• 03/10/2017 02:00

‘Adiós florecita blanca...', homenaje a una gran dama

El tránsito del final de la vida terrenal con alma a otra vida también con alma pero sin cuerpo

El tránsito del final de la vida terrenal con alma a otra vida también con alma pero sin cuerpo, prometido por el Creador, es solo de un instante igual al que transcurrió cuando Él impartió el soplo de vida. La muerte, en consecuencia, es como la inhalación de aquel soplo.

Salvo aquellos que por designios de Dios fallecieron antes de alcanzar el uso de razón, todos los humanos han recibido de su parte, como regalo y para recordarlo, el trato excepcional de seres que con un gesto, una mirada, una sonrisa, un comentario, una actitud, una broma, un regaño, esparcen tal calidez, con una honestidad tan profunda, que imprimen en sus beneficiarios un agradecimiento imperecedero, como resultado de la bondad transmitida. Esta fue la estela dejada por Lilia Tejada de López y León, matriarca tableña, consorte y soporte de don Jacinto —político y funcionario de probidad y actividades de talla destacada—, al que, al igual que a todos los que la trataron, le brindó no solo su afecto sino una solidaridad comprometida e incesante. Por sus valores, cuando ella falleció, sus hijos, nietos, familiares y una legión de allegados concurrieron a sus oficios religiosos para testimoniar su adhesión espiritual con ella.

En el rito católico se acostumbra celebrar una misa fúnebre para despedir los restos mortales, o las cenizas, de las personas queridas. En tal misa, además de los rezos, la eucaristía, el Evangelio y las canciones religiosas, a menudo se incluye: la lectura de resoluciones de duelo expedidas por gremios, comunidades, organismos y condiscípulos; una semblanza de la persona despedida de la vida terrenal; un agradecimiento de un representante de la familia y, en los últimos tiempos, una canción que refleje un sentimiento especial por, o la idiosincrasia emotiva de, la persona fallecida.

En el caso que se comenta a través de este escrito, se solicitó la interpretación de una melodía muy panameña —de raigambre exquisitamente vernácula— un tamborito que cantaba y oía cantar una bisabuela, abuela, madre, hermana, tía, suegra, cuñada, familiar, paisana y amiga que evocaba una despedida —como la de ella de este mundo—. La letra dice: ‘Adiós florecita blanca, adiosito que me voy'. ¡Qué gran canción! Y ¡qué apropiada para la ocasión!

Al escucharla los oyentes: a unos, se les estremeció el corazón por la pérdida de la persona despedida; a otros, les quedó resonando como remembranza de su dulzura, alegría, sabiduría y don de gentes; y todos, en el fondo, automáticamente le agradecieron a Dios el permitirles disfrutar de la canción y de conocer la vida de personas, y hasta de tratarlas, con trayectorias tan gratificantes como la de quien por sus cualidades y humanismo despedían, y ha inspirado estas cavilaciones.

A ella también se le dijo adiós como a una pura florecita blanca que Dios se llevó para adornar la eternidad desde el 29 de septiembre de 2007, hace diez años.

INGENIERO CIVIL.

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