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- 15/08/2020 00:00
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'Yo no hubiera escrito esta novela –o no la hubiese escrito así– si no hubiera vivido la crisis de 2017, cuando el intento de separar por las bravas a Cataluña de España partió por la mitad Cataluña, y los catalanes vivimos cosas que nunca habíamos vivido”, dijo Javier Cercas cuando la BBC lo entrevistó sobre su más reciente novela, Terra Alta, ganadora del premio Planeta 2019. Enmarcada en una comarca catalana del mismo nombre, la historia de un agente de policía que investiga un horrendo crimen sacó al escritor de su estilo habitual y lo llevó a cuestionar el valor de la justicia, la ley y la venganza. Sobre su novela, que será presentada hoy en la FIL Panamá, el premio, la literatura y la pandemia, Cercas conversó con La Estrella de Panamá.
Ojalá sea una reinvención; yo me conformaría con que fuera una renovación. Sea como sea, por supuesto que merece la pena: un escritor que no es capaz de renovarse o reinventarse es un escritor condenado a repetirse, a convertirse en un imitador de sí mismo. Eso es lo peor que le puede ocurrir, porque significa que ya no puede decir cosas nuevas.
Un premio no te hace ni mejor ni peor escritor, pero el Planeta es un premio realmente popular, que siguen muchos lectores. Esto es maravilloso. En primer lugar, porque no hay literatura sin lectores: un libro sin lectores es letra muerta; solo cuando el lector abre el libro y empieza a leerlo, esa letra muerta cobra vida, y además una vida nueva y distinta en cada caso: como dice un personaje de Terra Alta, la mitad de una novela la pone el autor; la otra mitad, el lector. Y, en segundo lugar –y como consecuencia de lo anterior–, porque lo mejor que le puede pasar a la buena literatura es salir de las catacumbas del mundillo literario, decirle cosas relevantes a la gente, volver a ser genuinamente popular.
La literatura aspira a convertir lo particular en universal, lo que le ocurre a una persona concreta en un lugar concreto y en un momento concreto, en lo que nos ocurre a todos en cualquier tiempo y lugar. En este sentido, Terra Alta podría ocurrir en cualquier sitio, porque los asuntos que aborda –el valor de la ley, la posibilidad de la justicia, la legitimidad de la venganza, la perduración del odio etc.– son temas universales. Pero, al mismo tiempo, la comarca de la Terra Alta –un lugar apartado, remoto, solitario y relegado de Cataluña, casi como un paisaje de western en contraste con el otro escenario fundamental de la novela: una Barcelona violenta, nocturna, salvaje y prostibularia– es esencial en el libro, y lo elegí de manera muy deliberada. O quizá fue ese paisaje el que me eligió a mí.
Melchor Marín soy yo. Quiero decir que, aunque sea un personaje radicalmente distinto de mí, que ha llevado una vida radicalmente distinta de la mía (por fortuna: mi vida ha sido muchísimo más fácil que la suya), Melchor surge de mí mismo –como no podía ser de otra manera–, de la parte más secreta y más oscura y quizá mejor de mí mismo. Tal vez por eso, pese a toda su violencia, su furia, su dolor y sus contradicciones, me he enamorado de él. En cuanto a su desarrollo, es demasiado complejo para poder describirlo en una frase; de hecho, la mejor respuesta que puedo dar a esa pregunta es la propia novela.
A la justicia, como casi todo el mundo. El problema es que, en una democracia, no hay justicia sin legalidad; o dicho de otro modo: en democracia la ley es la forma que adopta la justicia. Este es precisamente uno de los debates de fondo de la novela: el debate entre justicia formal y justicia natural. Un personaje de la novela dice: “No respetar la forma de la justicia es no respetar la justicia”. Melchor Marín no acepta esto, pero creo que es verdad. En todo caso, me interesa más el debate en sí que la solución del debate. Los novelistas nos dedicamos a formular preguntas complejas de la manera más compleja posible, no a contestarlas.
La literatura es antes que nada un placer, pero también es una forma de conocimiento. En ambas cosas se parece al sexo. Por eso, cuando alguien me dice que no le gusta leer, lo único que se me ocurre es darle el pésame, acompañarle en el sentimiento. Lo mismo que haría con alguien que me dijera que no le gusta el sexo. No sé si me explico.
En lo superficial, mucho, porque he suspendido un montón de viajes por Europa y América; en lo esencial, poco, porque he seguido dedicándome a lo que me dedico siempre: básicamente, leer, escribir, y pensar en las musarañas.
Sí. Los escritores somos recicladores de basura. Esto suena mal, pero la verdad a menudo suena mal (por eso mucha gente prefiere las mentiras, que además son más fáciles de contar). Sí, los escritores nos alimentamos de lo malo, no de lo bueno; de la infelicidad y el dolor, no de la dicha. En un mundo feliz no habría literatura, o al menos no habría novelas (poesía tal vez, pero poca y muy mala). Los escritores, en fin, somos animales carroñeros, lo peor de lo peor, en el mejor de los casos somos como los alquimistas, que intentaban convertir el hierro en oro; nosotros –los mejores de nosotros– convertimos lo malo en bueno, las crisis y la desdicha y el dolor en belleza y sentido. Por eso la literatura es útil, siempre y cuando no se proponga ser útil; en el momento en que se lo propone, se convierte en propaganda o pedagogía, y deja de ser literatura. Y deja de ser útil.
No. La verdad es que sigo haciendo exactamente la misma vida que hacía antes del premio.
Un escritor que no se aventura a buscar nuevos caminos literarios, como usted dice, no es un escritor: es un escribano. Las novelas deben ser incursiones arriesgadas en la selva, no tranquilos viajes en autobús. Ahora tampoco sé si me explico.
Estudió filología hispánica en Barcelona, y en la actualidad ejerce la docencia en la Universidad de Girona, donde enseña literatura española. También es un colaborador habitual de medios como el periódico 'El País'.
Su primer libro, 'El móvil' (1987) fue una antología de cuentos, siendo sus novelas 'El inquilino' (1989) y 'El vientre de la ballena' (1997) sus siguientes publicaciones, que consiguieron un éxito moderado. Sin embargo, con 'Soldados de Salamina' (2001), Cercas alcanzó un gran éxito, no solo a nivel nacional sino internacional. Gracias a esta novela, Cercas ha ganado premios tan importantes como el Salambó, el Ciutat de Barcelona, el Librero o el Grinzane Cavour.
Tras este importante éxito, las siguientes novelas de Cercas han alcanzado el favor de la crítica y habría que destacar títulos como 'La velocidad de la luz' o 'La verdad de Agamenón'.
En 2009, Cercas publicó 'Anatomía de un instante', una novela periodística, casi un ensayo, sobre el golpe de Estado español del 23F, con el que alcanzó los primeros puestos de ventas en no-ficción durante meses. Sus siguiente novelas, 'Las leyes de la frontera' (2012), 'El impostor' (2014) y 'El monarca de las sombras' (2017), destacan por su interés por los periódicos históricos de la Guerra Civil Española y la transición posterior al franquismo.
Recibió el reconocimiento de la calidad literaria de su obra en 2010 con el Premio Nacional de Narrativa. Y ha sido galardonado con el premio Planeta en 2019 por su obra 'Terra Alta'.