• 06/05/2024 00:00

Literatura, la magia del escritor

La alta cultura literaria, que nos da el buen gusto por la belleza, suscita en nuestro espíritu un amor por la literatura, aun con la displicencia irónica que esto provoca en personas con criterios anticuados, más estrechos y mezquinos y menos estéticos que los actuales.

Por ejemplo, el lugar o importancia tradicional que tienen en la “poética” aristotélica los géneros literarios, no debe determinar nuestros gustos o preferencias por alguno más que otros, por ser estas antiguas clasificaciones griegas solo “arqueología literaria” actualmente.

Más importante, como factor de nuestra valoración, es el uso dado por el escritor a su imaginación para expresar con originalidad sus sentimientos creativos en algunos o todos de estos géneros. Su creatividad literaria, inspirada por toda la infinita realidad que lo rodea, lo ayudará a entrelazar de mil modos la verdad y la belleza de nuestra cultura nacional, para así adecuarlas a nuestras necesidades espirituales.

Solo ver las magníficas formas del subjetivismo poético de nuestros bardos, con la multiplicidad de sus explosivas expresiones líricas, que nos remiten a la belleza y encanto de nuestro espíritu cultural istmeño, como también lo hacen las obras en nuestros géneros de novela o cuento, ambas con ese natural desenvolvimiento emocional e histórico manifestado en nuestra literatura nacional.

Evidentemente, las buenas letras tienen una influencia civilizadora y dignificadora en nosotros los panameños, porque decir o escribir las cosas bien, con la maestría de palabras y frases armoniosamente construidas, nos permite comunicar nuestros pensamientos mejor, cada vez con más precisión.

Desafortunadamente, existen ocasiones en las que usamos un lenguaje complicado, de poca comprensión textual o verbal, que desdibuja la verdad o desmejora nuestra técnica compositiva.

Por eso, los caminos a la perfección literaria nos llevan al buen uso de las palabras, que con su simplicidad, sencillez y pureza hacen comprensibles conceptos o ideas complejas y difíciles de entender. Esta simplicidad no significa un empobrecimiento de la literatura, todo lo contrario, por ser el contenido de las palabras y del lenguaje usado lo que le da la sutileza y refinamiento a este proceso de perfeccionamiento.

Ahora bien, no se puede descartar la influencia de los distintos géneros literarios en la literatura y los escritores, tanto para darle un espíritu vivo a las palabras como a su crecimiento orgánico, cada cual con su peculiaridad genérica y sus fogonazos particulares de inspiración lírica.

Lo cierto es que el escritor es un ente de palabras por su constante temporalidad, siempre yendo más allá de sí mismo, trascendiendo lo que escribe, sea esto un poema, un ensayo, una novela o un cuento, precisamente porque tiene que inventarlos para darles vida. Él solo se reconoce como autor cuando se separa de su creación y la contempla fuera de sí mismo, una especie de desidentificación que lo proyecta distinto a lo que escribe.

Es aquí cuando la imaginación trasciende el objeto de su creación, convirtiéndola en fantasía humana, fuente de toda literatura como arte, creando así una paradoja muy curiosa e interesante: usar la fantasía, pero no la realidad, para explicar el cómo y el porqué de la literatura universal.

Cabe ahora citar al incomparable Jorge Luis Borges, con sus palabras de alabanza a los libros y a la literatura en general: “Uno es por lo que lee”, casi para decirnos que fuera de la órbita de la buena literatura, solo giran los espíritus mediocres.

Por eso es importante leer y escribir, saber por qué hacerlo y cómo ponerlo a buen uso. Esta experiencia literaria la vivimos cada vez que leemos o escribimos, ya sea por inspiración o como magia o fantasía que fluye espiritualmente hacia la eternidad.

El autor es articulista
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