¿A quién le teme Donald Trump?
- 09/02/2025 00:00
- 08/02/2025 12:09
‘La globalización de hoy no es la misma que la de ayer, y la de mañana está llena de incertidumbre porque no está sujeta a la voluntad del hombre’ Edward Albee mostró en su novela ¿Quién le teme a Virginia Wolf? los entresijos de las situaciones y sentimientos más agresivos de una sociedad carcomida por el miedo, consecuencia de una crisis del espíritu y siempre al borde de la violencia, pero no se preguntó, a la inversa, a quién o a qué, le temía su elíptico personaje que lo llevó al suicidio.
El escritor maneja en ese ámbito los principales rasgos de la teoría del miedo de la cual el presidente de EEUU, Donald Trump, ha hecho su instrumento preferido tanto en política interna como en sus relaciones con el resto del mundo, pero sin dejar entrever sus propios temores que constituyen el mar de fondo de su violencia verbal y la agresividad de sus amenazas que se apresura a concretarlas con la intención de mostrar en lo inmediato su fuerza.
¿A quién le teme Donald Trump? sería una contra pregunta interesante a la de ¿Quién le teme?, cuya respuesta podría estar muy imbricada con los temores plantados en un campo minado que puede estallar ante cualquier mal paso en su interés de “rescatar” la grandeza de Estados Unidos y poner al país primero que todos y que todo. ¿Tal miedo será al impetuoso desarrollo de China como él dice? Por supuesto que no. Va mucho más allá de esa realidad.
El planteo no es tan sencillo como inventarse a un enemigo para justificar las violaciones de todo tipo que están en perspectivas y anunciadas por él mismo, acompañadas por un deseo expansionista trasnochado, difícil de recuperar tras la quiebra del neoliberalismo y un avance inexorable de una globalización en todo el quehacer de la humanidad. El asunto es más complicado de lo que él mismo piensa, y allí están sus miedos y los de sus aliados multimillonarios.
La globalización de hoy no es la misma que la de ayer, y la de mañana está llena de incertidumbre porque no está sujeta a la voluntad del hombre, sino a las leyes del devenir histórico que continuarán regidas por el desarrollo del pensamiento dialéctico, y del entorno material en todos los ámbitos del conocimiento humano, en un proceso natural de integración mundial cada vez más interconectado porque el planeta es uno e indivisible, y eso incluye a quienes lo habitan vivan donde vivan.
En la perspectiva de una sociedad humana a la que le falta todavía tiempo para ser la parte y el todo, como una santísima trinidad, la globalización no puede ser frenada ni por Trump ni por nadie, como expresa el teórico de la Liberación, Leonardo Boff, y eso crea un terrible y peligroso miedo en el presidente estadounidense y los millonarios que lo rodean, al pensar que sus piscinas se pueden quedar sin agua por cambios sistémicos o de época, sea esta última para bien o para mal, como ha sucedido inexorablemente hasta ahora. No hay por qué durar que el actual sea el modo de producción más corto en la existencia humana en relación con los que le precedieron.
En esa familia de multimillonarios -que muy bien pudo servirle de base a Albee en ¿Quién le teme a Virginia Wolf?-, se incuba el mismo miedo terrible que el de los dos matrimonios de la trama del escritor, pero la diferencia es que para esos ricos no se trata de una ficción dramatizada, sino de una perspectiva real que sus riquezas no pueden controlar. Sin embargo, lo intentan.
De hecho, nada es nuevo en sus posturas, pues desde siglos antes de que se descubriera que el planeta Tierra es redondo y orbita alrededor del sol y no al revés, los poderosos antiguos incubaban los mismos temores que los de hoy, y solamente cambian el entorno por su modernización perpetua y el régimen social con sus modos de producción marcando eras o etapas de la civilización, pero sus formas de pensar y actuar siguen iguales, aunque ya no se amenace con el hierro fundido afilado o la pólvora, o ejércitos masivos de gladiadores enviados a la muerte, en la esclavitud o el feudalismo, ambos incapaces entonces de hacer estallar la Tierra, sino con el átomo que sí la puede convertir en millones de asteroides.
Evidentemente, el miedo de Trump no es a China, como pregona, ni a un peligro para la seguridad nacional, que no existe y es mentira, ni a que el cambio de época se acelere y comience un nuevo reparto territorial del mundo, sino a una nueva realidad en la que la convivencia humana tendrá nuevos patrones, leyes y paradigmas, y no se sienten seguros para enfrentarla o liderarla porque la gestión de ese nuevo mundo será otra. No se sabe cuál o cómo será, pero sí es seguro que esa era no se parecerá en nada a la actual.
Es una perspectiva lejana, pero real. No es el tiempo futuro, por tanto, lo que atemoriza a Trump, sino el presente, porque ellos mismos están provocando los vientos que pueden apurar tempestades incontrolables que obliguen a redefinir los egoísmos de la sociedad en que vivimos y acelerar, como también alerta Boff, un nuevo estado de conciencia planetaria que lentamente se está apoderando de las mentes de las mayorías que ven al mundo como la casa de todos, y no de una nación.
Como cada efecto tiene su causa y cada proceso de cambio lleva intrínseco su contrario, pues de otro modo no existiría el movimiento, en la política del miedo de Trump están presentes también sus miedos, mucho más fuertes, complejos e invencibles que los que él azuza o crea.
Citando de nuevo a Boff, a pesar del negacionismo de Trump, es importante reconocer que la categoría de Estado-nación se está volviendo obsoleta gradualmente y la sociedad en rebeldía asume la preocupación por el futuro común de la Tierra y de la humanidad, y ya busca poner en el centro de una globalización irreversible no a tal o cual país o bloque geopolítico y económico, sino a la ecología y a la Tierra entendida como un macro sistema orgánico al que todas las instancias deben servir y estar subordinadas.
A partir de estas demandas nos damos cuenta de que todo depende de la salvaguarda de la Tierra y del mantenimiento de las condiciones de su vida y reproducción. Esta preocupación es urgente, especialmente ahora que ya estamos dentro del calentamiento global y la brutal erosión de la biodiversidad. Estamos realmente en riesgo de no poder seguir permaneciendo en este planeta, advierte en su alerta el exponente de la teoría de la liberación.
La conciencia de esta nueva percepción aún está lejos de ser compartida colectivamente, ya que el sistema dominante todavía persigue la ilusión de un desarrollo/crecimiento ilimitado (un PIB cada vez mayor), dentro de un planeta pequeño y limitado. Si no despertamos a esta alarma, corremos el riesgo, denunciado por Sigmunt Bauman, una semana antes de morir: “tenemos que ser solidarios, de lo contrario engrosaremos la procesión de los que se dirigen hacia su propia tumba”. Que despertemos y nos alejemos de esta pesadilla de un eventual fin de la especie, por nuestra propia irresponsabilidad. El sentido de la vida es vivir, irradiar y eternizarse, concluye Boff.
Esas reflexiones ponen al descubierto de manera muy nítida los miedos de Donald Trump y de sus secuaces, incomparablemente más reales y abarcadores que los que él mete al mundo en sus incendiarios discursos.
¿A quién le teme Trump?, es la nueva pregunta. En primer lugar, a la humanidad que despierta del letargo en el que vive desde tiempos inmemorables y que la depredación y el saqueo despiadado de sus riquezas naturales y posiciones geoestratégicas permitieron la existencia de naciones imperiales como Estados Unidos.
Trump teme a que la globalización irreversible que conduce al cambio de época, aplaste el poder imperial y convierta a Estados Unidos en un país común, normal. Teme a un desarrollo del estado de bienestar globalizado y no exclusivo de las potencias, que conduzca a una economía mundial sin desigualdades.
Teme a que no pierdan vigencia los principios y conceptos que hacen fuerte a los pueblos como independencia, libertad, paz y fraternidad, a pesar de la labor de deshistorización que imponen en los currículos de Historia de muchas escuelas en los países periféricos, incluso en sus propias universidades en las que se tergiversan hechos como una Segunda Guerra Mundial ganada por Estados Unidos según la mentalidad de Trump, quien lo asegura sin que le tiemble la voz con tamaña mentira.
Tiene miedo a que el mercado mundial pierda su sentido mercantilista y explotador y abra miles, millones de puertas sin que se las cierren a ningún país ni conglomerado por bloqueos u otras medidas draconianas; a que no haya trabas como las arancelarias para enriquecer más a los ricos; que la sociedad trabaje para cubrir sus necesidades y satisfacer sus apetencias culturales, morales y de amor, y no para llenarle el bolsillo a los ambiciosos como él y Musk.
Le teme a que el mundo opte por una organización racional y pareja independientemente del tamaño geográfico y de sus riquezas naturales; que se borren las asimetrías y la gente que puebla el planeta de confín a confín, sea medida con la misma vara, y los bienes terrenales del hombre no distingan a una comunidad de otra.
Que los bloques económico-geográficos que se formen no sean para competencias desleales y guerras, sino para organizar el mundo y darle racionalidad a fin de que la paz y la convivencia sean factores permanentes e inalterables en sus principios éticos, morales y espirituales.
Trump tiene miedo de que la sociedad mundial llegue a la perfección deseada en la convivencia humana para que la prioridad unívoca sea la del cuidado del clima, la preservación del planeta y que cada ciudadano del mundo sea un ecoguardián de la naturaleza y de sí mismo.
Que desaparezca el poder del dinero, los malos hábitos y la ferocidad que genera la ambición de acumularlos y, como ahora, crear elementos destructores del hábitat y de la existencia del propio hombre como especie.
Sobre todo, que caigan por su propio peso los institutos militares, las fábricas de armas, absolutamente todas, las clásicas y las nucleares, las de combate de los ejércitos y las producidas especialmente para las mafias del narcotráfico.
Miedo a que los ecologistas rechacen y hasta detengan el fracking y no se continúen agrediendo las entrañas del planeta ni el piso de los océanos, rompiendo piedras en busca de petróleo, y en su lugar alabemos a la mama pacha por alimentarnos y al universo por darnos el sol, el aire, el agua para que nos alumbremos sin contaminarnos y el oxígeno que respiremos sea limpio y puro para no enfermar nuestros pulmones.
Trump está nervioso por el miedo a que los zares de las redes sociales y las comunicaciones no puedan controlar una interconexión del mundo positiva en todos los planos y no solamente la información. Teme a una colaboración universal pacífica altamente constructiva dentro de una atmósfera cultural globalizada con toda la tecnología moderna actual y por venir al servicio de la perfección integral del ser pensante.
Le teme a una globalización social que eleve al infinito la defensa de la igualdad y la justicia para todos. Un mundo en el que el ser humano sea considerado como tal sin importar detalles y que ya el hombre no sea el lobo de sí mismo.
Le da mucho miedo que sus vecinos crezcan y se hagan más competentes frente a un descenso de Estados Unidos en la relación comparativa de participación en la vida mercantil, política y económica mundial que es lo natural cuando hay un equilibrio en la producción de bienes, en su distribución y en la balanza comercial como efecto del avance de la globalización, y no por intereses degradantes como los que él encarna.
Le teme a una rebelión de los migrantes, de los ecologistas, de las mujeres, de la juventud sin perspectivas, de los niños sin escuelas ni atención médica, de los pobres, los desamparados, en fin, de las naciones que buscan la manera de no ser exterminadas por sus presiones y agresiones.
Le teme al desmoronamiento total y absoluto de la vergonzosa mentira imperial del “destino manifiesto” y el “poder divino” del que, según él, fue uncido para dominar el planeta, y acaben en la tragedia sus sueños de grandeza.
Pero lo que más miedo le infunde es que cada vez son más millones de personas las que creen que un mundo mejor es posible y están convencidos de que la única forma de llegar a él es luchando, derrotando las falacias y mezquindades y enfrentando a personas tenebrosas como Donald Trump y su séquito de multimillonarios parasitarios como Elon Musk que viven del sudor ajeno.
Edward Albee mostró en su novela ¿Quién le teme a Virginia Wolf? los entresijos de las situaciones y sentimientos más agresivos de una sociedad carcomida por el miedo, consecuencia de una crisis del espíritu y siempre al borde de la violencia, pero no se preguntó, a la inversa, a quién o a qué, le temía su elíptico personaje que lo llevó al suicidio.
El escritor maneja en ese ámbito los principales rasgos de la teoría del miedo de la cual el presidente de EEUU, Donald Trump, ha hecho su instrumento preferido tanto en política interna como en sus relaciones con el resto del mundo, pero sin dejar entrever sus propios temores que constituyen el mar de fondo de su violencia verbal y la agresividad de sus amenazas que se apresura a concretarlas con la intención de mostrar en lo inmediato su fuerza.
¿A quién le teme Donald Trump? sería una contra pregunta interesante a la de ¿Quién le teme?, cuya respuesta podría estar muy imbricada con los temores plantados en un campo minado que puede estallar ante cualquier mal paso en su interés de “rescatar” la grandeza de Estados Unidos y poner al país primero que todos y que todo. ¿Tal miedo será al impetuoso desarrollo de China como él dice? Por supuesto que no. Va mucho más allá de esa realidad.
El planteo no es tan sencillo como inventarse a un enemigo para justificar las violaciones de todo tipo que están en perspectivas y anunciadas por él mismo, acompañadas por un deseo expansionista trasnochado, difícil de recuperar tras la quiebra del neoliberalismo y un avance inexorable de una globalización en todo el quehacer de la humanidad. El asunto es más complicado de lo que él mismo piensa, y allí están sus miedos y los de sus aliados multimillonarios.
La globalización de hoy no es la misma que la de ayer, y la de mañana está llena de incertidumbre porque no está sujeta a la voluntad del hombre, sino a las leyes del devenir histórico que continuarán regidas por el desarrollo del pensamiento dialéctico, y del entorno material en todos los ámbitos del conocimiento humano, en un proceso natural de integración mundial cada vez más interconectado porque el planeta es uno e indivisible, y eso incluye a quienes lo habitan vivan donde vivan.
En la perspectiva de una sociedad humana a la que le falta todavía tiempo para ser la parte y el todo, como una santísima trinidad, la globalización no puede ser frenada ni por Trump ni por nadie, como expresa el teórico de la Liberación, Leonardo Boff, y eso crea un terrible y peligroso miedo en el presidente estadounidense y los millonarios que lo rodean, al pensar que sus piscinas se pueden quedar sin agua por cambios sistémicos o de época, sea esta última para bien o para mal, como ha sucedido inexorablemente hasta ahora. No hay por qué durar que el actual sea el modo de producción más corto en la existencia humana en relación con los que le precedieron.
En esa familia de multimillonarios -que muy bien pudo servirle de base a Albee en ¿Quién le teme a Virginia Wolf?-, se incuba el mismo miedo terrible que el de los dos matrimonios de la trama del escritor, pero la diferencia es que para esos ricos no se trata de una ficción dramatizada, sino de una perspectiva real que sus riquezas no pueden controlar. Sin embargo, lo intentan.
De hecho, nada es nuevo en sus posturas, pues desde siglos antes de que se descubriera que el planeta Tierra es redondo y orbita alrededor del sol y no al revés, los poderosos antiguos incubaban los mismos temores que los de hoy, y solamente cambian el entorno por su modernización perpetua y el régimen social con sus modos de producción marcando eras o etapas de la civilización, pero sus formas de pensar y actuar siguen iguales, aunque ya no se amenace con el hierro fundido afilado o la pólvora, o ejércitos masivos de gladiadores enviados a la muerte, en la esclavitud o el feudalismo, ambos incapaces entonces de hacer estallar la Tierra, sino con el átomo que sí la puede convertir en millones de asteroides.
Evidentemente, el miedo de Trump no es a China, como pregona, ni a un peligro para la seguridad nacional, que no existe y es mentira, ni a que el cambio de época se acelere y comience un nuevo reparto territorial del mundo, sino a una nueva realidad en la que la convivencia humana tendrá nuevos patrones, leyes y paradigmas, y no se sienten seguros para enfrentarla o liderarla porque la gestión de ese nuevo mundo será otra. No se sabe cuál o cómo será, pero sí es seguro que esa era no se parecerá en nada a la actual.
Es una perspectiva lejana, pero real. No es el tiempo futuro, por tanto, lo que atemoriza a Trump, sino el presente, porque ellos mismos están provocando los vientos que pueden apurar tempestades incontrolables que obliguen a redefinir los egoísmos de la sociedad en que vivimos y acelerar, como también alerta Boff, un nuevo estado de conciencia planetaria que lentamente se está apoderando de las mentes de las mayorías que ven al mundo como la casa de todos, y no de una nación.
Como cada efecto tiene su causa y cada proceso de cambio lleva intrínseco su contrario, pues de otro modo no existiría el movimiento, en la política del miedo de Trump están presentes también sus miedos, mucho más fuertes, complejos e invencibles que los que él azuza o crea.
Citando de nuevo a Boff, a pesar del negacionismo de Trump, es importante reconocer que la categoría de Estado-nación se está volviendo obsoleta gradualmente y la sociedad en rebeldía asume la preocupación por el futuro común de la Tierra y de la humanidad, y ya busca poner en el centro de una globalización irreversible no a tal o cual país o bloque geopolítico y económico, sino a la ecología y a la Tierra entendida como un macro sistema orgánico al que todas las instancias deben servir y estar subordinadas.
A partir de estas demandas nos damos cuenta de que todo depende de la salvaguarda de la Tierra y del mantenimiento de las condiciones de su vida y reproducción. Esta preocupación es urgente, especialmente ahora que ya estamos dentro del calentamiento global y la brutal erosión de la biodiversidad. Estamos realmente en riesgo de no poder seguir permaneciendo en este planeta, advierte en su alerta el exponente de la teoría de la liberación.
La conciencia de esta nueva percepción aún está lejos de ser compartida colectivamente, ya que el sistema dominante todavía persigue la ilusión de un desarrollo/crecimiento ilimitado (un PIB cada vez mayor), dentro de un planeta pequeño y limitado. Si no despertamos a esta alarma, corremos el riesgo, denunciado por Sigmunt Bauman, una semana antes de morir: “tenemos que ser solidarios, de lo contrario engrosaremos la procesión de los que se dirigen hacia su propia tumba”. Que despertemos y nos alejemos de esta pesadilla de un eventual fin de la especie, por nuestra propia irresponsabilidad. El sentido de la vida es vivir, irradiar y eternizarse, concluye Boff.
Esas reflexiones ponen al descubierto de manera muy nítida los miedos de Donald Trump y de sus secuaces, incomparablemente más reales y abarcadores que los que él mete al mundo en sus incendiarios discursos.
¿A quién le teme Trump?, es la nueva pregunta. En primer lugar, a la humanidad que despierta del letargo en el que vive desde tiempos inmemorables y que la depredación y el saqueo despiadado de sus riquezas naturales y posiciones geoestratégicas permitieron la existencia de naciones imperiales como Estados Unidos.
Trump teme a que la globalización irreversible que conduce al cambio de época, aplaste el poder imperial y convierta a Estados Unidos en un país común, normal. Teme a un desarrollo del estado de bienestar globalizado y no exclusivo de las potencias, que conduzca a una economía mundial sin desigualdades.
Teme a que no pierdan vigencia los principios y conceptos que hacen fuerte a los pueblos como independencia, libertad, paz y fraternidad, a pesar de la labor de deshistorización que imponen en los currículos de Historia de muchas escuelas en los países periféricos, incluso en sus propias universidades en las que se tergiversan hechos como una Segunda Guerra Mundial ganada por Estados Unidos según la mentalidad de Trump, quien lo asegura sin que le tiemble la voz con tamaña mentira.
Tiene miedo a que el mercado mundial pierda su sentido mercantilista y explotador y abra miles, millones de puertas sin que se las cierren a ningún país ni conglomerado por bloqueos u otras medidas draconianas; a que no haya trabas como las arancelarias para enriquecer más a los ricos; que la sociedad trabaje para cubrir sus necesidades y satisfacer sus apetencias culturales, morales y de amor, y no para llenarle el bolsillo a los ambiciosos como él y Musk.
Le teme a que el mundo opte por una organización racional y pareja independientemente del tamaño geográfico y de sus riquezas naturales; que se borren las asimetrías y la gente que puebla el planeta de confín a confín, sea medida con la misma vara, y los bienes terrenales del hombre no distingan a una comunidad de otra.
Que los bloques económico-geográficos que se formen no sean para competencias desleales y guerras, sino para organizar el mundo y darle racionalidad a fin de que la paz y la convivencia sean factores permanentes e inalterables en sus principios éticos, morales y espirituales.
Trump tiene miedo de que la sociedad mundial llegue a la perfección deseada en la convivencia humana para que la prioridad unívoca sea la del cuidado del clima, la preservación del planeta y que cada ciudadano del mundo sea un ecoguardián de la naturaleza y de sí mismo.
Que desaparezca el poder del dinero, los malos hábitos y la ferocidad que genera la ambición de acumularlos y, como ahora, crear elementos destructores del hábitat y de la existencia del propio hombre como especie.
Sobre todo, que caigan por su propio peso los institutos militares, las fábricas de armas, absolutamente todas, las clásicas y las nucleares, las de combate de los ejércitos y las producidas especialmente para las mafias del narcotráfico.
Miedo a que los ecologistas rechacen y hasta detengan el fracking y no se continúen agrediendo las entrañas del planeta ni el piso de los océanos, rompiendo piedras en busca de petróleo, y en su lugar alabemos a la mama pacha por alimentarnos y al universo por darnos el sol, el aire, el agua para que nos alumbremos sin contaminarnos y el oxígeno que respiremos sea limpio y puro para no enfermar nuestros pulmones.
Trump está nervioso por el miedo a que los zares de las redes sociales y las comunicaciones no puedan controlar una interconexión del mundo positiva en todos los planos y no solamente la información. Teme a una colaboración universal pacífica altamente constructiva dentro de una atmósfera cultural globalizada con toda la tecnología moderna actual y por venir al servicio de la perfección integral del ser pensante.
Le teme a una globalización social que eleve al infinito la defensa de la igualdad y la justicia para todos. Un mundo en el que el ser humano sea considerado como tal sin importar detalles y que ya el hombre no sea el lobo de sí mismo.
Le da mucho miedo que sus vecinos crezcan y se hagan más competentes frente a un descenso de Estados Unidos en la relación comparativa de participación en la vida mercantil, política y económica mundial que es lo natural cuando hay un equilibrio en la producción de bienes, en su distribución y en la balanza comercial como efecto del avance de la globalización, y no por intereses degradantes como los que él encarna.
Le teme a una rebelión de los migrantes, de los ecologistas, de las mujeres, de la juventud sin perspectivas, de los niños sin escuelas ni atención médica, de los pobres, los desamparados, en fin, de las naciones que buscan la manera de no ser exterminadas por sus presiones y agresiones.
Le teme al desmoronamiento total y absoluto de la vergonzosa mentira imperial del “destino manifiesto” y el “poder divino” del que, según él, fue uncido para dominar el planeta, y acaben en la tragedia sus sueños de grandeza.
Pero lo que más miedo le infunde es que cada vez son más millones de personas las que creen que un mundo mejor es posible y están convencidos de que la única forma de llegar a él es luchando, derrotando las falacias y mezquindades y enfrentando a personas tenebrosas como Donald Trump y su séquito de multimillonarios parasitarios como Elon Musk que viven del sudor ajeno.