¿Adónde nos llevará Siria?
- 14/12/2024 00:00
- 13/12/2024 19:33
La preocupación real de Biden es que a partir de ahora se puedan romper todos los equilibrios entre las fuerzas que confrontaron al gobierno de Al Assad y a los militares rusos Es sintomático que el Gobierno de Estados Unidos y el Pentágono se hayan deslindado de forma muy apurada de los sucesos militares en Siria, donde el domingo 8 de diciembre fuerzas opositoras lideradas por Hayat Tahrir al-Sham (HTS), derrocaron al gobierno del presidente Bashar al Assad después de 11 años de guerra.
Lo interesante es que tanto el mayor general Pat Ryder, secretario de prensa del Pentágono, como el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, admitieran el carácter terrorista del HTS y de Abu Mohammad al-Jolani, líder de esa organización islámica cuyo antecedente es Jabhat al-Nusra, la cual se desarrolló a la sombra de Al Qaeda.
Pero la mejor expresión por todo lo que oculta o revela es la del presidente Joe Biden cuando, mostrando su satisfacción por la caída de Al Assad, admitió que “es un momento de riesgo e incertidumbre, ya que todos nos dirigimos a la pregunta de qué viene después”.
Por supuesto que el millar de soldados que el Pentágono tiene desplegados en una parte de ese país se mantendrán y seguirán junto con aliados como Israel y socios en la región, las operaciones presuntamente contra el Estado Islámico (ISIS o Desh) cuya creación se le achaca a los Bush (padre e hijo) a fin de justificar la ocupación militar de Irak y el robo de su petróleo.
Israel, por su parte, ordenó la ocupación de parte del sur. Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) recibieron órdenes de afirmar su control en la zona de amortiguación entre el Estado hebreo y Siria, y establecer una “zona de seguridad” adicional en el sur del país árabe, según un comunicado del ministro de Defensa de israelí, Israel Katz, recogido por medios locales.
“El primer ministro Benjamín Netanyahu y yo, con la aprobación del gabinete, hemos dado órdenes a las FDI para que se apoderen de la zona de amortiguamiento y los puntos de control para garantizar la protección de todos los asentamientos israelíes en los Altos del Golán —judíos y drusos— para que no queden expuestos a las amenazas del otro lado”, comunicó Katz. ¿Con qué motivo? Hay que esperar.
La preocupación real de Biden es que, a partir de ahora, se puedan romper todos los equilibrios entre las fuerzas que confrontaron al gobierno de Al Assad y a los militares rusos, y surja a la superficie un caos no premeditado ni controlable como reza la doctrina de Paul Wolfowitz, un experto partidario del descontrol y la anarquía dirigidas, que trabajó 30 años para el Pentágono, aplicadas en Irak y Libia. En Siria es mucho más complicado por el entrecruzamiento de intereses de Estados Unidos, Israel y sus aliados en la región.
Se conoce que Jolani, un hombre ambicioso que pasó de yihadismo antioccidental a socio oportunista de estos bajo el pretexto de amplificar su posición contra Irán, arrastra muchos problemas con ISIS y su cúpula que no le perdona sus crímenes, aun cuando se cree que hay acercamientos timoratos con algunos de sus líderes.
Por supuesto que el colapso del Gobierno sirio y el liderato de Jolani pone en alerta máxima a los iraníes y a sus aliados ante la posibilidad de que este haga alardes contra la nación persa para ganarse el favor de Occidente y de Israel. Tel Aviv se acerca más a las fronteras persas y eso potencialmente significa posibilidad de un hongo nuclear.
Algunos observadores consideran que el acelerado avance del HTS se debió a la guerra en Ucrania y el desgaste militar de Rusia a cuyo gobierno no le quedó otra alternativa que dar prioridad a lo que sucedía en sus fronteras y las amenazas de una peligrosa expansión de la OTAN hacia el este, lo cual debilitó su protagonismo en Siria.
El gobierno de Kiev comete el error de alegrarse de lo sucedido en el Oriente Medio cuando debía ser todo lo contrario, pues ahora Moscú se libera de una carga militar y económica importante que seguramente empleará en su área si el presidente Zelinsky sigue en la tesitura de no querer negociar una paz que le conviene.
Al margen de todas esas especulaciones, lo cierto es que, a partir de la derrota del gobierno de Al Assad se abren las posibilidades de una balcanización de Siria que tampoco le conviene a Estados Unidos, pues parte del botín –que es el petróleo- tendrá que ser compartido, y no como en Irak que la totalidad quedó en manos de empresas estadounidenses encabezada por la Halliburton.
Esta nueva división territorial puede resultar de un reacomodo de fuerzas de la oposición que los estrategas rusos y sirios tenían bien identificadas, y por supuesto, también Estados Unidos. Esa enmarañada selva opositora tiene troncos principales, como HTS e ISIS, los cuales demuestran que la oposición no es un grupo homogéneo, ni siquiera afín entre sus componentes, e incluso con contradicciones antagónicas y hasta irreconciliables –más allá de las religiosas- que se pueden agudizar cuando comiencen a libar la miel de la victoria. Es probable que ese sea el temor alertado por Biden.
La oposición siria es una fuerza caótica, fragmentada y asimétrica en su potencialidad que dificulta incluso a sus aliados direccionar y distribuir la ayuda militar y financiera, y peor aún la mediática, muy en particular en el caso de Estados Unidos donde el Pentágono y la Casa Blanca declararon que mantendrán su programa militar allí, aunque quien decidirá el futuro de Estados Unidos en Rusia será Donald Trump y no él.
Todas las guerras son tristes, pero esta tiene características propias. Si Siria estuviera enclavada en un lejano y desconocido punto estéril de cualquier océano por donde ni los barcos crucen, seguramente sus ciudades y campos estuvieran intactos y su gente viviría feliz con su multiplicidad de tendencias religiosas, sin éxodo ni llantos, ni el luto que arrastra.
Pero ha tenido la mala suerte de estar situada en medio de la ruta del petróleo y ser un nodo trascendente en una región donde se cruzan los yacimientos de gas natural más importantes del mundo, tanto en tierra como en el Mediterráneo, vitales para el consumo energético y la vida muelle de gran parte de Europa.
Está ubicada, además, en uno de los extremos geográficos de mayor concentración de pólvora y metralla, atrapada como un sándwich explosivo entre Turquía, Irak e Israel, y flotando encima de embalses de hidrocarburos y gas natural sobre los cuales hacen planes de explotación presidentes y primeros ministros allende los mares, complotados con jeques, emires y califas, ejecutivos de poderosas empresas, generales y políticos fuera y dentro del Levante, que obvian con desenfado términos como soberanía, independencia, derechos nacionales y otros carentes de significado para ellos.
Siria, por supuesto, no es víctima de un destino manifiesto -que todo el mundo sabe no existe, aunque insistan en hacerlo creer- por poseer una riqueza petrolera que para algunos países es una maldición. De ser cierto, la suerte de Arabia Saudita sería horrible por su condición de primer productor del mundo, pues en la guerra fría y en las calientes los tiros, las bombas, los sabotajes, el terrorismo, los muertos, heridos y mutilados han tenido como preferencia los países petroleros periféricos, excluyendo a los sauditas.
El panorama no ha cambiado en la postguerra fría y Venezuela, acosada por las empresas petroleras norteamericanas y europeas, es un buen ejemplo. Irak y Siria lo siguen siendo. Libia también, aunque Argelia sale de ese contexto.
Si el combustible fósil, sea gas o petróleo, no generara apetencias descomunales y paranoicas, el Oriente Medio hace años que fuera una zona de paz y estaría entre las áreas más tributarias a la cultura universal por su rica y milenaria historia desde muchos siglos antes de Cristo.
Pero ¿quién se atreve a declarar el Levante zona de paz? Nadie. Los intereses que allí convergen desde los cuatro puntos cardinales son una gigantesca bomba de fragmentación que cuelga sobre el planeta, casi imposible de desactivar porque implica el sacrificio de la renunciación, una penitencia que no está en el evangelio de las transnacionales del petróleo.
El Levante es ahora zona de sangre, y no por la presencia de un pretendido Estado Islámico (EI) fabricado como Frankenstein en algún oscuro laboratorio sin rostro ni huellas dactilares, que surgió como arte de magia después de las invasiones militares de Estados Unidos a Irak y Afganistán, y mucho después de Bin Laden o Al Qaeda y la Hermandad Musulmana, o de Al Nusra.
Levante tampoco es zona de sangre porque se le atribuya ser la madre del terrorismo, o porque la necesidad del espacio vitae justifique a los ojos de algunos las matanzas de palestinos, y organizaciones internacionales y grandes metrópolis hagan mutis por el foro cuando se exige la retirada de Israel de los territorios árabes ocupados y el cese de su colonización.
Nada de eso: el Oriente Medio es zona de sangre por la presencia de gas y petróleo en su subsuelo, y la posición estratégica que ocupa para la distribución y comercialización hacia Europa y el resto del mundo mediante oleoductos, gasoductos y tanqueros, y ello explica las desgracias de Irak, de Libia, las amenazas a Irán o la devastación de Siria, e incluso el propio drama territorial kurdo y su eterna diáspora y divisiones seculares.
Adicionalmente está en el arco militar trazado por la estrategia del Pentágono y la OTAN como un muro de contención de la República Popular China y Rusia.
Evidentemente el Desh, Estado o Emirato Islámico, como también se le dice, fue una entelequia sin ningún tipo de estructura como tal, que evoluciona hacia formas superiores de organización y mando mediante la violencia criminal y el temor terrorista, y ahora con el control de Siria se hace sumamente peligroso.
En el caso específico de Siria los adversarios de la región aprovecharon la ambición occidental de hostigar hasta eliminar al gobierno de Bashar al-Assad lo cual explica la necesidad de mantener una presencia militar norteamericana y europea para sostener la ocupación de Occidente en la región con apoyo de Israel.
No son pocos los que creen que había un propósito no tan oculto de balcanizar a Siria y crear un Estado tapón artificial en la zona norte, con la utilización de facciones kurdas, para dejar al gobierno de Bashar al Assad en la inopia y listo para ser sustituido por un régimen de la Hermandad Musulmana o cualquier otro grupo afín a Occidente. Hay que estar atento para ver si hay ahora un regreso a ese pensamiento, aunque la situación ya no es la misma,
Netanyahu ya sacó la cabeza con la orden dada a sus militares para recordar que no renuncia al viejo plan de asaltar el norte de Siria y crear un Kurdistán independiente en la frontera con Irak, lo cual hasta ahora siempre ha sido rechazado y combatido por los kurdos sirios y los turcos quienes no aceptan a este gobernante corrupto asesino de palestinos en Gaza y los territorios ocupados.
Todo este entorno explica en parte por qué quienes han creado y aupado a grupos terroristas como el Desh o al Qaeda les temen como el propio doctor Víctor Frankenstein a su creación monstruosa que al final lo asesinó, y anuncian ahora que se distancian del HTS lo cual indica que su victoria no cierra a ese milenario país como una encrucijada que lleva a la paz o a la guerra más allá de sus fronteras.
Es sintomático que el Gobierno de Estados Unidos y el Pentágono se hayan deslindado de forma muy apurada de los sucesos militares en Siria, donde el domingo 8 de diciembre fuerzas opositoras lideradas por Hayat Tahrir al-Sham (HTS), derrocaron al gobierno del presidente Bashar al Assad después de 11 años de guerra.
Lo interesante es que tanto el mayor general Pat Ryder, secretario de prensa del Pentágono, como el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, admitieran el carácter terrorista del HTS y de Abu Mohammad al-Jolani, líder de esa organización islámica cuyo antecedente es Jabhat al-Nusra, la cual se desarrolló a la sombra de Al Qaeda.
Pero la mejor expresión por todo lo que oculta o revela es la del presidente Joe Biden cuando, mostrando su satisfacción por la caída de Al Assad, admitió que “es un momento de riesgo e incertidumbre, ya que todos nos dirigimos a la pregunta de qué viene después”.
Por supuesto que el millar de soldados que el Pentágono tiene desplegados en una parte de ese país se mantendrán y seguirán junto con aliados como Israel y socios en la región, las operaciones presuntamente contra el Estado Islámico (ISIS o Desh) cuya creación se le achaca a los Bush (padre e hijo) a fin de justificar la ocupación militar de Irak y el robo de su petróleo.
Israel, por su parte, ordenó la ocupación de parte del sur. Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) recibieron órdenes de afirmar su control en la zona de amortiguación entre el Estado hebreo y Siria, y establecer una “zona de seguridad” adicional en el sur del país árabe, según un comunicado del ministro de Defensa de israelí, Israel Katz, recogido por medios locales.
“El primer ministro Benjamín Netanyahu y yo, con la aprobación del gabinete, hemos dado órdenes a las FDI para que se apoderen de la zona de amortiguamiento y los puntos de control para garantizar la protección de todos los asentamientos israelíes en los Altos del Golán —judíos y drusos— para que no queden expuestos a las amenazas del otro lado”, comunicó Katz. ¿Con qué motivo? Hay que esperar.
La preocupación real de Biden es que, a partir de ahora, se puedan romper todos los equilibrios entre las fuerzas que confrontaron al gobierno de Al Assad y a los militares rusos, y surja a la superficie un caos no premeditado ni controlable como reza la doctrina de Paul Wolfowitz, un experto partidario del descontrol y la anarquía dirigidas, que trabajó 30 años para el Pentágono, aplicadas en Irak y Libia. En Siria es mucho más complicado por el entrecruzamiento de intereses de Estados Unidos, Israel y sus aliados en la región.
Se conoce que Jolani, un hombre ambicioso que pasó de yihadismo antioccidental a socio oportunista de estos bajo el pretexto de amplificar su posición contra Irán, arrastra muchos problemas con ISIS y su cúpula que no le perdona sus crímenes, aun cuando se cree que hay acercamientos timoratos con algunos de sus líderes.
Por supuesto que el colapso del Gobierno sirio y el liderato de Jolani pone en alerta máxima a los iraníes y a sus aliados ante la posibilidad de que este haga alardes contra la nación persa para ganarse el favor de Occidente y de Israel. Tel Aviv se acerca más a las fronteras persas y eso potencialmente significa posibilidad de un hongo nuclear.
Algunos observadores consideran que el acelerado avance del HTS se debió a la guerra en Ucrania y el desgaste militar de Rusia a cuyo gobierno no le quedó otra alternativa que dar prioridad a lo que sucedía en sus fronteras y las amenazas de una peligrosa expansión de la OTAN hacia el este, lo cual debilitó su protagonismo en Siria.
El gobierno de Kiev comete el error de alegrarse de lo sucedido en el Oriente Medio cuando debía ser todo lo contrario, pues ahora Moscú se libera de una carga militar y económica importante que seguramente empleará en su área si el presidente Zelinsky sigue en la tesitura de no querer negociar una paz que le conviene.
Al margen de todas esas especulaciones, lo cierto es que, a partir de la derrota del gobierno de Al Assad se abren las posibilidades de una balcanización de Siria que tampoco le conviene a Estados Unidos, pues parte del botín –que es el petróleo- tendrá que ser compartido, y no como en Irak que la totalidad quedó en manos de empresas estadounidenses encabezada por la Halliburton.
Esta nueva división territorial puede resultar de un reacomodo de fuerzas de la oposición que los estrategas rusos y sirios tenían bien identificadas, y por supuesto, también Estados Unidos. Esa enmarañada selva opositora tiene troncos principales, como HTS e ISIS, los cuales demuestran que la oposición no es un grupo homogéneo, ni siquiera afín entre sus componentes, e incluso con contradicciones antagónicas y hasta irreconciliables –más allá de las religiosas- que se pueden agudizar cuando comiencen a libar la miel de la victoria. Es probable que ese sea el temor alertado por Biden.
La oposición siria es una fuerza caótica, fragmentada y asimétrica en su potencialidad que dificulta incluso a sus aliados direccionar y distribuir la ayuda militar y financiera, y peor aún la mediática, muy en particular en el caso de Estados Unidos donde el Pentágono y la Casa Blanca declararon que mantendrán su programa militar allí, aunque quien decidirá el futuro de Estados Unidos en Rusia será Donald Trump y no él.
Todas las guerras son tristes, pero esta tiene características propias. Si Siria estuviera enclavada en un lejano y desconocido punto estéril de cualquier océano por donde ni los barcos crucen, seguramente sus ciudades y campos estuvieran intactos y su gente viviría feliz con su multiplicidad de tendencias religiosas, sin éxodo ni llantos, ni el luto que arrastra.
Pero ha tenido la mala suerte de estar situada en medio de la ruta del petróleo y ser un nodo trascendente en una región donde se cruzan los yacimientos de gas natural más importantes del mundo, tanto en tierra como en el Mediterráneo, vitales para el consumo energético y la vida muelle de gran parte de Europa.
Está ubicada, además, en uno de los extremos geográficos de mayor concentración de pólvora y metralla, atrapada como un sándwich explosivo entre Turquía, Irak e Israel, y flotando encima de embalses de hidrocarburos y gas natural sobre los cuales hacen planes de explotación presidentes y primeros ministros allende los mares, complotados con jeques, emires y califas, ejecutivos de poderosas empresas, generales y políticos fuera y dentro del Levante, que obvian con desenfado términos como soberanía, independencia, derechos nacionales y otros carentes de significado para ellos.
Siria, por supuesto, no es víctima de un destino manifiesto -que todo el mundo sabe no existe, aunque insistan en hacerlo creer- por poseer una riqueza petrolera que para algunos países es una maldición. De ser cierto, la suerte de Arabia Saudita sería horrible por su condición de primer productor del mundo, pues en la guerra fría y en las calientes los tiros, las bombas, los sabotajes, el terrorismo, los muertos, heridos y mutilados han tenido como preferencia los países petroleros periféricos, excluyendo a los sauditas.
El panorama no ha cambiado en la postguerra fría y Venezuela, acosada por las empresas petroleras norteamericanas y europeas, es un buen ejemplo. Irak y Siria lo siguen siendo. Libia también, aunque Argelia sale de ese contexto.
Si el combustible fósil, sea gas o petróleo, no generara apetencias descomunales y paranoicas, el Oriente Medio hace años que fuera una zona de paz y estaría entre las áreas más tributarias a la cultura universal por su rica y milenaria historia desde muchos siglos antes de Cristo.
Pero ¿quién se atreve a declarar el Levante zona de paz? Nadie. Los intereses que allí convergen desde los cuatro puntos cardinales son una gigantesca bomba de fragmentación que cuelga sobre el planeta, casi imposible de desactivar porque implica el sacrificio de la renunciación, una penitencia que no está en el evangelio de las transnacionales del petróleo.
El Levante es ahora zona de sangre, y no por la presencia de un pretendido Estado Islámico (EI) fabricado como Frankenstein en algún oscuro laboratorio sin rostro ni huellas dactilares, que surgió como arte de magia después de las invasiones militares de Estados Unidos a Irak y Afganistán, y mucho después de Bin Laden o Al Qaeda y la Hermandad Musulmana, o de Al Nusra.
Levante tampoco es zona de sangre porque se le atribuya ser la madre del terrorismo, o porque la necesidad del espacio vitae justifique a los ojos de algunos las matanzas de palestinos, y organizaciones internacionales y grandes metrópolis hagan mutis por el foro cuando se exige la retirada de Israel de los territorios árabes ocupados y el cese de su colonización.
Nada de eso: el Oriente Medio es zona de sangre por la presencia de gas y petróleo en su subsuelo, y la posición estratégica que ocupa para la distribución y comercialización hacia Europa y el resto del mundo mediante oleoductos, gasoductos y tanqueros, y ello explica las desgracias de Irak, de Libia, las amenazas a Irán o la devastación de Siria, e incluso el propio drama territorial kurdo y su eterna diáspora y divisiones seculares.
Adicionalmente está en el arco militar trazado por la estrategia del Pentágono y la OTAN como un muro de contención de la República Popular China y Rusia.
Evidentemente el Desh, Estado o Emirato Islámico, como también se le dice, fue una entelequia sin ningún tipo de estructura como tal, que evoluciona hacia formas superiores de organización y mando mediante la violencia criminal y el temor terrorista, y ahora con el control de Siria se hace sumamente peligroso.
En el caso específico de Siria los adversarios de la región aprovecharon la ambición occidental de hostigar hasta eliminar al gobierno de Bashar al-Assad lo cual explica la necesidad de mantener una presencia militar norteamericana y europea para sostener la ocupación de Occidente en la región con apoyo de Israel.
No son pocos los que creen que había un propósito no tan oculto de balcanizar a Siria y crear un Estado tapón artificial en la zona norte, con la utilización de facciones kurdas, para dejar al gobierno de Bashar al Assad en la inopia y listo para ser sustituido por un régimen de la Hermandad Musulmana o cualquier otro grupo afín a Occidente. Hay que estar atento para ver si hay ahora un regreso a ese pensamiento, aunque la situación ya no es la misma,
Netanyahu ya sacó la cabeza con la orden dada a sus militares para recordar que no renuncia al viejo plan de asaltar el norte de Siria y crear un Kurdistán independiente en la frontera con Irak, lo cual hasta ahora siempre ha sido rechazado y combatido por los kurdos sirios y los turcos quienes no aceptan a este gobernante corrupto asesino de palestinos en Gaza y los territorios ocupados.
Todo este entorno explica en parte por qué quienes han creado y aupado a grupos terroristas como el Desh o al Qaeda les temen como el propio doctor Víctor Frankenstein a su creación monstruosa que al final lo asesinó, y anuncian ahora que se distancian del HTS lo cual indica que su victoria no cierra a ese milenario país como una encrucijada que lleva a la paz o a la guerra más allá de sus fronteras.