y lo viejo, aunque crea que su antidemocrático autoritarismo está fuera del alcance de la dimensión tempoespacial. Nadie, en nuestro mundo, está capacitado para controlar el futuro, porque este solo responde a leyes que no dependen de la voluntad del ser humano, y tampoco al poder de los dioses. Es la ley de la vida la que lo impone.
Es innegable que a esta generación nos ha tocado el momento histórico del comienzo visible de la transición universal de nuestra época y eso nos asigna un papel en el cambio que no preveíamos tan cercano. En países definidos convencionalmente como periferia subdesarrollada -el lomo que golpea con más fuerza el látigo de la descomposición social, las desigualdades y asimetrías de todo tipo-, los vaivenes y atrasos hacia ese mundo mejor posible son agónicos, causan ansiedad y, lo peor, desesperanza.
La migración descontrolada es una de sus más dramáticas consecuencias pero, al mismo tiempo, expresión de la necesidad del cambio. En la migración también está presente la ley de la negación de la negación y la unidad y lucha de los contrarios. Es decir, elementos básicos del cambio. Quienes están saliendo hoy a las calles en Estados Unidos pidiendo la dimisión de Trump, apenas si se dan cuenta que son parte de la vorágine y del parto con fórceps del nuevo mundo. Los alemanes que siguieron a Hitler con su brazo en alto y gritando eufóricos “¡Heil, Heil!”, tampoco lo sabían. La guerra se los reveló.
Recordando a Lenin en su ensayo Un paso adelante, dos pasos atrás (Obras completas, tomo VII, página 227 en adelante) presuntos retrocesos en el avance hacia el cambio, como el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, a veces son necesarios y es algo que sucede en la vida de los individuos y en la historia de las naciones. Lo importante es, decía el líder bolchevique, no dudar del inevitable y completo triunfo de las fuerzas revolucionarias. Es un pensamiento real y vigente.
Ese aparatoso retorno de Trump en un episodio eleccionario bastante confuso cuyas aguas pantanosas se van aclarando poco a poco y confirmando la intervención de un enorme caudal de dinero puesto a su disposición por un poderoso grupo de multimillonarios que compraron desde votos hasta mucha prensa, pudiera representar el necesario paso atrás que fija el dado hacia adelante y confirma el avance del cambio referido por Martí.
Allí, en EE.UU., están con sus arcas repletas como en la fábula de Alí Babá y los 40 ladrones, con cargos institucionales o diplomáticos, Elon Musk, dueño de Tesla, SpaceX, Twitter (X), Tim Cook, de Apple; Sundar Pichai, de Google; Steve Schwarzman, financista de Wall Street, Jeff Bezos, de Amazon, Vivek Ramaswamy, biotecnología, Betsy DeVos, Wilbur Ross, Linda McMahon, Howard Lutnick, Scott Bessent, Frank Bisiganano, Leandro Rizzuto Jr, Warren Stephens, banquero, Charles Kushner, todos con patrimonios declarados entre mil y seis mil millones de dólares, cada cual recuperando y multiplicando su inversión en el candidato que más les convenía, aunque todos juntos no llegan a los 400 mil de Musk.
Nuestro mundo, por supuesto, dista mucho de aquel que vivió Martí, pero los patrones que lo rigen no distan tanto entre sí y por eso el Maestro es tan vigente, aunque no es correcto dejar de reconocer todo lo que significó el modernismo primero, y el postmodernismo después, para el desarrollo de la humanidad, al extremo de que esos factores positivos son los que sirven de cimientos a la construcción del nuevo mundo que todos quisiéramos.
En ese sentido el analista panameño Guillermo Castro, en un análisis del pensamiento de Antonio Gramsci sobre sentido común y sentido histórico, indicaba que “La mejor defensa de ese legado consiste en ampliarlo mediante la creación de un mundo nuevo, que trascienda y supere los problemas que emergen de la transición hacia una nueva organización del sistema mundial, que resulte además innovadora”.
“Esa es la tarea global a cuya luz cabe ejercer la tarea glocal (factores globales y locales) que corresponde a los trabajadores manuales e intelectuales que convergen en nuestros movimientos sociales. Ante la deriva hacia la incertidumbre del sentido común, los motivos de esperanza que revela el buen sentido hacen resplandecer la tarea de contribuir a la construcción de un mundo que sea nuevo por lo próspero, inclusivo, sostenible y democrático que llegue a ser. Tal, nuestro tiempo; tal, nuestra tarea”.
Los últimos acontecimientos políticos y económicos tras el inopinado regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, con su fracasada guerra arancelaria y el asalto de los multimillonarios al establecimiento democrático, obligan a tomar conciencia de que este mundo se hizo viejo prematuramente y hay que construir uno nuevo, como alertó José Martí hace más de 140 años, si queremos una vida nueva.
No es aventurado para nada asegurar que en Estados Unidos se está librando la gran batalla por el cambio de época aunque no esté etiquetado así ni que incluso los propios gladiadores sepan a ciencia cierta por qué están en el ruedo de la transformación y creación de una nueva era social y política. El imperio romano occidental cayó en Roma, no en Gran Bretaña ni África. El estadounidense debe caer en EE.UU., y Trump lo puede acercar a ese final.
China –con quien justifica sus arrebatos- es la evidencia del cambio de época, no la causa. Beijing es el resultado de la negación imperialista, el contrario de lo negativo implícito en el capitalismo y al mismo tiempo la conexión con lo positivo de ese sistema de un postmodernismo ya caduco, aunque vivo no se sabe por cuánto tiempo más.
La crisis universal del sistema capitalista se manifiesta de manera lógica en Estados Unidos como un gravísimo problema de política interna porque ese país es el núcleo de ese modo de producción universal, pero tiende a confundir a muchos por su brutal connotación en el mundo externo, el cual se estremece por lo que pueda suceder en el coloso del norte.
El temor es que el asalto a la democracia en EE.UU. que estamos presenciando desde la barrera, precipite el advenimiento de un autoritarismo que disloque las relaciones internacionales, y eso suele ocurrir en épocas de cambio que marcan a su vez el cambio de época. Históricamente, el autoritarismo es la antesala del final, la última milla, dirían juristas e historiadores.
Adelantándose a su tiempo, dijo Martí sobre la necesidad de demoler el viejo mundo: “...es natural que se acumulen ahora, piedra a piedra, los materiales del que ha de reemplazarlo”, pero al mismo tiempo advirtió que “no alcanzan los hombres aún más que a presentar y bosquejar confusamente, en consecuencia de lo que tienen conocido, el resplandeciente mundo nuevo.” Es una expresión muy viva de la dialéctica martiana.
Estamos en esa encrucijada angustiosa avizorada por el Maestro porque no es posible definir lo que vendrá, aunque tengamos la convicción de que vendrá.
Tal vez haya sido ahora, después de dos guerras mundiales, crisis sistémicas cíclicas y circunstanciales, y numerosos repartos geográficos en medio de una gran expansión territorial de Estados Unidos, que nos damos cuenta que hace años acarreamos esas piedras que dice Martí mientras se desmorona una postmodernidad que también nació vieja, carcomida por vicios ancestrales que el desarrollismo no pudo sepultar, como son la ambición desmedida, la sed de poder y el expansionismo sometedor, antítesis de la necesidad de vivir y comunicarnos en sociedad.
Decía el académico e investigador español Juan Luis Nevado Encina en un artículo sobre el tema publicado el 21 de septiembre de 2019 en El Salto, de Extremadura, que “la posmodernidad debe ser entendida en su totalidad: posmodernidad es neoconservadurismo, es reacción, individualismo, sociedad de consumo, neoliberalismo, alt-right, pérdida de la conciencia histórica, formalismo y folclore, fetiche de las mercancías, es, por tanto, el fin de las alternativas cualitativas al orden actual con la hegemonía mundial del capitalismo”.
Pero es también, agregaba, “deconstrucción, ruptura del orden epistémico moderno: razón-sistema-domino, es el fin de la fe en el progreso y de la legitimación de las contradicciones del presente en pos de un futuro que necesariamente va a ser mejor. También posmodernidad son los nuevos horizontes de emancipación: del feminismo de la Segunda y Tercera ola al antiespecismo” (discriminación por especie).
Aunque los atisbos de una decadencia del postmodernismo se remontan a la época de Ronald Reagan y el neoliberalismo globalizado engendró en sí mismo su negación hasta convertirse en su sepulturero, los destellos del nuevo sistema de producción de postguerra con la concentración de capital en pocas manos y una distribución desigual del producto a nivel planetario, escondieron su temprana eclosión. Elon Musk –que es también resultado de la pudrición del sistema- no es un destello del sistema, sino un punto cardinal de esa eclosión.
Las sucesivas crisis económicas desde la energética en 1973 y la comercial-financiera de 2008, terminaron por despejar el camino hacia la tumba del neoliberalismo, y ahora con los gobiernos Trump-Biden-Trump por fin se hace visible el cisma del sistema, y con ello el esperanzador camino hacia el nuevo mundo percibido por Martí, aunque lleno de confusiones como alertó el Maestro, porque, repetimos, todavía es imposible definir los contornos de lo que estamos fabricando, eppur si muove.
La confusión de algunos viene de la forma y no del contenido, es decir, de que el mundo navega como el barco en alta mar, se balancea de izquierda a derecha como si fuesen cambios en la correlación de fuerzas en la puja por marcar la ruta, pero es solo una visión criptica que confunde el movimiento de babor y estribor con el rumbo, lo cual llena de incertidumbre al grumete, pero no al lobo de mar quien sabe que lo importante es hacia dónde apunta la proa por mucho que el buque se balancee.
Es lo que podría estar sucediendo en Estados Unidos con la llegada de un emperador nostálgico a la Casa Blanca a quien no le es posible ver que su país se mueve en sentido contrario a las manecillas del reloj en una dimensión espacial pretérita a la que desea regresar en busca de un Santo Grial que no existe ni en el Make America Great Again (MAGA) ni en ningún otro pensamiento cuartodimensionista. Mientras, las nuevas fuerzas emergentes avanzan hacia el tiempo real, como dicta la historia.
Estados Unidos es hoy el epicentro de la ley de negación de la negación de la cual ya casi ni se habla pero existe, y Trump, contradictoriamente, una expresión de la lucha entre lo naciente y lo caduco, entre lo nuevo y lo viejo, aunque crea que su antidemocrático autoritarismo está fuera del alcance de la dimensión tempoespacial. Nadie, en nuestro mundo, está capacitado para controlar el futuro, porque este solo responde a leyes que no dependen de la voluntad del ser humano, y tampoco al poder de los dioses. Es la ley de la vida la que lo impone.
Es innegable que a esta generación nos ha tocado el momento histórico del comienzo visible de la transición universal de nuestra época y eso nos asigna un papel en el cambio que no preveíamos tan cercano. En países definidos convencionalmente como periferia subdesarrollada -el lomo que golpea con más fuerza el látigo de la descomposición social, las desigualdades y asimetrías de todo tipo-, los vaivenes y atrasos hacia ese mundo mejor posible son agónicos, causan ansiedad y, lo peor, desesperanza.
La migración descontrolada es una de sus más dramáticas consecuencias pero, al mismo tiempo, expresión de la necesidad del cambio. En la migración también está presente la ley de la negación de la negación y la unidad y lucha de los contrarios. Es decir, elementos básicos del cambio. Quienes están saliendo hoy a las calles en Estados Unidos pidiendo la dimisión de Trump, apenas si se dan cuenta que son parte de la vorágine y del parto con fórceps del nuevo mundo. Los alemanes que siguieron a Hitler con su brazo en alto y gritando eufóricos “¡Heil, Heil!”, tampoco lo sabían. La guerra se los reveló.
Recordando a Lenin en su ensayo Un paso adelante, dos pasos atrás (Obras completas, tomo VII, página 227 en adelante) presuntos retrocesos en el avance hacia el cambio, como el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, a veces son necesarios y es algo que sucede en la vida de los individuos y en la historia de las naciones. Lo importante es, decía el líder bolchevique, no dudar del inevitable y completo triunfo de las fuerzas revolucionarias. Es un pensamiento real y vigente.
Ese aparatoso retorno de Trump en un episodio eleccionario bastante confuso cuyas aguas pantanosas se van aclarando poco a poco y confirmando la intervención de un enorme caudal de dinero puesto a su disposición por un poderoso grupo de multimillonarios que compraron desde votos hasta mucha prensa, pudiera representar el necesario paso atrás que fija el dado hacia adelante y confirma el avance del cambio referido por Martí.
Allí, en EE.UU., están con sus arcas repletas como en la fábula de Alí Babá y los 40 ladrones, con cargos institucionales o diplomáticos, Elon Musk, dueño de Tesla, SpaceX, Twitter (X), Tim Cook, de Apple; Sundar Pichai, de Google; Steve Schwarzman, financista de Wall Street, Jeff Bezos, de Amazon, Vivek Ramaswamy, biotecnología, Betsy DeVos, Wilbur Ross, Linda McMahon, Howard Lutnick, Scott Bessent, Frank Bisiganano, Leandro Rizzuto Jr, Warren Stephens, banquero, Charles Kushner, todos con patrimonios declarados entre mil y seis mil millones de dólares, cada cual recuperando y multiplicando su inversión en el candidato que más les convenía, aunque todos juntos no llegan a los 400 mil de Musk.
Nuestro mundo, por supuesto, dista mucho de aquel que vivió Martí, pero los patrones que lo rigen no distan tanto entre sí y por eso el Maestro es tan vigente, aunque no es correcto dejar de reconocer todo lo que significó el modernismo primero, y el postmodernismo después, para el desarrollo de la humanidad, al extremo de que esos factores positivos son los que sirven de cimientos a la construcción del nuevo mundo que todos quisiéramos.
En ese sentido el analista panameño Guillermo Castro, en un análisis del pensamiento de Antonio Gramsci sobre sentido común y sentido histórico, indicaba que “La mejor defensa de ese legado consiste en ampliarlo mediante la creación de un mundo nuevo, que trascienda y supere los problemas que emergen de la transición hacia una nueva organización del sistema mundial, que resulte además innovadora”.
“Esa es la tarea global a cuya luz cabe ejercer la tarea glocal (factores globales y locales) que corresponde a los trabajadores manuales e intelectuales que convergen en nuestros movimientos sociales. Ante la deriva hacia la incertidumbre del sentido común, los motivos de esperanza que revela el buen sentido hacen resplandecer la tarea de contribuir a la construcción de un mundo que sea nuevo por lo próspero, inclusivo, sostenible y democrático que llegue a ser. Tal, nuestro tiempo; tal, nuestra tarea”.