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- 13/06/2019 02:00
Primero fue Nito que Laurentino
En su profundidad, los clásicos griegos aproximan el poder como tragicomedia repetitiva siempre inconclusa.
Eventos que repiten una y otra gestión evidencian que la llegada de un Gobierno trátase de una reposición de obra. La alternabilidad resulta drama regido por aquella terquedad histórica de repetirse cual espiral. Entonces, ¿por qué no estudiar cómo esquivar unas amenazas perennes, en vez de regatear quién manda en esta transición?
Sabido es, veremos a los recién llegados subir en hombros. Los más visionarios preguntarán qué hacer para no bajar en solitario, tal como se viene repitiendo.
A poco de subir, la presión popular empezará a desgastar. No es raro que el único desconectado de la rechifla sea un grupo íntimo, convencido de que la función transcurre en medio de ¡hurras! La desconexión con la realidad resulta del encerrarse en oficinas plenas de aplausos erigidos sobre una ficción que narra ‘lo bien que nos va'.
Quienes no nos sumemos a la fanfarria, terminamos como malagradecidos con gobernantes que, en jornadas agotadoras, firman a diario cientos de papeles, supervisan, cortan cintas, representan al país, besan mocosos y hasta condecoran.
Temprano el poder, y sin reparar el tamaño de la mecha, aplica el erotismo de la pomposidad en los actos de asunción para disimular su vocación trágica. Conduce hasta la cárcel a José Ramón Guisado, Arnulfo Arias y a Ricardo Martinelli. A José Antonio Remón, a la tumba. A Endara y Balladares, a la vergüenza de verse derrotados en referéndum. Hace que un electorado olvide al saliente ‘tongo bota'o', para en la próxima, votar oposición.
Guillermo Endara enfrentó al ejército de Noriega. Montó huelga de hambre para marchar al Army imperial de Palacio, para luego ser escarnecido como ‘Pan de Dulce'. Diez años después, le niega la reelección.
La vocación trágica se ensaña con los autoritarios. A Torrijos, le derribó el avión, Noriega, 20 años en la cárcel. A Pérez Balladares, niega reelección y condena a no ser electo ni dentro del PRD. Todavía vapulea sin piedad a ‘Ricardito'.
Todo presidente, más que él mismo, es un gabinete, siempre algo más que un grupo de líderes autónomos pactando alianzas para competir por la hegemonía de sus intereses. Adocenados en la gran mesa presidencial, el gabinete lucirá engañosamente compacto, para hacernos olvidar que 17 individualidades no nacen ‘equipo' ni se cohesionan por decreto presidencial.
Las pompas del halago neutralizan la humildad de un ‘hombre común' siempre más dable a entender, todo presidente requiere apoyarse en un equipo. Luego, prepararlos para sostener un rol que supone operar en un ambiente de pérdida de privacidad, decidir bajo la crítica imparable de la oposición y Sociedad Civil.
No siempre topa uno con un personaje del elenco político que encarna aquel ‘hombre común' de rostro sereno y natural. Uno, de sombrero vaquero encasquetado, ausente de la parafernalia del séquito que persigue al político por cuanta feria veranera. La pregunta, siempre a quemarropa, ‘ey, Jaime, ¿cómo ves la vaina?'. Admito, sabía halagar con su escucha.
‘Voy haciendo mi carrera poco a poco, desde la base'. Me sonó preparado para asumir sueños idealistas.
Ahora electo, desdobla en múltiples facetas. Cuando habla como ‘Laurentino el presidente' interpreta al pater invencible que advierte su mecha corta, ‘se acabó el relajo'. Cuando pide le llamen ‘Nito', asume de hermano mayor que invita a ‘no me dejen solo'.
¿Cómo el ‘Gran Vencedor', tendría el desquicio de abandonar un Palacio íntimo y tibio, para mirar afuera, donde la fatalidad del pobre gruñe al sistema? ¿Cómo hacerlo, cuando permitieron que intereses mezquinos denigraran al torrijismo —‘díganme lo malo'— a enfermedad del siglo pasado?
El electo desmontará el sombrero vaquero para ser investido con la banda presidencial. Este 1 de julio regresará un destino vuelto dilema: ¿qué tanto tendrá de comedia feliz, Nito, el hombre común; y qué tan preparado lucirá ante la tragedia, Laurentino y la majestad presidencial?
INVESTIGADOR POLÍTICO.