Las barras ultras avergüenzan al fútbol
- 02/10/2024 00:00
- 01/10/2024 19:27
El pasado derbi español ha sacado a relucir la necesidad urgente de contener a las barras que empañan al fútbol, que actúan sin control y con complicidad dirigencial La interrupción durante 17 minutos del derbi español entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid, el pasado domingo, no ha dejado de correr por los titulares de las noticias deportivas y aún escuecen las imágenes por la sensación que dejó el comportamiento de la barra colchonera ultra con un “poder consentido”: estuvo amenazante en el Estadio Metropolitano, mostrando capacidad para incidir en el devenir del partido, sintiéndose intocable.
Los ojos de los aficionados que gustan del buen fútbol estaban puestos sobre el encuentro, casi obligados a ver al Real Madrid, ya sea por simpatía con el equipo para regocijarse con una nueva presentación, o desde la orilla de la oposición que espera encontrarse con un momento que marque el inicio de un eclipse merengue. Madrid es el “rey” del fútbol profesional.
Sin ceñirse a su historia gloriosa que le puede ser esquiva y ofrecer altibajos, desde hace años, por el potencial, la creatividad y los éxitos de su selecto grupo de jugadores, el club madrileño manda a placer en el fútbol europeo; es inconcebible hoy visualizar el Mundial de Clubes programado para el año próximo sin el Madrid en el primer renglón de los participantes. De allí la repercusión internacional de los incidentes en el juego ante el Atlético, en un momento que puja por el liderato de la Liga con el Barcelona y compite en la Champions League.
Aparte de la tradicional rivalidad, dos figuras madridistas subían los decibeles a su punto más álgido: Vinicius Jr., el jugador brasileño más desequilibrante en la actualidad, sobre quien existe un reprobable acoso racista, y el portero Thibaut Courtois, considerado uno de los mejores guardametas del mundo con un pasado en el Atlético, por lo que le consideran “un traidor”. Tanto sobre el primero, lanzándole improperios verbales, como sobre el segundo, haciéndolo con mecheros, se ejerció un acoso.
No es un hecho novedoso la actuación de las barras bravas, como se les denomina en Suramérica, o ultras como se les determina en Europa, antes, durante y después de un encuentro. Lo que sí es novedoso son las muestras de los entes deportivos españoles, de la sociedad y la dirigencia política de buscar un consenso de repudio más amplio que detenga las actuaciones y provocaciones de las barras, como la llamada Frente Atlético, con un pasado y un presente de violencia activo.
Ello se deduce del cambio de posición del presidente del club rojiblanco, Enrique Cerezo, quien antes del partido había manifestado: “En el Atlético de Madrid no considero que haya nadie antirracista ni racista de ningún tipo”. Después del juego rectificó: “Cuando hablé con varios periodistas al entrar al almuerzo con el Real Madrid, cometí un error que todos debieron entender como tal, pero prefiero aclararlo para evitar malos entendidos. Quería decir que todos tenemos la responsabilidad de luchar contra el racismo”.
La afición, ente esencial La simplicidad de las reglas del fútbol desde su cuna -hace menos de una década que entró la tecnología al campo de juego-, como la singularidad para optar en su práctica por implementos o escenarios improvisados (balón de plástico, bola de trapo, potrero, calle, porterías concebidas con piedras o mochilas con cuadernos en las escuelas, etc.), no ceñidos a requerimientos estrictos, le permitieron al balompié romper fronteras idiomáticas, económicas, de género y geográficas, ganando una extraordinaria popularidad mundial.
Se calculaba en una encuesta de la FIFA de 2006 que más de 270 millones de personas de todas las edades lo practican, estaban involucrados o participaban laboralmente; hoy esa cifra está superada. Uno de los elementos más llamativos es su capacidad de convocatoria para manifestarse como un aglutinador de masas e ilusiones, reflejado principalmente en la presencia de las aficiones en los estadios, identificadas con un club o una selección nacional.
Allí donde falta un eslabón para unir a un grupo en torno a una identidad o un interés emotivo, o falta juntar a un grupo disperso buscando una bandera, el deporte y entre ellos el fútbol con ventaja, suele presentarse como argumento poderoso para asumir la empatía hacia un equipo en particular, alimentando un vínculo desde la infancia o sumándose en una etapa cualquiera del devenir de los individuos.
La afición es el cordón umbilical que une al fútbol con la sociedad, le es imprescindible. Desde esta mirada, los aficionados encuentran en el fútbol un punto de encuentro y de identificación grupal, concediéndole a este deporte una razón existencial más allá de la mera competencia deportiva. Las camisetas de los equipos son una denominación de pertenencia afectiva. Las derrotas pueden asumirse como fracasos personales y las victorias representan una conquista del colectivo.
El peligroso punto de quiebre Todas las bondades que se puedan encontrar en seguir un deporte como el fútbol y en hacerse parte integral de una determinada afición, en el entramado de la diversa composición social y de los apasionamientos que genera este deporte, presentan un resquicio para que uno de sus sectores con intereses “solapados” asuma la radicalización como manifestación e instrumento de poder.
Se valora a los contrarios de enemigos potenciales en lugar de rivales deportivos de una competición. De paso, se convierte muchas veces a dirigentes y jugadores en rehenes, para que actúen de acuerdo a sus peticiones extra deportivas sometiéndoles a una presión permanente desde las gradas o en el entorno del club. Darles prebendas económicas, como el manejo de entradas, suele ser una forma de convivencia de las dirigencias con ellas para evitar enfrentarles.
Este explosivo punto de quiebre que propicia este sector radical encuentra en ocasiones también estímulo en sectores políticos que ven en sus prestaciones una oportunidad para “colar” allí propaganda a sus idearios políticos, asociándose con los ultras o incluyendo a un miembro suyo.
La historia del fútbol es abundante en hechos negativos, violentos o nefastos propiciados por las barras radicales. Una mancha que no ha podido contenerse del todo, aunque se han dado pasos trascendentes en este sentido.
Lo acontecido en el partido entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid con el partido suspendido y algunos integrantes del llamado Frente Atlético luciéndose enmascarados, con pasamontañas o bufandas en la cara para ocultar su identidad, pasa a ser un punto focal en su erradicación en el fútbol español que, de no hacerse-así como su alta competitividad le ha ganado prestigio mundial-, el no afrontarlo ganara difusión como mal ejemplo a imitarse en otras latitudes.
En el ámbito futbolístico se esperan las sanciones que proponga el Comité Antiviolencia y la decisión final que adopte el Comité de Disciplina de la RFEF (Real Federación Española de Fútbol) que será en última instancia la que determine las medidas a adoptar. Es un momento crítico en el fútbol español, pero también una oportunidad para avanzar por el buen camino separando lo incorrecto de lo correcto.
La interrupción durante 17 minutos del derbi español entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid, el pasado domingo, no ha dejado de correr por los titulares de las noticias deportivas y aún escuecen las imágenes por la sensación que dejó el comportamiento de la barra colchonera ultra con un “poder consentido”: estuvo amenazante en el Estadio Metropolitano, mostrando capacidad para incidir en el devenir del partido, sintiéndose intocable.
Los ojos de los aficionados que gustan del buen fútbol estaban puestos sobre el encuentro, casi obligados a ver al Real Madrid, ya sea por simpatía con el equipo para regocijarse con una nueva presentación, o desde la orilla de la oposición que espera encontrarse con un momento que marque el inicio de un eclipse merengue. Madrid es el “rey” del fútbol profesional.
Sin ceñirse a su historia gloriosa que le puede ser esquiva y ofrecer altibajos, desde hace años, por el potencial, la creatividad y los éxitos de su selecto grupo de jugadores, el club madrileño manda a placer en el fútbol europeo; es inconcebible hoy visualizar el Mundial de Clubes programado para el año próximo sin el Madrid en el primer renglón de los participantes. De allí la repercusión internacional de los incidentes en el juego ante el Atlético, en un momento que puja por el liderato de la Liga con el Barcelona y compite en la Champions League.
Aparte de la tradicional rivalidad, dos figuras madridistas subían los decibeles a su punto más álgido: Vinicius Jr., el jugador brasileño más desequilibrante en la actualidad, sobre quien existe un reprobable acoso racista, y el portero Thibaut Courtois, considerado uno de los mejores guardametas del mundo con un pasado en el Atlético, por lo que le consideran “un traidor”. Tanto sobre el primero, lanzándole improperios verbales, como sobre el segundo, haciéndolo con mecheros, se ejerció un acoso.
No es un hecho novedoso la actuación de las barras bravas, como se les denomina en Suramérica, o ultras como se les determina en Europa, antes, durante y después de un encuentro. Lo que sí es novedoso son las muestras de los entes deportivos españoles, de la sociedad y la dirigencia política de buscar un consenso de repudio más amplio que detenga las actuaciones y provocaciones de las barras, como la llamada Frente Atlético, con un pasado y un presente de violencia activo.
Ello se deduce del cambio de posición del presidente del club rojiblanco, Enrique Cerezo, quien antes del partido había manifestado: “En el Atlético de Madrid no considero que haya nadie antirracista ni racista de ningún tipo”. Después del juego rectificó: “Cuando hablé con varios periodistas al entrar al almuerzo con el Real Madrid, cometí un error que todos debieron entender como tal, pero prefiero aclararlo para evitar malos entendidos. Quería decir que todos tenemos la responsabilidad de luchar contra el racismo”.
La simplicidad de las reglas del fútbol desde su cuna -hace menos de una década que entró la tecnología al campo de juego-, como la singularidad para optar en su práctica por implementos o escenarios improvisados (balón de plástico, bola de trapo, potrero, calle, porterías concebidas con piedras o mochilas con cuadernos en las escuelas, etc.), no ceñidos a requerimientos estrictos, le permitieron al balompié romper fronteras idiomáticas, económicas, de género y geográficas, ganando una extraordinaria popularidad mundial.
Se calculaba en una encuesta de la FIFA de 2006 que más de 270 millones de personas de todas las edades lo practican, estaban involucrados o participaban laboralmente; hoy esa cifra está superada. Uno de los elementos más llamativos es su capacidad de convocatoria para manifestarse como un aglutinador de masas e ilusiones, reflejado principalmente en la presencia de las aficiones en los estadios, identificadas con un club o una selección nacional.
Allí donde falta un eslabón para unir a un grupo en torno a una identidad o un interés emotivo, o falta juntar a un grupo disperso buscando una bandera, el deporte y entre ellos el fútbol con ventaja, suele presentarse como argumento poderoso para asumir la empatía hacia un equipo en particular, alimentando un vínculo desde la infancia o sumándose en una etapa cualquiera del devenir de los individuos.
La afición es el cordón umbilical que une al fútbol con la sociedad, le es imprescindible. Desde esta mirada, los aficionados encuentran en el fútbol un punto de encuentro y de identificación grupal, concediéndole a este deporte una razón existencial más allá de la mera competencia deportiva. Las camisetas de los equipos son una denominación de pertenencia afectiva. Las derrotas pueden asumirse como fracasos personales y las victorias representan una conquista del colectivo.
Todas las bondades que se puedan encontrar en seguir un deporte como el fútbol y en hacerse parte integral de una determinada afición, en el entramado de la diversa composición social y de los apasionamientos que genera este deporte, presentan un resquicio para que uno de sus sectores con intereses “solapados” asuma la radicalización como manifestación e instrumento de poder.
Se valora a los contrarios de enemigos potenciales en lugar de rivales deportivos de una competición. De paso, se convierte muchas veces a dirigentes y jugadores en rehenes, para que actúen de acuerdo a sus peticiones extra deportivas sometiéndoles a una presión permanente desde las gradas o en el entorno del club. Darles prebendas económicas, como el manejo de entradas, suele ser una forma de convivencia de las dirigencias con ellas para evitar enfrentarles.
Este explosivo punto de quiebre que propicia este sector radical encuentra en ocasiones también estímulo en sectores políticos que ven en sus prestaciones una oportunidad para “colar” allí propaganda a sus idearios políticos, asociándose con los ultras o incluyendo a un miembro suyo.
La historia del fútbol es abundante en hechos negativos, violentos o nefastos propiciados por las barras radicales. Una mancha que no ha podido contenerse del todo, aunque se han dado pasos trascendentes en este sentido.
Lo acontecido en el partido entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid con el partido suspendido y algunos integrantes del llamado Frente Atlético luciéndose enmascarados, con pasamontañas o bufandas en la cara para ocultar su identidad, pasa a ser un punto focal en su erradicación en el fútbol español que, de no hacerse-así como su alta competitividad le ha ganado prestigio mundial-, el no afrontarlo ganara difusión como mal ejemplo a imitarse en otras latitudes.
En el ámbito futbolístico se esperan las sanciones que proponga el Comité Antiviolencia y la decisión final que adopte el Comité de Disciplina de la RFEF (Real Federación Española de Fútbol) que será en última instancia la que determine las medidas a adoptar. Es un momento crítico en el fútbol español, pero también una oportunidad para avanzar por el buen camino separando lo incorrecto de lo correcto.