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El drama migratorio continúa y no puede pasar desapercibido. Ahora, el grupo de migrantes que añoraba conseguir el “sueño americano” ahora forma parte de lo que se ha denominado “flujo migratorio inverso”: salieron de sus países con el objetivo de llegar a EE.UU., pero el blindaje de la frontera del río Bravo y las políticas migratorias radicales emprendidas por Donald Trump forzó su regreso. Panamá está en el medio. Ni el gobierno ni organizaciones de derechos humanos han calculado hasta el momento cuántos migrantes han venido y, muchos de ellos, en su intento de esquivar el Darién, han llegado hasta Guna Yala para continuar su travesía por mar hasta llegar a Colombia. Lamentablemente, sigue siendo una ruta peligrosa que ya ha cobrado la vida de una niña venezolana de ocho años. No se puede pasar por alto que la comunidad guna no cuenta con los recursos ni con la logística para gestionar este fenómeno. Se necesita un monitoreo continuo y cooperación en la zona de todos los estamentos de seguridad del Estado y organizaciones internacionales, como la OIM, para gestionar ordenadamente el viaje de estas personas. Por otro lado, es cierto que muchas naciones han puesto empeño en gestionar la movilidad humana -porque la valoran como una amenaza existencial-, sin embargo, no se debe perder de vista que existe una crisis humanitaria que, lamentablemente, brilla por su ausencia en el debate público. La crisis migratoria seguirá y necesita acciones ordenadas y dignas.